¡Buen d铆a, lectores! En esta jornada de s谩bado nos sumergimos en un relato breve e impactante del genial Horacio Quiroga. Publicado en 1920, este relato nos muestra una de tantas maneras de morir ¡Disfruta tu lectura!
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Imagen tomada de Pinterest: https://pin.it/6nRtbEB |
EL HOMBRE MUERTO
El hombre y su machete acababan de limpiar la quinta calle del bananal. Falt谩banles a煤n dos calles; pero como en estas abundaban las chircas y malvas silvestres, la tarea que ten铆an por delante era muy poca cosa. El hombre ech贸, en consecuencia, una mirada satisfecha a los arbustos rozados y cruz贸 el alambrado para tenderse un rato en la gramilla. Mas al bajar el alambre de p煤a y pasar el cuerpo, su pie izquierdo resbal贸 sobre un trozo de corteza desprendida del poste, a tiempo que el machete se le escapaba de la mano. Mientras ca铆a, el hombre tuvo la impresi贸n sumamente lejana de no ver el machete de plano en el suelo.
Ya estaba tendido en la gramilla, acostado sobre el lado derecho, tal como 茅l quer铆a. La boca, que acababa de abr铆rsele en toda su extensi贸n, acababa tambi茅n de cerrarse. Estaba como hubiera deseado estar, las rodillas dobladas y la mano izquierda sobre el pecho. Solo que tras el antebrazo, e inmediatamente por debajo del cinto, surg铆an de su camisa el pu帽o y la mitad de la hoja del machete, pero el resto no se ve铆a.
El hombre intent贸 mover la cabeza en vano. Ech贸 una mirada de reojo a la empu帽adura del machete, h煤meda a煤n del sudor de su mano. Apreci贸 mentalmente la extensi贸n y la trayectoria del machete dentro de su vientre, y adquiri贸 fr铆a, matem谩tica e inexorable, la seguridad de que acababa de llegar al t茅rmino de su existencia. La muerte. En el transcurso de la vida se piensa muchas veces en que un d铆a, tras a帽os, meses, semanas y d铆as preparatorios, llegaremos a nuestro turno al umbral de la muerte. Es la ley fatal, aceptada y prevista; tanto, que solemos dejarnos llevar placenteramente por la imaginaci贸n a ese momento, supremo entre todos, en que lanzamos el 煤ltimo suspiro. Pero entre el instante actual y esa postrera expiraci贸n, ¡qu茅 de sue帽os, trastornos, esperanzas y dramas presumimos en nuestra vida! ¡Qu茅 nos reserva a煤n esta existencia llena de vigor, antes de su eliminaci贸n del escenario humano! Es este el consuelo, el placer y la raz贸n de nuestras divagaciones mortuorias: ¡Tan lejos est谩 la muerte, y tan imprevisto lo que debemos vivir a煤n! ¿A煤n…?
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No han pasado dos segundos: el sol est谩 exactamente a la misma altura; las sombras no han avanzado un mil铆metro. Bruscamente, acaban de resolverse para el hombre tendido las divagaciones a largo plazo: se est谩 muriendo. Muerto. Puede considerarse muerto en su c贸moda postura. Pero el hombre abre los ojos y mira. ¿Qu茅 tiempo ha pasado? ¿Qu茅 cataclismo ha sobrevivido en el mundo? ¿Qu茅 trastorno de la naturaleza trasuda el horrible acontecimiento?
Va a morir. Fr铆a, fatal e ineludiblemente, va a morir.
El hombre resiste -¡es tan imprevisto ese horror!- y piensa: es una pesadilla; ¡esto es! ¿Qu茅 ha cambiado? Nada. Y mira: ¿no es acaso ese el bananal? ¿No viene todas las ma帽anas a limpiarlo? ¿Qui茅n lo conoce como 茅l? Ve perfectamente el bananal, muy raleado, y las anchas hojas desnudas al sol. All铆 est谩n, muy cerca, deshilachadas por el viento. Pero ahora no se mueven… Es la calma del mediod铆a; pero deben ser las doce. Por entre los bananos, all谩 arriba, el hombre ve desde el duro suelo el techo rojo de su casa. A la izquierda entrev茅 el monte y la capuera de canelas. No alcanza a ver m谩s, pero sabe muy bien que a sus espaldas est谩 el camino al puerto nuevo; y que en la direcci贸n de su cabeza, all谩 abajo, yace en el fondo del valle el Paran谩 dormido como un lago. Todo, todo exactamente como siempre; el sol de fuego, el aire vibrante y solitario, los bananos inm贸viles, el alambrado de postes muy gruesos y altos que pronto tendr谩 que cambiar…
¡Muerto! ¿pero es posible? ¿no es este uno de los tantos d铆as en que ha salido al amanecer de su casa con el machete en la mano? ¿No est谩 all铆 mismo con el machete en la mano? ¿No est谩 all铆 mismo, a cuatro metros de 茅l, su caballo, su malacara, oliendo parsimoniosamente el alambre de p煤a? ¡Pero s铆! Alguien silba. No puede ver, porque est谩 de espaldas al camino; mas siente resonar en el puentecito los pasos del caballo… Es el muchacho que pasa todas las ma帽anas hacia el puerto nuevo, a las once y media. Y siempre silbando… Desde el poste descascarado que toca casi con las botas, hasta el cerco vivo de monte que separa el bananal del camino, hay quince metros largos. Lo sabe perfectamente bien, porque 茅l mismo, al levantar el alambrado, midi贸 la distancia.
¿Qu茅 pasa, entonces? ¿Es ese o no un natural mediod铆a de los tantos en Misiones, en su monte, en su potrero, en el bananal ralo? ¡Sin duda! Gramilla corta, conos de hormigas, silencio, sol a plomo… Nada, nada ha cambiado. Solo 茅l es distinto. Desde hace dos minutos su persona, su personalidad viviente, nada tiene ya que ver ni con el potrero, que form贸 茅l mismo a azada, durante cinco meses consecutivos, ni con el bananal, obras de sus solas manos. Ni con su familia. Ha sido arrancado bruscamente, naturalmente, por obra de una c谩scara lustrosa y un machete en el vientre. Hace dos minutos: se muere.
El hombre muy fatigado y tendido en la gramilla sobre el costado derecho, se resiste siempre a admitir un fen贸meno de esa trascendencia, ante el aspecto normal y mon贸tono de cuanto mira. Sabe bien la hora: las once y media… El muchacho de todos los d铆as acaba de pasar el puente.
¡Pero no es posible que haya resbalado…! El mango de su machete (pronto deber谩 cambiarlo por otro; tiene ya poco vuelo) estaba perfectamente oprimido entre su mano izquierda y el alambre de p煤a. Tras diez a帽os de bosque, 茅l sabe muy bien c贸mo se maneja un machete de monte. Est谩 solamente muy fatigado del trabajo de esa ma帽ana, y descansa un rato como de costumbre. ¿La prueba…? ¡Pero esa gramilla que entra ahora por la comisura de su boca la plant贸 茅l mismo en panes de tierra distantes un metro uno de otro! ¡Ya ese es su bananal; y ese es su malacara, resoplando cauteloso ante las p煤as del alambre! Lo ve perfectamente; sabe que no se atreve a doblar la esquina del alambrado, porque 茅l est谩 echado casi al pie del poste. Lo distingue muy bien; y ve los hilos oscuros de sudor que arrancan de la cruz y del anca. El sol cae a plomo, y la calma es muy grande, pues ni un fleco de los bananos se mueve. Todos los d铆as, como ese, ha visto las mismas cosas.
…Muy fatigado, pero descansa solo. Deben de haber pasado ya varios minutos… Y a las doce menos cuarto, desde all谩 arriba, desde el chalet de techo rojo, se desprender谩n hacia el bananal su mujer y sus dos hijos, a buscarlo para almorzar. Oye siempre, antes que las dem谩s, la voz de su chico menor que quiere soltarse de la mano de su madre: ¡Piapi谩! ¡Piapi谩!
¿No es eso…? ¡Claro, oye! Ya es la hora. Oye efectivamente la voz de su hijo… ¡Qu茅 pesadilla…! ¡Pero es uno de los tantos d铆as, trivial como todos, claro est谩! Luz excesiva, sombras amarillentas, calor silencioso de horno sobre la carne, que hace sudar al malacara inm贸vil ante el bananal prohibido.
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…Muy cansado, mucho, pero nada m谩s. ¡Cu谩ntas veces, a mediod铆a como ahora, ha cruzado volviendo a casa ese potrero, que era capuera cuando 茅l lleg贸, y antes hab铆a sido monte virgen! Volv铆a entonces, muy fatigado tambi茅n, con su machete pendiente de la mano izquierda, a lentos pasos. Puede a煤n alejarse con la mente, si quiere; puede si quiere abandonar un instante su cuerpo y ver desde el tejamar por 茅l construido, el trivial paisaje de siempre: el pedregullo volc谩nico con gramas r铆gidas; el bananal y su arena roja: el alambrado empeque帽ecido en la pendiente, que se acoda hacia el camino. Y m谩s lejos a煤n ver el potrero, obra sola de sus manos. Y al pie de un poste descascarado, echado sobre el costado derecho y las piernas recogidas, exactamente como todos los d铆as, puede verse a 茅l mismo, como un peque帽o bulto asoleado sobre la gramilla -descansando, porque est谩 muy cansado.
Pero el caballo rayado de sudor, e inm贸vil de cautela ante el esquinado del alambrado, ve tambi茅n al hombre en el suelo y no se atreve a costear el bananal como desear铆a. Ante las voces que ya est谩n pr贸ximas -¡Piapi谩!- vuelve un largo, largo rato las orejas inm贸viles al bulto: y tranquilizado al fin, se decide a pasar entre el poste y el hombre tendido que ya ha descansado.
1920
FIN
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