¡Buenas noches, lectores y lectoras de Mar de fondo! En este dรญa le damos la bienvenida al Blog a un maestro de la literatura norteamericana. Charles Bukowski ha marcado de lejos un estilo particular e irrepetible. Por eso, hoy comparto contigo un cuento fascinante e inquietante que te atraparรก desde el primer pรกrrafo ¡Disfruta tu lectura!
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Imagen: Tomada de Pinterest https://pin.it/2lXZStP |
GRITA CUANDO TE QUEMES
Henry se sirviรณ un trago y mirรณ por el ventanal la desolada y ardiente calle de Hollywood. Dios santo, habรญa llevado una vida de perros, y aรบn estaba como al principio. La muerte estaba al lado, la muerte siempre estuvo allรญ. Habรญa cometido un tonto error y habรญa comprado un periรณdico underground en el que aรบn andaban divinizando a Lenny Bruce. Habรญa una foto suya, muerto, justo despuรฉs de estirar la pata. Sรญ, por supuesto, a veces Lenny habรญa sido ingenioso como con su «¡No puedo llegar!»…, aquella habรญa sido su obra maestra. Pero, en realidad, Lenny no habรญa sido nada del otro mundo. En fin, todos acabamos muertos. Es pura matemรกtica. Nada nuevo. Todo consiste en esperar, ese es el problema.
Sonรณ el telรฉfono. Era su chica.
—Oye, hijo de puta, estoy harta de tus borracheras. Ya tuve bastante con mi padre…
—Oh, vamos, no es para tanto.
—Lo es, y no voy a aguantarlo mรกs.
—Deliras, palabra.
—No, estoy harta, me oyes, estoy harta. Te vi en la fiesta, pidiendo mรกs whisky, por eso me
fui. Ya estoy harta, no voy a aguantar mรกs…
Su chica colgรณ. Se levantรณ y se sirviรณ un whisky con agua. Se lo llevรณ al dormitorio; se quitรณ la camisa, los pantalones, los zapatos, los calcetines. Se tumbรณ en la cama en calzoncillos, con el whisky. Eran las doce menos cuarto. Sin ambiciรณn, sin talento, sin oportunidades. Lo รบnico que lo mantenรญa fuera del basurero era la pura suerte, y la suerte nunca dura. En fin, era una lรกstima lo de Lu, pero Lu querรญa un triunfador. Vaciรณ el vaso y se incorporรณ.
Cogiรณ Resistencia, rebeliรณn y muerte de Camus… Leyรณ unas pรกginas. Camus hablaba de la angustia y el terror y de la miserable condiciรณn del hombre, pero hablaba de ello de un modo tan florido y agradable… su lenguaje… uno tenรญa la sensaciรณn de que las cosas no le afectaban ni a รฉl ni a su forma de escribir. En otras palabras, las cosas igual podrรญan ir sobre ruedas. Camus escribรญa como un hombre que acabara de darse una buena cena con bistec, papas fritas y ensalada, todo regado con una botella de buen vino francรฉs. Tal vez la humanidad sufriera; รฉl no. Tal vez fuera un sabio, pero Henry preferรญa a alguien que chillara cuando se quemaba. Dejรณ caer el libro al suelo e intentรณ dormir. Lo de dormir siempre era un problema. Se daba por satisfecho si conseguรญa dormir tres horas cada veinticuatro. En fin, pensรณ, las paredes todavรญa siguen ahรญ; si un hombre tiene cuatro paredes, tiene una oportunidad. Fuera, en la calle, no habรญa nada que hacer.
Sonรณ el timbre.
—¡Hank! —gritรณ alguien—. ¡Eh, Hank!
Mierda, pensรณ. ¿Quiรฉn serรก?
—¿Sรญ? —preguntรณ, allรญ tumbado en calzoncillos.
—¡Eh! ¿Quรฉ haces?
—Espera un momento…
Se levantรณ, cogiรณ la camisa y los pantalones y saliรณ al recibidor.
—¿Quรฉ haces?
—Vistiรฉndome…
—¿Vistiรฉndote?
—Sรญ.
Eran las doce menos diez. Abriรณ la puerta. Era el profesor de Pasadena; daba clases de literatura
inglesa. Lo acompaรฑaba un bombรณn. El profe le presentรณ al bombรณn. Era una editora, de una de las grandes editoriales de Nueva York.
—Quรฉ preciosidad —dijo, y se acercรณ y le dio un apretรณn en el muslo derecho—. Te quiero.
—Eres rรกpido —dijo ella.
—Bueno, ya sabes que los escritores siempre han tenido que besarles los culos a los editores.
—Creรญa que era al revรฉs.
—Nada de eso. Es el escritor el que se muere de hambre.
—Quiere ver tu novela.
—Solo tengo un ejemplar en ediciรณn de tapa dura. No puedo dรกrselo.
—Dรกselo. Podrรญan comprรกrtela —dijo el profe.
Hablaban de su novela, Pesadilla. รl supuso que lo que la chica querรญa era un ejemplar gratis de la novela.
—รbamos a Del Mar, pero Pat querรญa verte en persona.
—¡Quรฉ amable!
—Hank leyรณ sus poemas a mis alumnos. Le dimos cincuenta dรณlares. Estaba cagado de miedo y
lloraba. Tuve que arrastrarlo para colocarlo frente a los chicos.
—Fue indignante. Solo cincuenta dรณlares. A Auden le daban dos mil. No creo que haya tanta diferencia entre รฉl y yo. En realidad…
—Sรญ, sabemos lo que piensas.
Henry recogiรณ del suelo los folletos de las apuestas hรญpicas atrasados, a los pies de la editora.
—Me deben mil cien dรณlares. Y no hay manera de cobrar. Las revistas porno se han puesto imposibles. He llegado a conocer ya a la chica de la oficina. Una tal Clara. «Hola, Clara —le digo por telรฉfono—. ¿Quรฉ tal el desayuno?» «¿Quรฉ hay, Hank, ya has desayunado?» «Claro —le digo—. Dos huevos hervidos.» «Ya sรฉ por quรฉ me telefoneas», me dice. «Por supuesto —le digo—. Por lo de siempre.» «Bueno, lo tenemos aquรญ, nuestra factura 984765 por 85 dรณlares.» «Y hay otra, Clara. La factura 973895, por cinco relatos, 570 dรณlares.» «Oh sรญ, bueno, procurarรฉ que el seรฑor Masters firme los cheques.» «Gracias, Clara», le digo. «Oh, no hay de quรฉ —dice ella—, ustedes se merecen su dinero.» «Sรญ, claro», digo. Y entonces ella dice: «Y si no recibes el dinero, llรกmame otra vez, ¿eh? Ja, ja, ja.» «Sรญ, Clara —le digo—, volverรฉ a llamarte.»
El profesor y la editora se reรญan.
—No hay manera, maldita sea, ¿alguien quiere un trago?
No contestaron, asรญ que Henry se sirviรณ uno.
—He intentado incluso hacerme rico apostando en las carreras. Empecรฉ bien, pero luego tuve una racha de mala suerte. Tuve que dejarlo. Solo puedo permitirme ganar.
El profesor empezรณ a explicar su sistema para ganar en Las Vegas. Henry se acercรณ a la editora.
—¿Por quรฉ no nos vamos a la cama? —dijo.
—Muy ingenioso —dijo ella.
—Sรญ —dijo รฉl—. Como Lenny Bruce. Pero รฉl estรก muerto y yo casi.
—Sigues siendo ingenioso.
—Sรญ, soy el hรฉroe. El mito. El incorruptible, el รบnico que no se ha vendido. Mis cartas se subastan en el Este por 250 dรณlares. Y no puedo comprarme ni una bolsa de pedos.
—Los escritores siempre andan gritando «que viene el lobo».
—Puede que por fin haya llegado el lobo. No se puede vivir del alma. Con el alma no se puede pagar el alquiler. Intรฉntalo y verรกs.
—Quizรก debiera irme a la cama contigo —dijo ella.
—Vรกmonos, Pat —dijo el profe, levantรกndose—. Tenemos que ir a Del Mar.
Se encaminaron hacia la puerta.
—Me alegro mucho de haberte conocido.
—Claro —dijo Henry.
—Triunfarรกs.
—Claro —dijo รฉl—. Adiรณs.
Volviรณ al dormitorio. Se desnudรณ y volviรณ a tumbarse en la cama. Quizรก lograse dormir. El sueรฑo era como la muerte. Por fin se durmiรณ. Estaba en el hipรณdromo. El tipo de la ventanilla le daba dinero y รฉl se lo guardaba en la cartera. Era muchรญsimo dinero:
—Deberรญa comprarse usted una cartera nueva —le dijo el tipo—. Esa estรก rota.
—No —dijo รฉl—. No quiero que la gente sepa que soy rico.
Sonรณ el timbre.
—¡Eh, Hank! ¡Hank!
—Bueno, bueno… un momento…
Se vistiรณ otra vez y abriรณ la puerta. Era Harry Stobbs. Stobbs era otro escritor. Conocรญa a demasiados escritores.
Stobbs entrรณ.
—¿Tienes dinero, Stobbs?
—Demonios, no.
—Estรก bien, yo pagarรฉ la cerveza. Creรญ que eras rico.
—No, estaba viviendo con la chica aquella en Malibรบ. Me vestรญa bien, me alimentaba. Me puso de patas en la calle. Ahora vivo en una ducha.
—¿Una ducha?
—Sรญ, es magnรญfica. Tiene puertas correderas de cristal autรฉntico.
—Estรก bien. Vamos. ¿Tienes auto?
—No.
—Iremos en el mรญo.
Entraron en el Comet del 62 y enfilaron hacia Hollywood y Normandy.
—Vendรญ un artรญculo a Time. Chico, creรญ que pagaban muy bien. Hoy recibรญ el cheque. Aรบn no lo he cobrado. ¿Sabes cuรกnto? —preguntรณ Stobbs.
—¿Ochocientos?
—No, ciento sesenta y cinco.
—¿Quรฉ? ¿La revista Time? ¿Ciento sesenta y cinco dรณlares?
—Eso es.
Estacionaron el carro y entraron en una pequeรฑa tienda de licores a comprar cerveza.
—Mi chica me ha mandado a la mierda —explicรณ Henry a Stobbs—. Dice que bebo demasiado. Una puรฑetera mentira.
Sacรณ dos paquetes de seis latas del refrigerador.
—Estoy en las รบltimas. La fiesta de anoche fue fatal. No habรญa mรกs que escritores muertos de hambre y profesores a punto de perder el empleo. Charla de mercaderes. Insoportable.
—Los escritores son como las putas —dijo Stobbs—. Los escritores son las putas del universo.
—A las putas del universo les va mucho mejor, amigo mรญo.
Se acercaron a la caja.
—Alas de canto —dijo el tendero.
—Alas de canto —contestรณ Henry.
El tendero habรญa leรญdo hacรญa un aรฑo en Los รngeles Times un artรญculo sobre la poesรญa de Henry y no se le olvidaba. Era su muletilla Alas de canto. A Henry al principio le fastidiaba. Pero ahora le parecรญa divertido. Alas de canto, ¡santo cielo!
Volvieron al coche y enfilaron de vuelta a casa. Habรญa pasado el cartero. Habรญa algo en el buzรณn.
—A lo mejor es un cheque —dijo Henry.
Entraron. Abriรณ dos cervezas. Luego abriรณ la carta. Decรญa asรญ:
«Querido seรฑor Chinaski: Acabo de terminar de leer su novela Pesadilla y su libro de poemas Fotos desde el infierno y creo que es usted un gran escritor. Soy una mujer casada, de cincuenta y dos aรฑos, y mis hijos son ya mayores. Me gustarรญa muchรญsimo tener noticias suyas.
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Respetuosamente,
Doris Anderson.»
La carta venรญa de un pueblecito de Maine.
—No sabรญa que aรบn viviera gente en Maine —le dijo a Stobbs.
—No creo que viva nadie allรญ —dijo Stobbs.
—Pues sรญ. Esta sรญ.
Henry echรณ la carta a la papelera. La cerveza estaba buena. Las enfermeras llegaban a casa, al alto edificio de apartamentos de enfrente. Vivรญan allรญ muchas enfermeras. Casi todas llevaban uniformes transparentes y el sol de la tarde hacรญa lo demรกs. Henry y Stobbs se quedaron allรญ viรฉndolas salir de sus coches y cruzar la entrada acristalada, camino de sus duchas, sus teles y sus puertas cerradas.
—Fรญjate en aquella —dijo Stobbs.
—Ufff.
—Mira la otra.
—¡Ay, Dios!
Se comportaban como muchachos de quince aรฑos, pensรณ Henry. No merecemos vivir. Apuesto a que Camus nunca atisbรณ por las ventanas.
—¿Cรณmo te las vas a arreglar, Stobbs?
—Bueno, mientras tenga esa ducha, no hay problema.
—¿Por quรฉ no consigues un trabajo?
—¿Un trabajo? No digas disparates.
—Supongo que tienes razรณn.
—¡Mira aquella! ¡Mira aquella otra, quรฉ culo!
—Sรญ, quรฉ barbaridad.
Se sentaron. Siguieron dรกndole a la cerveza.
—Mason —le dijo a Stobbs, refiriรฉndose a un joven poeta inรฉdito— se ha ido a vivir a Mรฉxico. Caza, tiene un arco y flechas, pesca. Tiene mujer y una sirvienta. Tiene cuatro libros en perspectiva. Escribiรณ incluso una novela del Oeste. El problema es que, cuando estรกs fuera del paรญs, cobrar es casi imposible. La รบnica manera de cobrar es amenazarlos de muerte. A mรญ se me dan muy bien esas cartas. Pero si estรกs a mil kilรณmetros de distancia, saben que te aplacarรกs antes de llegar a su puerta. Pero me gusta eso de cazar para comer. Es mejor que acudir a la asociaciรณn de la prensa. Te imaginas que los animales son editores y redactores. Es estupendo.
Stobbs se quedรณ hasta las cinco. Se lamentaron de la situaciรณn de los escritores, de las angustias de escribir, de lo asquerosos que eran los tipos con รฉxito. Tipos como Mailer, como Capote. Luego Stobbs se fue y Henry se quitรณ la camisa, los pantalones, los zapatos y los calcetines y volviรณ a tumbarse en la cama.
Sonรณ el telรฉfono. Estaba en el suelo, junto a la cama. Estirรณ el brazo y descolgรณ. Era Lu.
—¿Quรฉ haces? ¿Estรกs escribiendo?
—Yo apenas escribo.
—¿Estรกs bebiendo?
—Estoy en las รบltimas.
—Creo que necesitas una enfermera.
—Ven conmigo esta noche al hipรณdromo.
—Bueno. ¿A quรฉ hora pasarรกs?
—¿Vale a las seis y media?
—De acuerdo.
—Entonces adiรณs.
Se estirรณ en la cama. Bueno, estaba bien lo de volver con Lu. Le iba bien ella. Tenรญa razรณn, bebรญa
demasiado. Si Lu bebiese como รฉl, no la querrรญa. Sรฉ justo, hombre, sรฉ justo. Mira lo que le pasรณ a Hemingway, siempre sentado con un vaso en la mano. Mira a Faulkner, mรญralos a todos. En fin, una mierda.
Sonรณ el telรฉfono otra vez. Lo descolgรณ.
—¿Chinaski?
—¿Sรญ?
Era la poetisa Janessa Teel. Tenรญa un cuerpo bonito, pero nunca se habรญa acostado con ella.
—Me gustarรญa que vinieras a cenar maรฑana.
—Estoy con Lu, sabes —dijo. Dios mรญo, pensรณ, soy leal. Dios mรญo, pensรณ, soy un buen chico. Dios mรญo.
—Que venga contigo.
—¿Crees que serรญa adecuado?
—Por mรญ no hay problema.
—Oye, te llamo maรฑana. Ya te dirรฉ.
Colgรณ y volviรณ a echarse. Durante treinta aรฑos, pensรณ, quise ser escritor y ahora soy escritor. Bueno, ¿y quรฉ? Sonรณ otra vez el telรฉfono. Era Doug Eshlesham, el poeta.
—Hank, chico…
—¿Sรญ, Doug?
—Estoy jodido, chico, necesito cinco dรณlares, sabes. Tienes que prestรกrmelos.
—Doug, los caballos me han hundido. Estoy sin un centavo, en serio.
—Vaya —dijo Doug.
—Lo siento, chico.
—Bueno, estรก bien.
Doug colgรณ. Doug ya le debรญa quince. Pero รฉl tenรญa esos cinco dรณlares. Deberรญa habรฉrselos dado. Doug probablemente estuviera alimentรกndose con comida de perro. No soy un buen chico, pensรณ. Dios santo, no lo soy, no.
Se tumbรณ en la cama, henchido de no gloria.
FIN
“Scream When You Burn”,
Hot Water Music, 1983
Hot Water Music, 1983
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