Impecable artículo de Ribeyro sobre la genialidad de Guy de Maupassant y el cuento

¡Buenos días, lectores y lectoras! No encontré mejor manera de cerrar el viernes que con este genial artículo, redactado por nuestro querido Julio Ramón Ribeyro en 1993. Si te gusta los cuentos de Guy de Maupassant que publico en este Blog, este texto es perfecto para que pueda comprender la esencia del autor francés y qué mejor que desde la pluma de otro genio de cuento ¡Leamos con atención! 

Imágenes tomadas de Pinterest. Composición MF. 

Un poco de Maupassant


Guy de Maupassant fue un reconocido escritor francés del siglo XIX. Nació el 5 de agosto de 1850 en Tourville-sur-Arques, Normandía, Francia, y murió el 6 de julio de 1893 en París. En reconocido mundialmente  por sus cuentos y novelas de corte realista, que reflejan con excelencia la vida social y los aspectos psicológicos de su época.

Maupassant alcanzó la fama con el cuento "Bola de sebo" (1880), que hasta hoy es considerado como una obra maestra del género. A lo largo de su carrera, escribió decenas de cuentos, entre los cuales se destacan "El collar" y "La parure". Entre sus novelas más destacadas están "Bel Ami" y "Una vida".

Las obras de Maupassant reflejan su visión pesimista de la vida y su análisis crítico de la sociedad francesa de la época. Así mismo, nos muestra con maestría temas como la hipocresía social, la ambición, la soledad y la naturaleza humana. Su estilo directo y realista lo convirtió en uno de los principales exponentes del naturalismo literario. Sin duda, un maestro del relato francés...

Ahora sí, sin más preámbulo, disfruta el texto y el análisis de Julio Ramón Ribeyro: 

MAUPASSANT Y EL CUENTO


Cuando se habla del cuento en términos universales uno de los primeros nombres que nos viene a la mente es el de Guy de Maupassant. Es que Maupassant, cumplido un siglo de su muerte", sigue siendo el cuentista por antonomasia, la referencia obligada de la que se parte para discurrir sobre el género. Sin duda, hay autores que han escrito cuentos comparables a los suyos o que han enriquecido el cuento con nuevas técnicas y enfoques - Joyce, Kafka, Svevo, Hemingway, Borges, por citar solo algunos-, pero ninguno, salvo Chejov, escribió tantos como Maupassant, ni dedicó lo mejor de su esfuerzo y su talento a cultivar el relato breve, configurándolo como una forma de expresión autónoma, diferente de la leyenda, el episodio histórico, el conte filosófico o moralizador y dotándolo de una especificidad y de una estructura que sentaron las bases del cuento moderno. Tanto es así que sería raro encontrar un escritor de cuentos que no haya pasado por la «escuela» de Maupassant y no haya sufrido su influencia, por imitación o por oposición. La importancia de un maestro se mide no solo por la cantidad de discípulos que lo imitan, sino también por la calidad de quienes se apartan de él luego de haberlo frecuentado. Un ejemplo sería el de Henry James, cuyos cuentos, muchísimos más complejos sutiles, se sitúan en las antípodas de los de Maupassant, pero que fue un cuidadoso lector del escritor normando, al que dedicó un penetrante ensayo y de quien incluso tomó un tema para reescribirlo de acuerdo con su propia estética.

Por mi parte, debo confesar que soy un admirador de larga data de Maupassant, cuyos primeros cuentos leí cuando tenía 13 o 14 años. Ellos me impresionaron profundamente y puedo decir que mi predilección por el cuento se debe en gran parte a esas lecturas tempranas. Luego, con el transcurso de los años, he seguido frecuentando su obra, esporádica pero fielmente, encontrando cada vez más razones para sentir una especie de simpatía indulgente por el hombre y para apreciar mejor la originalidad del creador.

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A mi juicio, la originalidad de Maupassant proviene como lo mencioné al comienzo- de que fue el «inventor» - aunque esto parezca una perogrullada- del cuento «maupassantiano», germen del cuento moderno. Hasta la época de Maupassant en Francia se habían escrito más que nada nouvelles, pero no cuentos. El término nouvelle no tiene traducción al español, pero podría definirsele como un relato largo o una mininovela. De ellos son ejemplos las nouvelles de Mérimée, Balzac, Gautier, Flaubert o las admirables de Barbey d'Aurevilly y Gérard de Nerval. Puesto que no tenía otros modelos que este tipo de narración, Maupassant empezó también escribiendo nouvelles Bola de sebo, La casa Tellier, Mademoiselle Fift-, pero fue derivando hacia una forma de relato más breve y condensado, menos prolijo pero contundente (el cuento debe imponerse por K.O., decía Cortázar), su verdadera creación en suma: el cuento maupassantiano.

Este se caracteriza, aparte de su brevedad, por su inspiración por lo general realista, el predominio de la observación sobre la imaginación, de los hechos sobre las ideas, de los comportamientos sobre el análisis de los comportamientos, utilizando un estilo directo y sin artificios, capaz de transmitir con el máximo de intensidad y el mínimo de materia, situaciones concretas que por su carácter dramático, cómico o trivial constituyen como emblemas fulguraciones de la condición humana. En este perfil del cuento maupassantiano reside su modernidad y gran parte del cuento de nuestro siglo sea norteamericano, europeo o latinoamericano se ha movido, con mayor o menor flexibilidad, dentro de estos parámetros. Cabe añadir que el cuento maupassantiano fue fruto no solo de su ingenio, sino también de circunstancias materiales de su tiempo: el auge de periódicos y revistas durante la Tercera República, que disponían de espacios bien pagados al servicio de sus colaboradores, pero espacios limitados, lo que obligaba a los narradores a producir textos cortos y eficaces. Todos los cuentos de Maupassant, antes que en volumen, fueron publicados en los periódicos Le Figaro, Gil Blas y Le Gaulois.

Otra de las características del cuento maupassantiano es el haber delimitado con rigor su ámbito temporal y geográfico. Casi todos sus relatos transcurren en Francia, en toda Francia - París, ciudades o pueblitos de provincia, campiña rasa o caletas pesqueras- y en un periodo de tiempo que abarca unos treinta años de la historia francesa, es decir, el Segundo Imperio y los primeros años de la Tercera República. Ese fue el tiempo en que vivió Maupassant, el que observó, el que conoció y del que recogió la materia prima de su obra literaria, desdeñando lo pasado o lo lejano, que tanto atrajo a los románticos. Por ello en su obra, aparte de un valor artístico, hay un valor documental: es un testimonio irreemplazable para entrar en la intimidad de la sociedad francesa de su época. Sus cuentos cubren un espectro social amplísimo, que va desde la choza del campesino hasta el salón de la marquesa, del negocio del tendero al bufete del notario, la oficina del burócrata al burdel pueblerino, la yola del remero a la mansión del cazador y la garçonière del libertino a los campos de batalla de la Guerra Franco-prusiana. Maupassant continuó así, pero en pequeño formato, la obra novelística de Balzac, y sus relatos podrían calificarse como una «Comedia humana» en miniatura.

Que su obra estuviera inspirada en la realidad no basta sin embargo para encasillarla, como se ha pretendido, en la escuela realista, ni mucho menos naturalista. Dejo de lado la vertiente fantástica de algunos de sus relatos -«El horla», «Sobre el agua», «La mano»-, atribuida quizá abusivamente a su locura latente, pero que para mí son antes que nada cuentos terroríficos, un poco inspirados en su conocimiento de Hoffmann o de Poe traducido por Baudelaire.

Lo que quiero resaltar es la independencia de Maupassant frente a las teorías literarias en boga. El dogmatismo de Zola, con sus pretensiones cientifistas o sociológicas, lo irritaba, así como la naturaleza fotográfica de muchos escritores «bajofondistas» de su época. Para Maupassant, el escritor no debería copiar la realidad sino recomponerla de acuerdo con su propio temperamento, para dar de ella una imagen ilusoria, pero tanto más verdadera y tangible que la propia realidad (recuérdese al respecto la teoría vargasllosiana de la obra literaria como sustituto de la realidad). Por ello es que sus cuentos, a pesar de su abundancia y variedad, están impregnados de su compleja personalidad y, por la elección de temas y detalles, nos dejan una visión pesimista, agnóstica, misógina, desencantada, irrisoria y sombría del mundo en que vivió. Por eso, Alberto Savinio comparaba irónicamente los libros de cuentos de Maupassant con un tren: viajamos en ellos encerrados, un poco sofocados, con ganas de que el viaje llegue a su término y finalmente desembarcamos «cubiertos de hollín».

Maupassant no pretendió nunca ser un gran estilista, y su prosa puede parecer pobre, comparada con la de algunos de sus contemporáneos. Los hermanos Goncourt, en particular, la comparaban con la prosa de cualquier escribiente. Otros en cambio, como Zola, admiraron su concisión y claridad, que enlazaban con la mejor tradición Montaigne, entre otros de la prosa clásica francesa. En todo caso fue una prosa perfectamente adecuada a la naturaleza de sus textos, una prosa funcional, mucho más moderna que la preciosista de la que se ufanaban sus detractores. Técnicamente, en cambio, Maupassant fue en muchos aspectos un innovador. A lo largo de su obra cuentística pueden encontrarse, patentes o en larva, diversas formas de abordar una historia y contarla, desde la tradicional del narrador omnisciente hasta los relatos escritos en primera persona, el punto de vista de un personaje, el recuerdo de una historia escuchada, el recurso al diario íntimo o la correspondencia, el simple diálogo o la descripción escueta. Y sobre todo un recurso que se convirtió en un manierismo por la frecuencia con que lo utilizó, como es el ceder el uso de la palabra a uno de sus personajes, quien a su vez se la cede a otro, de modo que al final de la historia ha sido contada en posta por tres o más narradores, sin que llegue a discernirse de dónde viene la voz.

Esa técnica, pero llevada al absurdo, la apliqué en mi cuento «El carrusel».

Lo que también es sorprendente en la cuentística maupassantiana es el periodo relativamente corto en que fue creada. Sus trescientos cuentos inventariados fueron escritos entre 1880, en que publicó

Bola de sebo, y 1890, año en que los trastornos mentales que sufría a raíz de la sífilis que contrajo en su juventud, se agravaron y lo condenaron a la esterilidad, al silencio y a la muerte. En ese decenio escribió un promedio de treinta cuentos anuales, lo que es una prueba de una potencia creativa excepcional, si consideramos que entre tanto escribió seis novelas, tres libros de crónicas de viaje, más doscientos ensayos y artículos periodísticos, aparte de una abundante correspondencia. Y si consideramos además sus innumerables actividades y aficiones paralelas: la halterofilia, el remo, la navegación a vela, sus repetidos y compulsivos viajes por Francia en busca del lugar ideal para curarse de sus males o huir de sus obsesiones y el tiempo dedicado a su mundanismo tardío o a su desenfrenado erotismo. No sería exagerado decir, en consecuencia, que la obra de Maupassant fue una obra, si no juvenil, por lo menos previa a la plena madurez, pues fue escrita entre los 30 y los 40 años, edad en la que su maestro y padre putativo, Gustave Flaubert, había apenas publicado Madame Bovary. Cabe así preguntarse cómo habría evolucionado su obra de haber podido escribir un decenio más. Es posible que hubiera ido abandonando el cuento, pues su verdadera ambición era llegar a ser un gran novelista.

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El ibro que dejó inconcluso fue precisamente una novela, El angelus, en la que se alejaba más del realismo tradicional. Pero, en fin, estas son simples especulaciones. Bástenos con estarle agradecidos por la obra que nos dejó este «toro triste», como lo llamaba Taine, en su corta y atormentada vida.

La elección de los cuentos que siguen es muy personal y subjetiva.

He dejado de lado algunos de sus relatos principales, como Bola de sebo o El señor Roque, no solo por ser ya muy conocidos, sino por tratarse más de nouvelles que de cuentos.

He escogido, entre tantos otros, cuatro cuentos que se adaptaban mejor a mi visión de Maupassant como a mi propia concepción del cuento. Diré que he escogido cuentos ribeyrianos tenidos de maupassantismo. Es una forma de rendir homenaje a un escritor del que tanto he aprendido. En cuanto a la traducción en sí se notará que es bastante libre. No creo en la traducción literal ni fidedigna. Para mí, un texto literario por traducir es una partitura que uno ejecuta a su manera.

Barranco, 6 de julio de 1993

Fuente: La caza sutil.


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Mar de fondo

𝑆𝑜𝑦 𝐵𝑟𝑦𝑎𝑛 𝑉𝑖𝑙𝑙𝑎𝑐𝑟𝑒𝑧 (Lima, 1990) creador del Blog de Mar de fondo. Estudié Comunicaciones, Sociología y estoy escribiendo un libro. Soy un amante de los cuentos, cartas, diarios y novelas. Convencido de que "𝑈𝑛 𝑑𝑖́𝑎 𝑙𝑒𝑖́𝑑𝑜 𝑛𝑜 𝑒𝑠 𝑢𝑛 𝑑𝑖́𝑎 𝑝𝑒𝑟𝑑𝑖𝑑𝑜"

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