José Saramago y por qué el lector no lee la novela sino al escritor

¡Hola, lector! José Saramago es uno de los escritores más leídos de Blog y sus consejos y reflexiones son perfectos para entender mejor la literatura. Es por esta razón, que comparto contigo un fragmento de los tantos discursos que el Nobel portugués ofreció en vida ¡Disfrutemos! 



El texto que leerás a continuación pertenece al discurso de José Saramago el día que recibió el Honoris Causa por la Universidad Politécnica de Valencia el 11 de mayo de 1989. 

¿Quién fue José Saramago?

José Saramago fue un famoso escritor portugués que nació el 16 de noviembre de 1922 en Azinhaga, Portugal. Es reconocido mundialmente por su estilo literario original y su profundo desarrollo de temas sociales, políticos y filosóficos en sus obras.

Hablar de Saramago es destacar sus principales obras en prosa como "Ensayo sobre la ceguera" (1995), "El evangelio según Jesucristo" (1991), "Las intermitencias de la muerte" (2005), y "El hombre duplicado" (2002), entre muchas otras. 

Pero Saramago no solo fue novelista, también incursionó en la poesía, el teatro y el ensayo. Su compromiso político y social se refleja en su obra, que a menudo aborda cuestiones como la injusticia, la desigualdad, el poder y la condición humana. 

Su estilo distintivo, que a menudo desafió las convenciones literarias tradicionales, le valió numerosos premios, incluido el Premio Nobel de Literatura en 1998, convirtiéndose así en el primer autor de lengua portuguesa en recibir tan prestigiosa distinción...


EL LECTOR NO LEE LA NOVELA
Lee al novelista


Abordar un texto literario, cualquiera que sea el grado de profundidad o amplitud de su lectura, presupone, y me atrevo a decir que presupondrá siempre, una cierta incomodidad de espíritu. Es como si una consciencia exterior estuviera observando con ironía la futilidad relativa de nuestros esfuerzos de destape, ya que, estando ellos obligados a organizar, en el complejo sistema capilar del texto, un itinerario continuo y una univocidad coherente, al mismo tiempo abandonan las mil y una vías ofrecidas por otros itinerarios posibles. Esto, a pesar de que sabemos de antemano, que sólo después de haber recorrido todos los caminos, aquellos y el que se eligió, podríamos acceder al significado último del texto, suponiendo que lo que llamamos texto tenga un último significado, un límite, un no más allá.

Eso sin contar que la lectura supuestamente totalizada así obtenida, no haría más que acrecentar, a la red sanguinea del texto, una ramificación nueva, un circuito nuevo, y por tanto impondría la necesidad de una nueva lectura... Todos hemos compadecido la suerte de Sísifo, obligado a empujar montaña arriba una sempiterna piedra que sempiternamente rodará para el fondo del valle, pero quizá el peor castigo del desafortunado hombre sea el de saber que no podrá tocar jamás una sola de las piedras que están alrededor, esas que se quedarán esperando, en vano, la fuerza que las arrancaría de la inmovilidad.

$ads={2}


No preguntamos al soñador por qué razón está soñando, no requerimos del pensador las razones primeras de su pensar, pero nos gustaría saber, de uno y otro, a donde les llevan, o llevan ellos, el sueño y el pensamiento. En una palabra, querríamos conocer, para comodidad nuestra, esa pequeña constelación de brevedades que conocemos por el nombre de conclusiones. Sin embargo, al escritor -sueño y pensamiento reunidos- no se le puede exigir, y él tampoco sabría hacerlo, que nos explique los motivos, desvende los caminos y señale los propósitos.

El escritor (igual que el pintor, igual que el escultor, igual que el músico) va borrando los rastros que dejó, crea tras de sí, entre los dos horizontes, un desierto, razón por la que el lector tendrá que trazar y abrir, en el terreno así alisado, una ruta suya, personal, que jamás coincidirá, jamás se yuxtapondrá a la ruta del escritor, para siempre escondida. A su vez, el escritor, barridas las señales que marcaron no sólo el sendero por el que vino, sino también las dudas, las pausas, las mediciones de la altura del sol, la resolución de las hipotéticas bifurcaciones, no sabrá decirnos por qué camino llegó adonde ahora se encuentra, parado en medio del texto o ya en el fin de él. Ni el lector puede reconstituir el itinerario del escritor, ni el escritor puede reconstituir el itinerario del texto: el lector sólo podrá interrogar al texto acabado, el escritor tal vez debiese renunciar a decir cómo lo hizo. Pero ya sabemos que no renunciará.

Cambio de tono. Por experiencia propia, he observado que, en su trato con autores a quien la fortuna, el destino, la mala suerte no permitieran la gracia de un título académico, pero que, a pesar de todo, fueron capaces de producir una obra merecedora de alguna atención, la actitud de las universidades suele ser de una benévola y sonriente tolerancia, muy parecida a la que las personas razonablemente sensibles usan en su relación con los niños y los viejos, con unos porque todavía no saben, con los otros porque ya olvidaron. Gracias a tan generoso procedimiento, los profesores de Literatura en general y los de Teoría de la Literatura en particular, han acogido con simpática condescendencia -sin que por eso tiemblen sus convicciones personales y científicas- mi osada declaración de que la figura del Narrador no existe de hecho, y que sólo el Autor - repito, sólo el Autor- ejerce real función narrativa en la obra de ficción, cualquiera que ella sea, novela, cuento o teatro (¿dónde está, quién es el Narrador en la obra teatral?), y quien sabe si hasta en la poesía, que tanto como soy capaz de entender representa la ficción suprema, la ficción de las ficciones. (¿Podremos decir que los heterónimos de Pessoa son los narradores de Pessoa? Si es así, ¿quién les narra a ellos? Entre unos y otros, ¿quién está narrando a quién?).

TE RECOMIENDO, LECTOR: José Saramago nos habla sobre qué es ser un intelectual y otras reflexiones


Buscando auxilio en una dudosa o, por lo menos, problemática correspondencia de las artes (véase Étienne Souriau), algunas veces he argumentado, en mi defensa, que entre una pintura y la persona que la observa no existe otra mediación que no sea la del respectivo autor ausente, y que, por tanto, no es posible identificar, o siquiera imaginar, por ejemplo, la figura de un Narrador en el Guernica, en La rendición de Breda o en Los fusilamiento de la Moncloa. A esta objeción suelen responderme, en general, que, siendo las artes de la pintura y de la escritura diferentes, diferentes tendrían que ser también, necesariamente, las reglas que las definen y las leyes que las gobiernan. Tan perentoria respuesta parece que quiere ignorar el hecho, a mi entender fundamental, de que no hay, objetivamente, ninguna diferencia esencial entre la mano que va guiando el pincel o el vaporizador sobre el soporte, y la mano que va dibujando las letras en el papel o las hace aparecer en la pantalla del computador. Ambas son prolongaciones de un cerebro, ambas son instrumentos mecánicos y sensitivos, capaces, ambas, con adiestramiento y eficacia semejantes, de composiciones y ordenamientos expresivos, sin más barreras o intermediarios que los de la fisiología y de la psicología.


Esta es mi contestación del Narrador, claro está, no llego hasta el punto de negar que la figura de una entidad así denominada pueda ser ejemplificada y apuntada en un texto, al menos, y lo digo con todo el respeto, según una lógica deductiva bastante similar a la demostración ontológica de la existencia de Dios de que S. Anselmo ha sido el autor... Acepto, incluso, la probabilidad de desdoblamientos o variantes de un presunto Narrador central, con el encargo de expresar una pluralidad de puntos de vista y de juicios, considerados, por el Autor, útiles a la dialéctica de los conflictos. La pregunta que me hago, y esto es lo que verdaderamente más me interesa, es si la atención obsesiva puesta por los analístas del texto es tan escuridiza entidad, propiciadora, sin duda, esa atención, de suculentas y gratificantes especulaciones teóricas, no estará contribuyendo para la reducción del Autor y de su pensamiento a un papel de peligrosa secundariedad, siempre que se trate de llegar a una comprensión más amplia de la obra. Aclararé que, cuando hablo de pensamiento, no estoy apartando de él los sentimientos y las sensaciones, los anhelos y los sueños, todas las vivencias del mundo exterior y del mundo interior sin las cuales el pensamiento se tornaría quizá (me arriesgo a pensarlo...) en un puro pensar inoperante.

Abandonando desde ahora cualquier precaución oratoria, lo que estoy asumiendo aquí, finalmente, son mis propias dudas, mis propias perplejidades sobre la identidad real de la voz narradora que vehicula, tanto los libros que he escrito como en los que hasta ahora he leído, aquello que, definitivamente, creo que es, caso por caso, y cualquiera que sean las técnicas empleadas, el pensamiento del Autor. El suyo propio, personal (hasta donde es posible que lo sea), o, acompañándolo, mezclándose con él, informándolo y conformándolo, los pensamientos ajenos, históricos o contemporáneos, deliberadamente o inconscientemente tomados de prestado para satisfacer las necesidades de la narración: las discursivas, las descriptivas y las reflexivas.

Continúa...

FUENTE: Revista Contrastes. 
Mar de fondo

𝑆𝑜𝑦 𝐵𝑟𝑦𝑎𝑛 𝑉𝑖𝑙𝑙𝑎𝑐𝑟𝑒𝑧 (Lima, 1990) creador del Blog de Mar de fondo. Estudié Comunicaciones, Sociología y estoy escribiendo un libro. Soy un amante de los cuentos, cartas, diarios y novelas. Convencido de que "𝑈𝑛 𝑑𝑖́𝑎 𝑙𝑒𝑖́𝑑𝑜 𝑛𝑜 𝑒𝑠 𝑢𝑛 𝑑𝑖́𝑎 𝑝𝑒𝑟𝑑𝑖𝑑𝑜"

Publicar un comentario

Artículo Anterior Artículo Siguiente