¡Hola, lectores! He recuperado mi preciado ordenador y hoy quiero darle sin parar a las teclas para escribir este artículo que contiene una cautivadora carta del francés Voltaire. Se trata de una crítica tan educativa como entretenida, sobre el poder y el gobierno en el viejo continente ¡No te lo pierdas!
Seguramente cada vez que escuchamos o leemos el nombre de este escritor y filósofo, hacemos un viaje mental a los tiempos de escuela; y es que Voltaire tenía una visión crítica y reformista sobre el gobierno que estaba influenciada por las ideas de la ilustración. Pero si no lo recuerdas bien, aquí te pongo en contexto.
¿Quién fue Voltaire?
Debemos comenzar diciendo que Voltaire en realidad fue el seudónimo que empleó François-Marie Arouet, un escritor, historiador y filósofo francés del siglo XVIII, quien rápidamente alcanzó la fama por su ingenio, su crítica a las instituciones y al Estado; así como su defensa de la libertad de expresión y de religión.
Voltaire vivió en una época de cambios importantes en la historia de la humanidad, nació el 21 de noviembre de 1694 en París y murió el 30 de mayo de 1778, no sin antes convertirse uno de los principales representantes de la ilustración: aquel movimiento intelectual que promovió la razón, la ciencia y el cuestionamiento de la realidad.
Un escritor con visión crítica
Por eso no sorprende la visión crítica y reformista de Voltaire sobre el gobierno, ya que esa transición histórica del absolutismo a la democracia no hubiese podido llevarse a cabo sin pensadores como él. La crítica del francés al absolutismo fue importante para entender la libertad del ser humano en adelante. Voltaire se oponía al poder absoluto del monarca sobre el Estado y criticó la arbitrariedad y la injusticia que se cometía a menudo.
Es por ello que en la carta que leerás a continuación se sugiere un gobierno racional y justo, donde las leyes fueran razonables y se aplicaran de manera equitativa a los ciudadanos. Creía que los gobernantes deben ser racionales y buscar el bienestar de sus súbditos, ya que era un ferviente defensor de las libertades individuales. Esto nos lleva a preguntarnos lo siguiente:
¿Cómo era el pensamiento de Voltaire?
No existe escritor que no plasme en sus textos la visión que tiene de su época, eso lo hemos visto en cuentos de Voltaire. Y lo cierto es que este escritor tenía un pensamiento caracterizado por su crítica aguda, la defensa de la razón y la libertad.
Por ejemplo, hablar sobre Voltaire es referirnos inexorablemente al racionalismo y crítica de la superstición, porque él valoraba la razón como la mejor guía para la vida humana y le daba con palo a las creencias que no se fundamentaran en la evidencia. Asimismo, fue un ferviente defensor de la liberad de expresión y la tolerancia religiosa, a él se le atribuye la siguiente frase:
"No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo"
Esto refleja su compromiso con aquellos valores. Dese luego Voltaire se opuso a la persecución religiosa y promovió la idea de que todas las personas deberían tener el derecho a practicar su religión libremente; y por ello criticaba a la Iglesia católica e instituciones religiosas por su intolerancia y control sobre la vida pública y privada.
$ads={2}
Por último, queridos lectores, y antes de dar pase a la magnífica carta que leerás a continuación, debes hacerlo recordando que Voltaire creía en la importancia de la ética y la justicia como principios fundamentales para una sociedad civilizada. Por eso, pasó el resto de su vida promoviendo que las leyes deben ser justas y razonables y que los gobiernos deben servir al bien común. De esas ideas se desprende esta carta...
CARTA DE VOLTAIRE: SOBRE EL GOBIERNO
Esta combinación afortunada en el gobierno de Inglaterra, ese concierto entre los Comunes, los lores y el rey, no ha existido siempre. Durante largo tiempo, Inglaterra ha sido esclava; lo ha sido de los romanos, los sajones, los daneses, los franceses. Guillermo el Conquistador, en especial, dispuso de los bienes y de la vida de sus nuevos súbditos como un monarca oriental, gobernándola con puño de hierro. Prohibió a los ingleses, bajo pena de muerte, mantener encendido el fuego o la luz en sus casas después de las ocho de la noche; no se sabe si quería evitar las reuniones nocturnas o bien saber, mediante prohibición tan absurda, hasta dónde puede llegar el poder de un hombre sobre los demás.
Es cierto que antes y después de Guillermo el Conquistador hubo Parlamento en Inglaterra; los ingleses se vanaglorian de ello, como si esas reuniones, que entonces se llamaban parlamentos, compuestas por eclesiásticos tiránicos y bandidos llamados barones, hubieran sido guardianes de la libertad y de la felicidad popular .
Fueron los bárbaros, que desde las riberas del Báltico se expandieron por toda Europa, quienes impusieron la costumbre de esos estados o parlamentos, de los que tanto se habla pero son tan desconocidos. Es verdad que los reyes en esa época no eran déspotas, pero a pesar de ello los pueblos debían soportar un servilismo miserable. Los capitanes de los salvajes que asolaron Francia, Italia, España, Inglaterra, se transformaron en monarcas; sus lugartenientes se repartieron las tierras de los vencidos, dando así origen a los margraves, los «lairds», los barones, tiranuelos que disputaban a sus soberanos los despojos de los pueblos, aves de rapiña que luchaban con un águila para robarle la sangre a las palomas; cada pueblo tuvo cien tiranos en lugar de un amo. Enseguida intervinieron los sacerdotes. Los galos, los isleños de Inglaterra, habían sido gobernados por los druidas siempre y por los jefes de las ciudades, una clase antigua de barones, menos tiránica que sus sucesores. Los druidas decían ser los intermediarios entre la divinidad y los hombres; dictaban leyes, excomulgaban y condenaban a muerte. Poco a poco, los obispos, durante el dominio de los godos y los vándalos, se adueñaron del poder temporal, y sirviéndose de ellos, los papas, con breves apostólicos, bulas y monjes, hicieron temblar a los reyes, les arrebataron el poder, les hicieron asesinar y se apoderaron de todo el dinero que pudieron en Europa. El imbécil de Inas, uno de los tiranos de la heptarquía de Inglaterra, fue el primero que durante una peregrinación a Roma aceptó pagar el dinero de San Pedro (alrededor de un escudo de nuestra moneda) por cada casa de su territorio. Pronto toda la isla imitó el ejemplo y, poco a poco, Inglaterra se transformó en una provincia del Papa, el cual enviaba de cuando en cuando a sus legados para cobrar los exorbitantes impuestos.
Juan Sin Tierra, que había sido excomulgado por Su Santidad, concluyó por cederle el reino. Los barones, disgustados por semejante medida, destronaron al miserable rey y pusieron en su lugar a Luis VIII, padre de San Luis, rey de Francia. Pero enseguida se cansaron del recién llegado y lo obligaron a atravesar de nuevo el mar .
Mientras que los barones, los obispos, los papas desgarraban así a Inglaterra, donde todos querían mandar, la más numerosa, la más virtuosa y por consecuencia la más respetable parte de los hombres, compuesta por los que estudian las leyes y las ciencias, los artesanos, los negociantes, en suma todos los que no eran tiranos, el pueblo era mirado como un animal por debajo del hombre. Era necesario que las comunas tuvieran parte en el gobierno: eran plebeyos; su trabajo, su sangre, pertenecía a sus amos, los nobles. La mayoría de los hombres en Europa era considerada entonces lo que aún lo sigue siendo en muchos lugares de su parte septentrional: siervos de un señor, como un ganado que se compra y se vende con la tierra. Han debido de pasar muchos siglos para que se hiciera justicia a la humanidad, para que se comprobara que es terrible que la mayoría de los hombres siembre para que un reducido grupo de ellos recoja los frutos.
¿No es una felicidad para el género humano que esos pequeños bribones hayan visto extinguida su autoridad por el poder legítimo de nuestros reyes en Francia y por el poder legítimo de los reyes y el pueblo en Inglaterra?
Felizmente, las querellas entre reyes y señores feudales conmovieron a los imperios y aflojaron las cadenas que atenazaban a las naciones; la libertad nació en Inglaterra de las disputas entre los tiranos. Los barones obligaron a Juan Sin Tierra ya Enrique III a otorgar la famosa Carta, cuyo principal objeto era, en realidad, situar a los reyes bajo la dependencia de los lores, pero que favoreció al resto de la nación para que ésta, en caso de necesidad, se pusiera de parte de sus pretendidos protectores. Esta Carta Magna, considerada como el sagrado origen de las libertades inglesas, nos de- muestra que la libertad era entonces poco conocida. Su solo título demuestra que el rey se creía monarca absoluto por derecho y cedió este pretendido derecho tan sólo cuando fue obligado por los barones y el clero, más ‘poderosos que él.
He aquí cómo empieza la Carta Magna: “Nos acordamos por nuestra propia voluntad, los privilegios siguientes a los arzobispos, obispos, abates, priores y barones de nuestro reino, etc.»
En los artículos de esa Carta no se menciona para nada a la Cámara de los Comunes, lo cual es prueba de que no existía aún o de que no tenía poder alguno. Se especifica a los hombres libres de Inglaterra: triste demostración de que había muchos que no lo eran. En el artículo 32 de la Carta se establece que los pretendidos hombres libres debían prestar servicios a su señor. Una libertad semejante se parece mucho a la esclavitud.
El rey dispone en el artículo 21 que sus oficiales no podrán apoderarse en adelante de los caballos y los carros de los hombres libres por la fuerza, sino que deberán pagarles su valor. El pueblo consideró que ese reglamento les dotaba de libertad únicamente porque les libraba de una tiranía mayor.
Enrique VIl, feliz usurpador y gran político, que aparentaba estimar a los barones cuando en realidad los detestaba y temía, consiguió la enajenación de sus tierras. De ese modo los plebeyos que más tarde adquirieron bienes con su trabajo, pudieron adquirir los castillos de los pares arruinados por sus locuras. Poco a poco todas las tierras cambiaron de dueño.
La Cámara de los Comunes se hizo cada vez más poderosa; con el tiempo desaparecieron las familias de los antiguos pares; y como en Inglaterra los únicos nobles son en realidad, según dice la ley, los pares, pronto hubiera desaparecido la nobleza en ese país si de cuando en cuando los reyes no hubieran creado nuevos barones y no conservaran la orden de los pares, antes tan temida, para ponerla enfrente a la de los Comunes, cuyo poder les inspiraba temores.
TE RECOMIENDO, LECTOR: "El mundo tal como va", cuento de Voltaire
Todos esos pares que forman la Cámara alta reciben del rey un titulado y nada más; casi ninguno de ellos posee la tierra que lleva su nombre. El uno es duque de Dorset y no tiene una pulgada de tierra en Dorsetshire; el otro es conde de una ciudad de la que apenas sabe dónde está situada; tienen poder en el Parlamento, pero en ningún sitio más.
Aquí no se oye hablar de alta, media y baja justicia, ni del derecho a cazar en las tierras de un ciudadano, el cual ni siquiera es dueño de disparar un tiro de fusil en su propio campo.
Un hombre, por el hecho de ser noble o sacerdote, no está eximido del pago de determinadas contribuciones; todos los impuestos están reglamentados por la Cámara de los Comunes que, aun siendo la segunda por su rango, es la primera en importancia.
Los señores y los obispos pueden rechazar un proyecto de ley sobre impuestos presentado por los Comunes, pero no pueden modificarlo; tienen que recibirlo o rechazarlo sin modificaciones. Cuando los lores aceptan el proyecto y el rey lo aprueba, todo el mundo tiene que pagar. Cada cual paga no según su rango (lo cual es absurdo), sino según su renta; no existen ni tributos ni contribuciones arbitrarias, sino un verdadero impuesto sobre las tierras, que fueron evaluadas durante el reinado del famoso Guillermo III por debajo de su precio.
Las rentas de la tierra han aumentado, pero los impuestos siguen siendo los mismos; de este modo nadie se siente perjudicado ni se queja. El campesino no tiene los pies doloridos por el uso de los zuecos, come pan blanco, viste bien, aumenta su ganadería y cubre con tejas el techo de su casa, sin temor a que le aumenten los impuestos el año siguiente.
Muchos campesinos, a pesar de tener doscientos mil francos de renta, continúan cultivando la tierra que los ha enriquecido y en la que viven en libertad.
FIN
Como ven, lectores, el aporte de Voltaire va más allá del pensamiento y la narrativa. Si buscamos bien encontraremos ensayos, cartas, novelas y tratados filosóficos que reflejan estos principios y han dejado un impacto duradero en la filosofía, la literatura y la política.
Si te gustó este artículo házmelo saber con un comentario y recuerda que puedes suscribirte al Facebook de Mar de fondo y colaborar con tu aporte a la continuidad del proyecto ¡Nos leemos!
Gracias Bryan, interesante el gran aporte del Filósofo y escritor Voltaire sobré todo la libertad de expresión que es muy importante. Saludos.
ResponderEliminarSaludos y gracias por tu valioso comentario. Siempre es un placer leerlos
EliminarGracia
ResponderEliminarSiempre es interesante leer algo relacionado con Voltaire porque se encuentran verdades que siguen vigentes. Muchas gracias por brindarnos información de personajes insignes como él. Con relación a la "verdad vigente", me refiero al párrafo siguiente: "como si esas reuniones, que entonces se llamaban parlamentes, compuestas por eclesiásticos tiránicos y bandidos llamados barones, hubieran sido guardianes de la libertad y de la felicidad popular. Voltaire hablaba, muy adelantado a su época y a mi entender,de los políticos actuales quienes han parasitado desde hace siglos...
ResponderEliminarLas reuniones se llamaban parlamentos, no parlamentes.
EliminarGracias por tu información complementaria
ResponderEliminarMuy bonita historia Gracias por compartir le doy un 10
ResponderEliminar