¡Buenos d铆as, queridos lectores! Muchos ped铆an en los comentarios los relatos del maestro de terror y suspenso H. P. Lovecraft. Es por esta raz贸n que hoy comparto contigo el primer cuento en el Blog, de este genial autor que poco a poco se ir谩 posicionando entre los m谩s le铆dos. Esta breve historia apela a mucho de su estilo ¡Disfruta tu lectura!
EL PANTANO DE LA LUNA
Denys Barry se ha esfumado en alguna parte, en alguna regi贸n espantosa y remota de la que nada s茅. Estaba con 茅l la 煤ltima noche que pas贸 entre los hombres, y escuch茅 sus gritos cuando el ser lo atac贸; pero, ni todos los campesinos y polic铆as del condado de Meath pudieron encontrarlo, ni a 茅l ni a los otros, aunque los buscaron por todas partes. Y ahora me estremezco cuando oigo croar a las ranas en los pantanos o veo la luna en lugares solitarios.
Hab铆a intimado con Denys Barry en Estados Unidos, donde 茅ste se hab铆a hecho rico, y lo felicit茅 cuando recompr贸 el viejo castillo junto al pantano, en el somnoliento Kilderry. De Kilderry proced铆a su padre, y all铆 era donde quer铆a disfrutar de su riqueza, entre parajes ancestrales. Los de su estirpe anta帽o se ense帽oreaban sobre Kilderry, y hab铆an construido y habitado el castillo; pero aquellos d铆as ya resultaban remotos, as铆 que durante generaciones el castillo hab铆a permanecido vac铆o y arruinado. Tras volver a Irlanda, Barry me escrib铆a a menudo cont谩ndome c贸mo, mediante sus cuidados, el castillo gris ve铆a alzarse una torre tras otra sobre sus restaurados muros, tal como se alzaran ya tantos siglos antes, y c贸mo los campesinos lo bendec铆an por devolver los antiguos d铆as con su oro de ultramar. Pero despu茅s surgieron problemas y los campesinos dejaron de bendecirlo y lo rehuyeron como a una maldici贸n. Y entonces me envi贸 una carta pidi茅ndome que lo visitase, ya que se hab铆a quedado solo en el castillo, sin nadie con quien hablar fuera de los nuevos criados y peones contratados en el norte.
La fuente de todos los problemas era la ci茅naga, seg煤n me cont贸 Barry la noche de mi llegada al castillo. Alcanc茅 Kilderry en el ocaso veraniego, mientras el oro de los cielos iluminaba el verde de las colinas y arboledas y el azul de la ci茅naga, donde, sobre un lejano islote, unas extra帽as ruinas antiguas resplandec铆an de forma espectral. El crep煤sculo resultaba verdaderamente grato, pero los campesinos de Ballylough me hab铆an puesto en guardia y dec铆an que Kilderry estaba maldita, por lo que casi me estremec铆 al ver los altos torreones dorados por el resplandor. El coche de Barry me hab铆a recogido en la estaci贸n de Ballylough, ya que el tren no pasa por Kilderry. Los aldeanos hab铆an esquivado al coche y su conductor, que proced铆a del norte, pero a m铆 me hab铆an susurrado cosas, empalideciendo al saber que iba a Kilderry. Y esa noche, tras nuestro encuentro, Barry me cont贸 por qu茅.
Los campesinos hab铆an abandonado Kilderry porque Denys Barry iba a desecar la gran ci茅naga. A pesar de su gran amor por Irlanda, Estados Unidos no lo hab铆a dejado intacto y odiaba ver abandonada la amplia y hermosa extensi贸n de la que pod铆a extraer turba y desecar las tierras. Las leyendas y supersticiones de Kilderry no lograron conmoverlo y se burl贸 cuando los aldeanos primero rehusaron ayudarle y m谩s tarde, vi茅ndolo decidido, lo maldijeron march谩ndose a Ballylough con sus escasas pertenencias. En su lugar contrat贸 trabajadores del norte y cuando los criados lo abandonaron tambi茅n los reemplaz贸. Pero Barry se encontraba solo entre forasteros, as铆 que me pidi贸 que lo visitara.
Cuando supe qu茅 temores hab铆an expulsado a la gente de Kilderry, me re铆 tanto como mi amigo, ya que tales miedos eran de la clase m谩s indeterminada, estrafalaria y absurda. Ten铆an que ver con alguna absurda leyenda tocante a la ci茅naga, y con un espantoso esp铆ritu guardi谩n que habitaba las extra帽as ruinas antiguas del lejano islote que divisara al ocaso. Cuentos de luces danzantes en la penumbra lunar y vientos helados que soplaban cuando la noche era c谩lida; de fantasmas blancos merodeando sobre las aguas y de una supuesta ciudad de piedra sumergida bajo la superficie pantanosa. Pero descollando sobre todas esas locas fantas铆as, 煤nica en ser un谩nimemente repetida, estaba el que la maldici贸n caer铆a sobre quien osase tocar o drenar el inmenso pantano rojizo. Hab铆a secretos, dec铆an los campesinos, que no deb铆an desvelarse; secretos que permanec铆an ocultos desde que la plaga exterminase a los hijos de Partholan, en los fabulosos a帽os previos a la historia. En el Libro de los invasores se cuenta que esos reto帽os de los griegos fueron todos enterrados en Tallaght, pero los viejos de Kilderry hablan de una ciudad protegida por su diosa de la luna tutelar, as铆 como de los montes boscosos que la ampararon cuando los hombres de Nemed llegaron de Escitia con sus treinta barcos.
Tales eran los absurdos cuentos que hab铆an conducido a los aldeanos al abandono de Kilderry, y al o铆rlos no me result贸 extra帽o que Denys Barry no hubiera querido prestarles atenci贸n. Sent铆a, no obstante, gran inter茅s por las antig眉edades, y estaba dispuesto a explorar a fondo el pantano en cuanto lo desecasen. Hab铆a ido con frecuencia a las ruinas blancas del islote pero, aunque evidentemente muy antiguas y su estilo guardaba muy poca relaci贸n con la mayor铆a de las ruinas irlandesas, se encontraba demasiado deteriorado para ofrecer una idea de su 茅poca de gloria. Ahora se estaba a punto de comenzar los trabajos de drenaje, y los trabajadores del norte pronto despojar铆an a la ci茅naga prohibida del musgo verde y del brezo rojo, y aniquilar铆an los peque帽os regatos sembrados de conchas y los tranquilos estanques azules bordeados de juncos.
Me sent铆 muy somnoliento cuando Barry me hubo contado todo aquello, ya que el viaje durante el d铆a hab铆a resultado fatigoso y mi anfitri贸n hab铆a estado hablando hasta bien entrada la noche. Un criado me condujo a mi alcoba, que se hallaba en una torre lejana, dominando la aldea y la llanura que hab铆a al pie del pantano, as铆 como la propia ci茅naga, por lo que, a la luz lunar, pude ver desde la ventana las silenciosas moradas abandonadas por los campesinos, y que ahora alojaban a los trabajadores del norte, y tambi茅n columbr茅 la iglesia parroquial con su antiguo capitel, y a lo lejos, en la ci茅naga que parec铆a al acecho, las remotas’ ruinas antiguas, resplandeciendo de forma blanca y espectral sobre el islote. Al tumbarme, cre铆 escuchar d茅biles sonidos en la distancia, sones extra帽os y medio musicales que me provocaron una rara excitaci贸n que ti帽eron mis sue帽os. Pero la ma帽ana siguiente, al despertar, sent铆 que todo hab铆a sido un sue帽o, ya que las visiones que tuve resultaban m谩s maravillosas que cualquier sonido de flautas salvajes en la noche. Influida por la leyenda que me hab铆a contado Barry, mi mente hab铆a merodeado en sue帽os en torno a una imponente ciudad, ubicada en un valle verde cuyas calles y estatuas de m谩rmol, villas y templos, frisos e inscripciones, evocaban de diversas maneras la gloria de Grecia. Cuando compart铆 ese sue帽o con Barry, nos echamos a re铆r juntos; pero yo me re铆a m谩s, porque 茅l se sent铆a perplejo ante la actitud de sus trabajadores norte帽os. Por sexta vez se hab铆an quedado dormidos, despertando de una forma muy lenta y aturdidos, actuando como si no hubieran descansado, aun cuando se hab铆an acostado temprano la noche antes.
Esa ma帽ana y tarde deambul茅 a solas por la aldea ba帽ada por el sol, hablando aqu铆 y all谩 con los fatigados trabajadores, ya que Barry estaba ocupado con los planes finales para comenzar su trabajo de desecaci贸n. Los peones no estaban tan contentos como debieran, ya que la mayor铆a parec铆a desasosegada por culpa de alg煤n sue帽o, aunque intentaban en vano recordarlo. Les cont茅 el m铆o, pero no se interesaron por 茅l hasta que no mencion茅 los extra帽os sonidos que cre铆 o铆r. Entonces me miraron de forma rara y dijeron que ellos tambi茅n cre铆an recordar sonidos extra帽os.
Al anochecer, Barry cen贸 conmigo y me comunic贸 que comenzar铆a el drenaje en dos d铆as. Me alegr茅, ya que aunque me disgustaba ver el musgo y el brezo y los peque帽os regatos y lagos desaparecer, sent铆a un creciente deseo de posar los ojos sobre los arcaicos secretos que la prieta turba pudiera ocultar. Y esa noche el sonido de resonantes flautas y peristilos de m谩rmol tuvo un final brusco e inquietante, ya que vi caer sobre la ciudad del valle una pestilencia, y luego la espantosa avalancha de las laderas boscosas que cubrieron los cuerpos muertos en las calles y dejaron expuesto tan s贸lo el templo de Artemisa en lo alto, donde Cleis, la anciana sacerdotisa de la luna, yac铆a fr铆a y silenciosa con una corona de marfil sobre sus sienes de plata.
He dicho que despert茅 de repente y alarmado. Por un instante no fui capaz de determinar si me encontraba despierto o dormido; pero cuando vi sobre el suelo el helado resplandor lunar y los perfiles de una ventana g贸tica enrejada, decid铆 que deb铆a estar despierto y en el castillo de Kilderry. Entonces escuch茅 un reloj en alg煤n lejano descansillo de abajo tocando las dos y supe que estaba despierto. Pero a煤n me llegaba el mon贸tono toque de flauta a lo lejos; aires extra帽os, salvajes, que me hac铆an pensar en alguna danza de faunos en el remoto Menalo. No me dejaba dormir y me levant茅 impaciente, recorriendo la estancia. S贸lo por casualidad llegu茅 a la ventana norte y ote茅 la silenciosa aldea, as铆 como la llanura al pie de la ci茅naga. No quer铆a mirar, ya que lo que deseaba era dormir; pero las flautas me atormentaban y ten铆a que hacer o mirar algo. ¿C贸mo sospechar lo que estaba a punto de contemplar?
All铆, a la luz de la luna que flu铆a sobre el espacioso llano, se desarrollaba un espect谩culo que ning煤n mortal, habi茅ndolo presenciado, podr铆a nunca olvidar. Al son de flautas de ca帽a que despertaban ecos sobre la ci茅naga, se deslizaba silenciosa y espeluznantemente una multitud entremezclada de oscilantes figuras, acometiendo una danza circular como las que los sicilianos deb铆an ejecutar en honor a Dem茅ter en los viejos d铆as, bajo la luna de cosecha, junto a Ciane. La amplia llanura, la dorada luz lunar, las siluetas bailando entre las sombras y, ante todo, el estridente y mon贸tono son de flautas produc铆an un efecto que casi me paraliz贸, aunque a pesar de mi miedo not茅 que la mitad de aquellos danzarines incansables y maquinales eran los peones que yo hab铆a cre铆do dormidos, mientras que la otra mitad eran extra帽os seres blancos y a茅reos, de naturaleza medio indeterminada, que sin embargo suger铆an meditabundas y p谩lidas n谩yades de las amenazadas fuentes de la ci茅naga. No s茅 cu谩nto estuve contemplando esa visi贸n desde la ventana del solitario torre贸n antes de derrumbarme bruscamente en un desmayo sin sue帽os del que me sac贸 el sol de la ma帽ana, ya alto.
Mi primera intenci贸n al despertar fue comunicar a Denys Barry todos mis temores y observaciones, pero en cuanto vi el resplandor del sol a trav茅s de la enrejada ventana oriental me convenc铆 de que lo que cre铆a haber visto no era algo real. Soy propenso a extra帽as fantas铆as, aunque no lo bastante d茅bil como para cre茅rmelas, por lo que en esta ocasi贸n me limit茅 a preguntar a los peones, que hab铆an dormido hasta muy tarde y no recordaban nada de la noche anterior salvo brumosos sue帽os de sones estridentes. Este asunto del espectral toque de flauta me atormentaba de veras y me pregunt茅 si los grillos de oto帽o habr铆an llegado antes de tiempo para fastidiar las noches y acosar las visiones de los hombres. M谩s tarde encontr茅 a Barry en la librer铆a, absorto en los planos para la gran faena que iba a acometer al d铆a siguiente, y por primera vez sent铆 el roce del mismo miedo que hab铆a ahuyentado a los campesinos. Por alguna desconocida raz贸n sent铆a miedo ante la idea de turbar la antigua ci茅naga y sus tenebrosos secretos, e imagin茅 terribles visiones yaciendo en la negrura bajo las insondables profundidades de la vieja turba. Me parec铆a locura que se sacase tales secretos a la luz y comenc茅 a desear tener una excusa para abandonar el castillo y la aldea. Fui tan lejos como para mencionar de pasada el tema a Barry, pero no me atrev铆 a proseguir cuando solt贸 una de sus resonantes risotadas. As铆 que guard茅 silencio cuando el sol se hundi贸 llameante sobre las lejanas colinas y Kilderry se cubri贸 de rojo y oro en medio de un resplandor semejante a un prodigio.
Nunca sabr茅 a ciencia cierta si los sucesos de esa noche fueron realidad o ilusi贸n. En verdad trascienden a cualquier cosa que podamos suponer obra de la naturaleza o el universo, aunque no es posible dar una explicaci贸n natural a esas desapariciones que fueron conocidas tras su consumaci贸n. Me retir茅 temprano y lleno de temores, y durante largo tiempo me fue imposible conciliar el sue帽o en el extraordinario silencio de la noche. Estaba verdaderamente oscuro, ya que a pesar de que el cielo estaba despejado, la luna estaba casi en fase de nueva y no saldr铆a hasta la madrugada. Mientras estaba tumbado pens茅 en Denys Barry, y en lo que pod铆a ocurrir en esa ci茅naga al llegar el alba, y me descubr铆 casi fren茅tico por el impulso de correr en la oscuridad, coger el coche de Barry y conducir enloquecido hacia Ballylough, fuera de las tierras amenazadas. Pero antes de que mis temores pudieran concretarse en acciones, me hab铆a dormido y atisbaba sue帽os sobre la ciudad del valle, fr铆a y muerta bajo un sudario de sombras espantosas.
Probablemente fue el agudo son de flautas el que me despert贸, aunque no fue eso lo primero que not茅 al abrir los ojos. Me encontraba tumbado de espaldas a la ventana este, desde la que se divisaba la ci茅naga y por donde la luna menguante se alzar铆a, y por tanto yo esperaba ver incidir la luz sobre el muro opuesto, frente a m铆; pero no hab铆a esperado ver lo que apareci贸. La luz, efectivamente, iluminaba los cristales del frente, pero no se trataba del resplandor que da la luna. Terrible y penetrante resultaba el raudal de roja refulgencia que flu铆a a trav茅s de la ventana g贸tica, y la estancia entera brillaba envuelta en un fulgor intenso y ultraterreno. Mis acciones inmediatas resultan peculiares para tal situaci贸n, pero tan s贸lo en las f谩bulas los hombres hacen las cosas de forma dram谩tica y previsible. En vez de mirar hacia la ci茅naga, en busca de la fuente de esa nueva luz, apart茅 los ojos de la ventana, lleno de terror, y me vest铆 desma帽adamente con la aturdida idea de huir. Me recuerdo tomando sombrero y rev贸lver, pero antes de acabar hab铆a perdido ambos sin disparar el uno ni calarme el otro. Pasado un tiempo, la fascinaci贸n de la roja radiaci贸n venci贸 en m铆 el miedo y me arrastr茅 hasta la ventana oeste, mirando mientras el incesante y enloquecedor toque de flauta gem铆a y reverberaba a trav茅s del castillo y sobre la aldea.
Sobre la ci茅naga ca铆a un diluvio de luz ardiente, escarlata y siniestra, que surg铆a de la extra帽a y arcaica ruina del lejano islote. No puedo describir el aspecto de esas ruinas… deb铆 estar loco, ya que parec铆a alzarse majestuosa y plet贸rica, espl茅ndida y circundada de columnas, y el reflejo de llamas sobre el m谩rmol de la construcci贸n hend铆a el cielo como la c煤spide de un templo en la cima de una monta帽a. Las flautas chirriaban y los tambores comenzaron a doblar, y mientras yo observaba lleno de espanto y terror cre铆 ver oscuras formas saltarinas que se silueteaban grotescamente contra esa visi贸n de m谩rmol y resplandores. El efecto resultaba tit谩nico -completamente inimaginable- y podr铆a haber estado mirando eternamente de no ser que el sonido de flautas parec铆a crecer hacia la izquierda. Tr茅mulo por un terror que se entremezclaba de forma extra帽a con el 茅xtasis, cruc茅 la sala circular hacia la ventana norte, desde la que pod铆a verse la aldea y el llano que se abr铆a al pie de la ci茅naga. Entonces mis ojos se desorbitaron ante un extraordinario prodigio a煤n m谩s grande, como si no acabase de dar la espalda a una escena que desbordaba la naturaleza, ya que por la llanura espectralmente iluminada de rojo se desplazaba una procesi贸n de seres con formas tales que no pod铆an proceder sino de pesadillas.
Medio desliz谩ndose, medio flotando por los aires, los fantasmas de la ci茅naga, ataviados de blanco, iban retir谩ndose lentamente hacia las aguas tranquilas y las ruinas de la isla en fant谩sticas formaciones que suger铆an alguna danza ceremonial y antigua. Sus brazos ondeantes y trasl煤cidos, al son de los detestables toques de aquellas flautas invisibles, reclamaban con extraordinario ritmo a una multitud de tambaleantes trabajadores que les segu铆an perrunamente con pasos ciegos e involuntarios, trastabillando como arrastrados por una voluntad demon铆aca, torpe pero irresistible. Cuando las n谩yades llegaban a la ci茅naga sin desviarse, una nueva fila de rezagados zigzagueaba tropezando como borrachos, abandonando el castillo por alguna puerta apartada de mi ventana; fueron dando tumbos de ciego por el patio y a trav茅s de la parte interpuesta de aldea, y se unieron a la titubeante columna de peones en la llanura. A pesar de la altura, pude reconocerlos como los criados tra铆dos del norte, ya que reconoc铆 la silueta fea y gruesa del cocinero, cuyo absurdo aspecto ahora resultaba sumamente tr谩gico. Las flautas sonaban de forma horrible y volv铆 a escuchar el batir de tambores procedente de las ruinas de la isla. Entonces, silenciosa y graciosamente, las n谩yades llegaron al agua y se fundieron una tras otra con la antigua ci茅naga, mientras la l铆nea de seguidores, sin medir sus pasos, chapoteaba desma帽adamente tras ellas para acabar desapareciendo en un leve remolino de insalubres burbujas que apenas pude distinguir en la luz escarlata. Y mientras el 煤ltimo y pat茅tico rezagado, el obeso cocinero, desaparec铆a pesadamente de la vista en el sombr铆o estanque, las flautas y tambores enmudecieron, y los cegadores rayos de las ruinas se esfumaron al instante, dejando la aldea de la maldici贸n desolada y solitaria bajo los tenues rayos de una luna reci茅n acabada de salir.
Mi estado era ahora el de un indescriptible caos. No sabiendo si estaba loco o cuerdo, dormido o despierto, me salv茅 s贸lo merced a un piadoso embotamiento. Creo haber hecho cosas tan rid铆culas como rezar a Artemisa, Latona, Dem茅ter, Pers茅fona y Plut贸n. Todo cuando pod铆a recordar de mis d铆as de estudios cl谩sicos de juventud me acudi贸 a los labios mientras los horrores de la situaci贸n despertaban mis supersticiones m谩s arraigadas. Sent铆a que hab铆a presenciado la muerte de toda una aldea y sab铆a que estaba a solas en el castillo con Denys Barry, cuya audacia hab铆a desatado la maldici贸n. Al pensar en 茅l me acometieron nuevos terrores y me desplom茅 en el suelo, no inconsciente, pero s铆 f铆sicamente incapacitado. Entonces sent铆 el helado soplo desde la ventana este, por donde se hab铆a alzado la luna, y comenc茅 a escuchar los gritos en el castillo, abajo. Pronto tales gritos hab铆an alcanzado una magnitud y cualidad que no quiero transcribir, y que me hacen enfermar al recordarlos. Todo cuanto puedo decir es que proven铆an de algo que yo conoc铆 como amigo m铆o.
En cierto instante, durante ese periodo estremecedor, el viento fr铆o y los gritos debieron hacerme levantar, ya que mi siguiente impresi贸n es la de una enloquecida carrera por la estancia y a trav茅s de corredores negros como la tinta y, fuera, cruzando el patio para sumergirme en la espantosa noche. Al alba me descubrieron errando trastornado cerca de Ballylough, pero lo que me enloqueci贸 por completo no fue ninguno de los terrores vistos u o铆dos antes. Lo que yo musitaba cuando volv铆 lentamente de las sombras eran un par de incidentes acaecidos durante mi huida, incidente de poca monta, pero que me recomen sin cesar cuando estoy solo en ciertos lugares pantanosos o a la luz de la luna.
Mientras hu铆a de ese castillo maldito por el borde de la ci茅naga, escuch茅 un nuevo sonido; algo com煤n, aunque no lo hab铆a o铆do antes en Kilderry. Las aguas estancadas, 煤ltimamente bastante despobladas de vida animal, ahora herv铆an de enormes ranas viscosas que croaban aguda e incesantemente en tonos que desentonaban de forma extra帽a con su tama帽o. Reluc铆an verdes e hinchadas bajo los rayos de luna, y parec铆an contemplar fijamente la fuente de luz. Yo segu铆 la mirada de una rana muy gorda y fea, y vi la segunda de las cosas que me hizo perder el tino.
Tendido entre las extra帽as ruinas antiguas y la luna menguante, mis ojos creyeron descubrir un rayo de d茅bil y tr茅mulo resplandor que no se reflejaba en las aguas de la ci茅naga. Y ascendiendo por ese p谩lido camino mi mente febril imagin贸 una sombra leve que se debat铆a lentamente; una sombra vagamente perfilada que se retorc铆a como arrastrada por monstruos invisibles. Enloquecido como estaba, encontr茅 en esa espantosa sombra un monstruoso parecido, una caricatura nauseabunda e incre铆ble, una imagen blasfema del que fuera Denys Barry.
FIN
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