¡Hola, lector! Este dรญa damos la bienvenida al ruso Vladimir Nabokov, el famoso creador de Lolita, quien nos deleita con esta impresionante historia con un final tan inexplicable como genial ¡Disfruta tu lectura!
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Imagen tomada de Pinterest: https://pin.it/1T0SnX6bk |
LA BELLEZA RUSA
Olga, de quien nos vamos a ocupar inmediatamente, naciรณ el aรฑo 1900, en el seno de una rica familia de aristรณcratas despreocupados. La pรกlida niรฑa menuda, con su blanco traje de marinero el pelo castaรฑo peinado con raya al lado y unos ojos tan alegres quรฉ todo el mundo los besaba, fue considerada una belleza ya desde su infancia. La pureza de su perfil, la expresiรณn de sus labios cerrados la seda de sus trenzas que se deslizaban a lo largo de su espalda todo en ella era encantador.
Su infancia transcurriรณ como una fiesta, segura y alegre, como era costumbre en nuestro paรญs desde tiempo inmemorial. Un rayo de sol hendiendo la cubierta de un volumen de la Bibliothรจque Rose en la mansiรณn familiar en el campo, la clรกsica escarcha de los jardines pรบblicos de San Petersburgo… Un surtido de recuerdos, como รฉstos, constituรญa su รบnica dote cuando abandonรณ Rusia en la primavera de 1919. Todo sucediรณ de acuerdo al mรกs puro estilo de la รฉpoca. Su madre muriรณ de tifus, su hermano fue ejecutado por el pelotรณn de fusilamiento. Estas frases son pura fรณrmula, una serie de clichรฉs, las horribles frases habituales de toda conversaciรณn banal, pero todo eso ocurriรณ y ocurriรณ asรญ y no hay otra forma de decirlo por lo que mรกs vale que lo escuchรฉis sin mueca alguna de desprecio.
Pues bien, para seguir con la historia, en 1919, nuestra joven ya se ha convertido en una dama, de cutis pรกlido y rostro mรกs bien grande cuyos rasgos no se ajustan a los cรกnones de una belleza regular, sin que por ello dejen de ser maravillosos. Alta, con pechos suaves, siempre lleva un jersey negro y una bufanda anudada a su blanco cuello y sostiene un cigarrillo inglรฉs entre los alargados dedos de una mano cuya suavidad interrumpe un pequeรฑo hueso prominente a la altura de la muรฑeca.
Y sin embargo hubo un tiempo en su vida, a finales de 1916 mรกs o menos, en que no habรญa ningรบn estudiante de secundaria en el lugar de veraneo prรณximo a la finca familiar que no planeara pegarse un tiro por su causa, ni un universitario que no hubiera… En una palabra, tenรญa una cierta magia que, de haber durado, habrรญa causado… habrรญa destrozado… Pero, por alguna razรณn, nada de esto se produjo. Las cosas no consiguieron llegar a buen tรฉrmino, o cuando lo hicieron no acabaron de materializarse en algo concreto. Le regalaron flores pero la pereza le impedรญa disponerlas en un jarrรณn; dio los consabidos paseos nocturnos con algรบn que otro joven, pero uno tras otro desembocaron en el callejรณn sin salida de un beso.
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Hablaba francรฉs muy bien, pronunciando les gens (los criados) para que rimara con agence y separando aoรปt (agosto) en dos sรญlabas (a-ou). Con toda inocencia traducรญa el tรฉrmino ruso grabezhi (robos) por les grabuges (peleas) y utilizaba locuciones francesas arcaicas que habรญan sobrevivido de alguna forma en las viejas familias rusas, pero arrastraba las erres de forma absolutamente convincente aunque nunca habรญa estado en Francia. En su habitaciรณn de Berlรญn tenรญa sobre su tocador una postal del retrato del zar por Serov, pinchada con un alfiler cuya cabeza era una turquesa falsa. Era religiosa, pero en ocasiones sufrรญa algรบn ataque de risa en plena iglesia. Escribรญa versos con esa aterradora facilidad tรญpica de las jรณvenes rusas de su generaciรณn: versos patriรณticos, versos humorรญsticos, cualquier tipo de versos.
Durante seis aรฑos mรกs o menos, esto es, hasta 1926, residiรณ en una pensiรณn de la Augsburgerstrasse (no muy lejos del reloj) junto a su padre, un anciano fornido, de hombros grandes, cejas de escarabajo y bigote amarillento, que llevaba unos pantalones estrechos y muy tiesos cubriendo sus piernas larguiruchas. Trabajaba en una empresa con posibilidades, era famoso por su honestidad y amabilidad y nunca declinaba una copa.
En Berlรญn, Olga fue haciรฉndose un numeroso grupo de amigos, todos ellos jรณvenes rusos. Se estableciรณ entre ellos un cierto tono desenvuelto. «Vayamos al cinemono», o «Esa boite alemana estaba de miedo». Entre ellos hablaban una jerga moderna hecha de los dichos populares mรกs diversos, de tรณpicos, clichรฉs, imitaciones de imitaciones. «Estas chuletas son penosas.» «Me pregunto ¿quiรฉn la estarรก besando ahora?» O, con una voz bronca, atragantada: «Messieurs les officiers…».
En casa de los Zotovs, en sus habitaciones excesivamente cรกlidas, ella bailaba lรกnguida el fox-trot al ritmo del gramรณfono, moviendo su esbelta pierna no sin gracia y sosteniendo el cigarrillo que acababa de fumar hasta que sus ojos localizaban el cenicero giraba al ritmo de la mรบsica, y entonces apagaba en รฉl la colilla sin perder ni un solo paso de baile al hacerlo. Con quรฉ encanto, con quรฉ intenciรณn conseguรญa llevarse el vaso de vino a los labios, bebiendo en secreto a la salud de un tercero sin dejar de mirar tras sus pestaรฑas al que acababa de hacerle una confidencia. Cรณmo le gustaba sentarse en la esquina del sofรก, a discutir con รฉste o con aquรฉl los asuntos del corazรณn de alguien, las oscilaciones del azar, la probabilidad de que alguno se declarase —y todo esto subrepticiamente, mediante indirectas— y quรฉ comprensiรณn habรญa en sus ojos cuando sonreรญa, una mirada pura de ojos abiertos, con unas pecas apenas perceptibles en la frรกgil y azulada piel de su contorno. Pero en cuanto a su persona, nadie se enamoraba de ella, y รฉsa es la razรณn por la que se acordaba de aquel patรกn que la manoseรณ en un baile benรฉfico y que despuรฉs se puso a llorar sobre su hombro desnudo. El pequeรฑo barรณn R. le retรณ a duelo pero se negรณ a batirse. La palabra «patรกn», por cierto, la utilizaba Olga constantemente y a la menor ocasiรณn. «Semejantes patanes», decรญa desde el fondo de su corazรณn, lรกnguida y con un punto de afecto. «Quรฉ patรกn…» «¿No encontrรกis que son todos unos patanes?»
Pero en el momento presente su vida se habรญa oscurecido. Algo habรญa terminado, la gente se levantaba ya para marcharse. ¡Quรฉ rรกpido! Su padre muriรณ, ella se mudรณ a otra calle. Dejรณ de ver a sus amigos, empezรณ a tejer gorros de lana a la รบltima moda y a dar clases baratas de francรฉs en algรบn club de seรฑoras. Y su vida se fue arrastrando de esta guisa hasta cumplir treinta aรฑos.
Todavรญa mantenรญa la misma belleza, con aquella encantadora inclinaciรณn de sus ojos separados y con aquella singularรญsima lรญnea de labios en la que parecรญa inscrita de antemano la geometrรญa de una sonrisa. Pero su cabello habรญa perdido todo brillo y estaba mal cortado. Su traje de chaqueta negro habรญa cumplido ya su cuarto aรฑo. Sus manos, cuyas uรฑas estaban mal arregladas aunque seguรญan reluciendo, se encordaban con venas y temblaban nerviosas, a causa de sus continuos cigarrillos. Y serรก mejor que no comentemos el estado de sus medias…
Y ahora, cuando el forro de seda de su bolso estaba hecho jirones (por lo menos le quedaba la esperanza de encontrar entre los pliegues una moneda perdida); ahora, cuando estaba tan cansada; ahora, cuando al ponerse su รบnico par de zapatos tenรญa que obligarse a no pensar en las suelas, de la misma forma en que, tragรกndose su orgullo, cuando entraba en el estanco tenรญa que prohibirse a sรญ misma pensar en cuรกnto debรญa en aquella tienda; ahora que ya no quedaba esperanza alguna de volver a Rusia y que el odio se habรญa convertido en algo tan habitual que habรญa dejado de constituir un pecado; ahora que el sol se estaba poniendo tras la chimenea, Olga se veรญa atormentada en ocasiones por el lujo de ciertos anuncios, escritos con la saliva de Tรกntalo, imaginรกndose rica, con aquel vestido esbozado gracias a tres o cuatro lรญneas insolentes, en la cubierta de aquel barco, bajo aquella palmera, junto a la balaustrada de aquella terraza. Y en ese momento echaba en falta alguna que otra cosa.
Y un buen dรญa, con tal รญmpetu que casi la tira al suelo, su amiga de los viejos tiempos, Vera, se abalanzรณ sobre ella como un torbellino que saliera de una cabina de telรฉfonos, con prisa como siempre, agobiada con innumerables paquetes, con un terrier de ojos peludos cuya correa se enmaraรฑรณ inmediatamente en dos vueltas en torno a su falda. Saltรณ sobre Olga y le implorรณ que fuera con ella a su villa de verano, diciendo que era el destino, que era maravilloso y quรฉ ha sido de tu vida y que vas a tener muchos pretendientes. «No, querida, ya se me ha pasado la edad para eso», contestรณ Olga, «y ademรกs…». Aรฑadiรณ algรบn detalle y Vera rompiรณ a reรญr, dejando que sus paquetes casi se cayeran al suelo. «No, en serio», dijo Olga con una sonrisa. Vera continuรณ insistiendo, tirando del terrier y sin dejar de moverse. Olga, que empezรณ a hablar inmediatamente con tonos nasales, tomรณ prestado algรบn dinero de su amiga.
A Vera le encantaba organizar las cosas, ya fuera una fiesta con nervio, tramitar un visado, o una boda. Y ahora emprendiรณ con avidez la tarea de organizar el destino de Olga. «La casamentera que llevas dentro se ha despertado», le decรญa en broma su marido, ya mayor y del Bรกltico (cabeza afeitada, monรณculo). Olga llegรณ en un dรญa radiante de agosto. Inmediatamente la vistieron con uno de los trajes de Vera y tuvo que avenirse a que cambiaran su peinado y maquillaje. Tratรณ de oponerse con cierta languidez pero cediรณ, y ¡cรณmo crujรญan, con quรฉ alegrรญa, los suelos de madera en aquella villa tan alegre! ¡Cรณmo relucรญan y brillaban los pequeรฑos espejos suspendidos en el huerto para asustar a los pรกjaros!
Un alemรกn rusificado llamado Forstmann, un viudo atlรฉtico y rico que habรญa escrito libros sobre caza, fue a pasar un fin de semana con ellos. Hacรญa tiempo que venรญa pidiรฉndole a Vera que le buscase una novia, «una autรฉntica belleza rusa». Tenรญa una nariz enorme y poderosa, en cuyo puente lucรญa una bonita vena rosa. Era educado, silencioso, a veces incluso sombrรญo, pero sabรญa cรณmo establecer, de forma inmediata y sin que nadie se percatara de ello, una amistad eterna con un perro o con un niรฑo. Cuando รฉl llegรณ, Olga se puso imposible. Apรกtica e irritable, hizo todas y cada una de las cosas que sabรญa eran inadecuadas. Cuando la conversaciรณn recaรญa sobre la vieja Rusia (Vera intentaba por todos los medios hacer que presumiera de su pasado), le parecรญa que todo cuanto decรญa sonaba a falso, que era mentira y que todo el mundo se daba cuenta de que era mentira, y consiguientemente se negรณ insistentemente a decir las cosas que Vera trataba de extraer de ella; se puede decir que se negรณ a cooperar en absoluto.
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En la terraza, jugaban a las cartas, golpeando los naipes con fuerza contra la mesa. Todos salรญan a dar paseos juntos por el bosque, pero Forstmann conversaba sobre todo con el marido de Vera, recordando alguna broma de su juventud, los dos no dejaban de reรญr hasta ponerse colorados, se quedaban atrรกs y acababan tumbados sobre el musgo. La vรญspera de la partida de Forstmann, estaban jugando a las cartas en la terraza, como solรญan hacer por las noches. De repente, Olga sintiรณ un espasmo imposible en la garganta. Con todo, consiguiรณ sonreรญr y marcharse sin demasiada precipitaciรณn. Vera llamรณ a su puerta pero no le abriรณ. En plena noche, despuรฉs de aplastar una multitud de moscas soรฑolientas y de fumar sin parar hasta el punto de no poder respirar, irritada, deprimida, odiando a todo el mundo y por supuesto a sรญ misma, Olga saliรณ al jardรญn. Allรญ, los grillos estridulaban, las ramas se balanceaban, una manzana cayรณ al suelo de repente e inopinadamente con un golpe seco mientras la luna hacรญa gimnasia sobre la pared encalada del gallinero.
Por la maรฑana temprano, volviรณ a salir de nuevo y se sentรณ en el escalรณn del porche que ya estaba caliente. Forstmann, que llevaba una bata azul oscuro, se sentรณ junto a ella y, aclarรกndose la garganta, le preguntรณ si consentirรญa en convertirse en su cรณnyuge —รฉsa fue la palabra exacta que utilizรณ, «cรณnyuge». Cuando llegaron a desayunar, Vera, su marido y su prima soltera, en completo silencio parecรญa que bailaran danzas inexistentes, cada uno en su propio rincรณn, y Olga dijo con voz cansina aunque cariรฑosa: «¡Quรฉ patanes!», y el verano siguiente muriรณ al dar a luz.
Eso es todo. Ni que decir tiene que puede que haya alguna secuela, pero yo la desconozco. En estos casos, en lugar de vacilar haciendo todo tipo de elucubraciones, prefiero repetir las palabras del rey jovial de mi cuento favorito: ¿cuรกl es la flecha que vuela para siempre? La flecha que alcanza su objetivo.
FIN
1973
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