Leamos "La fuerza de la sangre", cuento de Miguel de Cervantes Saavedra

¡Hola, lectores! Las "Novelas ejemplares" de Cervantes nos han dejado relatos inmortales que iremos reviviendo en Mar de Fondo. En esta oportunidad se trata de la historia del secuestro de Leocadia, hija de un viejo hidalgo, quien es raptada por Rodolfo, un joven ciego de deseo ¡Leamos con atenci贸n! 

"La fuerza de la sangre", cuento de Miguel de Cervantes Saavedra
Imagen editada en CVPro para Mar de fondo.


LA FUERZA DE LA SANGRE



Una noche de las calurosas del verano, volv铆an de recrearse del r铆o en Toledo un anciano hidalgo con su mujer, un ni帽o peque帽o, una hija de edad de diez y seis a帽os y una criada. La noche era clara; la hora, las once; el camino, solo, y el paso, tardo, por no pagar con cansancio la pensi贸n que traen consigo las holguras que en el r铆o o en la vega se toman en Toledo.

Con la seguridad que promete la mucha justicia y bien inclinada gente de aquella ciudad, ven铆a el buen hidalgo con su honrada familia, lejos de pensar en desastre que sucederles pudiese. Pero, como las m谩s de las desdichas que vienen no se piensan, contra todo su pensamiento, les sucedi贸 una que les turb贸 la holgura y les dio que llorar muchos a帽os.

Hasta veinte y dos tendr铆a un caballero de aquella ciudad a quien la riqueza, la sangre ilustre, la inclinaci贸n torcida, la libertad demasiada y las compa帽铆as libres, le hac铆an hacer cosas y tener atrevimientos que desdec铆an de su calidad y le daban renombre de atrevido. Este caballero, pues (que por ahora, por buenos respectos, encubriendo su nombre, le llamaremos con el de Rodolfo), con otros cuatro amigos suyos, todos mozos, todos alegres y todos insolentes, bajaba por la misma cuesta que el hidalgo sub铆a.

Encontr谩ronse los dos escuadrones: el de las ovejas con el de los lobos; y, con deshonesta desenvoltura, Rodolfo y sus camaradas, cubiertos los rostros, miraron los de la madre, y de la hija y de la criada. Alborot贸se el viejo y reproch贸les y afe贸les su atrevimiento. Ellos le respondieron con muecas y burla, y, sin desmandarse a m谩s, pasaron adelante. Pero la mucha hermosura del rostro que hab铆a visto Rodolfo, que era el de Leocadia, que as铆 quieren que se llamase la hija del hidalgo, comenz贸 de tal manera a imprim铆rsele en la memoria, que le llev贸 tras s铆 la voluntad y despert贸 en 茅l un deseo de gozarla a pesar de todos los inconvenientes que sucederle pudiesen. Y en un instante comunic贸 su pensamiento con sus camaradas, y en otro instante se resolvieron de volver y robarla, por dar gusto a Rodolfo; que siempre los ricos que dan en liberales hallan quien canonice sus desafueros y califique por buenos sus malos gustos. Y as铆, el nacer el mal prop贸sito, el comunicarle y el aprobarle y el determinarse de robar a Leocadia y el robarla, casi todo fue en un punto.

Pusi茅ronse los pa帽izuelos en los rostros, y, desenvainadas las espadas, volvieron, y a pocos pasos alcanzaron a los que no hab铆an acabado de dar gracias a Dios, que de las manos de aquellos atrevidos les hab铆a librado.

Arremeti贸 Rodolfo con Leocadia, y, cogi茅ndola en brazos, dio a huir con ella, la cual no tuvo fuerzas para defenderse, y el sobresalto le quit贸 la voz para quejarse, y aun la luz de los ojos, pues, desmayada y sin sentido, ni vio qui茅n la llevaba, ni ad贸nde la llevaban. Dio voces su padre, grit贸 su madre, llor贸 su hermanico, ara帽贸se la criada; pero ni las voces fueron o铆das, ni los gritos escuchados, ni movi贸 a compasi贸n el llanto, ni los ara帽os fueron de provecho alguno, porque todo lo cubr铆a la soledad del lugar y el callado silencio de la noche, y las crueles entra帽as de los malhechores.

Finalmente, alegres se fueron los unos y tristes se quedaron los otros. Rodolfo lleg贸 a su casa sin impedimento alguno, y los padres de Leocadia llegaron a la suya lastimados, afligidos y desesperados: ciegos, sin los ojos de su hija, que eran la lumbre de los suyos; solos, porque Leocadia era su dulce y agradable compa帽铆a; confusos, sin saber si ser铆a bien dar noticia de su desgracia a la justicia, temerosos no fuesen ellos el principal instrumento de publicar su deshonra. Ve铆anse necesitados de favor, como hidalgos pobres. No sab铆an de qui茅n quejarse, sino de su corta ventura. Rodolfo, en tanto, sagaz y astuto, ten铆a ya en su casa y en su aposento a Leocadia; a la cual, puesto que sinti贸 que iba desmayada cuando la llevaba, la hab铆a cubierto los ojos con un pa帽uelo, porque no viese las calles por donde la llevaba, ni la casa ni el aposento donde estaba; en el cual, sin ser visto de nadie, a causa que 茅l ten铆a un cuarto aparte en la casa de su padre, que a煤n viv铆a, y ten铆a de su estancia la llave y las de todo el cuarto (inadvertencia de padres que quieren tener sus hijos recogidos), antes que de su desmayo volviese Leocadia, hab铆a cumplido su deseo Rodolfo; que los 铆mpetus no castos de la mocedad pocas veces o ninguna reparan en comodidades y requisitos que m谩s los inciten y levanten. Ciego de la luz del entendimiento, a escuras rob贸 la mejor prenda de Leocadia; y, como los pecados de la sensualidad por la mayor parte no tiran m谩s all谩 la barra del t茅rmino del cumplimiento dellos, quisiera luego Rodolfo que de all铆 se desapareciera Leocadia, y le vino a la imaginaci贸n de ponella en la calle, as铆 desmayada como estaba. Y, y茅ndolo a poner en obra, sinti贸 que volv铆a en s铆, diciendo:

-¿Ad贸nde estoy, desdichada? ¿Qu茅 escuridad es 茅sta, qu茅 tinieblas me rodean? ¿Estoy en el limbo de mi inocencia o en el infierno de mis culpas? ¡Jes煤s!, ¿qui茅n me toca? ¿Yo en cama, yo lastimada? ¿Esc煤chasme, madre y se帽ora m铆a? ¿脫yesme, querido padre? ¡Ay sin ventura de m铆!, que bien advierto que mis padres no me escuchan y que mis enemigos me tocan; venturosa ser铆a yo si esta escuridad durase para siempre, sin que mis ojos volviesen a ver la luz del mundo, y que este lugar donde ahora estoy, cualquiera que 茅l se fuese, sirviese de sepultura a mi honra, pues es mejor la deshonra que se ignora que la honra que est谩 puesta en opini贸n de las gentes. Ya me acuerdo (¡que nunca yo me acordara!) que ha poco que ven铆a en la compa帽铆a de mis padres; ya me acuerdo que me saltearon, ya me imagino y veo que no es bien que me vean las gentes. ¡Oh t煤, cualquiera que seas, que aqu铆 est谩s comigo (y en esto ten铆a asido de las manos a Rodolfo), si es que tu alma admite g茅nero de ruego alguno, te ruego que, ya que has triunfado de mi fama, triunfes tambi茅n de mi vida! ¡Qu铆tamela al momento, que no es bien que la tenga la que no tiene honra! ¡Mira que el rigor de la crueldad que has usado conmigo en ofenderme se templar谩 con la piedad que usar谩s en matarme; y as铆, en un mismo punto, vendr谩s a ser cruel y piadoso!

Confuso dejaron las razones de Leocadia a Rodolfo; y, como mozo poco experimentado, ni sab铆a qu茅 decir ni qu茅 hacer, cuyo silencio admiraba m谩s a Leocadia, la cual con las manos procuraba desenga帽arse si era fantasma o sombra la que con ella estaba. Pero, como tocaba cuerpo y se le acordaba de la fuerza que se le hab铆a hecho, viniendo con sus padres, ca铆a en la verdad del cuento de su desgracia. Y con este pensamiento torn贸 a a帽udar las razones que los muchos sollozos y suspiros hab铆an interrumpido, diciendo:

-Atrevido mancebo, que de poca edad hacen tus hechos que te juzgue, yo te perdono la ofensa que me has hecho con s贸lo que me prometas y jures que, como la has cubierto con esta escuridad, la cubrir谩s con perpetuo silencio sin decirla a nadie. Poca recompensa te pido de tan grande agravio, pero para m铆 ser谩 la mayor que yo sabr茅 pedirte ni t煤 querr谩s darme. Advierte en que yo nunca he visto tu rostro, ni quiero v茅rtele; porque, ya que se me acuerde de mi ofensa, no quiero acordarme de mi ofensor ni guardar en la memoria la imagen del autor de mi da帽o. Entre m铆 y el cielo pasar谩n mis quejas, sin querer que las oiga el mundo, el cual no juzga por los sucesos las cosas, sino conforme a 茅l se le asienta en la estimaci贸n. No s茅 c贸mo te digo estas verdades, que se suelen fundar en la experiencia de muchos casos y en el discurso de muchos a帽os, no llegando los m铆os a diez y siete; por do me doy a entender que el dolor de una misma manera ata y desata la lengua del afligido: unas veces exagerando su mal, para que se le crean, otras veces no dici茅ndole, porque no se le remedien. De cualquiera manera, que yo calle o hable, creo que he de moverte a que me creas o que me remedies, pues el no creerme ser谩 ignorancia, y el [no] remediarme, imposible de tener alg煤n alivio. No quiero desesperarme, porque te costar谩 poco el d谩rmele; y es 茅ste: mira, no aguardes ni conf铆es que el discurso del tiempo temple la justa sa帽a que contra ti tengo, ni quieras amontonar los agravios: mientras menos me gozares, y habi茅ndome ya gozado, menos se encender谩n tus malos deseos. Haz cuenta que me ofendiste por accidente, sin dar lugar a ning煤n buen discurso; yo la har茅 de que no nac铆 en el mundo, o que si nac铆, fue para ser desdichada. Ponme luego en la calle, o a lo menos junto a la iglesia mayor, porque desde all铆 bien sabr茅 volverme a mi casa; pero tambi茅n has de jurar de no seguirme, ni saberla, ni preguntarme el nombre de mis padres, ni el m铆o, ni de mis parientes, que, a ser tan ricos como nobles, no fueran en m铆 tan desdichados. Resp贸ndeme a esto; y si temes que te pueda conocer en la habla, h谩gote saber que, fuera de mi padre y de mi confesor, no he hablado con hombre alguno en mi vida, y a pocos he o铆do hablar con tanta comunicaci贸n que pueda distinguirles por el sonido de la habla.

La respuesta que dio Rodolfo a las discretas razones de la lastimada Leocadia no fue otra que abrazarla, dando muestras que quer铆a volver a confirmar en 茅l su gusto y en ella su deshonra. Lo cual visto por Leocadia, con m谩s fuerzas de las que su tierna edad promet铆an, se defendi贸 con los pies, con las manos, con los dientes y con la lengua, dici茅ndole:

-Haz cuenta, traidor y desalmado hombre, quienquiera que seas, que los despojos que de m铆 has llevado son los que podiste tomar de un tronco o de una coluna sin sentido, cuyo vencimiento y triunfo ha de redundar en tu infamia y menosprecio. Pero el que ahora pretendes no le has de alcanzar sino con mi muerte. Desmayada me pisaste y aniquilaste; mas, ahora que tengo br铆os, antes podr谩s matarme que vencerme: que si ahora, despierta, sin resistencia concediese con tu abominable gusto, podr铆as imaginar que mi desmayo fue fingido cuando te atreviste a destruirme.

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Finalmente, tan gallarda y porfiadamente se resisti贸 Leocadia, que las fuerzas y los deseos de Rodolfo se enflaquecieron; y, como la insolencia que con Leocadia hab铆a usado no tuvo otro principio que de un 铆mpetu lascivo, del cual nunca nace el verdadero amor, que permanece, en lugar del 铆mpetu, que se pasa, queda, si no el arrepentimiento, a lo menos una tibia voluntad de segundalle. Fr铆o, pues, y cansado Rodolfo, sin hablar palabra alguna, dej贸 a Leocadia en su cama y en su casa; y, cerrando el aposento, se fue a buscar a sus camaradas para aconsejarse con ellos de lo que hacer deb铆a.

Sinti贸 Leocadia que quedaba sola y encerrada; y, levant谩ndose del lecho, anduvo todo el aposento, tentando las paredes con las manos, por ver si hallaba puerta por do irse o ventana por do arrojarse. Hall贸 la puerta, pero bien cerrada, y top贸 una ventana que pudo abrir, por donde entr贸 el resplandor de la luna, tan claro, que pudo distinguir Leocadia las colores de unos damascos que el aposento adornaban. Vio que era dorada la cama, y tan ricamente compuesta que m谩s parec铆a lecho de pr铆ncipe que de alg煤n particular caballero. Cont贸 las sillas y los escritorios; not贸 la parte donde la puerta estaba, y, aunque vio pendientes de las paredes algunas tablas, no pudo alcanzar a ver las pinturas que conten铆an. La ventana era grande, guarnecida y guardada de una gruesa reja; la vista ca铆a a un jard铆n que tambi茅n se cerraba con paredes altas; dificultades que se opusieron a la intenci贸n que de arrojarse a la calle ten铆a. Todo lo que vio y not贸 de la capacidad y ricos adornos de aquella estancia le dio a entender que el due帽o della deb铆a de ser hombre principal y rico, y no comoquiera, sino aventajadamente. En un escritorio, que estaba junto a la ventana, vio un crucifijo peque帽o, todo de plata, el cual tom贸 y se le puso en la manga de la ropa, no por devoci贸n ni por hurto, sino llevada de un discreto designio suyo. Hecho esto, cerr贸 la ventana como antes estaba y volvi贸se al lecho, esperando qu茅 fin tendr铆a el mal principio de su suceso.

No habr铆a pasado, a su parecer, media hora, cuando sinti贸 abrir la puerta del aposento y que a ella se lleg贸 una persona; y, sin hablarle palabra, con un pa帽uelo le vend贸 los ojos, y tom谩ndola del brazo la sac贸 fuera de la estancia, y sinti贸 que volv铆a a cerrar la puerta. Esta persona era Rodolfo, el cual, aunque hab铆a ido a buscar a sus camaradas, no quiso hallarlas, pareci茅ndole que no le estaba bien hacer testigos de lo que con aquella doncella hab铆a pasado; antes, se resolvi贸 en decirles que, arrepentido del mal hecho y movido de sus l谩grimas, la hab铆a dejado en la mitad del camino. Con este acuerdo volvi贸 tan presto a poner a Leocadia junto a la iglesia mayor, como ella se lo hab铆a pedido, antes que amaneciese y el d铆a le estorbase de echalla, y le forzase a tenerla en su aposento hasta la noche venidera, en el cual espacio de tiempo ni 茅l quer铆a volver a usar de sus fuerzas ni dar ocasi贸n a ser conocido. Llev贸la, pues, hasta la plaza que llaman de Ayuntamiento; y all铆, en voz trocada y en lengua medio portuguesa y castellana, le dijo que seguramente pod铆a irse a su casa, porque de nadie ser铆a seguida; y, antes que ella tuviese lugar de quitarse el pa帽uelo, ya 茅l se hab铆a puesto en parte donde no pudiese ser visto.

Qued贸 sola Leocadia, quit贸se la venda, reconoci贸 el lugar donde la dejaron. Mir贸 a todas partes, no vio a persona; pero, sospechosa que desde lejos la siguiesen, a cada paso se deten铆a, d谩ndolos hacia su casa, que no muy lejos de all铆 estaba. Y, por desmentir las esp铆as, si acaso la segu铆an, se entr贸 en una casa que hall贸 abierta, y de all铆 a poco se fue a la suya, donde hall贸 a sus padres at贸nitos y sin desnudarse, y aun sin tener pensamiento de tomar descanso alguno.

Cuando la vieron, corrieron a ella con brazos abiertos, y con l谩grimas en los ojos la recibieron. Leocadia, llena de sobresalto y alboroto, hizo a sus padres que se tirasen con ella aparte, como lo hicieron; y all铆, en breves palabras, les dio cuenta de todo su desastrado suceso, con todas la circunstancias d茅l y de la ninguna noticia que tra铆a del salteador y robador de su honra. D铆joles lo que hab铆a visto en el teatro donde se represent贸 la tragedia de su desventura: la ventana, el jard铆n, la reja, los escritorios, la cama, los damascos; y a lo 煤ltimo les mostr贸 el crucifijo que hab铆a tra铆do, ante cuya imagen se renovaron las l谩grimas, se hicieron deprecaciones, se pidieron venganzas y desearon milagrosos castigos. Dijo ansimismo que, aunque ella no deseaba venir en conocimiento de su ofensor, que si a sus padres les parec铆a ser bien conocelle, que por medio de aquella imagen podr铆an, haciendo que los sacristanes dijesen en los p煤lpitos de todas las parroquias de la ciudad, que el que hubiese perdido tal imagen la hallar铆a en poder del religioso que ellos se帽alasen; y que ans铆, sabiendo el due帽o de la imagen, se sabr铆a la casa y aun la persona de su enemigo.

A esto replic贸 el padre:

-Bien hab铆as dicho, hija, si la malicia ordinaria no se opusiera a tu discreto discurso, pues est谩 claro que esta imagen hoy, en este d铆a, se ha de echar menos en el aposento que dices, y el due帽o della ha de tener por cierto que la persona que con 茅l estuvo se la llev贸; y, de llegar a su noticia que la tiene alg煤n religioso, antes ha de servir de conocer qui茅n se la dio al tal que la tiene, que no de declarar el due帽o que la perdi贸, porque puede hacer que venga por ella otro a quien el due帽o haya dado las se帽as. Y, siendo esto ans铆, antes quedaremos confusos que informados; puesto que podamos usar del mismo artificio que sospechamos, d谩ndola al religioso por tercera persona. Lo que has de hacer, hija, es guardarla y encomendarte a ella; que, pues ella fue testigo de tu desgracia, permitir谩 que haya juez que vuelva por tu justicia. Y advierte, hija, que m谩s lastima una onza de deshonra p煤blica que una arroba de infamia secreta. Y, pues puedes vivir honrada con Dios en p煤blico, no te pene de estar deshonrada contigo en secreto: la verdadera deshonra est谩 en el pecado, y la verdadera honra en la virtud; con el dicho, con el deseo y con la obra se ofende a Dios; y, pues t煤, ni en dicho, ni en pensamiento, ni en hecho le has ofendido, tente por honrada, que yo por tal te tendr茅, sin que jam谩s te mire sino como verdadero padre tuyo.

Con estas prudentes razones consol贸 su padre a Leocadia, y, abraz谩ndola de nuevo su madre, procur贸 tambi茅n consolarla. Ella gimi贸 y llor贸 de nuevo, y se redujo a cubrir la cabeza, como dicen, y a vivir recogidamente debajo del amparo de sus padres, con vestido tan honesto como pobre.

Rodolfo, en tanto, vuelto a su casa, echando menos la imagen del crucifijo, imagin贸 qui茅n pod铆a haberla llevado; pero no se le dio nada, y, como rico, no hizo cuenta dello, ni sus padres se la pidieron cuando de all铆 a tres d铆as, que 茅l se parti贸 a Italia, entreg贸 por cuenta a una camarera de su madre todo lo que en el aposento dejaba.

Muchos d铆as hab铆a que ten铆a Rodolfo determinado de pasar a Italia; y su padre, que hab铆a estado en ella, se lo persuad铆a, dici茅ndole que no eran caballeros los que solamente lo eran en su patria, que era menester serlo tambi茅n en las ajenas. Por estas y otras razones, se dispuso la voluntad de Rodolfo de cumplir la de su padre, el cual le dio cr茅dito de muchos dineros para Barcelona, G茅nova, Roma y N谩poles; y 茅l, con dos de sus camaradas, se parti贸 luego, goloso de lo que hab铆a o铆do decir a algunos soldados de la abundancia de las hoster铆as de Italia y Francia, [y] de la libertad que en los alojamientos ten铆an los espa帽oles. Son谩bale bien aquel Eco li buoni polastri, picioni, presuto e salcicie, con otros nombres deste jaez, de quien los soldados se acuerdan cuando de aquellas partes vienen a 茅stas y pasan por la estrecheza e incomodidades de las ventas y mesones de Espa帽a. Finalmente, 茅l se fue con tan poca memoria de lo que con Leocadia le hab铆a sucedido, como si nunca hubiera pasado.

Ella, en este entretanto, pasaba la vida en casa de sus padres con el recogimiento posible, sin dejar verse de persona alguna, temerosa que su desgracia se la hab铆an de leer en la frente. Pero a pocos meses vio serle forzoso hacer por fuerza lo que hasta all铆 de grado hac铆a. Vio que le conven铆a vivir retirada y escondida, porque se sinti贸 pre帽ada: suceso por el cual las en alg煤n tanto olvidadas l谩grimas volvieron a sus ojos, y los suspiros y lamentos comenzaron de nuevo a herir los vientos, sin ser parte la discreci贸n de su buena madre a consolalla. Vol贸 el tiempo, y lleg贸se el punto del parto, y con tanto secreto, que aun no se os贸 fiar de la partera; usurpando este oficio la madre, dio a la luz del mundo un ni帽o de los hermosos que pudieran imaginarse. Con el mismo recato y secreto que hab铆a nacido, le llevaron a una aldea, donde se cri贸 cuatro a帽os, al cabo de los cuales, con nombre de sobrino, le trujo su abuela a su casa, donde se criaba, si no muy rica, a lo menos muy virtuosamente.

Era el ni帽o (a quien pusieron nombre Luis, por llamarse as铆 su abuelo), de rostro hermoso, de condici贸n mansa, de ingenio agudo, y, en todas las acciones que en aquella edad tierna pod铆a hacer, daba se帽ales de ser de alg煤n noble padre engendrado; y de tal manera su gracia, belleza y discreci贸n enamoraron a sus abuelos, que vinieron a tener por dicha la desdicha de su hija por haberles dado tal nieto. Cuando iba por la calle, llov铆an sobre 茅l millares de bendiciones: unos bendec铆an su hermosura, otros la madre que lo hab铆a parido, 茅stos el padre que le engendr贸, aqu茅llos a quien tan bien criado le criaba. Con este aplauso de los que le conoc铆an y no conoc铆an, lleg贸 el ni帽o a la edad de siete a帽os, en la cual ya sab铆a leer lat铆n y romance y escribir formada y muy buena letra; porque la intenci贸n de sus abuelos era hacerle virtuoso y sabio, ya que no le pod铆an hacer rico; como si la sabidur铆a y la virtud no fuesen las riquezas sobre quien no tienen jurisdici贸n los ladrones, ni la que llaman Fortuna.

Sucedi贸, pues, que un d铆a que el ni帽o fue con un recaudo de su abuela a una parienta suya, acert贸 a pasar por una calle donde hab铆a carrera de caballeros. P煤sose a mirar, y, por mejorarse de puesto, pas贸 de una parte a otra, a tiempo que no pudo huir de ser atropellado de un caballo, a cuyo due帽o no fue posible detenerle en la furia de su carrera. Pas贸 por encima d茅l, y dej贸le como muerto, tendido en el suelo, derramando mucha sangre de la cabeza. Apenas esto hubo sucedido, cuando un caballero anciano que estaba mirando la carrera, con no vista ligereza se arroj贸 de su caballo y fue donde estaba el ni帽o; y, quit谩ndole de los brazos de uno que ya le ten铆a, le puso en los suyos, y, sin tener cuenta con sus canas ni con su autoridad, que era mucha, a paso largo se fue a su casa, ordenando a sus criados que le dejasen y fuesen a buscar un cirujano que al ni帽o curase. Muchos caballeros le siguieron, lastimados de la desgracia de tan hermoso ni帽o, porque luego sali贸 la voz que el atropellado era Luisico, el sobrino del tal caballero, nombrando a su abuelo. Esta voz corri贸 de boca en boca hasta que lleg贸 a los o铆dos de sus abuelos y de su encubierta madre; los cuales, certificados bien del caso, como desatinados y locos, salieron a buscar a su querido; y por ser tan conocido y tan principal el caballero que le hab铆a llevado, muchos de los que encontraron les dijeron su casa, a la cual llegaron a tiempo que ya estaba el ni帽o en poder del cirujano.

El caballero y su mujer, due帽os de la casa, pidieron a los que pensaron ser sus padres que no llorasen ni alzasen la voz a quejarse, porque no le ser铆a al ni帽o de ning煤n provecho. El cirujano, que era famoso, habi茅ndole curado con grand铆simo tiento y maestr铆a, dijo que no era tan mortal la herida como 茅l al principio hab铆a temido. En la mitad de la cura volvi贸 Luis a su acuerdo, que hasta all铆 hab铆a estado sin 茅l, y alegr贸se en ver a sus t铆os, los cuales le preguntaron llorando que c贸mo se sent铆a. Respondi贸 que bueno, sino que le dol铆a mucho el cuerpo y la cabeza. Mand贸 el m茅dico que no hablasen con 茅l, sino que le dejasen reposar. H铆zose ans铆, y su abuelo comenz贸 a agradecer al se帽or de la casa la gran caridad que con su sobrino hab铆a usado. A lo cual respondi贸 el caballero que no ten铆a qu茅 agradecelle, porque le hac铆a saber que, cuando vio al ni帽o ca铆do y atropellado, le pareci贸 que hab铆a visto el rostro de un hijo suyo, a quien 茅l quer铆a tiernamente, y que esto le movi贸 a tomarle en sus brazos y traerle a su casa, donde estar铆a todo el tiempo que la cura durase, con el regalo que fuese posible y necesario. Su mujer, que era una noble se帽ora, dijo lo mismo y hizo aun m谩s encarecidas promesas.

Admirados quedaron de tanta cristiandad los abuelos, pero la madre qued贸 m谩s admirada; porque, habiendo con las nuevas del cirujano soseg谩dose alg煤n tanto su alborotado esp铆ritu, mir贸 atentamente el aposento donde su hijo estaba, y claramente, por muchas se帽ales, conoci贸 que aquella era la estancia donde se hab铆a dado fin a su honra y principio a su desventura; y, aunque no estaba adornada de los damascos que entonces ten铆a, conoci贸 la disposici贸n della, vio la ventana de la reja que ca铆a al jard铆n; y, por estar cerrada a causa del herido, pregunt贸 si aquella ventana respond铆a a alg煤n jard铆n, y fuele respondido que s铆; pero lo que m谩s conoci贸 fue que aqu茅lla era la misma cama que ten铆a por tumba de su sepultura; y m谩s, que el propio escritorio, sobre el cual estaba la imagen que hab铆a tra铆do, se estaba en el mismo lugar.

Finalmente, sacaron a luz la verdad de todas sus sospechas los escalones, que ella hab铆a contado cuando la sacaron del aposento tapados los ojos (digo los escalones que hab铆a desde all铆 a la calle, que con advertencia discreta cont贸). Y, cuando volvi贸 a su casa, dejando a su hijo, los volvi贸 a contar y hall贸 cabal el n煤mero. Y, confiriendo unas se帽ales con otras, de todo punto certific贸 por verdadera su imaginaci贸n, de la cual dio por estenso cuenta a su madre, que, como discreta, se inform贸 si el caballero donde su nieto estaba hab铆a tenido o ten铆a alg煤n hijo. Y hall贸 que el que llamamos Rodolfo lo era, y que estaba en Italia; y, tanteando el tiempo que le dijeron que hab铆a faltado de Espa帽a, vio que eran los mismos siete a帽os que el nieto ten铆a.

Dio aviso de todo esto a su marido, y entre los dos y su hija acordaron de esperar lo que Dios hac铆a del herido, el cual dentro de quince d铆as estuvo fuera de peligro y a los treinta se levant贸; en todo el cual tiempo fue visitado de la madre y de la abuela, y regalado de los due帽os de la casa como si fuera su mismo hijo. Y algunas veces, hablando con Leocadia do帽a Estefan铆a, que as铆 se llamaba la mujer del caballero, le dec铆a que aquel ni帽o parec铆a tanto a un hijo suyo que estaba en Italia, que ninguna vez le miraba que no le pareciese ver a su hijo delante. Destas razones tom贸 ocasi贸n de decirle una vez, que se hall贸 sola con ella, las que con acuerdo de sus padres hab铆a determinado de decille, que fueron 茅stas o otras semejantes:

-El d铆a, se帽ora, que mis padres oyeron decir que su sobrino estaba tan malparado, creyeron y pensaron que se les hab铆a cerrado el cielo y ca铆do todo el mundo a cuestas. Imaginaron que ya les faltaba la lumbre de sus ojos y el b谩culo de su vejez, falt谩ndoles este sobrino, a quien ellos quieren con amor de tal manera, que con muchas ventajas excede al que suelen tener otros padres a sus hijos. Mas, como decirse suele, que cuando Dios da la llaga da la medicina, la hall贸 el ni帽o en esta casa, y yo en ella el acuerdo de unas memorias que no las podr茅 olvidar mientras la vida me durare. Yo, se帽ora, soy noble porque mis padres lo son y lo han sido todos mis antepasados, que, con una median铆a de los bienes de fortuna, han sustentado su honra felizmente dondequiera que han vivido.

Admirada y suspensa estaba do帽a Estefan铆a, escuchando las razones de Leocadia, y no pod铆a creer, aunque lo ve铆a, que tanta discreci贸n pudiese encerrarse en tan pocos a帽os, puesto que, a su parecer, la juzgaba por de veinte, poco m谩s a menos. Y, sin decirle ni replicarle palabra, esper贸 todas las que quiso decirle, que fueron aquellas que bastaron para contarle la travesura de su hijo, la deshonra suya, el robo, el cubrirle los ojos, el traerla a aquel aposento, las se帽ales en que hab铆a conocido ser aquel mismo que sospechaba. Para cuya confirmaci贸n sac贸 del pecho la imagen del crucifijo que hab铆a llevado, a quien dijo:

-T煤, Se帽or, que fuiste testigo de la fuerza que se me hizo, s茅 juez de la enmienda que se me debe hacer. De encima de aquel escritorio te llev茅 con prop贸sito de acordarte siempre mi agravio, no para pedirte venganza d茅l, que no la pretendo, sino para rogarte me dieses alg煤n consuelo con que llevar en paciencia mi desgracia.

»Este ni帽o, se帽ora, con quien hab茅is mostrado el estremo de vuestra caridad, es vuestro verdadero nieto. Permisi贸n fue del cielo el haberle atropellado, para que, tray茅ndole a vuestra casa, hallase yo en ella, como espero que he de hallar, si no el remedio que mejor convenga, y cuando no con mi desventura, a lo menos el medio con que pueda sobrellevalla.

Diciendo esto, abrazada con el crucifijo, cay贸 desmayada en los brazos de Estefan铆a, la cual, en fin, como mujer y noble, en quien la compasi贸n y misericordia suele ser tan natural como la crueldad en el hombre, apenas vio el desmayo de Leocadia, cuando junt贸 su rostro con el suyo, derramando sobre 茅l tantas l谩grimas que no fue menester esparcirle otra agua encima para que Leocadia en s铆 volviese.

Estando las dos desta manera, acert贸 a entrar el caballero marido de Estefan铆a, que tra铆a a Luisico de la mano; y, viendo el llanto de Estefan铆a y el desmayo de Leocadia, pregunt贸 a gran priesa le dijesen la causa de do proced铆a. El ni帽o abrazaba a su madre por su prima y a su abuela por su bienhechora, y asimismo preguntaba por qu茅 lloraban.

-Grandes cosas, se帽or, hay que deciros -respondi贸 Estefan铆a a su marido-, cuyo remate se acabar谩 con deciros que hag谩is cuenta que esta desmayada es hija vuestra y este ni帽o vuestro nieto. Esta verdad que os digo me ha dicho esta ni帽a, y la ha confirmado y confirma el rostro deste ni帽o, en el cual entrambos habemos visto el de nuestro hijo.

-Si m谩s no os declar谩is, se帽ora, yo no os entiendo -replic贸 el caballero.

En esto volvi贸 en s铆 Leocadia, y, abrazada del crucifijo, parec铆a estar convertida en un mar de llanto. Todo lo cual ten铆a puesto en gran confusi贸n al caballero, de la cual sali贸 cont谩ndole su mujer todo aquello que Leocadia le hab铆a contado; y 茅l lo crey贸, por divina permisi贸n del cielo, como si con muchos y verdaderos testigos se lo hubieran probado. Consol贸 y abraz贸 a Leocadia, bes贸 a su nieto, y aquel mismo d铆a despacharon un correo a N谩poles, avisando a su hijo se viniese luego, porque le ten铆an concertado casamiento con una mujer hermosa sobremanera y tal cual para 茅l conven铆a. No consintieron que Leocadia ni su hijo volviesen m谩s a la casa de sus padres, los cuales, content铆simos del buen suceso de su hija, daban sin cesar infinitas gracias a Dios por ello.

Lleg贸 el correo a N谩poles, y Rodolfo, con la golosina de gozar tan hermosa mujer como su padre le significaba, de all铆 a dos d铆as que recibi贸 la carta, ofreci茅ndosele ocasi贸n de cuatro galeras que estaban a punto de venir a Espa帽a, se embarc贸 en ellas con sus dos camaradas, que a煤n no le hab铆an dejado, y con pr贸spero suceso en doce d铆as lleg贸 a Barcelona, y de all铆, por la posta, en otros siete se puso en Toledo y entr贸 en casa de su padre, tan gal谩n y tan bizarro, que los estremos de la gala y de la bizarr铆a estaban en 茅l todos juntos.

Alegr谩ronse sus padres con la salud y bienvenida de su hijo. Suspendi贸se Leocadia, que de parte escondida le miraba, por no salir de la traza y orden que do帽a Estefan铆a le hab铆a dado. Las camaradas de Rodolfo quisieran irse a sus casas luego, pero no lo consinti贸 Estefan铆a por haberlos menester para su designio. Estaba cerca la noche cuando Rodolfo lleg贸, y, en tanto que se aderezaba la cena, Estefan铆a llam贸 aparte las camaradas de su hijo, creyendo, sin duda alguna, que ellos deb铆an de ser los dos de los tres que Leocadia hab铆a dicho que iban con Rodolfo la noche que la robaron, y con grandes ruegos les pidi贸 le dijesen si se acordaban que su hijo hab铆a robado a una mujer tal noche, tanto a帽os hab铆a; porque el saber la verdad desto importaba la honra y el sosiego de todos sus parientes. Y con tales y tantos encarecimientos se lo supo rogar, y de tal manera les asegurar que de descubrir este robo no les pod铆a suceder da帽o alguno, que ellos tuvieron por bien de confesar ser verdad que una noche de verano, yendo ellos dos y otro amigo con Rodolfo, robaron en la misma que ella se帽alaba a una muchacha, y que Rodolfo se hab铆a venido con ella, mientras ellos deten铆an a la gente de su familia, que con voces la quer铆an defender, y que otro d铆a les hab铆a dicho Rodolfo que la hab铆a llevado a su casa; y s贸lo esto era lo que pod铆an responder a lo que les preguntaban.

La confesi贸n destos dos fue echar la llave a todas las dudas que en tal caso le pod铆an ofrecer; y as铆, determin贸 de llevar al cabo su buen pensamiento, que fue 茅ste: poco antes que se sentasen a cenar, se entr贸 en un aposento a solas su madre con Rodolfo, y, poni茅ndole un retrato en las manos, le dijo:

-Yo quiero, Rodolfo hijo, darte una gustosa cena con mostrarte a tu esposa: 茅ste es su verdadero retrato, pero qui茅rote advertir que lo que le falta de belleza le sobra de virtud; es noble y discreta y medianamente rica, y, pues tu padre y yo te la hemos escogido, aseg煤rate que es la que te conviene.

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Atentamente mir贸 Rodolfo el retrato, y dijo:

-Si los pintores, que ordinariamente suelen ser pr贸digos de la hermosura con los rostros que retratan, lo han sido tambi茅n con 茅ste, sin duda creo que el original debe de ser la misma fealdad. A la fe, se帽ora y madre m铆a, justo es y bueno que los hijos obedezcan a sus padres en cuanto les mandaren; pero tambi茅n es conveniente, y mejor, que los padres den a sus hijos el estado de que m谩s gustaren. Y, pues el del matrimonio es nudo que no le desata sino la muerte, bien ser谩 que sus lazos sean iguales y de unos mismos hilos fabricados. La virtud, la nobleza, la discreci贸n y los bienes de la fortuna bien pueden alegrar el entendimiento de aquel a quien le cupieron en suerte con su esposa; pero que la fealdad della alegre los ojos del esposo, par茅ceme imposible. Mozo soy, pero bien se me entiende que se compadece con el sacramento del matrimonio el justo y debido deleite que los casados gozan, y que si 茅l falta, cojea el matrimonio y desdice de su segunda intenci贸n. Pues pensar que un rostro feo, que se ha de tener a todas horas delante de los ojos, en la sala, en la mesa y en la cama, pueda deleitar, otra vez digo que lo tengo por casi imposible. Por vida de vuesa merced, madre m铆a, que me d茅 compa帽era que me entretenga y no enfade; porque, sin torcer a una o a otra parte, igualmente y por camino derecho llevemos ambos a dos el yugo donde el cielo nos pusiere. Si esta se帽ora es noble, discreta y rica, como vuesa merced dice, no le faltar谩 esposo que sea de diferente humor que el m铆o: unos hay que buscan nobleza, otros discreci贸n, otros dineros y otros hermosura; y yo soy destos 煤ltimos. Porque la nobleza, gracias al cielo y a mis pasados y a mis padres, que me la dejaron por herencia; discreci贸n, como una mujer no sea necia, tonta o boba, b谩stale que ni por aguda despunte ni por boba no aproveche; de las riquezas, tambi茅n las de mis padres me hacen no estar temeroso de venir a ser pobre. La hermosura busco, la belleza quiero, no con otra dote que con la de la honestidad y buenas costumbres; que si esto trae mi esposa, yo servir茅 a Dios con gusto y dar茅 buena vejez a mis padres.

Content铆sima qued贸 su madre de las razones de Rodolfo, por haber conocido por ellas que iba saliendo bien con su designio. Respondi贸le que ella procurar铆a casarle conforme su deseo, que no tuviese pena alguna, que era f谩cil deshacerse los conciertos que de casarle con aquella se帽ora estaban hechos. Agradeci贸selo Rodolfo, y, por ser llegada la hora de cenar, se fueron a la mesa. Y, habi茅ndose ya sentado a ella el padre y la madre, Rodolfo y sus dos camaradas, dijo do帽a Estefan铆a al descuido:

-¡Pecadora de m铆, y qu茅 bien que trato a mi hu茅speda! Andad vos -dijo a un criado-, decid a la se帽ora do帽a Leocadia que, sin entrar en cuentas con su mucha honestidad, nos venga a honrar esta mesa, que los que a ella est谩n todos son mis hijos y sus servidores.

Todo esto era traza suya, y de todo lo que hab铆a de hacer estaba avisada y advertida Leocadia. Poco tard贸 en salir Leocadia y dar de s铆 la improvisa y m谩s hermosa muestra que pudo dar jam谩s compuesta y natural hermosura.

Ven铆a vestida, por ser invierno, de una saya entera de terciopelo negro, llovida de botones de oro y perlas, cintura y collar de diamantes. Sus mismos cabellos, que eran luengos y no demasiadamente rubios, le serv铆an de adorno y tocas, cuya invenci贸n de lazos y rizos y vislumbres de diamantes que con ellas se entretej铆an, turbaban la luz de los ojos que los miraban. Era Leocadia de gentil disposici贸n y br铆o; tra铆a de la mano a su hijo, y delante della ven铆an dos doncellas, alumbr谩ndola con dos velas de cera en dos candeleros de plata.

Levant谩ronse todos a hacerla reverencia, como si fuera a alguna cosa del cielo que all铆 milagrosamente se hab铆a aparecido. Ninguno de los que all铆 estaban embebecidos mir谩ndola parece que, de at贸nitos, no acertaron a decirle palabra. Leocadia, con airosa gracia y discreta crianza, se humill贸 a todos; y, tom谩ndola de la mano Estefan铆a la sent贸 junto a s铆, frontero de Rodolfo. Al ni帽o sentaron junto a su abuelo.

Rodolfo, que desde m谩s cerca miraba la incomparable belleza de Leocadia, dec铆a entre s铆: ”Si la mitad desta hermosura tuviera la que mi madre me tiene escogida por esposa, tuvi茅rame yo por el m谩s dichoso hombre del mundo. ¡V谩lame Dios! ¿Qu茅 es esto que veo? ¿Es por ventura alg煤n 谩ngel humano el que estoy mirando?” Y en esto, se le iba entrando por los ojos a tomar posesi贸n de su alma la hermosa imagen de Leocadia, la cual, en tanto que la cena ven铆a, viendo tambi茅n tan cerca de s铆 al que ya quer铆a m谩s que a la luz de los ojos, con que alguna vez a hurto le miraba, comenz贸 a revolver en su imaginaci贸n lo que con Rodolfo hab铆a pasado. Comenzaron a enflaquecerse en su alma las esperanzas que de ser su esposo su madre le hab铆a dado, temiendo que a la cortedad de su ventura hab铆an de corresponder las promesas de su madre. Consideraba cu谩n cerca estaba de ser dichosa o sin dicha para siempre. Y fue la consideraci贸n tan intensa y los pensamientos tan revueltos, que le apretaron el coraz贸n de manera que comenz贸 a sudar y a perderse de color en un punto, sobrevini茅ndole un desmayo que le forz贸 a reclinar la cabeza en los brazos de do帽a Estefan铆a, que, como ans铆 la vio, con turbaci贸n la recibi贸 en ellos.

Sobresalt谩ronse todos, y, dejando la mesa, acudieron a remediarla. Pero el que dio m谩s muestras de sentirlo fue Rodolfo, pues por llegar presto a ella tropez贸 y cay贸 dos veces. Ni por desabrocharla ni echarla agua en el rostro volv铆a en s铆; antes, el levantado pecho y el pulso, que no se le hallaban, iban dando precisas se帽ales de su muerte; y las criadas y criados de casa, como menos considerados, dieron voces y la publicaron por muerta. Estas amargas nuevas llegaron a los o铆dos de los padres de Leocadia, que para m谩s gustosa ocasi贸n los ten铆a do帽a Estefan铆a escondidos. Los cuales, con el cura de la parroquia, que ansimismo con ellos estaba, rompiendo el orden de Estefan铆a, salieron a la sala.

Lleg贸 el cura presto, por ver si por algunas se帽ales daba indicios de arrepentirse de sus pecados, para absolverla dellos; y donde pens贸 hallar un desmayado hall贸 dos, porque ya estaba Rodolfo, puesto el rostro sobre el pecho de Leocadia. Diole su madre lugar que a ella llegase, como a cosa que hab铆a de ser suya; pero, cuando vio que tambi茅n estaba sin sentido, estuvo a pique de perder el suyo, y le perdiera si no viera que Rodolfo tornaba en s铆, como volvi贸, corrido de que le hubiesen visto hacer tan estremados estremos.

Pero su madre, casi como adivina de lo que su hijo sent铆a, le dijo:

-No te corras, hijo, de los estremos que has hecho, sino c贸rrete de los que no hicieres cuando sepas lo que no quiero tenerte m谩s encubierto, puesto que pensaba dejarlo hasta m谩s alegre coyuntura. Has de saber, hijo de mi alma, que esta desmayada que en los brazos tengo es tu verdadera esposa: llamo verdadera porque yo y tu padre te la ten铆amos escogida, que la del retrato es falsa.

Cuando esto oy贸 Rodolfo, llevado de su amoroso y encendido deseo, y quit谩ndole el nombre de esposo todos los estorbos que la honestidad y decencia del lugar le pod铆an poner, se abalanz贸 al rostro de Leocadia, y, juntando su boca con la della, estaba como esperando que se le saliese el alma para darle acogida en la suya. Pero, cuando m谩s las l谩grimas de todos por l谩stima crec铆an, y por dolor las voces se aumentaban, y los cabellos y barbas de la madre y padre de Leocadia arrancados ven铆an a menos, y los gritos de su hijo penetraban los cielos, volvi贸 en s铆 Leocadia, y con su vuelta volvi贸 la alegr铆a y el contento que de los pechos de los circunstantes se hab铆a ausentado.

Hall贸se Leocadia entre los brazos de Rodolfo, y quisiera con honesta fuerza desasirse dellos; pero 茅l le dijo:

-No, se帽ora, no ha de ser ans铆. No es bien que pun茅is por apartaros de los brazos de aquel que os tiene en el alma.

A esta raz贸n acab贸 de todo en todo de cobrar Leocadia sus sentidos, y acab贸 do帽a Estefan铆a de no llevar m谩s adelante su determinaci贸n primera, diciendo al cura que luego luego desposase a su hijo con Leocadia. 脡l lo hizo ans铆, que por haber sucedido este caso en tiempo cuando con sola la voluntad de los contrayentes, sin las diligencias y prevenciones justas y santas que ahora se usan, quedaba hecho el matrimonio, no hubo dificultad que impidiese el desposorio. El cual hecho, d茅jese a otra pluma y a otro ingenio m谩s delicado que el m铆o el contar la alegr铆a universal de todos los que en 茅l se hallaron: los abrazos que los padres de Leocadia dieron a Rodolfo, las gracias que dieron al cielo y a sus padres, los ofrecimientos de las partes, la admiraci贸n de las camaradas de Rodolfo, que tan impensadamente vieron la misma noche de su llegada tan hermoso desposorio, y m谩s cuando supieron, por contarlo delante de todos do帽a Estefan铆a, que Leocadia era la doncella que en su compa帽铆a su hijo hab铆a robado, de que no menos suspenso qued贸 Rodolfo. Y, por certificarse m谩s de aquella verdad, pregunt贸 a Leocadia le dijese alguna se帽al por donde viniese en conocimiento entero de lo que no dudaba, por parecerles que sus padres lo tendr铆an bien averiguado. Ella respondi贸:

-Cuando yo record茅 y volv铆 en m铆 de otro desmayo, me hall茅, se帽or, en vuestros brazos sin honra; pero yo lo doy por bien empleado, pues, al volver del que ahora he tenido, ansimismo me hall茅 en los brazos de entonces, pero honrada. Y si esta se帽al no basta, baste la de una imagen de un crucifijo que nadie os la pudo hurtar sino yo, si es que por la ma帽ana le echastes menos y si es el mismo que tiene mi se帽ora.

-Vos lo sois de mi alma, y lo ser茅is los a帽os que Dios ordenare, bien m铆o.

Y, abraz谩ndola de nuevo, de nuevo volvieron las bendiciones y parabienes que les dieron.

Vino la cena, y vinieron m煤sicos que para esto estaban prevenidos. Viose Rodolfo a s铆 mismo en el espejo del rostro de su hijo; lloraron sus cuatro abuelos de gusto; no qued贸 rinc贸n en toda la casa que no fuese visitado del j煤bilo, del contento y de la alegr铆a. Y, aunque la noche volaba con sus ligeras y negras alas, le parec铆a a Rodolfo que iba y caminaba no con alas, sino con muletas: tan grande era el deseo de verse a solas con su querida esposa.

Lleg贸se, en fin, la hora deseada, porque no hay fin que no le tenga. Fu茅ronse a acostar todos, qued贸 toda la casa sepultada en silencio, en el cual no quedar谩 la verdad deste cuento, pues no lo consentir谩n los muchos hijos y la ilustre descendencia que en Toledo dejaron, y agora viven, estos dos venturosos desposados, que muchos y felices a帽os gozaron de s铆 mismos, de sus hijos y de sus nietos, permitido todo por el cielo y por la fuerza de la sangre, que vio derramada en el suelo el valeroso, ilustre y cristiano abuelo de Luisico.

FIN
1613


Mar de fondo

饾惖饾憻饾懄饾憥饾憶 饾憠饾憱饾憴饾憴饾憥饾憪饾憻饾憭饾懅 (Lima, 1990) Director del Blog de Mar de fondo. Estudi茅 Comunicaciones, Sociolog铆a y soy autor del libro "Las vidas que tom茅 prestadas". Amante de los cuentos, cartas, diarios y novelas. Convencido de que "饾憟饾憶 饾憫饾憱́饾憥 饾憴饾憭饾憱́饾憫饾憸 饾憶饾憸 饾憭饾憼 饾憿饾憶 饾憫饾憱́饾憥 饾憹饾憭饾憻饾憫饾憱饾憫饾憸."

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