Descubre “Los jefes”, el primer cuento de Mario Vargas Llosa. Una poderosa historia sobre liderazgo, rebeldรญa y poder juvenil. Ideal para lectores de literatura latinoamericana.
¡Hola, lector! Hace poco fue el cumpleaรฑos del Nobel peruano Mario Vargas Llosa (28 de marzo) y por eso lo recordamos con uno de sus cuentos mรกs emblemรกticos.
Este relato fue publicado en el libro que lleva el mismo nombre, allรก por 1957 ¡Disfruta de una historia que te atraparรก!
LOS JEFES
Javier se adelantรณ por un segundo:
-¡Pito! -gritรณ, ya de pie.
La tensiรณn se quebrรณ violentamente, como una explosiรณn. Todos estรกbamos parados: el doctor Abรกsalo tenรญa la boca abierta. Enrojecรญa, apretando los puรฑos. Cuando, recobrรกndose, levantaba una mano y parecรญa a punto de lanzar un sermรณn, el pito sonรณ de verdad. Salimos corrรญendo con estrรฉpito, enloquecidos, azuzados por el graznido de cuervo de Amaya, que avanzaba volteando carpetas.
El patio estaba sacudido por los gritos. Los de cuarto y tercero habรญan salido antes, formaban un gran cรญrculo que se mecรญa bajo el polvo. Casรญ con nosotros, entraron los de primero y segundo; traรญan nuevas frases agresivas, m s odio. El cรญrculo creciรณ. La indignaciรณn era unรกnime en la Media. (La Primaria tenรญa un patio pequeรฑo, de mosaicos azules, en el ala opuesta del colegio.)
-Quiere fregarnos, el serrano.
-Sรญ. Maldito sea
Nadie hablaba de los exรกmenes finales. El fulgor de las pupilas, las vociferaciones, el escรกndalo indicaban que habรญa llegado el momento de enfrentar al director. De pronto, dejรฉ de hacer esfuerzos por contenerme y comencรฉ a recorrer febrilmente los grupos: "¿nos frรญega y nos callamos?". "Hay que hacer algo". "Hay que hacerle algo".
Una mano fรฉrrea me extrajo del centro del cรญrculo.
-Tรบ no -dijo Javier-. No te metas. Te expulsan. Ya lo sabes.
-Ahora no me importa. Me las va a pagar todas. Es mi oportunidad, ¡ves? Hagamos que formen.
En voz baja fuimos repitiendo por el patio, de oรญdo en oรญdo: "formen filas", "a formar, rรกpido".
-¡Formemos las filas! -El vozarrรณn de Raygada vibrรณ en el aire sofocante de la maรฑana. Muchos, a la vez, corearon:
-¡A formar! ¡A formar!
Los inspectores Gallardo y Romero vieron entonces, sorprendidos, que de pronto decaรญa el bullicio y se organizaban las filas antes de concluir el recreo. Estaban apoyados en la pared, junto a la sala de profesores, frente a nosotros, y nos miraban nerviosamente. Luego se miraron entre ellos. En la puerta habรญan aparecido algunos profesores; tambiรฉn estaban extraรฑados. El inspector Gallardo se aproximรณ:
-¡Oigan! -gritรณ, desconcertado-. Todavรญa no...
-Calla -repuso alguien, desde atrรกs-. ¡Calla, Gallardo, maricรณn!
Gallardo se puso pรกlido. A grandes pasos, con gesto amenazador, invadiรณ las filas. A su espalda, varios gritaban: "¡Gallardo, maricรณn!".
-Marchemos -dije-. Demos vueltas al patio. Primero los de quinto.
Comenzamos a marchar. Taconeรกbamos con fuerza, hasta dolernos los pies. A la segunda vuelta - formรกbamos un rectรกngulo perfecto, ajustado a las dimensiones del patio- Javier, Raygada, Leรณn y yo principiamos:
-Ho-ra-rio; ho-ra-rio; ho-ra-rio...
El coro se hizo general.
-¡Mรกs fuerte! -prorrumpiรณ la voz de alguien que yo odiaba: Lu-. ¡Griten!
De inmediato, el vocerรญo aumentรณ hasta ensordecer.
-Ho-ra-rio; ho-ra-rio; ho-ra-rio...
Los profesores, cautamente, habรญan desaparecido cerrando tras ellos la puerta de la Sala de Estudios. Al pasar los de quinto junto al rincรณn donde Teobaldo vendรญa fruta sobre un madero, dijo algo que no oรญmos. Movรญa las manos, como alentรกndonos. "Puerco", pensรฉ.
Los gritos arreciaban. Pero ni el compรกs de la marcha, ni el estรญmulo de los chillidos, bastaban para disimular que estรกbamos asustados. Aquella espera era angustiosa. ¿Por quรฉ tardaba en salir? Aparentando valor aรบn, repetรญamos la frase, mas habรญan comenzado a mirarse unos a otros y se escuchaban, de cuando en cuando, agudas risitas forzadas. "No debo pensar en nada, me decรญa. Ahora no". Ya me costaba trabajo gritar: estaba ronco y me ardรญa la garganta. De pronto, casรญ sin saberlo, miraba el cielo: perseguรญa a un gallรญnazo que planeaba suavemente sobre el colegio, bajo una bรณveda azul, lรญmpida y profunda, alumbrada por un disco amarillo en un costado, como un lunar. Bajรฉ la cabeza, rรกpidamente.
Pequeรฑo, amoratado, Ferrufino habรญa aparecido al final del pasรญllo que desembocaba en el patio de recreo. Los pasรญtos breves y chuecos, como de pato, que lo acercaban interrumpรญan abusivamente el silencio que habรญa reinado de improviso, sorprendiรฉndome. (La puerta de la sala de profesores se abre; asoma un rostro diminuto, cรณmico. Estrada quiere espiarnos: ve al director a unos pasos; velozmente, se hunde; su mano infantil cierra la puerta.) Ferrufino estaba frente a nosotros: recorrรญa desorbitado los grupos de estudiantes enmudecidos. Se habรญan deshecho las filas; algunos corrรญeron a los baรฑos, otros rodeaban desesperadamente la cantina de Teobaldo. Javier, Raygada, Leรณn y yo quedamos inmรณviles.
-No tengan miedo -dije, pero nadie me oyรณ porque simultรกneamente habรญa dicho el director:
-Toque el pito, Gallardo.
De nuevo se organizaron las hileras, esta vez con lentitud. El calor no era todavรญa excesivo, pero ya padecรญamos cierto sopor, una especie de aburrimiento. "Se cansaron -murmurรณ Javier-. Malo." Y advirtiรณ, furioso:
-¡Cuidado con hablar!
Otros propagaron el aviso.
-No -dije-. Espera. Se pondrรกn como fieras apenas hable Ferrufino.
Pasaron algunos segundos de silencio, de sospechosa gravedad, antes de que fuรฉramos levantando la vista, uno por uno, hacรญa aquel hombrecito vestido de gris. Estaba con las manos enlazadas sobre el vientre, los pies juntos, quieto.
-No quiero saber quiรฉn iniciรณ este tumulto -recitaba. Un actor: el tono de su voz, pausado, suave, las palabras casรญ cordiales, su postura de estatua, eran cuidadosamente afectadas. ¨¿Habrรญa estado ensayรกndose solo, en su despacho?-. Actos como รฉste son una vergรผenza para ustedes, para el colegio y para mรญ. He tenido mucha paciencia, demasรญada, รณiganlo bien, con el promotor de estos desรณrdenes, pero ha llegado al lรญmite...
¿Yo o Lu? Una interminable lengua de fuego lamรญa mi espalda, mi cuello, mis mejillas a medida que los ojos de toda la Media iban girando hasta encontrarme. ¿Me miraba Lu? ¿Tenรญa envidia? ¿Me miraban los coyotes? Desde atrรกs, alguien palmeรณ mi brazo dos veces, alentรกndome. El director hablรณ largamente sobre Dios, la disciplina y los valores supremos del espรญritu. Dijo que las puertas de la direcciรณn estaban siempre abiertas, que los valientes de verdad debรญan dar la cara.
-Dar la cara -repitiรณ; ahora era autoritario-, es decir, hablar de frente, hablarme a mรญ.
-¡No seas imbรฉcil! -dije, rรกpido-. ¡No seas imbรฉcil!
Pero Raygada ya habรญa levantado su mano al mismo tiempo que daba un paso a la izquierda, abandonando la formaciรณn. Una sonrisa complaciente cruzรณ la boca de Ferrufino y desapareciรณ de inmediato.
-Escucho, Raygada...-dijo.
A medida que รฉste hablaba, sus palabras le inyectaban valor. Llegรณ incluso, en un momento, a agitar sus brazos dramรกticamente. Afirmรณ que no รฉramos malos y que amรกbamos el colegio y a nuestros maestros, recordรณ que la juventud era impulsiva. En nombre de todos, pidiรณ disculpas. Luego tartamudeรณ, pero siguiรณ adelante:
-Nosotros le pedimos, seรฑor director, que ponga horarios de exรกmenes como en aรฑos anteriores...- Se callรณ, asustado.
-Anote, Gallardo -dijo Ferrufino-. El alumno Raygada vendrรก a estudiar la prรณxima semana todos los dรญas, hasta las nueve de la noche. -Hizo una pausa- El motivo figurarรก en la libreta: por rebelarse contra una disposiciรณn pedagรณgica.
-Seรฑor director... -Raygada estaba lรญvido.
-Me parece justo -susurrรณ Javier-. Por bruto
2
Un rayo de sol atravesaba el sucio tragaluz y venรญa a acariciar mi frente y mis ojos, me invadรญa de paz. Sin embargo, mi corazรณn estaba algo agitado y a ratos sentรญa ahogos. Faltaba media hora para la salida; la impaciencia de los muchachos habรญa decaรญdo un poco. ¿Responderรญan, despuรฉs de todo?
-Siรฉntese, Montes -dijo el profesor Zambrano-. Es usted un asno.
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-Nadie lo duda--afirmรณ Javier, a mi costado--. Es un asno
¿Habrรญa llegado la consigna a todos los aรฑos? No querรญa martirizar de nuevo mi cerebro con suposiciones pesimistas, pero a cada momento veรญa a Lu, a pocos metros de mi carpeta, y sentรญa desasosiego y duda, porque sabรญa que en el fondo iba a decidirse, no el horario de exรกmenes, ni siquiera una cuestiรณn de honor, sino una venganza personal. ¿Cรณmo descuidar esta ocasรญรณn feliz para atacar al enemigo que habรญa bajado la guardia?
-Toma -dijo a mi lado, alguien-. Es de Lu.
"Accpto tomar el mando, contigo y Raygada". Lu habรญa firmado dos veces. Entre sus nombres, como un pequeรฑo borrรณn, aparecรญa con la tinta brillante aรบn, un signo que todos respetรกbamos: la letra C, en mayรบscula, encerrada en un cรญrculo negro. Lo mirรฉ: su frente y su boca eran estrechas; tenรญa los ojos rasgados, la piel hundida en las mejillas y la mandรญbula pronunciada y firme. Me observaba seriamente; acaso pensaba que la situaciรณn le exigรญa ser cordial.
En el mismo papel respondรญ: "Con Javier". Leyรณ sin inmutarse y moviรณ la cabeza afirmativamente.
-Javier -dije
-Ya sรฉ -respondiรณ-. Estรก bien. Le haremos pasar un mal rato.
¿Al director o a Lu? Iba a preguntรกrselo, pero me distrajo el silbato que anunciaba la salida. Simultรกneamente se elevรณ el griterรญo sobre nuestras cabezas, mezclado con el ruido de las carpetas removidas. Alguien -¿Cรณrdoba, quizรก?- silbaba con fuerza, como querรญendo destacar.
-¿Ya saben? -dijo Raygada, en la fila-. Al Malecรณn
-¡Quรฉ vivo! -exclamรณ uno-. Estรก enterado hasta Ferrufino.
Salรญamos por la puerta de atrรกs, un cuarto de hora despuรฉs que la Primaria. Otros lo habรญan hecho ya, y la mayorรญa de alumnos se habรญa detenido en la calzada, formando pequeรฑos grupos. Discutรญan, bromeaban, se empujaban
-Que nadie se quede por aquรญ -dije.
-¡Conmigo los coyotes! -gritรณ Lu, orgulloso.
Veinte muchachos lo rodearon.
-Al Malecรณn -ordenรณ-, todos al Malecรณn.
Tomados de los brazos, en una lรญnea que unรญa las dos aceras, cerramos la marcha los de quinto, obligando a apresurarse a los menos entusiastas a codazos.
Una brisa tibia, que no lograba agitar los secos algarrobos ni nuestros cabellos, llevaba de un lado a otro la arena que cubrรญa a pedazos el suelo calcinado del Malecรณn. Habรญan respondido. Ante nosotros -Lu, Javier, Raygada y yo-, que dรกbamos la espalda a la baranda y a los interminables arenales que comenzaban en la orilla contraria del cauce, una muchedumbre compacta, extendida a lo largo de toda la cuadra, se mantenรญa serena, aunque a veces, aisladamente, se escuchaban gritos estridentes.
-¿Quiรฉn habla? –preguntรณ Javier
-Yo -propuso Lu, listo para saltar a la baranda.
-No--dije-. Habla tรบ, Javier.
Lu se contuvo y me mirรณ, pero no estaba enojado.
-Bueno -dijo; y agregรณ, encogiendo los hombros-: ¡Total!
Javier trepรณ. Con una de sus manos se apoyaba en un รกrbol encorvado y reseco y con la otra se sostenรญa de mi cuello. Entre sus piernas, agitadas por un leve temblor que desaparecรญa a medida que el tono de su voz se hacรญa convincente y enรฉrgico, veรญa yo el seco y ardiente cauce del rรญo y pensaba en Lu y en los coyotes. Habรญa sido suficiente apenas un segundo para que pasara a primer lugar; ahora tenรญa el mando y lo admiraban, a รฉl, ratita amarillenta que no hacรญa seis meses imploraba mi permiso para entrar en la banda. Un descuido infinitamente pequeรฑo, y luego la sangre, corrรญendo en abundancia por mi rostro y mi cuello, y mis brazos y piernas inmovilizadas bajo la claridad lunar, incapaces ya de responder a sus puรฑos.
-Te he ganado -dijo, resollando-. Ahora soy el jefe. Asรญ acordamos.
Ninguna de las sombras estiradas en cรญrculo en la blanda arena, se habรญa movido. Sรณlo los sapos y los grillos respondรญan a Lu, que me insultaba. Tendido todavรญa sobre el cรกlido suelo, atinรฉ a gritar:
-Me retiro de la banda. Formarรฉ otra, mucho mejor.
Pero yo y Lu y los coyotes que continuaban agazapados en la sombra, sabรญamos que no era verdad.
-Me retiro yo tambiรฉn -dijo Javier.
Me ayudaba a levantarme. Regresamos a la ciudad, y mientras caminรกbamos por las calles vacรญas, yo iba limpiรกndome con el paรฑuelo de Javier la sangre y las lรกgrimas.
-Habla tรบ ahora -dijo Javier. Habรญa bajado y algunos lo aplaudรญan.
-Bueno -repuse y subรญ a la baranda.
Ni las paredes del fondo, ni los cuerpos de mis compaรฑeros hacรญan sombra. Tenรญa las manos hรบmedas y creรญ que eran los nervios, pero era el calor. El sol estaba en el centro del cielo; nos sofocaba. Los ojos de mis compaรฑeros no llegaban a los mรญos: miraban el suelo y mis rodillas. Guardaban silencio. El sol me protegรญa.
-Pediremos al director que ponga el horario de exรกmenes, lo mismo que otros aรฑos. Raygada, Javier, Lu y yo formamos la Comisiรณn. La Media estรก de acuerdo, ¿no es verdad?
La mayorรญa asรญntiรณ, moviendo la cabeza. Unos cuantos gritaron: "Sรญ", "Sรญ".
-Lo haremos ahora mismo -dije-. Ustedes nos esperarรกn en la Plaza Merino.
Echamos a andar. La puerta principal del colegio estaba cerrada. Tocamos con fuerza; escuchรกbamos a nuestra espalda un murmullo creciente. Abriรณ el inspector Gallardo.
-¿Estรกn locos? -dijo-. No hagan eso.
-No se meta -lo interrumpiรณ Lu-. ¿ Cree que el serrano nos da miedo?
-Pasen -dijo Gallardo-. Ya verรกn.
3
Sus ojillos nos observaban minuciosamente. Querรญa aparentar sorna y despreocupaciรณn, pero no ignorรกbamos que su sonrisa era forzada y que en el fondo de ese cuerpo rechoncho habรญa temor y odio. Fruncรญa y despejaba el ceรฑo, el sudor brotaba a chorros de sus pequeรฑas manos moradas. Estaba trรฉmulo:
-¿Saben ustedes cรณmo se llama esto? Se llama rebeliรณn, insurrecciรณn. ¿Creen ustedes que voy a someterme a los caprichos de unos ociosos? Las insolencias las aplasto...
Bajaba y subรญa la voz. Lo veรญa esforzarse por no gritar. "¿Por quรฉ no revientas de una vez?, pensรฉ. ¡Cobarde !".
Se habรญa parado. Una mancha gris flotaba en torno de sus manos, apoyadas sobre el vidrio del escritorio. De pronto su voz ascendiรณ, se volviรณ รกspera:
-¡Fuera! Quien vuelva a mencionar los exรกmenes serรก castigado.
Antes queJavier o yo pudiรฉramos hacerle una seรฑal, apareciรณ entonces el verdadero Lu, el de los asaltos nocturnos a las rancherรญas de la Tablada, el de los combates contra los zorros en los mรฉdanos.
-Seรฑor director...
No me volvรญ a mirarlo. Sus ojos oblicuos estarรญan despidiendo fuego y violencia, como cuando luchamos en el seco cauce del rรญo. Ahora tendrรญa tambiรฉn muy abierta su boca llena de babas, mostrarรญa sus dientes amarillos.
-Tampoco nosotros podemos aceptar que nos jalen a todos porque usted quiere que no haya horarios. ¿Por quรฉ quiere que todos saquemos notas bajas? ¿Por quรฉ...?
Ferrufino se habรญa acercado. Casรญ lo tocaba con su cuerpo. Lu, pรกlido, aterrado, continuaba hablando:
-¡...estamos ya cansados...
-¡Cรกllate!
El director habรญa levantado los brazos y sus puรฑos estrujaban algo.
¡Cรกllate! -repitiรณ con ira-. ¡Cรกllate, animal! ¡Cรณmo te atreves!
Lu estaba ya callado, pero miraba a Ferrufino a los ojos como si fuera a saltar sรบbitamente sobre su cuello: "Son iguales, pensรฉ. Dos perros".
-De modo que has aprendido de รฉste.
Su dedo apuntaba a mi frente. Me mordรญ el labio: pronto sentรญ que recorrรญa mi lengua un hilito caliente y eso me calmรณ.
-¡Fuera! -gritรณ de nuevo-. ¡Fuera de aquรญ! Les pesarรก.
Salimos. Hasta el borde de los escalones que vinculaban el colegio San Miguel con la Plaza Merino se extendรญa una multitud inmรณvil y anhelante. Nuestros compaรฑeros habรญan invadido los pequeรฑos jardรญnes y la fuente; estaban silenciosos y angustiados. Extraรฑamente, entre la mancha clara y estรกtica aparecรญan blancos, diminutos rectรกngulos que nadie pisaba. Las cabezas parecรญan iguales, uniformes, como en la formaciรณn para el desfile. Atravesamos la plaza. Nadie nos interrogรณ; se hacรญan a un lado, dejรกndonos paso y apretaban los labios. Hasta que pisamos la avenida, se mantuvieron en su lugar. Luego, siguiendo una consigna que nadie habรญa impartido, caminaron tras de nosotros, al paso sin compรกs, como para ir a clases.
El pavimento hervรญa, parecรญa un espejo que el sol iba disolviendo. "¿Serรก verdad?", pensรฉ. Una noche calurosa y desierta me lo habรญan contado, en esta misma avenida, y no lo creรญ. Pero los
periรณdicos decรญan que el sol, en algunos apartados lugares, volvรญa locos a los hombres y a veces los mataba.
-Javier -preguntรฉ-. ¿Tรบ viste que el huevo se freรญa solo, en la pista?
Sorprendido, moviรณ la cabeza.
No. Me lo contaron
-¿Serรก verdad?
-Quizรกs. Ahora podrรญamos hacer la prueba. El suelo arde, parece un brasero
En la puerta de La Reina apareciรณ Alberto. Su pelo rubio brillaba hermosamente: parecรญa de oro. Agitรณ su mano derecha, cordial. Tenรญa muy abiertos sus enormes ojos verdes y sonreรญa, Tendrรญa curiosidad por saber a dรณnde marchaba esa multitud uniformada y silenciosa, bajo el rudo calor.
-¿Vienes despuรฉs? -me gritรณ.
-No puedo. Nos veremos a la noche.
-Es un imbรฉcil -dijo Javier-. Es un borracho.
-No -afirmรฉ-. Es mi amigo. Es un buen muchacho.
4
-Dรฉjame hablar, Lu -le pedรญ, procurando ser suave. Pero ya nadie podรญa contenerlo. Estaba parado en la baranda, bajo las ramas del seco algarrobo: mantenรญa admirablemente el equilibrio y su piel y su rostro recordaban un lagarto.
-¡No! -dijo agresivamente-. Voy a hablar yo.
Hice una seรฑa a Javier. Nos acercamos a Lu y apresamos sus piernas. Pero logrรณ tomarse a tiempo del รกrbol y zafar su pierna derecha de mis brazos; rechazado por un fuerte puntapiรฉ en el hombro tres pasos atrรกs, vi a Javier enlazar velozmente a Lu de las rodillas, y alzar su rostro y desafiarlo con sus ojos que herรญa el sol salvajemente.
-¡No le pegues! -gritรฉ. Se contuvo, temblando, mientras Lu comenzaba a chillar:
-¿Saben ustedes lo que nos dijo el director? Nos insultรณ, nos tratรณ como a bestias. No le da su gana de poner los horarios porque quiere fregarnos. Jalar a todo el colegio y no le importa. Es un...
Ocupรกbamos el mismo lugar que antes y las torcidas filas de muchachos comenzaban a cimbrearse. Casรญ toda la Media continuaba presente. Con el calor y cada palabra de Lu crecรญa la indignaciรณn de los alumnos. Se enardecรญan.
-Sabemos que nos odia. No nos entendemos con รฉl. Desde que llegรณ, el colegio no es un colegio. Insulta, pega. Encima quiere jalarnos en los exรกmenes.
Una voz aguda y anรณnima lo interrumpiรณ:
-¿A quiรฉn le ha pegado?
Lu dudรณ un instante. Estallรณ de nuevo:
-¿A quiรฉn? -desafiรณ- ¡Arรฉvalo, que te vean todos la espalda
Entre murmullos, surgiรณ Arรฉvalo del centro de la masa. Estaba pรกlido. Era un coyote. Llegรณ hasta Lu y descubriรณ su pecho y espalda. Sobre sus costillas, aparecรญa una gruesa franja roja.
-¡Esto es Ferrufino! -La mano de Lu mostraba la marca mientras sus ojos escrutaban los rostros atรณnitos de los mรกs inmediatos. Tumultuosamente, el mar humano se estrechรณ en torno a nosotros; todos pugnaban por acercarse a Arรฉvalo y nadie oรญa a Lu, ni a Javier y Raygada que pedรญan calma, ni a mรญ, que gritaba: "¡es mentira! -no le hagan caso- ¡es mentira!". La marea me alejo de la baranda y de Lu. Estaba ahogado. Logrรฉ abrirme camino hasta salir del tumulto. Desanudรฉ mi corbata y tomรฉ aire con la boca abierta y los brazos en alto, lentamente, hasta sentir que mi corazรณn recuperaba su ritmo.
Raygada estaba junto a mรญ. Indignado, me preguntรณ:
-¿Cuรกndo fue lo de Ar‚valo?
-Nunca.
-¿ Cรณmo ?
Hasta รฉl, siempre sereno, habรญa sido conquistado. Las aletas de su nariz palpitaban vivamente y tenรญa apretados los puรฑos.
-Nada -dije-, no sรฉ cuรกndo fue.
Lu esperรณ que decayera un poco la excitaciรณn. Luego, levantando su voz sobre las protestas dispersas:
-¿Ferrufino nos va a ganar? -preguntรณ a gritos; su puรฑo colรฉrico amenazaba a los alumnos-. ¿Nos va a ganar? ¡Respรณndanme!
-¡No! -prorrumpieron quinientos o mรกs-. ¡No! ¡No!
Estremecido por el esfuerzo que le imponรญan sus chillidos, Lu se balanceaba victorioso sobre la baranda.
-Que nadie entre al colegio hasta que aparezcan los horarios de exรกmenes. Es justo. Tenemos derecho. Y tampoco dejaremos entrar a la Primaria.
Su voz agresiva se perdiรณ entre los gritos. Frente a mรญ, en la masa erizada de brazos que agitaban jubilosamente centenares de boinas a lo alto, no distinguรญ uno solo que permaneciera indiferente o adverso.
-¿Quรฉ hacemos?
Javier querรญa demostrar tranquilidad. Pero sus pupilas brillaban.
-Estรก bien -dije-. Lu tiene razรณn. Vamos a ayudarlo.
Corrรญ hacรญa la baranda y trepรฉ.
-Adviertan a los de Primaria que no hay clases a la tarde -dije-. Pueden irse ahora. Quรฉdense los de quinto y los de cuarto para rodear el colegio. -Y tambiรฉn los coyotes -concluyรณ Lu, feliz.
5
Tengo hambre -dijo Javier.
El calor habรญa atenuado. En el รบnico banco รบtil de la Plaza Merino recibรญamos los rayos de sol, filtrados fรกcilmente a travรฉs de unas cuantas gasas que habรญan aparecido en el cielo, pero casรญ ninguno transpiraba.
Leรณn se frotaba las manos y sonreรญa: estaba inquieto.
-No tiembles -dijo Amaya-. Estรกs grandazo para tenerle miedo a Ferrufino.
-¡Cuidado! -La cara de mono de Leรณn habรญa enrojecido y su mentรณn sobresalรญa-. ¡Cuidado, Amaya! -Estaba de pie.
-No peleen -dijo Raygada tranquilamente-. Nadie tiene miedo. Serรญa un imbรฉcil.
-Demos una vuelta por atrรกs -propuse a Javier.
Contorneamos el colegio, caminando por el centro de la calle. Las altas ventanas estaban entreabiertas y no se veรญa a nadie tras ellas, ni se escuchaba ruido alguno.
-Estรกn almorzando -dijo Javier.
Sรญ. Claro.
En la vereda opuesta, se alzaba la puerta principal del Salesiano. Los medios internos estaban apostados en el techo, observรกndonos. Sin duda, habรญan sido informados.
-¡Quรฉ muchachos valientes! -se burlรณ alguien.
Javier los insultรณ. Respondiรณ una lluvia de amenazas. Algunos escupieron, pero sin acertar. Hubo risas. "Se mueren de envidia", murmurรณ Javier.
En la esquina vimos a Lu. Estaba sentado en la vereda, solo, y miraba distraรญdamente la pista. Nos vio y caminรณ hacรญa nosotros. Parecรญa contento.
-Vinieron dos churres de primero -dijo-. Los mandamos a jugar al rรญo.
-¿Sรญ? -dijo Javier-. Espera media hora y verรกs. Se va a armar el gran escรกndalo.
Lu y los coyotes custodiaban la puerta trasera del colegio. Estaban repartidos entre las esquinas de las calles Lima y Arequipa. Cuando llegamos al umbral del callejรณn, conversaban en grupo y reรญan. Todos llevaban palos y piedras.
-Asรญ no -dije-. Si les pegan, los churres van a querer entrar de todos modos.
Lu riรณ.
-Ya verรกn. Por esta puerta no entra nadie.
Tambiรฉn รฉl tenรญa un garrote que ocultaba hasta entonces con su cuerpo. Nos lo enseรฑรณ, agitรกndolo.
-¿Y por allรก? -preguntรณ.
-Todavรญa nada.
A nuestra espalda, alguien voceaba nuestros nombres. Era Raygada: venรญa corrรญendo y nos llamaba agitando la mano frenรฉticamente. "Ya llegan, ya llegan -dijo, con ansiedad-. Vengan". Se detuvo de golpe diez metros antes de alcanzarnos. Dio media vuelta y regresรณ a toda carrera. Estaba excitadรญsimo. Javier y yo tambiรฉn corrimos. Lu nos gritรณ algo del rรญo. "¿El rรญo?, pensรฉ. No existe. ¿Por quรฉ todo el mundo habla del rรญo si sรณlo baja el agua un mes al aรฑo?". Javier corrรญa a mi lado, resoplando.
-¿Podremos contenerlos?
-¿Quรฉ? -Le costaba trabajo abrir la boca, se fatigaba mรกs.
-¿Podremos contener a la Primaria?
-Creo que sรญ. Todo depende.
Mira
En el centro de la Plaza, junto a la fuente, Leรณn, Amaya y Raygada hablaban con un grupo de pequeรฑos, cinco o seis. La situaciรณn parecรญa tranquila.
-Repito -decรญa Raygada, con la lengua afuera-. Vรกyanse al rรญo. No hay clases, no hay clases. ¿Estรก claro? ¿O paso una pelรญcula?
-Eso -dijo uno, de nariz respingada-. Que sea en colores.
-Miren -les dije-. Hoy no entra nadie al colegio. Nos vamos al rรญo. Jugaremos fรบtbol: Primaria contra Media. ¿De acuerdo?
-Ja, ja -riรณ el de la nariz, con suficiencia-. Les ganamos. Somos mรกs.
-Ya veremos. Vayan para allรก
-No quiero -replicรณ una voz atrevida-. Yo voy al colegio.
Era un muchacho de cuarto, delgado y pรกlido. Su largo cuello emergรญa como un palo de escoba de la camisa comando, demasรญado ancha para รฉl. Era brigadier de aรฑo. Inquieto por su audacia, dio unos pasos hacรญa atrรกs. Leรณn corriรณ y lo tomรณ de un brazo.
-¿No has entendido? -Habรญa acercado su cara a la del chiquillo y le gritaba. ¿De quรฉ diablos se asustaba Leรณn?- ¿No has entendido, churre? No entra nadie. Ya, vamos, camina.
-No lo empujes -dije-. Va a ir solo.
-¡No voy! -gritรณ-. Tenรญa el rostro levantado hacรญa Leรณn, lo miraba con furia-. ¡No voy! No quiero huelga.
-¡Cรกllate, imbรฉcil! ¿Quiรฉn quiere huelga? -Leรณn parecรญa muy nervioso. Apretaba con todas sus fuerzas el brazo del brigadier. Sus compaรฑeros observaban la escena, divertidos.
-¡Nos pueden expulsar! -El brigadier se dirigรญa a los pequeรฑos, se lo notaba atemorizado y colรฉrico- . Ellos quieren huelga porque no les van a poner horario, les van a tomar los exรกmenes de repente, sin que sepan cuรกndo. ¿Creen que no sรฉ? ¡Nos pueden expulsar! Vamos al colegio, muchachos.
Hubo un movimiento de sorpresa entre los chiquillos. Se miraban ya sin sonreรญr, mientras el otro seguรญa chillando que nos iban a expulsar. Lloraba.
-¡No le pegues! -gritรฉ, demasรญado tarde. Leรณn lo habรญa golpeado en la cara, no muy fuerte, pero el chico se puso a patalear y a gritar.
-Pareces un chivo -advirtiรณ alguien.
Mirรฉ a Javier. Ya habรญa corrido. Lo levantรณ y se lo echรณ a los hombros como un fardo. Se alejรณ con รฉl. Lo siguieron varios, rรญendo a carcajadas.
-¡Al rรญo! -gritรณ Raygada. Javier escuchรณ porque lo vimos doblar con su carga por la avenida Sรกnchez Cerro, camino al Malecรณn.
El grupo que nos rodeaba iba creciendo. Sentados en los sardineles y en los bancos rotos, y los demรกs transitando aburridamente por los pequeรฑos senderos asfaltados del parque, nadie, felizmente, intentaba ingresar al colegio. Repartidos en parejas, los diez encargados de custodiar la puerta principal, tratรกbamos de entusiasmarlos: "tienen que poner los horarios, porque si no, nos frรญegan. Y a ustedes tambiรฉn, cuando les toque".
-Siguen llegando -me dijo Raygada-. Somos pocos. Nos pueden aplastar, si quieren.
-Si los entretenemos diez minutos, se acabรณ -dijo Leรณn-. Vendrรก la Media y entonces los corremos al rรญo a patadas.
De pronto, un chico gritรณ convulsionado:
-¡Tienen razรณn! ¡Ellos tienen razรณn! -Y dirigiรฉndose a nosotros, con aire dramรกtico-: Estoy con ustedes.
-¡Buena! ¡Muy bien! -lo aplaudimos-. Eres un hombre.
Palmeamos su espalda, lo abrazamos.
El ejemplo cundiรณ. Alguien dio un grito: "Yo tambiรฉn". "Ustedes tienen razรณn". Comenzaron a discutir entre ellos. Nosotros alentรกbamos a los mรกs excitados halagรกndolos: "Bien, churre. No eres ningรบn marica".
Raygada se encaramรณ sobre la fuente. Tenรญa la boina en la mano derecha y la agitaba, suavemente.
-Lleguemos a un acuerdo -exclamรณ-. ¿Todos unidos ?
Lo rodearon. Seguรญan llegando grupos de alumnos, algunos de quinto de Media; con ellos formamos una muralla, entre la fuente y la puerta del colegio, mientras Raygada hablaba.
-Esto se llama solidaridad -decรญa-. Solidaridad. -Se callรณ como si hubiera terminado, pero un segundo despuรฉs abriรณ los brazos y clamรณ-: ¡No dejaremos que se cometa un abuso!
Lo aplaudieron.
-Vamos al rรญo -dije-. Todos.
-Bueno. Ustedes tambiรฉn.
-Nosotros vamos despuรฉs.
-Todos juntos o ninguno -repuso la misma voz. Nadie se moviรณ.
Javier regresaba. Venรญa solo.
-Esos estรกn tranquilos -dijo-. Le han quitado el burro a una mujer. Juegan de lo lindo.
-La hora -pidiรณ Leรณn-. Dรญgame alguien quรฉ hora es.
Eran las dos.
-A las dos y media nos vamos -dije-. Basta que se quede uno para avisar a los retrasados.
Los que llegaban se sumergรญan en la masa de chiquillos. Se dejaban convencer rรกpidamente.
-Es peligroso –dijo Javier. Hablaba de una manera rara: ¿tendrรญa miedo?-. Es peligroso. Ya sabemos quรฉ va a pasar si al director se le antoja salir. Antes que hable, estaremos en las clases.
-Sรญ -dije-. Que comiencen a irse. Hay que animarlos.
Pero nadie querรญa moverse. Habรญa tensiรณn, se esperaba que, de un momento a otro, ocurrรญera algo. Leรณn estaba a mi lado.
-Los de Media han cumplido -dijo-. Fรญjate. Sรณlo han venido los encargados de las puertas.
Apenas un momento despuรฉs, vimos que llegaban los de Media, en grandes corrillos que se mezclaban con las olas de chiquillos. Hacรญan bromas. Javier se enfureciรณ:
-¿Y ustedes? -dijo-. ¿Quรฉ hacen aquรญ? ¿A quรฉ han venido?
Se dirigรญa a los que estaban mรกs cerca de nosotros; al frente de ellos iba Antenor, brigadier de segundo de Media.
-¡Guรก! -Antenor parecรญa muy sorprendido-. ¿Acaso vamos a entrar? Venimos a ayudarlos.
Javier saltรณ hacรญa รฉl, lo agarrรณ del cuello.
-¡Ayudarnos! ¿Y los uniformes? ¿Y los libros?
-Calla -dije-. Suรฉltalo. Nada de peleas. Diez minutos y nos vamos al rรญo. Ha llegado casรญ todo el colegio.
La Plaza estaba totalmente cubierta. Los estudiantes se mantenรญan tranquilos, sin discutir. Algunos fumaban. Por la avenida Sรกnchez Cerro pasaban muchos carros, que disminuรญan la velocidad al cruzar la Plaza Merino. De un camiรณn, un hombre nos saludรณ gritando:
-Buena, muchachos. No se dejen.
-¿Ves? –dijo Javier-. Toda la ciudad estรก enterada. ¿Te imaginas la cara de Ferrufino?
-¡Las dos y media! -gritรณ Leรณn-. Vรกmonos. Rรกpido, rรกpido.
Mirรฉ mi reloj: faltaban cinco minutos.
-Vรกmonos -gritรฉ-. Vรกmonos al rรญo.
Algunos hicieron como que se movรญan. Javier, Leรณn, Raygada y varios mรกs, gritando tambiรฉn, comenzaron a empujar a unos y a otros. Una palabra se repetรญa sin cesar: "rรญo, rรญo, rรญo".
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Lentamente, la multitud de muchachos principiรณ a agitarse. Dejamos de azuzarlos y, al callar nosotros, me sorprendiรณ por segunda vez en el dรญa, un silencio total. Me ponรญa nervioso. Lo rompรญ:
-Los de Media, atrรกs -indiquรฉ-. A la cola, formando fila...
A mi lado, alguien tirรณ al suelo un barquillo de helado, que salpicรณ mis zapatos. Enlazando los brazos, formamos un cinturรณn humano. Avanzรกbamos trabajosamente. Nadie se negaba, pero la marcha era lentรญsima. Una cabeza iba casรญ hundida en mi pecho. Se volviรณ: ¿cรณmo se llamaba? Sus ojos pequeรฑos eran cordiales.
-Tu padre te va a matar -dijo.
"Ah, pensรฉ. Mi vecino."
-No -le dije-. En fin, ya veremos. Empuja.
Habรญamos abandonado la Plaza. La gruesa columna ocupaba รญntegramente el ancho de la avenida. Por encima de las cabezas sin boinas, dos cuadras mรกs allรก, se veรญa la baranda verde amarillenta y los grandes algarrobos de Malecรณn. Entre ellos, como puntitos blancos, los arenales.
El primero en escuchar fue Javier, que marchaba a mi lado. En sus estrechos ojos oscuros habรญa sobresalto.
-¿Quรฉ pasa? -dije-. Dime.
Moviรณ la cabeza.
-¿Quรฉ pasa? -le gritรฉ-. ¿Quรฉ oyes?
Logrรฉ ver en ese instante un muchacho uniformado que cruzaba velozmente la Plaza Merino hacรญa nosotros. Los gritos del reciรฉn llegado se confundieron en mis oรญdos con el violento vocerรญo que se desatรณ en las apretadas columnas de chiquillos, parejo a un movimiento de confusiรณn. Los que marchรกbamos en la รบltima hilera no entendรญamos bien. Tuvimos un segundo de desconcierto; aflojando los brazos, algunos se soltaron. Nos sentimos arrojados hacรญa atrรกs, separados. Sobre nosotros pasaban centenares de cuerpos, corrรญendo y gritando histรฉricamente. "¿Quรฉ pasa?", gritรฉ a Leรณn. Senalรณ algo con el dedo, sin dejar de correr. "Es Lu, dijeron a mi oรญdo. Algo ha pasado allรก. Dicen que hay un lรญo". Echรฉ a correr.
En la bocacalle que se abrรญa a pocos metros de la puerta trasera del colegio, me detuve en seco. En ese momento era imposible ver: oleadas de uniformes afluรญan de todos lados y cubrรญan la calle de gritos y cabezas descubiertas. De pronto, a unos quince pasos, encaramado sobre algo, divisรฉ a Lu. Su cuerpo delgado se destacaba nitidamente en la sombra de la pared que lo sostenรญa. Estaba arrinconado y descargaba su garrote a todos lados. Entonces, entre el ruido, mรกs poderosa que la de quienes lo insultaban y retrocedรญan para librarse de sus golpes, escuchรฉ su voz:
-¿Quiรฉn se acerca? -gritaba-. ¿Quiรฉn se acerca?
Cuatro metros mรกs allรก, dos coyotes, rodeados tambiรฉn, se defendรญan a palazos y hacรญan esfuerzos desesperados para romper el cerco y juntarse a Lu. Entre quienes los acosaban, vi rostros de Media. Algunos habรญan conseguido piedras y se las arrojaban, aunque sin acercarse. A lo lejos, vi asรญmismo a otros dos de la banda, que corrรญan despavoridos: los perseguรญa un grupo de muchachos con palos.
-¡Cรกlmense! ¡Cรกlmense! Vamos al rรญo.
Una voz nacรญa a mi lado, angustiosamente.
Era Raygada. Parecรญa a punto de llorar.
-No seas idiota -dijo Javier. Se reรญa a carcajadas-. Cรกllate, ¿no ves?
La puerta estaba abierta y por ella entraban los estudiantes a docenas, รกvidamente. Continuaban llegando a la bocacalle nuevos compaรฑeros, algunos se sumaban al grupo que rodeaba a Lu y los suyos. Habรญan conseguido juntarse. Lu tenรญa la camisa abierta; asomaba su flaco pecho lampino, sudoroso y brillante; un hilillo de sangre le corrรญa por la nariz y los labios. Escupรญa de cuando en cuando y miraba con odio a los que estaban mรกs prรณximos. รnicamente รฉl tenรญa levantado el palo, dispuesto a descargarlo. Los otros lo habรญan bajado, exhaustos.
-¿Quiรฉn se acerca? Quiero ver la cara de ese valiente.
A medida que entraban al colegio, iban poniรฉndose de cualquler modo las boinas y las insignias del aรฑo. Poco a poco, comenzรณ a disolverse, entre injurias, el grupo que cercaba a Lu. Raygada me dio un codazo:
-Dijo que con su banda podรญa derrotar a todo el colegio-. Hablaba con tristeza-. ¿ Por quรฉ dejamos solo a este animal?
Raygada se alejรณ. Desde la puerta nos hizo una seรฑa, como dudando. Luego entrรณ. Javier y yo nos acercamos a Lu. Temblaba de cรณlera.
-¿Por quรฉ no vinieron? -dijo, frenรฉtico, levantando la voz-. ¿Por quรฉ no vinieron a ayudarnos? รramos apenas ocho, porque los otros...
Tenรญa una vista extraordinaria y era flexible como un gato. Se echรณ velozmente hacรญa atrรกs, mientras mi puno apenas rozaba su oreja y luego, con el apoyo de todo su cuerpo, hizo dar una curva en el aire a su garrote. Recibรญ en el pecho el impacto y me tambaleรฉ. Javier se puso en medio.
-Acรก no -dijo-. Vamos al Malecรณn.
-Vamos -dijo Lu-. Te voy a enseรฑar otra vez.
-Ya veremos -dije-. Vamos.
Caminamos media cuadra, despacio, porque mis piernas vacilaban. En la esquina nos detuvo Leรณn.
-No peleen -dijo-. No vale la pena. Vamos al colegio. Tenemos que estar unidos.
Lu me miraba con sus ojos semicerrados. Parecรญa incรณmodo .
-¿Por quรฉ les pegaste a los churres? -le dije-. ¿ Sabes lo que nos va a pasar ahora a ti y a mรญ?
No respondiรณ ni hizo ningรบn gesto. Se habรญa calmado del todo y tenia la cabeza baja.
-Contesta, Lu -insistรญ-. ¿Sabes?
-Estรก bien -dijo Leรณn-. Trataremos de ayudarlos. Dรฉnse la mano.
Lu levantรณ el r ostro y me mirรณ, apenado. Al sentir su mano entre las mรญas, la notรฉ suave y delicada, y recordรฉ que era la primera vez que nos saludรกbamos de ese modo. Dimos media vuelta, caminamos en fila hacรญa el colegio. Sentรญ un brazo en el hombro. Era Javier.
FIN
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