¡Buenas noches, lectores y lectoras! Cautivado por este breve y conmovedor relato, regreso a los textos de Valdelomar solo para darme cuenta del gran autor que perdimos, del gran poeta y cuentista, siempre ni帽o, siempre sensible. El cuento que leer谩s a continuaci贸n a parte de atraparte, sobrecoge el coraz贸n ¡Disfruta tu lectura!
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Imagen tomada de P铆nterest: https://pin.it/iQFTBbY |
LA PARACA
La muerte, que tiene llave de todas las casas, y sede en todos los pueblos, no gustaba, al parecer, de San Andr茅s, la aldea que est谩 al sur de Pisco. Cuando por all铆 pasaba, era entre una y otra cosecha, y no se hospedaba m谩s de una noche, que despu茅s nadie o铆a hablar de ella. As铆, en la aldea de pescadores, mor铆an los viejos longevos, mansamente, como suelen quedarse, a veces dormidos bajo las higueras. Miedo ten铆a la taimada de entrar en el pueblo, pues no hac铆a su industria porque a la puerta de cada choza duerme siempre una tortuga, y es sabido que la muerte para vencer a una tortuga ha de menester m谩s de un siglo.
Pero no pudiendo vivir en la aldea, estableci贸se en las pe帽as del "Boquer贸n", que es una punta de tierra terminada en rocas dentro de la mar. All铆, donde las aguas se arremolinan con violencia, hay una corriente impetuosa; y all铆, en la roca del centro, est谩 siempre sentada, con su guada帽a filuda y estivando los botes que pasan, con malicia e impaciencia de pescador. Y as铆 acaece que cuando "la paraca" lleva por su dominio alguna fr谩gil navecilla, la Intrusa, que est谩 alerta, ¡zas! le tira la guada帽a, sumerge la embarcaci贸n y pesca de golpe, cinco o seis vidas. Por eso sus haza帽as est谩n unidas al recuerdo de "la paraca", aquel viento tr谩gico del sur, durante el cual no salen al mar los pescadores. Sacan sus botes sobre la arena de la orilla, y alineados esperan que pase el viento; y si hay algunos en el mar, los parientes y amigos aguardan inquietos el retomo, las viejas rezan, y los muchachos abren tremendos ojos buscando en el horizonte el volar de las velas triangulares y blancas como alas. Los botes llegan poco a poco, como soldados en derrota, sin pescado, rotos los arreos por la furia marina; rod茅andolos quienes esperan, e inquieren por los que faltan, en voz baja de presentimientos. Cae la tarde, y siempre, avanzada la noche, se ven en la orilla lucecitas u hogueras, mientras el viento pasa zumbando, canta el mar, y los ojos de las madres y las hermanas escrutan en las tinieblas. Aparece un indeciso punto rojo. Suspenden todas sus pl谩ticas graves, y una moza dice:
–¡Hay una luz!... La pupila lejana se pierde, reaparece, se hace clara.
–Parece el Encarnaci贸n...
–Debe ser el Rosario... –O el Alegr铆a… Oyese luego el chasquear de los remos que azotan las olas y entonces la voz de las madres:
– ¡Joaqu铆n!... ¡Joaqu铆n!...
–¡Nicasio!...
–¡Telmo!... ¡Telmo!... ¿Cu谩l es?... Y del bote lejano la voz ruda responde:
–¡La Rosario!
Las otras viejas suspiran, siguen mirando el mar. Algunas veces la nave no vuelve nunca.
Y as铆 va rodando la vida...
Los padres iban los domingos al pueblo a embarcar el pescado para Ica, en grandes cestos de "ca帽a brava", y cuando el tren se marchaba, pasaban por mi casa dejando a mi madre un cestito de huevos de alcatraz. A Roque le conoc铆 en la Escuela y a Nicol谩s y Delio en San Andr茅s, cuando 铆bamos de paseo. All铆, junto a una palmera elev谩base la casucha de ca帽as. Hab铆a en la entrada, clavado sobre la arena, un hueso de ballena, atado a 茅l un jumento lanoso y viejo, al lado una tortuga, pesada como matrona reflexiva y en todas partes un perro pelado y celebra fiestas, y dos gaviotas gritonas. Frente a la puerta la Margarita pintada a franjas horizontales, blancas y verdes; remendadas velas, liviana red, peces sec谩ndose con el lomo abierto y lleno de sal. Todo esto era el patrimonio de esas sencillas gentes.
Nicol谩s, Roque y Delio llam谩banse los muchachos. El mayor, Nicol谩s iba para 26 a帽os, Roque, era menor en tres y Delio llevaba los mismos de distancia con 茅ste. Cuanto era el mayor de fuerte y grave, ten铆a Roque de bland贸n y alegre y el chiquillo de callado y taciturno. Al primero gust谩bale el mar sobremanera, s贸lo en el bote cantaba y conversaba; Roque plac铆a de todo, con todos cruzaba palabras y a todos hac铆a bromas; Delio era contemplativo y prefer铆a ver el mar desde la orilla; atento estaba siempre, por el tiempo de cuaresma, de ir a encontrar al padre que hac铆a las misiones, interrog谩bale, y escuchaba, encantado, las largas pl谩ticas y las par谩bolas sencillas del padrecito paliducho. Escog铆a para 茅l la mejor pesca. Delio era triste, como indio que era.
Una tarde, a m谩s de los viejos y el perro, vino hasta la orilla, para verlos partir, que todos tres hermanos hac铆an la pesca en el Margarita, Rosa y aquel d铆a, al dejar la orilla, en el bote breve, Delio comenz贸 a cantar.
Ca铆a una tarde de agosto, pesadamente. Prepar谩banse en la orilla varias embarcaciones para salir a la pesca. Unos tra铆an desde sus casas los aparejos, al hombro, mientras las madres, las hermanas o las hijas les acondicionaban algunos limones, naranjas agrias, lechugas y pan, que frugales como son los pescadores mar adentro, apenas toman un pedazo de pan de trigo, un sorbo de aguardiente y bien va todo eso. Pero en el Margarita se hac铆an preparativos mucho m谩s grandes. Pon铆a la viejita madre en el bote, junto a tres botellas de aguardiente, un atado de pan, y en un cesto de fibras de palmera, lechugas, limones, aj铆es rojos y cebollas frescas. Ayud谩bale en esta labor el padre, y ellos pon铆an los remos al bote, mientras el viejo d谩bales consejos, el peque帽o hablaba con la chiquilla y el mar mojaba sus desnudos pies. Los dos muchachos, Rosa y Delio, sin cuidarse del agua, platicaban a media voz: –¿Cu谩ndo regresas? –Lo menos tres d铆as en el mar... –¿Van a pescar tortuga?... – Corvina, que ahora la mancha se ha alejado y hay que buscarla... –No te alejes mucho; sabes que es tiempo de paracas... Y a lo lejos: –Delio, trae la soga, y el ponchito, y andando, que obscurece… A poco rato la nave se deslizaba sobre el mar, y se perd铆a en la noche, mientras los adioses de los queridos mor铆an a lo lejos y entonaba el mar su canci贸n. Pas贸 todo el martes tranquilo. Por la tarde volvieron algunos botes de los que la v铆spera salieran y al medio d铆a del mi茅rcoles, que hab铆a amanecido con un airecillo precursor, se desat贸 la paraca terrible; silbaba el viento sobre la arena, irisaba el mar, levantaba columnas de polvo, altas y amenazadoras y deshilach谩banse las palmeras.
Entonces la ciudad tom贸 aquel aspecto tr谩gico de miedo y de pavor. Todo era en silencio. Col谩base el viento por entre las ca帽as de las casuchas, y en medio del turbi贸n que arreciaba, algunas gentes investigaron el horizonte. Lleg贸 un viejo a la puerta de la casucha de Delio: –Buena paraca, don D谩maso... –Buena, y los muchachos en el mar... –Para la Margarita no hay paraca. Hemos pasado un d铆a por el boquer贸n con tanto viento como 茅ste y el bote cruz贸 el remolino, llanito... El viento sigui贸 soplando toda la tarde, los pescadores fu茅ronse a la orilla a esperar a las embarcaciones que deb铆an volver. Un poco tarde, cuando ya el sol se hab铆a puesto apareci贸 un bote, vi茅ronlo llegar todos y al arribo lo rodearon. –¿D贸nde los agarr贸 el viento? –Cerca, casi voltea la vela, nunca ha habido una paraca m谩s fuerte. –¿Y pesca? –Nada, tiramos la red y con el viento se enred贸... –¿No han visto a la Margarita? –preguntaron los viejos. –No la hemos visto, ellos se han ido muy adentro... –¿Y la Concepci贸n?... –Tampoco. –¿Y la Buenaventura?... –S贸lo vimos a la Rosal铆a, que no tarda en llegar, estaba doblando el Boquer贸n. En efecto a poco apareci贸 la vela de la 煤ltima barca recortando el horizonte. Cay贸 la noche y durante ella fueron llegando los 煤ltimos botecillos. S贸lo la Margarita no regres贸 aquel d铆a. Al siguiente ya no hubo paraca, muy de ma帽ana esperaban en la orilla los deudos de los tres hermanos y la chica Rosa; y creyendo ver surgir de un momento a otro la blanca vela marina y familiar, esperaron, esperaron en vano. Tarde y preocupados fuer贸nse a la casa los viejos, pero Rosa se qued贸. ¡Cu谩nto rogaba a la Virgen estar ella sola en la orilla cuando volviese el bote! En casa de los ausentes el silencio anid贸se. La barca no volvi贸, el pescado no estaba tan lejos que ellos hubiesen tenido que salir tan afuera. Adem谩s, no llevaban provisiones sino para un d铆a, de manera que al rayar el alba deb铆an haber llegado, como otras veces con la nave llena. En San Andr茅s los pescadores viejos principiaron a comentar con sequedad la demora, y torn谩ronse adustos los ce帽os que antes eran tranquilos. A las cuatro de la tarde volvi贸 la Rosal铆a, que en la ma帽ana saliera y no dio raz贸n alguna de los tres hermanos, no los hab铆a visto y cre铆a que ya hubieran llegado. Entonces la inquietud dej贸se sentir en todo el pueblo y acordaron sacar todas las embarcaciones al mar para ir en busca de los ausentes hermanos. Prepar谩ronse 谩gilmente los barcos leves, y en un instante todos estuvieron listos para salir. Fue aqu茅l como un ej茅rcito de vengadores que se lanzaba al mar en busca de sus heridos. A las seis de la tarde ya todos estaban enfilados en la orilla para zarpar. El oro del sol ca铆a oblicuamente sobre los lomos de aquellos botes brillantes. Eran quince, y todos se alargaban en la arena de la playa, mientras sus navegaciones deliberaban en medio del presagioso silencio de las mujeres, la manera de emprender el viaje. Unos ir铆an por el norte, otros por el sur y los otros cerca de la costa, la recorrer铆an para ver si por alguno de sus lados se encontraba a los que se cre铆a perdidos. ¡Ah! El momento de la partida de aquellos bravos y sencillos hombres, entre los cuales los m谩s entusiasmados eran los j贸venes y los m谩s tristes los viejos: salieron en medio de las l谩grimas de sus compa帽eros de labor y las mujeres se desped铆an de ellos como para un viaje muy largo. Arriaron los cabos, empujaron al mismo tiempo con los remos hacia dentro las naves y 茅stas se deslizaron suavemente entre las menudas olas. Unos cuantos golpes de remo, musculosos; dos o tres olas que se quebraron en las proas y los tripulantes empezaron a armar las velas que se hench铆an bajo el oro del sol, como alas de esperanza o pa帽uelos de despedida. Y as铆 se perdieron en la luz mortecina, de la tarde. El mar torn贸se bajo el crep煤sculo, como de sangre, y las gentes que esperaban volvieron a sus hogares. Aquel d铆a, vigilaba la muerte sobre el mar. IV Pas贸 todo el d铆a siguiente y una sola de las salvadoras barcas no tomaba. Las que de Pisco salieron en su busca hab铆an vuelto sin noticia alguna. En San Andr茅s todo era dolor. Junt谩banse las viejitas comentaban a la orilla del mar, la desgracia. Record谩banse de casos lejanos y semejantes y, en las casuchas pon铆anse velas a los santos por el regreso de los infelices, en cuyas casas, la tragedia hab铆a hecho enmudecer de dolor a los suyos. Su pobrecito coraz贸n, bien present铆a lo que pod铆a ser, m谩s su fe no les dejaba llorar. No pod铆an admitir la posibilidad de la desgracia, que era como aceptarla, y ellos se daban razones unos a otros para calmar mutuamente su convencimiento. Al morir ese d铆a todos los pobladores de San Andr茅s estaban a la orilla all铆 los cogi贸 la noche y nadie quer铆a moverse, esperando de un momento a otro ver surgir en el mar el chasquido de los remos, alguna luz o las voces de los perdidos o de sus salvadores. Pas贸 la media noche y un grupo permanec铆a a煤n esperando. Cada chasquear de las olas, cada silbar del viento les parec铆a un sonar de quilla o un crujir de vela. Al calor de una fogata, sentados viejos y viejas, muchachos de espantados ojos y mozas que lloraban, pasaron algunas horas m谩s. Por fin, en las tinieblas oy贸se una voz. Paral铆zanse todos. En silencio, atentos los o铆dos, esperaron. Nadie contestaba. Gritaron entonces, alimentaron la fogata y por fin oyeron claramente el chasquear de los remos, y las voces cerca de la orilla. Era una de las embarcaciones salvadoras que volv铆a... Ellos hab铆an ido por el boquer贸n, luego al norte, hab铆an regresado por la costa hasta el sur, detr谩s de la peque帽a pen铆nsula y hab铆an visto la costa de cerca. No hab铆a indicio alguno de los tres hermanos. Pero deb铆a esperarse a los otros botes; seguramente ellos los tra铆an a la orilla ansiada. Seis d铆as pasaron, tomaron todos los botes sin saber nada de los n谩ufragos, iban todos los d铆as los pescadores a la orilla y al mar, pero la Margarita no aparec铆a. Los d铆as los pasaban casi siempre con una cierta vaga esperanza, pero al caer la tarde, en el crep煤sculo, a la hora en que los fuertes mozos volv铆an siempre con la repleta barca de pescado brillante y abrazaban a todos los que en la orilla estaban, las gentes no pod铆an resistir su tristeza, y los padres, los viejecitos padres, imploraban al mar, lloraban a gritos, llamaban a los suyos con voces que se tragaban el mar y el viento; y durante los tres 煤ltimos d铆as hubo necesidad de llev谩rselos, al crep煤sculo, y consolados en su casa. Aquel sexto d铆a, las gentes llegaron a sufrir horriblemente. Los viejos, hab铆an sido conducidos a su casucha por algunos mozos y ancianos del pueblo que los consolaban, y al caer la tarde, entrando el sol en el mar, la pobre Rosita, que al lado de los viejos esperaba, ech贸se en brazos de 茅stos y llor贸, llor贸. El perro en la orilla husmeaba hacia el mar y aullaba pavorosamente. Los barcos estaban abandonados. Las gentes regresaron en ese momento del lado sur de la orilla hacia donde se hab铆an dirigido en la ma帽ana en pos de alg煤n despojo de los hermanos n谩ufragos, y ambos grupos se respondieron lo mismo: –¡Nada! –¡Nada!... V Perdida ya toda esperanza, aquella noche los pescadores reuni茅ronse y acordaron hacer el luto en el pueblo. Amaneci贸 el s茅ptimo d铆a tr谩gicamente silencioso. En cada casa hab铆a un cresp贸n, enarbol贸se en cada bote, lejos del mar, a la puerta de las casas, el palo de la vela y at贸sele una cinta negra a la mitad, mientras que todos los timones se sacaron y se pusieron sobre los botes, visti茅ronse de negro algunos pescadores que tal ropa ten铆an y los dem谩s del pueblo amarr谩ronse una cinta al brazo. No saldr铆an durante ocho d铆as a pescar, no quer铆an acordarse de la crueldad marina, y todos pasaban por la casa de los viejos para decirles una dulce palabra o un consuelo que ellos mismos no ten铆an. Iba sin embargo, todas las tardes la Rosita, vestida de negro, con sus pies desnudos y sus enrojecidos ojos, a la orilla, seguida del perro que al acercarse al mar aullaba l煤gubremente. Sent谩base en la arena y lloraba la pobrecita ni帽a, y ca铆a el sol, un nuevo d铆a y los tres hermanos no llegaban... Jam谩s se supo en Pisco ni en San Andr茅s de los pescadores n谩ufragos. Y as铆 se perdieron en la inmensidad azul del mar esos tres hombres, j贸venes y buenos, misteriosamente, en una tarde de agosto, en una hora desconocida, mientras la paraca agitaba las olas, los viejos lloraban en el silencioso puerto, el perro aullaba dolorosamente, en la orilla, la brisa dec铆a cosas extra帽as y el sol se ocultaba indiferente y rojo. All谩 en la casa que la tragedia envolviera, no se volvi贸 a ver el bote limpio y brillante a la puerta, ni volvi贸 a lucir la tejida atarraya, ni se hizo otra nueva. S贸lo quedaba a la puerta, impasible en medio de su dolor secular, la tortuga que lagrimeaba siempre, miraba el horizonte a la muerte del d铆a y escond铆ase luego en su poli茅drica concha de carey, como si no quisiera saber m谩s del mundo ni de la vida, para ella tan larga y triste. Algunos a帽os m谩s tarde, cuando yo era un joven, cuando hab铆a ido a la capital y regres茅 a San Andr茅s, pas茅 por la casa de los tres hermanos. Destartalada y vac铆a, el techo hundido, viejas las ca帽as, pampa de arena lo que fue el corral y un poco m谩s all谩, bajo la palmera ya deshilachada, y muerta, una concha de tortuga secando al sol. As铆 pasaron al reino tenebroso de la muerte y del misterio, aquellas sencillas gentes que yo conoc铆 en mi infancia. Viv铆a a煤n en el pueblo su recuerdo, pero no se borraba y no se borrar谩 nunca, que junto al mar se acrecientan los dolores y los recuerdos perduran, porque los repite siempre el doloroso y eterno murmullo de las olas a las almas que saben escuchar sus cuentos, y luego se deshacen en la blanca espuma que va a besar la orilla...
FIN
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