¡Buenas noches, lectores! Arrancamos la semana con un hilarante cuento de Charles Bukowski, con el indiscutible sello del escritor estadounidense.
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Imagen tomada de Pinterest: https://pin.it/3H76myT |
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DELICADEZA DE LANGOSTA
—¡Quรฉ cojones! —dijo รฉl—. Estoy harto de pintar. Vรกmonos por ahรญ. Estoy harto del olor de la pintura, estoy harto de ser grande. Estoy harto de esperar la muerte. Vรกmonos por ahรญ.
—¿Por ahรญ, adรณnde? —preguntรณ ella.
—A cualquier sitio. A comer, a beber, a ver.
—Jorg —dijo ella—. ¿Quรฉ harรฉ cuando mueras?
—Comer, dormir, coger, mear, cagar, vestirte, dar vueltas por ahรญ y putear.
—Yo necesito seguridad.
—Todos la necesitamos.
—Escucha, no estamos casados. No podrรฉ cobrar tu seguro.
—No hay problema, no te preocupes. Ademรกs, Arlene, tรบ no crees en el matrimonio.
Arlene estaba sentada en el sillรณn rosa, leyendo el periรณdico de la tarde.
—Dices que hay cinco mil mujeres que quieren acostarse contigo. ¿Quรฉ pinto yo en la lista?
—Tรบ eres la cinco mil una.
—¿Crees que no podrรญa conseguir otro hombre?
—No tendrรญas ningรบn problema. Podrรญas conseguir un hombre en tres minutos.
—¿Crees que necesito un gran pintor?
—No, nada de eso. Bastarรญa con un buen compaรฑero.
—Sรญ, siempre que me amase.
—Por supuesto. Ponte el abrigo. Vamos.
Bajaron las escaleras desde la รบltima planta. Todas eran viviendas baratas, llenas de cucarachas; pero, al parecer, nadie se morรญa de hambre; parecรญa haber siempre comida cocinรกndose en grandes cacerolas y gente sentada por ahรญ fumando, limpiรกndose las uรฑas, bebiendo cerveza o compartiendo una alargada botella azul de vino blanco, discutiendo a voces, o riรฉndose, cociรฉndose a pedos, eructando, rascรกndose o dormitando delante de la televisiรณn. En el mundo son muy pocos los que tienen muchรญsimo, pero cuanto menos dinero tenรญa la gente, mejor parecรญa vivir. Las รบnicas necesidades eran dormir, sรกbanas limpias, comida, bebida y pomada para las hemorroides. Y siempre dejaban las puertas entreabiertas.
—Idiotas —dijo Jorg mientras bajaban la escalera—, desperdician sus vidas parloteando y me joden la mรญa.
—Oh, Jorg —dijo Arlene, quejumbrosa—. La gente no te gusta, ¿verdad?
Jorg la mirรณ arqueando una ceja y no contestรณ. La reacciรณn de Arlene ante aquellos sentimientos suyos frente a las masas siempre era la misma: como si no querer a la gente revelase un defecto imperdonable del alma. Pero la muchacha cogรญa como una experta y resultaba agradable tenerla a mano… casi siempre.
Llegaron al bulevar y siguieron caminando, Jorg con su barba pelirroja y blanca, los amarillentos dientes rotos y el mal aliento, las orejas purpรบreas, los ojos asustados, el abrigo roto y hediondo y el bastรณn blanco de marfil. Cuando peor se sentรญa, era cuando mejor se sentรญa.
—Mierda —dijo—, todo caga hasta que se muere.
Arlene caminaba meneando el trasero, sin el menor disimulo, y Jorg iba golpeando la acera con el bastรณn, y hasta el sol parecรญa mirar hacia abajo y exclamar: jo jo. Por fin llegaron al viejo edificio cochambroso donde vivรญa Serge. Jorg y Serge llevaban pintando muchos aรฑos, pero hasta fechas muy recientes sus obras no se habรญan vendido un carajo. Los dos habรญan pasado hambre; ahora se estaban haciendo famosos cada uno por su lado. Jorg y Arlene entraron en el edificio y empezaron a subir las escaleras. En los rellanos olรญa a yodo y pollo frito. En una de las viviendas alguien estaba cogiendo a grito pelado. Subieron hasta la รบltima planta y Arlene llamรณ a la puerta.
La puerta se abriรณ de golpe y allรญ estaba Serge.
—¡Te pillรฉ! —dijo; luego se ruborizรณ—. Oh, perdรณn… pasen.
—¿Pero quรฉ demonios te pasa? —preguntรณ Jorg.
—Siรฉntense. Creรญ que era Lila…
—¿Juegas al escondite con Lila?
—No, no…
—Serge, tienes que librarte de esa chica, te estรก volviendo loco.
—Me afila los lรกpices.
—Serge, es demasiado joven para ti.
—Tiene treinta aรฑos.
—Y tรบ sesenta. Son treinta aรฑos.
—¿Treinta aรฑos es demasiado?
—Pues claro.
—¿Y veinte? —preguntรณ Serge, mirando a Arlene.
—Veinte aรฑos es aceptable. Treinta es indecente.
—¿Por quรฉ no se buscan los dos mujeres de sus edades? —preguntรณ Arlene.
Ambos la miraron.
—Le gusta hacer chistecitos —dijo Jorg.
—Sรญ —dijo Serge—. Es muy simpรกtica. Ven, mira, te enseรฑarรฉ lo que estoy haciendo…
Lo siguieron hasta el dormitorio. Se quitรณ los zapatos y se tumbรณ en la cama.
—¿Ves? ¿Te das cuenta? Todas las comodidades.
Serge tenรญa los pinceles colocados en largos mangos y pintaba en un lienzo sujeto al techo.
—Es por la espalda. No puedo pintar diez minutos seguidos. Asรญ puedo pintar horas.
—¿Quiรฉn te mezcla los colores?
—Lila. Le digo: «รntalo en el azul. Ahora un poco de verde.» Lo hace muy bien. Creo que con el tiempo tambiรฉn podrรฉ dejar de manejar los pinceles. Yo me dedicarรฉ a estar por ahรญ tumbado, leyendo revistas.
Oyeron a Lila que subรญa las escaleras. Abriรณ la puerta. Cruzรณ el recibidor y pasรณ al dormitorio.
—Vaya —dijo—, el viejo asqueroso estรก pintando.
—Sรญ —dijo Jorg—, dice que le destrozas la espalda.
—Yo no dije eso.
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—Vamos por ahรญ a comer algo —dijo Arlene.
Serge se incorporรณ con un gemido.
—Es la verdad —dijo Lila—. Se pasa la vida acostado como un sapo enfermo.
—Necesito un trago —dijo Serge—. Me repondrรฉ en seguida.
Bajaron juntos a la calle, se dirigieron a La Garrapata de la Oveja. Dos jรณvenes de unos veintitantos aรฑos se les acercaron corriendo. Llevaban suรฉteres de cuello alto.
—Hola, son Jorg Swenson y Serge Maro, los pintores, ¿verdad?
—¡Largo! —dijo Serge.
Jorg blandiรณ el bastรณn de marfil. Alcanzรณ al mรกs bajo de los jรณvenes justo en la rodilla.
—Mierda —dijo el joven—. ¡Me has roto la pierna!
—Ojalรก —dijo Jorg—. ¡A ver si asรญ aprendes un poco de urbanidad, cojones!
Siguieron hacia La Garrapata de la Oveja. Cuando entraron en el local, de entre los comensales se alzรณ un murmullo. El camarero jefe se precipitรณ hacia ellos haciendo reverencias, esgrimiendo el menรบ y soltando gentilezas en italiano, ruso y francรฉs.
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—¿Has visto ese pelo negro y largo que le cuelga de las narices? —dijo Serge—. ¡Es realmente asqueroso!
—Sรญ —dijo Jorg, y gritรณ al camarero—: ¡Quite de mi vista sus narices!
—¡Traiga cinco botellas del mejor vino que tengan! —gritรณ Serge, mientras se sentaban a la mejor mesa.
El jefe de camareros se evaporรณ.
—Ustedes son un par de pendejos —dijo Lila.
Jorg le empezรณ a subir la mano por la pierna.
—A dos inmortales todavรญa vivos se les permiten ciertas impertinencias.
—Quรญtame la mano de la vulva, Jorg.
—No es tu crica. Es propiedad de Serge.
—Pues quita la mano de la vulva de Serge o empiezo a gritar.
—Mi voluntad es muy dรฉbil.
Ella gritรณ. Jorg retirรณ la mano. El jefe de camareros ya avanzaba hacia ellos con el carro y el cubo de las botellas. Acercรณ el carrito a la mesa, hizo una inclinaciรณn y descorchรณ una botella. Llenรณ el vaso de Jorg. Jorg lo vaciรณ.
—Es una mierda, pero vale. ¡Abra las botellas!
—¿Todas?
—Todas, sรญ, pendejo. ¡Y rรกpido!
—Es torpe —dijo Serge—. Mรญralo. ¿Cenamos?
—¿Cenar? —dijo Arlene—. Ustedes lo รบnico que hacen es beber. No creo que los haya visto comer nunca mรกs de un huevo pasado por agua.
—¡Fuera de mi vista, cobarde! —dijo Serge al camarero.
El camarero se esfumรณ.
—No deben hablarle asรญ a la gente, muchachos —dijo Lila.
—Hemos pagado con nuestro pellejo —dijo Serge.
—Eso no les da ningรบn derecho —dijo Arlene.
—Supongo que no —dijo Jorg—, pero es interesante.
—La gente no tiene por quรฉ aguantalos —dijo Lila.
—La gente aguanta lo que le echen —dijo Jorg—. Aguantan cosas peores.
—Lo que la gente quiere es las pinturas de ustedes, nada mรกs —dijo Arlene.
—Nosotros somos nuestros cuadros —dijo Serge.
—Las mujeres son tontas —dijo Jorg.
—Ten cuidado —dijo Serge—. Tambiรฉn son capaces de terribles venganzas…
Se pasaron allรญ sentados dos horas bebiendo vino.
—El hombre es menos delicado que la langosta —dijo por fin Jorg.
—El hombre es la cloaca del universo —dijo Serge.
—Ustedes son pendejos genuinos —dijo Lila.
—Desde luego —dijo Arlene.
—Vamos a cambiar de pareja esta noche —dijo Jorg—. Yo me jodo a la tuya y tรบ a la mรญa.
—Oh, no —dijo Arlene—, de eso nada.
—Nada de eso —dijo Lila.
—Ahora tengo ganas de pintar —dijo Jorg—. Estoy harto de beber.
—Yo tambiรฉn tengo ganas de pintar —dijo Serge.
—Larguรฉmonos de aquรญ —dijo Jorg.
—Esperen —dijo Lila—, no han pagado la cuenta.
—¿Cuenta? —gritรณ Serge—. ¿No creerรกs que vamos a pagar dinero por esta mierda de vino?
—Venga, vamos —dijo Jorg.
Cuando se levantaron, apareciรณ el jefe de camareros con la cuenta.
—Este vino es asqueroso —chillรณ Serge, dando saltos—. ¡Yo jamรกs me atreverรญa a pedirle a nadie que pagase por semejante mierda! ¡La prueba estรก en los orines!
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Serge cogiรณ una botella de vino aรบn a mitad, le abriรณ al camarero la camisa de un tirรณn y le vertiรณ el vino por el pecho. Jorg sostenรญa el bastรณn de marfil a modo de espada. El jefe de camareros los miraba desconcertado. Era un buen mozo, de largas uรฑas, que vivรญa en un departamento de lujo. Estudiaba quรญmica y habรญa ganado en una ocasiรณn el segundo premio en un concurso de รณpera. Jorg blandiรณ el bastรณn y lo golpeรณ, con fuerza, justo bajo la oreja izquierda. El camarero se puso muy pรกlido y se tambaleรณ. Jorg lo golpeรณ otras tres veces en el mismo punto, hasta que se desplomรณ.
Se dirigieron a la salida juntos los cuatro, Serge, Jorg, Lila y Arlene. Los cuatro estaban borrachos, pero tenรญan una cierta elegancia, habรญa en ellos algo รบnico. Llegaron a la puerta y salieron.
En una mesa prรณxima a la puerta habรญa una joven pareja que lo habรญa presenciado todo. El joven parecรญa inteligente; solo una verruga bastante grande que tenรญa casi en la punta de la nariz le afeaba el conjunto. La chica era gorda, pero muy agradable. Llevaba un vestido azul. En otro tiempo habรญa querido ser monja.
—¿Estuvieron magnรญficos, verdad? —dijo el joven.
—Son dos pendejos —dijo la joven.
El joven hizo una seรฑa pidiendo una tercera botella de vino. Iba a ser otra noche difรญcil.
FIN
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