Leamos "La manta", cuento de Charles Bukowski

¡Buenas noches, lectores! Esta noche de lunes comenzamos la semana con un imperdible cuento de Charles Bukowski. Ya vamos conociendo un poco m谩s el estilo inigualable de este maestro de las letras americanas. El texto inconfundible de Bukowski se refleja en esta historia donde un hombre en la cama se pregunta: ¿lo estar茅 so帽ando?. ¡Disfruta tu lectura! 


"La manta", cuento de Charles Bukowski
Imagen tomada de Pinterest: Alyssa Monks, La ma帽ana siguiente, 30x50, 贸leo sobre lino, 2004.


LA MANTA


He estado durmiendo mal 煤ltimamente, pero no se trata concretamente de eso. Ocurre cuando parece que voy a dormir. Digo «parece que voy a dormir» porque es justo eso. 脷ltimamente, cada vez m谩s, parezco estar dormido, tengo la sensaci贸n de que estoy durmiendo, pero en mi sue帽o sue帽o con mi habitaci贸n, sue帽o que estoy dormido y que todo est谩 exactamente donde lo dej茅 al acostarme. El peri贸dico en el suelo, una botella de cerveza vac铆a en una silla, mi carpa dorada dando lentas vueltas en el fondo de su pecera, todas las cosas 铆ntimas que son tan parte de m铆 como mi pelo, Y, muchas veces, cuando NO estoy dormido, pero estoy en la cama, mirando las paredes, adormilado, esperando dormir, suelo preguntarme: ¿a煤n estoy despierto o estoy dormido ya y sue帽o con mi habitaci贸n?

Las cosas han ido mal 煤ltimamente. Muertes; caballos que corren mal; dolor de muelas; hemorragias, otras cosas inmencionables. Tengo a veces la sensaci贸n de que, bueno, de que las cosas no pueden ponerse ya peor. Y entonces pienso, en fin, a煤n tienes una habitaci贸n, no est谩s en la calle. Hubo tiempos en que no me importaban las calles. Ahora, no puedo soportarlas. Puedo soportar ya muy poco. Me han pinchado, acuchillado y s铆, bombardeado incluso… tan a menudo, que sencillamente estoy harto; no puedo soportar todo esto.

Y ah铆 est谩 el asunto. Cuando me acuesto y sue帽o que estoy en mi habitaci贸n, o si est谩 pas谩ndome realmente y estoy despierto, no s茅, en fin, empiezan a pasar cosas. Me doy cuenta de que la puerta del armario est谩 un poquito abierta y estoy seguro de que no lo estaba hace un momento. Luego veo que la abertura de la puerta del tocador y el ventilador (ha hecho calor y tengo el ventilador en el suelo) se alinean apuntando en l铆nea recta a mi cabeza. Con un s煤bito giro me aparto rabiando de la almohada, y digo «rabiando» porque suelo maldecir bastante a «esos» o «eso» que intentan echarme. Ya te oigo decir «este tipo est谩 loco», y en realidad quiz谩s lo est茅. Pero de todos modos no tengo la sensaci贸n de estarlo. Aunque sea un punto muy d茅bil a mi favor, al menos es algo. Cuando estoy fuera, entre gente, me siento inc贸modo. Ellos hablan y tienen emociones en las que yo no participo. Y es, sin embargo, cuando estoy con ellos cuando m谩s fuerte me siento. Y pienso esto: si ellos pueden existir apoy谩ndose concretamente en esos fragmentos de cosas, yo tambi茅n puedo existir, sin duda. Pero es cuando estoy solo y todas las comparaciones deben enfrentarse a una comparaci贸n de m铆 mismo frente a las paredes, a la respiraci贸n, a la historia, a mi fin, cuando empiezan a pasar cosas extra帽as. Evidentemente soy un hombre d茅bil. He probado a recurrir a la Biblia, a los fil贸sofos, a los poetas, pero para m铆, no s茅 por qu茅, ninguno ha dado en el blanco. Hablan de algo completamente distinto. Por eso dej茅 de leer hace ya mucho. Hall茅 una cierta ayuda en la bebida, en el juego y el sexo, en este sentido me he portado como cualquier hombre de la comunidad, la ciudad, la naci贸n. Con la diferencia 煤nica de que a m铆 no me interesaba «triunfar». No quer铆a familia, hogar, trabajo respetable, etc. Y as铆 me ve铆a yo: ni intelectual ni artista, sin las auxiliadoras ra铆ces del hombre normal, colgando como algo etiquetado en medio y supongo, s铆, que es el principio de la locura.

¡Y qu茅 vulgar soy! Estiro la mano y me rasco el culo. Tengo hemorroides, almorranas. Es mejor que la relaci贸n sexual. Rasco hasta sangrar, hasta que el dolor me obliga a parar. As铆 hacen los monos. ¿No los has visto nunca en los zool贸gicos con los culos rojos y ensangrentados?

Pero d茅jame seguir. Aunque si te interesa lo raro te hablar茅 del asesinato. Esos Sue帽os de la Habitaci贸n, perm铆teme llamarlos as铆, empezaron hace algunos a帽os. Uno de los primeros fue en Filadelfia. Entonces tampoco trabajaba y quiz谩s estuviese preocupado por el alquiler. Ya no beb铆a m谩s que un poco de vino y algo de cerveza, y el sexo y el juego a煤n no hab铆an ca铆do sobre m铆 con plena fuerza. Aunque viv铆a con una dama de la calle por entonces me parec铆a muy extra帽o que ella quisiera m谩s sexo o «amor», como dec铆a cuando se trataba de m铆, despu茅s de estar con dos o tres o m谩s hombres aquel d铆a y noche, y aunque yo ten铆a tanta c谩rcel y experiencia encima como cualquier Caballero de la Vida, daba una sensaci贸n rara meterla all铆 dentro despu茅s de todo AQUELLO… y eso se volv铆a contra m铆 y lo pasaba muy mal:

—Querido —dec铆a ella—, tienes que entender que yo te AMO. Con ellos no es nada. No
CONOCES a las mujeres. Una mujer puede dejarte entrar y t煤 creer que est谩s all铆 dentro y no estarlo siquiera. Contigo es distinto.

Pero las palabras no ayudaban gran cosa. Solo acercaban m谩s las paredes. Y una noche, no s茅 si so帽aba o no, me despert茅 y ella estaba en la cama conmigo (o so帽茅 que despertaba) y mir茅 alrededor y vi all铆 a todos aquellos hombrecillos, treinta o cuarenta, at谩ndonos con alambres a la cama, una especie de alambre de plata, y daban vueltas y vueltas enroll谩ndonos, por debajo de la cama, por encima, con el alambre. Mi chica debi贸 sentir mi nerviosismo. Vi que ten铆a los ojos abiertos y que me miraba.

—¡Quieta! —dije—. ¡No te muevas! ¡Est谩n intentando electrocutarnos!

—¿QUI脡N EST脕 INTENTANDO ELECTROCUTARNOS?

—¡Maldita sea! ¡QUIETA he dicho! ¡No te muevas!

Los dej茅 trabajar un rato m谩s, fingiendo estar dormido. Luego me alc茅 con todas mis fuerzas y romp铆 el alambre, sorprendi茅ndolos. Le largu茅 un golpe a uno, pero no le di. No s茅 d贸nde se metieron, pero me libr茅 de ellos.

—Acabo de salvarnos de la muerte —dije a mi chica.

—B茅same, querido —dijo ella.

En fin, volvamos al presente. Despierto por la ma帽ana con estos cardenales en el cuerpo. Marcas azules. Hay una manta concreta a la que he estado vigilando. Creo que esta manta se aprieta a m铆 mientras duermo. A veces despierto y la tengo enrollada al cuello y apenas puedo respirar. Siempre es la misma manta. Pero he procurado ignorarla. Abro una cerveza, extiendo el programa de las carreras, miro por la ventana la lluvia e intento olvidar todo. Quiero sencillamente vivir tranquilo y sin problemas. Estoy cansado. No quiero imaginar ni inventar cosas.

Sin embargo esta noche volvi贸 a molestarme la manta. Se mueve como una serpiente. Adopta diversas formas. No se est谩 lisa y quieta encima de la cama. Y la noche anterior la tir茅 al suelo de una patada. Luego la vi moverse. Vi moverse esa manta muy r谩pido cuando fing铆 volver la cabeza. Me levant茅 y encend铆 todas las luces y cog铆 el peri贸dico y me puse a leer. Lo le铆 todo, la bolsa, los 煤ltimos estilos de la moda, c贸mo cocinar una calabaza, c贸mo librarse de la yerba piojera; las cartas al director, las columnas pol铆ticas, ofertas de trabajo, esquelas, etc. Durante ese tiempo la manta no se mueve y bebo tres o cuatro botellas de cerveza, quiz谩s m谩s, y luego a veces es de d铆a y entonces resulta f谩cil dormir.

La otra noche pas贸. Bueno, empez贸 por la tarde. Como hab铆a dormido muy poco, me acost茅 por la tarde, a las cuatro, y cuando despert茅, o so帽茅 con mi habitaci贸n otra vez, estaba oscuro y ten铆a la manta enrollada al cuello, la manta hab铆a decidido que ¡Era EL momento! ¡Bastaba de disimulos! ¡Iba tras m铆 y era m谩s fuerte! O m谩s bien yo parec铆a muy d茅bil, como en un sue帽o, y me cost贸 un trabajo inmenso impedirle que me cortara del todo el aire, pero segu铆a colgando a mi alrededor, aquella manta, dando r谩pidos y fuertes tirones, intentando cogerme descuidado. Empez贸 a llen谩rseme la frente de sudor. ¿Qui茅n iba a creer una cosa as铆? ¿Qui茅n pod铆a creer aquello? Una manta que cobra vida e intenta matar a un hombre… Nada se cree hasta que pasa por PRIMERA vez… como la bomba at贸mica o que los rusos mandasen un hombre al espacio o que Dios descendiese a la tierra y luego lo clavasen en una cruz aquellos a los que 脡l creara. ¿Qui茅n puede creer todas las cosas que pasan? ¿El 煤ltimo husmeo de fuego? ¿Los ocho o diez hombres y mujeres en una nave espacial, la Nueva Arca, camino de otro planeta a plantar la ins铆pida semilla del hombre una vez m谩s? ¿Habr铆a hombre o mujer capaz de creer que aquella manta intentaba estrangularme? ¡Nadie, absolutamente nadie! Y, en cierto modo, esto empeoraba las cosas. Aunque, por supuesto, no me afectase gran cosa lo que las masas pensasen de m铆, deseaba, en cierto modo, comprender a la manta. ¿Extra帽o? ¿Por qu茅 pasaba aquello? Y, tambi茅n extra帽o, hab铆a pensado a menudo en el suicidio, pero ahora que la manta quer铆a ayudarme, luchaba contra ella.

Por fin logr茅 librarme de aquella cosa y tirarla al suelo; encend铆 las luces. ¡Eso lo resolver铆a todo! ¡LUZ, LUZ, LUZ!

Pero no, vi que a煤n se agitaba o se mov铆a un cent铆metro o dos all铆, bajo la luz. Me sent茅 y la observ茅 atentamente. Volvi贸 a moverse. Treinta cent铆metros por lo menos. Me levant茅 y empec茅 a vestirme, apart谩ndome de la manta y borde谩ndola para coger los zapatos, los calcetines, etc. Una vez vestido, no sab铆a qu茅 hacer. La manta a煤n segu铆a all铆. Quiz谩s un paseo, el aire de la noche. S铆, charlar铆a con el chico de los peri贸dicos de la esquina. Aunque esto ya no era posible tampoco. Todos los chicos de los peri贸dicos del barrio eran intelectuales. Le铆an a G. B. Shaw y a O. Spengler y a Hegel. Y no eran chicos de los peri贸dicos ya: ten铆an sesenta, ochenta o mil a帽os. Mierda. Sal铆 dando un portazo.

Luego, cuando llegu茅 a las escaleras, algo me hizo volverme y mirar al descansillo. Acertaste: la manta me segu铆a, avanzaba serpentinamente, los pliegues y sombras de delante aparentaban cabeza, boca y ojos. Permite que te diga que en cuanto empiezas a admitir que un horror es un horror, al fin se hace MENOS horror. Por un momento pens茅 en mi manta como si fuese un buen perro que no quisiese estar solo sin m铆 y ten铆a que seguirme. Pero luego ca铆 en la cuenta de que aquel perro, aquella manta, hab铆a salido a matarme, y entonces, a toda prisa, baj茅 las escaleras.

¡S铆, s铆, vino tras de m铆! Se mov铆a con la rapidez que quer铆a bajando las escaleras. Sin
ruido. Decidida.

Yo viv铆a en el tercer piso. Me sigui贸 escaleras abajo. Hasta el segundo. Hasta el primero. Mi primer pensamiento fue salir corriendo fuera, pero fuera estaba muy oscuro. Es un barrio tranquilo y solitario, lejos de las grandes avenidas. Lo mejor era acercarse a la gente para cerciorarse de la realidad de los hechos. Son necesario como M脥NIMO 2 votos para hacer real la realidad. Los artistas que han trabajado a帽os por delante de su 茅poca han descubierto eso, y los casos de demencia y de supuesta alucinaci贸n lo han puesto tambi茅n al descubierto. Si eres el 煤nico que ves una visi贸n, te llaman santo o loco.

Llam茅 a la puerta del apartamento 102. Sali贸 a abrir la mujer de Mick.

—Hola, Hank —dijo—. Pasa.

Mick estaba en la cama, todo hinchado, los tobillos de tama帽o doble, con m谩s vientre que una mujer embarazada. Hab铆a sido un gran bebedor y le hab铆a fallado el h铆gado. Estaba lleno de agua. Esperaba que quedase una cama libre en el hospital de veteranos.

—Hola, Hank —dijo—. ¿Trajiste un poco de cerveza?

—Vamos, Mick —dijo su vieja—, ya sabes lo que dijo el doctor: se acab贸, ni siquiera cerveza.

—¿Para qu茅 es esa manta, Hank? —pregunt贸 茅l.

Mir茅. La manta hab铆a saltado hasta mi brazo para poder entrar inadvertida.

—Bueno —dije—, es que tengo muchas. Pens茅 que podr铆a servirte.

La ech茅 sobre el sof谩.

—¿No trajiste cerveza?

—No, Mick.

—Una cerveza seguro que podr铆a aguantarla.


NO TE PIERDAS: As铆 describe Bukowski la cruda relaci贸n con su padre en el libro "La senda del perdedor"



—Mick —dijo su vieja.

—Bueno, es que resulta muy duro cortar en seco despu茅s de tantos a帽os.

—Bueno, quiz谩s una —dijo su vieja—. Bajar茅 a la tienda.

—No te molestes —dije—, traigo yo unas cuantas de la nevera.

Me levant茅 y fui hacia la puerta, vigilando la manta. No se movi贸. Estaba all铆 posada, mir谩ndome desde el sof谩.

—En seguida vuelvo —dije, y cerr茅 la puerta.

Creo, pens茅, que es cosa mental. Llev茅 la manta conmigo e imagin茅 que me segu铆a. Tengo que relacionarme m谩s con la gente. Mi mundo es demasiado limitado.

Sub铆 a casa y met铆 tres o cuatro botellas de cerveza en una bolsa de papel y luego empec茅
a bajar. Cuando iba por el segundo piso o铆 un grito, una palabrota y luego un tiro. Baj茅 corriendo las otras escaleras y me lanc茅 hacia el 102. Mick estaba de pie todo hinchado, con una m谩gnum .32 de cuyo ca帽贸n sal铆a un hilillo de humo. La manta segu铆a en el sof谩, donde yo la hab铆a dejado.

—¡Mick, est谩s loco! —le dec铆a su vieja.

—Es cierto —dijo 茅l—. En cuanto entraste en la cocina, esa manta, que muerto me caiga ahora mismo si no es cierto, esa manta salt贸 hacia la puerta. Intentaba girar el manubrio, para salir, pero no pod铆a. En cuanto me recuper茅 de la primera sorpresa, sal铆 de la cama y fui hacia ella, y cuando me acercaba, salt贸 del pomo, salt贸 a mi cuello e intent贸 estrangularme.

—Mick ha estado enfermo —dijo su vieja—. Ha estado poni茅ndose inyecciones. Ve cosas. Sol铆a ver cosas cuando beb铆a. En cuanto lo ingresen en el hospital se pondr谩 perfectamente.

—¡Maldita sea! —grit贸 茅l plantado all铆, todo hinchado con su pijama—. Te aseguro que esa cosa intent贸 matarme, y suerte que la vieja m谩gnum estaba cargada y que pudiese correr al aparador y sacarla y dispararle cuando intent贸 atacarme otra vez. Se escurri贸. Volvi贸 otra vez al sof谩 y all铆 est谩. Puedes ver el agujero donde le met铆 la bala. ¡No son imaginaciones m铆as!

Llamaron a la puerta. Era el encargado.

—Hacen ustedes demasiado ruido —dijo—. Nada de televisi贸n ni radio ni ruidos fuertes
despu茅s de las diez —dijo.

Luego se fue.

Me acerqu茅 a la manta. Ten铆a un agujero, desde luego. Permanec铆a muy quieta. ¿Cu谩l es el 贸rgano vital de una manta viva?

—¡Jes煤s! Vamos a tomar una cerveza —dijo Mick—. Me da igual morirme que no.

Su vieja abri贸 tres botellas y Mick y yo encendimos un par de Pall Malls.

—Oye, amigo —dijo—, cuando te vayas ll茅vate la manta.

—Yo no la necesito, Mick —dije—. Qu茅datela t煤.

Bebi贸 un gran trago de cerveza.

—¡S谩came esa maldita cosa de aqu铆!

—Bueno, ya est谩 MUERTA, ¿no? —le dije.

—¿C贸mo diablos voy a saberlo?

—¿Quieres decirme que te crees ese absurdo de la manta, Hank?

—S铆, se帽ora, lo creo.

Ella ech贸 la cabeza hacia atr谩s y solt贸 una carcajada.

—Vaya un par de chiflados, nunca vi cosa igual —luego a帽adi贸—: T煤 tambi茅n bebes, ¿verdad Hank?

—S铆 se帽ora.

—¿Mucho?

—A veces.

—¡Yo lo 煤nico que digo es que te lleves esa condenada manta de aqu铆!

Beb铆 un buen trago de cerveza y dese茅 que fuese vodka.

—De acuerdo, compadre —dije—, si no quieres la manta, me la llevar茅.

La dobl茅 y me la ech茅 al brazo.

—Buenas noches.

—Buenas noches, Hank, y gracias por la cerveza.

Sub铆 la escalera y la manta segu铆a muy quieta. Quiz谩s la bala la hubiese liquidado. Entr茅 en casa y la ech茅 en una silla. Luego estuve sentado un rato, mir谩ndola.

Luego se me ocurri贸 una idea: cog铆 una bandeja y puse encima un peri贸dico. Luego cog铆 un cuchillo. Puse la bandeja en el suelo. Luego me sent茅 en la silla. Me puse la manta sobre las piernas y agarr茅 el cuchillo. Pero costaba trabajo apu帽alar aquella manta. Segu铆 all铆, sentado en la silla, el viento de la noche de la podrida ciudad de Los 脕ngeles entraba sopl谩ndome en la nuca, y qu茅 trabajo me costaba clavar aquel cuchillo. ¿Qu茅 sab铆a yo? Quiz谩s aquella manta fuese alguna mujer que me hab铆a amado, y buscaba un medio de volver a m铆 a trav茅s de la manta. Pens茅 en dos mujeres. Luego pens茅 en una. Luego me levant茅 y entr茅 en la cocina y abr铆 la botella de vodka. El m茅dico me hab铆a dicho que una gota m谩s de licor y me mor铆a. Pero llevaba tiempo practicando. Un dedalito una noche, dos la siguiente, etc. Esta vez me serv铆 un vaso lleno. No era el morir lo que importaba, era la tristeza, el asombro, las pocas personas buenas que hay llorando en la noche. Las pocas personas buenas. Quiz谩s la manta hubiese sido aquella mujer e intentase matarme para llevarme a la muerte con ella, o intentase amar como una manta y no supiese c贸mo… o intentase matar a Mick porque la hab铆a molestado cuando intentaba seguirme por la puerta… ¿Locura? Seguro. ¿Qu茅 no es locura? ¿No es una locura la vida? Todos estamos atados como mu帽ecos… unos cuantos vientos de primavera y se acab贸, y ya est谩… y damos vueltas por ah铆 y suponemos cosas, hacemos planes, elegimos gobernadores. Segamos el c茅sped… Locura, sin duda, ¿qu茅 NO ES locura?

Beb铆 el vaso de vodka de un trago y encend铆 un cigarrillo. Luego alc茅 la manta por 煤ltima vez y ¡CORT脡! Cort茅 y cort茅 y cort茅, cort茅 aquella cosa en trozos peque帽铆simos… y puse los trozos en la bandeja y luego la puse junto a la ventana y puse en marcha el ventilador para soplar el humo, y mientras las llamas se alzaban entr茅 en la cocina y me serv铆 otro vodka. Cuando sal铆 estaba poni茅ndose rojo como cualquier bruja del viejo Boston, como cualquier Hiroshima, como cualquier amor, como cualquier amor, cualquiera, y yo no me sent铆 bien, no me sent铆 nada bien. Beb铆 el segundo vaso de vodka y apenas lo not茅. Entr茅 en la cocina por otro, el cuchillo en la mano. Tir茅 el cuchillo en el fregadero y desenrosqu茅 el tap贸n de la botella. Volv铆 a mirar el cuchillo que hab铆a echado en el fregadero. En su filo hab铆a una mancha clara de sangre.

Me mir茅 las manos. Las revis茅 buscando cortes. Las manos de Cristo eran hermosas manos. Mir茅 mis manos. No hab铆a ning煤n corte. No hab铆a ni un ara帽azo. Ni un rasgu帽o.

Sent铆 las l谩grimas bajando por mis mejillas, arrastr谩ndose como cosas pesadas, insensibles y sin piernas. Yo estaba loco. Sin dudas debo estar loco.

FIN

AVISO LEGAL: Los cuentos, poemas, fragmentos de novelas, ensayos  y todo contenido literario que aparece en mardefondo podr铆an estar protegidos por los derechos de autor (copyright). Si por alguna raz贸n los propietarios no est谩n conformes con el uso de ellos por favor escribirnos y nos encargaremos de borrarlo inmediatamente.
Mar de fondo

饾惖饾憻饾懄饾憥饾憶 饾憠饾憱饾憴饾憴饾憥饾憪饾憻饾憭饾懅 (Lima, 1990) Director del Blog de Mar de fondo. Estudi茅 Comunicaciones, Sociolog铆a y soy autor del libro "Las vidas que tom茅 prestadas". Amante de los cuentos, cartas, diarios y novelas. Convencido de que "饾憟饾憶 饾憫饾憱́饾憥 饾憴饾憭饾憱́饾憫饾憸 饾憶饾憸 饾憭饾憼 饾憿饾憶 饾憫饾憱́饾憥 饾憹饾憭饾憻饾憫饾憱饾憫饾憸."

Publicar un comentario

Art铆culo Anterior Art铆culo Siguiente