Leamos "El entierro prematuro", cuento de Edgar Allan Poe

¡Buenos d铆as, lectores! Abrimos el fin de semana con este genial relato de Edgar Allan Poe, donde toda la genialidad de este relator del misterio y el horror se combinan para explicarnos una de las m谩s escalofriantes sensaciones del pasado: ser enterrado vivo.  ¡Disfruta tu lectura! 

"El entierro prematuro", cuento de Edgar Allan Poe
Imagen tomada de Pinterest: https://pin.it/2iT1moZ


EL ENTIERRO PREMATURO


Hay ciertos temas de inter茅s absorbente, pero demasiado horribles para ser objeto de una obra de mera ficci贸n. Los simples novelistas deben evitarlos si no quieren ofender o desagradar. S贸lo se tratan con propiedad cuando lo grave y majestuoso de la verdad los santifican y sostienen. Nos estremecemos, por ejemplo, con el m谩s intenso “dolor agradable” ante los relatos del paso del Beresina, del terremoto de Lisboa, de la peste de Londres y de la matanza de San Bartolom茅 o de la muerte por asfixia de los ciento veintitr茅s prisioneros en el Agujero Negro de Calcuta. Pero en estos relatos lo excitante es el hecho, la realidad, la historia. Como ficciones, nos parecer铆an sencillamente abominables. He mencionado algunas de las m谩s destacadas y augustas calamidades que registra la historia, pero en ellas el alcance, no menos que el car谩cter de la calamidad, es lo que impresiona tan vivamente la imaginaci贸n. No necesito recordar al lector que, del largo y horrible cat谩logo de miserias humanas, podr铆a haber escogido muchos ejemplos individuales m谩s llenos de sufrimiento esencial que cualquiera de esos inmensos desastres generales. La verdadera desdicha, la aflicci贸n 煤ltima, en realidad es particular, no difusa. ¡Demos gracias a Dios misericordioso que los horrorosos extremos de agon铆a los sufra el hombre individualmente y nunca en masa!



Ser enterrado vivo es, sin ning煤n g茅nero de duda, el m谩s terror铆fico extremo que jam谩s haya ca铆do en suerte a un simple mortal. Que le ha ca铆do en suerte con frecuencia, con mucha frecuencia, nadie con capacidad de juicio lo negar谩. Los l铆mites que separan la vida de la muerte son, en el mejor de los casos, borrosos e indefinidos… ¿Qui茅n podr铆a decir d贸nde termina uno y d贸nde empieza el otro? Sabemos que hay enfermedades en las que se produce un cese total de las funciones aparentes de la vida, y, sin embargo, ese cese no es m谩s que una suspensi贸n, para llamarle por su nombre. Hay s贸lo pausas temporales en el incomprensible mecanismo. Transcurrido cierto per铆odo, alg煤n misterioso principio oculto pone de nuevo en movimiento los m谩gicos pi帽ones y las ruedas fant谩sticas. La cuerda de plata no qued贸 suelta para siempre, ni irreparablemente roto el vaso de oro. Pero, entretanto, ¿d贸nde estaba el alma? Sin embargo, aparte de la inevitable conclusi贸n a priori de que tales causas deben producir tales efectos, de que los bien conocidos casos de vida en suspenso, una y otra vez, provocan inevitablemente entierros prematuros, aparte de esta consideraci贸n, tenemos el testimonio directo de la experiencia m茅dica y del vulgo que prueba que en realidad tienen lugar un gran n煤mero de estos entierros. Yo podr铆a referir ahora mismo, si fuera necesario, cien ejemplos bien probados. Uno de caracter铆sticas muy asombrosas, y cuyas circunstancias igual quedan a煤n vivas en la memoria de algunos de mis lectores, ocurri贸 no hace mucho en la vecina ciudad de Baltimore, donde caus贸 una conmoci贸n penosa, intensa y muy extendida. La esposa de uno de los m谩s respetables ciudadanos -abogado eminente y miembro del Congreso- fue atacada por una repentina e inexplicable enfermedad, que burl贸 el ingenio de los m茅dicos. Despu茅s de padecer mucho muri贸, o se supone que muri贸. Nadie sospech贸, y en realidad no hab铆a motivos para hacerlo, de que no estaba verdaderamente muerta. Presentaba todas las apariencias comunes de la muerte. El rostro ten铆a el habitual contorno contra铆do y sumido. Los labios mostraban la habitual palidez marm贸rea. Los ojos no ten铆an brillo. Faltaba el calor. Cesaron las pulsaciones. Durante tres d铆as el cuerpo estuvo sin enterrar, y en ese tiempo adquiri贸 una rigidez p茅trea. Resumiendo, se adelant贸 el funeral por el r谩pido avance de lo que se supuso era descomposici贸n.

La dama fue depositada en la cripta familiar, que permaneci贸 cerrada durante los tres a帽os siguientes. Al expirar ese plazo se abri贸 para recibir un sarc贸fago, pero, ¡ay, qu茅 terrible choque esperaba al marido cuando abri贸 personalmente la puerta! Al empujar los portones, un objeto vestido de blanco cay贸 rechinando en sus brazos. Era el esqueleto de su mujer con la mortaja puesta.

Una cuidadosa investigaci贸n mostr贸 la evidencia de que hab铆a revivido a los dos d铆as de ser sepultada, que sus luchas dentro del ata煤d hab铆an provocado la ca铆da de 茅ste desde una repisa o nicho al suelo, y al romperse el f茅retro pudo salir de 茅l. Apareci贸 vac铆a una l谩mpara que accidentalmente se hab铆a dejado llena de aceite, dentro de la tumba; puede, no obstante, haberse consumido por evaporaci贸n. En los pelda帽os superiores de la escalera que descend铆a a la espantosa cripta hab铆a un trozo del ata煤d, con el cual, al parecer, la mujer hab铆a intentado llamar la atenci贸n golpeando la puerta de hierro. Mientras hac铆a esto, probablemente se desmay贸 o quiz谩s muri贸 de puro terror, y al caer, la mortaja se enred贸 en alguna pieza de hierro que sobresal铆a hacia dentro. All铆 qued贸 y as铆 se pudri贸, erguida.

En el a帽o 1810 tuvo lugar en Francia un caso de inhumaci贸n prematura, en circunstancias que contribuyen mucho a justificar la afirmaci贸n de que la verdad es m谩s extra帽a que la ficci贸n. La hero铆na de la historia era mademoiselle [se帽orita] Victorine Lafourcade, una joven de ilustre familia, rica y muy guapa. Entre sus numerosos pretendientes se contaba Julien Bossuet, un pobre litt茅rateur [literato] o periodista de Par铆s. Su talento y su amabilidad hab铆an despertado la atenci贸n de la heredera, que, al parecer, se hab铆a enamorado realmente de 茅l, pero el orgullo de casta la llev贸 por fin a rechazarlo y a casarse con un tal Monsieur [se帽or] R茅nelle, banquero y diplom谩tico de cierto renombre. Despu茅s del matrimonio, sin embargo, este caballero descuid贸 a su mujer y quiz谩 lleg贸 a pegarle. Despu茅s de pasar unos a帽os desdichados ella muri贸; al menos su estado se parec铆a tanto al de la muerte que enga帽贸 a todos quienes la vieron. Fue enterrada, no en una cripta, sino en una tumba com煤n, en su aldea natal. Desesperado y a煤n inflamado por el recuerdo de su cari帽o profundo, el enamorado viaj贸 de la capital a la lejana provincia donde se encontraba la aldea, con el rom谩ntico prop贸sito de desenterrar el cad谩ver y apoderarse de sus preciosos cabellos. Lleg贸 a la tumba. A medianoche desenterr贸 el ata煤d, lo abri贸 y, cuando iba a cortar los cabellos, se detuvo ante los ojos de la amada, que se abrieron. La dama hab铆a sido enterrada viva. Las pulsaciones vitales no hab铆an desaparecido del todo, y las caricias de su amado la despertaron de aquel letargo que equivocadamente hab铆a sido confundido con la muerte. Desesperado, el joven la llev贸 a su alojamiento en la aldea. Emple贸 unos poderosos reconstituyentes aconsejados por sus no pocos conocimientos m茅dicos. En resumen, ella revivi贸. Reconoci贸 a su salvador. Permaneci贸 con 茅l hasta que lenta y gradualmente recobr贸 la salud. Su coraz贸n no era tan duro, y esta 煤ltima lecci贸n de amor bast贸 para ablandarlo. Lo entreg贸 a Bossuet. No volvi贸 junto a su marido, sino que, ocultando su resurrecci贸n, huy贸 con su amante a Am茅rica. Veinte a帽os despu茅s, los dos regresaron a Francia, convencidos de que el paso del tiempo hab铆a cambiado tanto la apariencia de la dama, que sus amigos no podr铆an reconocerla. Pero se equivocaron, pues al primer encuentro monsieur R茅nelle reconoci贸 a su mujer y la reclam贸. Ella rechaz贸 la reclamaci贸n y el tribunal la apoy贸, resolviendo que las extra帽as circunstancias y el largo per铆odo transcurrido hab铆an abolido, no s贸lo desde un punto de vista equitativo, sino legalmente la autoridad del marido.

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La Revista de Cirug铆a de Leipzig, publicaci贸n de gran autoridad y m茅rito, que alg煤n editor americano har铆a bien en traducir y publicar, relata en uno de los 煤ltimos n煤meros un acontecimiento muy penoso que presenta las mismas caracter铆sticas.

Un oficial de artiller铆a, hombre de gigantesca estatura y salud excelente, fue derribado por un caballo indomable y sufri贸 una contusi贸n muy grave en la cabeza, que le dej贸 inconsciente. Ten铆a una ligera fractura de cr谩neo pero no se percibi贸 un peligro inmediato. La trepanaci贸n se hizo con 茅xito. Se le aplic贸 una sangr铆a y se adoptaron otros muchos remedios comunes. Pero cay贸 lentamente en un sopor cada vez m谩s grave y por fin se le dio por muerto.

Hac铆a calor y lo enterraron con prisa indecorosa en uno de los cementerios p煤blicos. Sus funerales tuvieron lugar un jueves. Al domingo siguiente, el parque del cementerio, como de costumbre, se llen贸 de visitantes, y alrededor del mediod铆a se produjo un gran revuelo, provocado por las palabras de un campesino que, habi茅ndose sentado en la tumba del oficial, hab铆a sentido removerse la tierra, como si alguien estuviera luchando abajo. Al principio nadie prest贸 demasiada atenci贸n a las palabras de este hombre, pero su evidente terror y la terca insistencia con que repet铆a su historia produjeron, al fin, su natural efecto en la muchedumbre. Algunos con rapidez consiguieron unas palas, y la tumba, vergonzosamente superficial, estuvo en pocos minutos tan abierta que dej贸 al descubierto la cabeza de su ocupante. Daba la impresi贸n de que estaba muerto, pero aparec铆a casi sentado dentro del ata煤d, cuya tapa, en furiosa lucha, hab铆a levantado parcialmente. Inmediatamente lo llevaron al hospital m谩s cercano, donde se le declar贸 vivo, aunque en estado de asfixia. Despu茅s de unas horas volvi贸 en s铆, reconoci贸 a algunas personas conocidas, y con frases inconexas relat贸 sus agon铆as en la tumba.

Por lo que dijo, estaba claro que la v铆ctima mantuvo la conciencia de vida durante m谩s de una hora despu茅s de la inhumaci贸n, antes de perder los sentidos. Hab铆an rellenado la tumba, sin percatarse, con una tierra muy porosa, sin aplastar, y por eso le lleg贸 un poco de aire. Oy贸 los pasos de la multitud sobre su cabeza y a su vez trat贸 de hacerse o铆r. El tumulto en el parque del cementerio, dijo, fue lo que seguramente lo despert贸 de un profundo sue帽o, pero al despertarse se dio cuenta del espantoso horror de su situaci贸n. Este paciente, seg煤n cuenta la historia, iba mejorando y parec铆a encaminado hacia un restablecimiento definitivo, cuando cay贸 v铆ctima de la charlataner铆a de los experimentos m茅dicos. Se le aplic贸 la bater铆a galv谩nica y expir贸 de pronto en uno de esos paroxismos est谩ticos que en ocasiones produce.

La menci贸n de la bater铆a galv谩nica, sin embargo, me trae a la memoria un caso bien conocido y muy extraordinario, en que su acci贸n result贸 ser la manera de devolver la vida a un joven abogado de Londres que estuvo enterrado dos d铆as. Esto ocurri贸 en 1831, y entonces caus贸 profunda impresi贸n en todas partes, donde era tema de conversaci贸n.

El paciente, el se帽or Edward Stapleton, hab铆a muerto, aparentemente, de fiebre tifoidea acompa帽ada de unos s铆ntomas an贸malos que despertaron la curiosidad de sus m茅dicos. Despu茅s de su aparente fallecimiento, se pidi贸 a sus amigos la autorizaci贸n para un examen postm贸rtem (autopsia), pero 茅stos se negaron. Como sucede a menudo ante estas negativas, los m茅dicos decidieron desenterrar el cuerpo y examinarlo a conciencia, en privado. F谩cilmente llegaron a un arreglo con uno de los numerosos grupos de ladrones de cad谩veres que abundan en Londres, y la tercera noche despu茅s del entierro el supuesto cad谩ver fue desenterrado de una tumba de ocho pies de profundidad y depositado en el quir贸fano de un hospital privado.

Al practic谩rsele una incisi贸n de cierta longitud en el abdomen, el aspecto fresco e incorrupto del sujeto sugiri贸 la idea de aplicar la bater铆a. Hicieron sucesivos experimentos con los efectos acostumbrados, sin nada de particular en ning煤n sentido, salvo, en una o dos ocasiones, una apariencia de vida mayor de la norma en cierta acci贸n convulsiva.

Era ya tarde. Iba a amanecer y se crey贸 oportuno, al fin, proceder inmediatamente a la disecci贸n. Pero uno de los estudiosos ten铆a un deseo especial de experimentar una teor铆a propia e insisti贸 en aplicar la bater铆a a uno de los m煤sculos pectorales. Tras realizar una tosca incisi贸n, se estableci贸 apresuradamente un contacto; entonces el paciente, con un movimiento r谩pido pero nada convulsivo, se levant贸 de la mesa, camin贸 hacia el centro de la habitaci贸n, mir贸 intranquilo a su alrededor unos instantes y entonces habl贸. Lo que dijo fue ininteligible, pero pronunci贸 algunas palabras, y silabeaba claramente. Despu茅s de hablar, se cay贸 pesadamente al suelo.

Durante unos momentos todos se quedaron paralizados de espanto, pero la urgencia del caso pronto les devolvi贸 la presencia de 谩nimo. Se vio que el se帽or Stapleton estaba vivo, aunque sin sentido. Despu茅s de administrarle 茅ter volvi贸 en s铆 y r谩pidamente recobr贸 la salud, retornando a la sociedad de sus amigos, a quienes, sin embargo, se les ocult贸 toda noticia sobre la resurrecci贸n hasta que ya no se tem铆a una reca铆da. Es de imaginar la maravilla de aquellos y su extasiado asombro.

El dato m谩s espeluznante de este incidente, sin embargo, se encuentra en lo que afirm贸 el mismo se帽or Stapleton. Declar贸 que en ning煤n momento perdi贸 todo el sentido, que de un modo borroso y confuso percib铆a todo lo que le estaba ocurriendo desde el instante en que fuera declarado muerto por los m茅dicos hasta cuando cay贸 desmayado en el piso del hospital. “Estoy vivo”, fueron las incomprendidas palabras que, al reconocer la sala de disecci贸n, hab铆a intentado pronunciar en aquel grave instante de peligro.

Ser铆a f谩cil multiplicar historias como 茅stas, pero me abstengo, porque en realidad no nos hacen falta para establecer el hecho de que suceden entierros prematuros. Cuando reflexionamos, en las raras veces en que, por la naturaleza del caso, tenemos la posibilidad de descubrirlos, debemos admitir que tal vez ocurren m谩s frecuentemente de lo que pensamos. En realidad, casi nunca se han removido muchas tumbas de un cementerio, por alguna raz贸n, sin que aparecieran esqueletos en posturas que sugieren la m谩s espantosa de las sospechas. La sospecha es espantosa, pero es m谩s espantoso el destino. Puede afirmarse, sin vacilar, que ning煤n suceso se presta tanto a llevar al colmo de la angustia f铆sica y mental como el enterramiento antes de la muerte. La insoportable opresi贸n de los pulmones, las emanaciones sofocantes de la tierra h煤meda, la mortaja que se adhiere, el r铆gido abrazo de la estrecha morada, la oscuridad de la noche absoluta, el silencio como un mar que abruma, la invisible pero palpable presencia del gusano vencedor; estas cosas, junto con los deseos del aire y de la hierba que crecen arriba, con el recuerdo de los queridos amigos que volar铆an a salvarnos si se enteraran de nuestro destino, y la conciencia de que nunca podr谩n saberlo, de que nuestra suerte irremediable es la de los muertos de verdad, estas consideraciones, digo, llevan el coraz贸n a煤n palpitante a un grado de espantoso e insoportable horror ante el cual la imaginaci贸n m谩s audaz retrocede. No conocemos nada tan angustioso en la Tierra, no podemos imaginar nada tan horrible en los dominios del m谩s profundo Infierno. Y por eso todos los relatos sobre este tema despiertan un inter茅s profundo, inter茅s que, sin embargo, gracias a la temerosa reverencia hacia este tema, depende justa y espec铆ficamente de nuestra creencia en la verdad del asunto narrado. Lo que voy a contar ahora es mi conocimiento real, mi experiencia efectiva y personal..

Durante varios a帽os sufr铆 ataques de ese extra帽o trastorno que los m茅dicos han decidido llamar catalepsia, a falta de un nombre que mejor lo defina. Aunque tanto las causas inmediatas como las predisposiciones e incluso el diagn贸stico de esta enfermedad siguen siendo misteriosas, su car谩cter evidente y manifiesto es bien conocido. Las variaciones parecen serlo, principalmente, de grado. A veces el paciente se queda un solo d铆a o incluso un per铆odo m谩s breve en una especie de exagerado letargo. Est谩 inconsciente y externamente inm贸vil, pero las pulsaciones del coraz贸n a煤n se perciben d茅bilmente; quedan unos indicios de calor, una leve coloraci贸n persiste en el centro de las mejillas y, al aplicar un espejo a los labios, podemos detectar una torpe, desigual y vacilante actividad de los pulmones. Otras veces el trance dura semanas e incluso meses, mientras el examen m谩s minucioso y las pruebas m茅dicas m谩s rigurosas no logran establecer ninguna diferencia material entre el estado de la v铆ctima y lo que concebimos como muerte absoluta. Por regla general, lo salvan del entierro prematuro sus amigos, que saben que sufr铆a anteriormente de catalepsia, y la consiguiente sospecha, pero sobre todo le salva la ausencia de corrupci贸n. La enfermedad, por fortuna, avanza gradualmente. Las primeras manifestaciones, aunque marcadas, son inequ铆vocas. Los ataques son cada vez m谩s caracter铆sticos y cada uno dura m谩s que el anterior. En esto reside la mayor seguridad, de cara a evitar la inhumaci贸n. El desdichado cuyo primer ataque tuviera la gravedad con que en ocasiones se presenta, ser铆a casi inevitablemente llevado vivo a la tumba.

Mi propio caso no difer铆a en ning煤n detalle importante de los mencionados en los textos m茅dicos. A veces, sin ninguna causa aparente, me hund铆a poco a poco en un estado de semis铆ncope, o casi desmayo, y ese estado, sin dolor, sin capacidad de moverme, o realmente de pensar, pero con una borrosa y let谩rgica conciencia de la vida y de la presencia de los que rodeaban mi cama, duraba hasta que la crisis de la enfermedad me devolv铆a, de repente, el perfecto conocimiento. Otras veces el ataque era r谩pido, fulminante. Me sent铆a enfermo, aterido, helado, con escalofr铆os y mareos, y, de repente, me ca铆a postrado. Entonces, durante semanas, todo estaba vac铆o, negro, silencioso y la nada se convert铆a en el universo. La total aniquilaci贸n no pod铆a ser mayor. Despertaba, sin embargo, de estos 煤ltimos ataques lenta y gradualmente, en contra de lo repentino del acceso. As铆 como amanece el d铆a para el mendigo que vaga por las calles en la larga y desolada noche de invierno, sin amigos ni casa, as铆 lenta, cansada, alegre volv铆a a m铆 la luz del alma. Pero, aparte de esta tendencia al s铆ncope, mi salud general parec铆a buena, y no hubiera podido percibir que sufr铆a esta enfermedad, a no ser que una peculiaridad de mi sue帽o pudiera considerarse provocada por ella. Al despertarme, nunca pod铆a recobrar en seguida el uso completo de mis facultades, y permanec铆a siempre durante largo rato en un estado de azoramiento y perplejidad, ya que las facultades mentales en general y la memoria en particular se encontraban en absoluta suspensi贸n.

En todos mis padecimientos no hab铆a sufrimiento f铆sico, sino una infinita angustia moral. Mi imaginaci贸n se volvi贸 macabra. Hablaba de “gusanos, de tumbas, de epitafios”. Me perd铆a en meditaciones sobre la muerte, y la idea del entierro prematuro se apoderaba de mi mente. El espeluznante peligro al cual estaba expuesto me obsesionaba d铆a y noche. Durante el primero, la tortura de la meditaci贸n era excesiva; durante la segunda, era suprema, Cuando las t茅tricas tinieblas se extend铆an sobre la tierra, entonces, presa de los m谩s horribles pensamientos, temblaba, temblaba como las tr茅mulas plumas de un coche f煤nebre. Cuando mi naturaleza ya no aguantaba la vigilia, me sum铆a en una lucha que al fin me llevaba al sue帽o, pues me estremec铆a pensando que, al despertar, pod铆a encontrarme metido en una tumba. Y cuando, por fin, me hund铆a en el sue帽o, lo hac铆a s贸lo para caer de inmediato en un mundo de fantasmas, sobre el cual flotaba con inmensas y tenebrosas alas negras la 煤nica, predominante y sepulcral idea. De las innumerables im谩genes melanc贸licas que me oprim铆an en sue帽os elijo para mi relato una visi贸n solitaria. So帽茅 que hab铆a ca铆do en un trance catal茅ptico de m谩s duraci贸n y profundidad que lo normal. De repente una mano helada se pos贸 en mi frente y una voz impaciente, farfullante, susurr贸 en mi o铆do: “¡Lev谩ntate!”

Me incorpor茅. La oscuridad era total. No pod铆a ver la figura del que me hab铆a despertado. No pod铆a recordar ni la hora en que hab铆a ca铆do en trance, ni el lugar en que me encontraba. Mientras segu铆a inm贸vil, intentando ordenar mis pensamientos, la fr铆a mano me agarr贸 con fuerza por la mu帽eca, sacudi茅ndola con petulancia, mientras la voz farfullante dec铆a de nuevo:

-¡Lev谩ntate! ¿No te he dicho que te levantes?

-¿Y t煤 – pregunt茅- qui茅n eres?

-No tengo nombre en las regiones donde habito -replic贸 la voz tristemente-. Fui un hombre y soy un espectro. Era despiadado, pero soy digno de l谩stima. Ya ves que tiemblo. Me rechinan los dientes cuando hablo, pero no es por el fr铆o de la noche, de la noche eterna. Pero este horror es insoportable. ¿C贸mo puedes dormir t煤 tranquilo? No me dejan descansar los gritos de estas largas agon铆as. Estos espect谩culos son m谩s de lo que puedo soportar. ¡Lev谩ntate! Ven conmigo a la noche exterior, y deja que te muestre las tumbas. ¿No es este un espect谩culo de dolor?… ¡Mira!

Mir茅, y la figura invisible que a煤n segu铆a apret谩ndome la mu帽eca consigui贸 abrir las tumbas de toda la humanidad, y de cada una sal铆an las irradiaciones fosf贸ricas de la descomposici贸n, de forma que pude ver sus m谩s escondidos rincones y los cuerpos amortajados en su triste y solemne sue帽o con el gusano. Pero, ¡ay!, los que realmente dorm铆an, aunque fueran muchos millones, eran menos que los que no dorm铆an en absoluto, y hab铆a una d茅bil lucha, y hab铆a un triste y general desasosiego, y de las profundidades de los innumerables pozos sal铆a el melanc贸lico frotar de las vestiduras de los enterrados. Y, entre aquellos que parec铆an descansar tranquilos, vi que muchos hab铆an cambiado, en mayor o menor grado, la r铆gida e inc贸moda postura en que fueron sepultados. Y la voz me habl贸 de nuevo, mientras contemplaba:

-¿No es esto, ¡ah!, acaso un espect谩culo lastimoso?

Pero, antes de que encontrara palabras para contestar, la figura hab铆a soltado mi mu帽eca, las luces fosf贸ricas se extinguieron y las tumbas se cerraron con repentina violencia, mientras de ellas sal铆a un tumulto de gritos desesperados, repitiendo: “¿No es esto, ¡Dios m铆o!, acaso un espect谩culo lastimoso?”

Fantas铆as como 茅sta se presentaban por la noche y extend铆an su terror铆fica influencia incluso en mis horas de vigilia. Mis nervios quedaron destrozados, y fui presa de un horror continuo. Ya no me atrev铆a a montar a caballo, a pasear, ni a practicar ning煤n ejercicio que me alejara de casa. En realidad, ya no me atrev铆a a fiarme de m铆 lejos de la presencia de los que conoc铆an mi propensi贸n a la catalepsia, por miedo de que, en uno de esos ataques, me enterraran antes de conocer mi estado realmente. Dudaba del cuidado y de la lealtad de mis amigos m谩s queridos. Tem铆a que, en un trance m谩s largo de lo acostumbrado, se convencieran de que ya no hab铆a remedio. Incluso llegaba a temer que, como les causaba muchas molestias, quiz谩 se alegraran de considerar que un ataque prolongado era la excusa suficiente para librarse definitivamente de m铆. En vano trataban de tranquilizarme con las m谩s solemnes promesas. Les exig铆a, con los juramentos m谩s sagrados, que en ninguna circunstancia me enterraran hasta que la descomposici贸n estuviera tan avanzada, que impidiese la conservaci贸n. Y aun as铆 mis terrores mortales no hac铆an caso de raz贸n alguna, no aceptaban ning煤n consuelo. Empec茅 con una serie de complejas precauciones. Entre otras, mand茅 remodelar la cripta familiar de forma que se pudiera abrir f谩cilmente desde dentro. A la m谩s d茅bil presi贸n sobre una larga palanca que se extend铆a hasta muy dentro de la cripta, se abrir铆an r谩pidamente los portones de hierro. Tambi茅n estaba prevista la entrada libre de aire y de luz, y adecuados recipientes con alimentos y agua, al alcance del ata煤d preparado para recibirme. Este ata煤d estaba acolchado con un material suave y c谩lido y dotado de una tapa elaborada seg煤n el principio de la puerta de la cripta, incluyendo resortes ideados de forma que el m谩s d茅bil movimiento del cuerpo ser铆a suficiente para que se soltara. Aparte de esto, del techo de la tumba colgaba una gran campana, cuya soga pasar铆a (estaba previsto) por un agujero en el ata煤d y estar铆a atada a una mano del cad谩ver. Pero, ¡ay!, ¿de qu茅 sirve la precauci贸n contra el destino del hombre? ¡Ni siquiera estas bien urdidas seguridades bastaban para librar de las angustias m谩s extremas de la inhumaci贸n en vida a un infeliz destinado a ellas!

Lleg贸 una 茅poca -como me hab铆a ocurrido antes a menudo- en que me encontr茅 emergiendo de un estado de total inconsciencia a la primera sensaci贸n d茅bil e indefinida de la existencia. Lentamente, con paso de tortuga, se acercaba el p谩lido amanecer gris del d铆a ps铆quico. Un desasosiego aletargado. Una sensaci贸n ap谩tica de sordo dolor. Ninguna preocupaci贸n, ninguna esperanza, ning煤n esfuerzo. Entonces, despu茅s de un largo intervalo, un zumbido en los o铆dos. Luego, tras un lapso de tiempo m谩s largo, una sensaci贸n de hormigueo o comez贸n en las extremidades; despu茅s, un per铆odo aparentemente eterno de placentera quietud, durante el cual las sensaciones que se despiertan luchan por transformarse en pensamientos; m谩s tarde, otra corta zambullida en la nada; luego, un s煤bito restablecimiento. Al fin, el ligero estremecerse de un p谩rpado; e inmediatamente despu茅s, un choque el茅ctrico de terror, mortal e indefinido, que env铆a la sangre a torrentes desde las sienes al coraz贸n. Y entonces, el primer esfuerzo por pensar. Y entonces, el primer intento de recordar. Y entonces, un 茅xito parcial y evanescente. Y entonces, la memoria ha recobrado tanto su dominio, que, en cierta medida, tengo conciencia de mi estado. Siento que no me estoy despertando de un sue帽o corriente. Recuerdo que he sufrido de catalepsia. Y entonces, por fin, como si fuera la embestida de un oc茅ano, el 煤nico peligro horrendo, la 煤nica idea espectral y siempre presente abruma mi esp铆ritu estremecido.


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Unos minutos despu茅s de que esta fantas铆a se apoderase de m铆, me qued茅 inm贸vil. ¿Y por qu茅? No pod铆a reunir valor para moverme. No me atrev铆a a hacer el esfuerzo que desvelara mi destino, sin embargo algo en mi coraz贸n me susurraba que era seguro. La desesperaci贸n -tal como ninguna otra clase de desdicha produce-, s贸lo la desesperaci贸n me empuj贸, despu茅s de una profunda duda, a abrir mis pesados p谩rpados. Los levant茅. Estaba oscuro, todo oscuro. Sab铆a que el ataque hab铆a terminado. Sab铆a que la situaci贸n cr铆tica de mi trastorno hab铆a pasado. Sab铆a que hab铆a recuperado el uso de mis facultades visuales, y, sin embargo, todo estaba oscuro, oscuro, con la intensa y absoluta falta de luz de la noche que dura para siempre.

Intent茅 gritar, y mis labios y mi lengua reseca se movieron convulsivamente, pero ninguna voz sali贸 de los cavernosos pulmones, que, oprimidos como por el peso de una monta帽a, jadeaban y palpitaban con el coraz贸n en cada inspiraci贸n laboriosa y dif铆cil. El movimiento de las mand铆bulas, en el esfuerzo por gritar, me mostr贸 que estaban atadas, como se hace con los muertos. Sent铆 tambi茅n que yac铆a sobre una materia dura, y algo parecido me apretaba los costados. Hasta entonces no me hab铆a atrevido a mover ning煤n miembro, pero al fin levant茅 con violencia mis brazos, que estaban estirados, con las mu帽ecas cruzadas. Chocaron con una materia s贸lida, que se extend铆a sobre mi cuerpo a no m谩s de seis pulgadas de mi cara. Ya no dudaba de que reposaba al fin dentro de un ata煤d.

Y entonces, en medio de toda mi infinita desdicha, vino dulcemente la esperanza, como un querub铆n, pues pens茅 en mis precauciones. Me retorc铆 e hice espasm贸dicos esfuerzos para abrir la tapa: no se mov铆a. Me toqu茅 las mu帽ecas buscando la soga: no la encontr茅. Y entonces mi consuelo huy贸 para siempre, y una desesperaci贸n a煤n m谩s inflexible rein贸 triunfante pues no pude evitar percatarme de la ausencia de las almohadillas que hab铆a preparado con tanto cuidado, y entonces lleg贸 de repente a mis narices el fuerte y peculiar olor de la tierra h煤meda. La conclusi贸n era irresistible. No estaba en la cripta. Hab铆a ca铆do en trance lejos de casa, entre desconocidos, no pod铆a recordar cu谩ndo y c贸mo, y ellos me hab铆an enterrado como a un perro, metido en alg煤n ata煤d com煤n, cerrado con clavos, y arrojado bajo tierra, bajo tierra y para siempre, en alguna tumba com煤n y an贸nima.

Cuando este horrible convencimiento se abri贸 paso con fuerza hasta lo m谩s 铆ntimo de mi alma, luch茅 una vez m谩s por gritar. Y este segundo intento tuvo 茅xito. Un largo, salvaje y continuo grito o alarido de agon铆a reson贸 en los recintos de la noche subterr谩nea.

-Oye, oye, ¿qu茅 es eso? -dijo una 谩spera voz, como respuesta.

-¿Qu茅 diablos pasa ahora? -dijo un segundo..

-¡Fuera de ah铆! -dijo un tercero.

-¿Por qu茅 a煤lla de esa manera, como un gato mont茅s? -dijo un cuarto.

Y entonces unos individuos de aspecto rudo me sujetaron y me sacudieron sin ninguna consideraci贸n. No me despertaron del sue帽o, pues estaba completamente despierto cuando grit茅, pero me devolvieron la plena posesi贸n de mi memoria.

Esta aventura ocurri贸 cerca de Richmond, en Virginia. Acompa帽ado de un amigo, hab铆a bajado, en una expedici贸n de caza, unas millas por las orillas del r铆o James. Se acercaba la noche cuando nos sorprendi贸 una tormenta. La cabina de una peque帽a chalupa anclada en la corriente y cargada de tierra vegetal nos ofreci贸 el 煤nico refugio asequible. Le sacamos el mayor provecho posible y pasamos la noche a bordo. Me dorm铆 en una de las dos literas; no hace falta describir las literas de una chalupa de sesenta o setenta toneladas. La que yo ocupaba no ten铆a ropa de cama. Ten铆a una anchura de dieciocho pulgadas. La distancia entre el fondo y la cubierta era exactamente la misma. Me result贸 muy dif铆cil meterme en ella. Sin embargo, dorm铆 profundamente, y toda mi visi贸n -pues no era ni un sue帽o ni una pesadilla- surgi贸 naturalmente de las circunstancias de mi postura, de la tendencia habitual de mis pensamientos, y de la dificultad, que ya he mencionado, de concentrar mis sentidos y sobre todo de recobrar la memoria durante largo rato despu茅s de despertarme. Los hombres que me sacudieron eran los tripulantes de la chalupa y algunos jornaleros contratados para descargarla. De la misma carga proced铆a el olor a tierra. La venda en torno a las mand铆bulas era un pa帽uelo de seda con el que me hab铆a atado la cabeza, a falta de gorro de dormir.

Las torturas que soport茅, sin embargo, fueron indudablemente iguales en aquel momento a las de la verdadera sepultura. Eran de un horror inconcebible, incre铆blemente espantosas; pero del mal procede el bien, pues su mismo exceso provoc贸 en mi esp铆ritu una reacci贸n inevitable. Mi alma adquiri贸 temple, vigor. Sal铆 fuera. Hice ejercicios duros. Respir茅 aire puro. Pens茅 en m谩s cosas que en la muerte. Abandon茅 mis textos m茅dicos. Quem茅 el libro de Buchan. No le铆 m谩s pensamientos nocturnos, ni grandilocuencias sobre cementerios, ni cuentos de miedo como 茅ste. En muy poco tiempo me convert铆 en un hombre nuevo y viv铆 una vida de hombre. Desde aquella noche memorable descart茅 para siempre mis aprensiones sepulcrales y con ellas se desvanecieron los achaques catal茅pticos, de los cuales quiz谩 fueran menos consecuencia que causa. Hay momentos en que, incluso para el sereno ojo de la raz贸n, el mundo de nuestra triste humanidad puede parecer el infierno, pero la imaginaci贸n del hombre no es Caratis para explorar con impunidad todas sus cavernas. ¡Ay!, la torva legi贸n de los terrores sepulcrales no se puede considerar como completamente imaginaria, pero los demonios, en cuya compa帽铆a Afrasiab hizo su viaje por el Oxus, tienen que dormir o nos devorar谩n…, hay que permitirles que duerman, o pereceremos.

FIN

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Mar de fondo

饾惖饾憻饾懄饾憥饾憶 饾憠饾憱饾憴饾憴饾憥饾憪饾憻饾憭饾懅 (Lima, 1990) Director del Blog de Mar de fondo. Estudi茅 Comunicaciones, Sociolog铆a y soy autor del libro "Las vidas que tom茅 prestadas". Amante de los cuentos, cartas, diarios y novelas. Convencido de que "饾憟饾憶 饾憫饾憱́饾憥 饾憴饾憭饾憱́饾憫饾憸 饾憶饾憸 饾憭饾憼 饾憿饾憶 饾憫饾憱́饾憥 饾憹饾憭饾憻饾憫饾憱饾憫饾憸."

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