¡Hola, lectores! sabemos que en México el culto a los muertos es una de las tradiciones más arraigadas en el colectivo popular. En ese sentido, los cuentos de Juan Rulfo se ubican junto a una variedad de trabajos de escritores latinoamericanos que crearon un universo especial, un mundo fantasmal en las fronteras entre la vida y la muerte. Por eso, hoy aprenderemos de qué modo ésta se presenta en la obra de Rulfo ¡Leamos con atención!
Juan Rulfo y la Muerte
Quienes disfrutamos de la obra de Rulfo y seguimos su legado sabemos que su producción literaria fue breve. Antes que escritor Rulfo fue un amante del arte visual, pero en el mundo de las letras nos dio a los famosos El llano en llamas y Pedro Páramo. Una década antes había escrito también La vida no es muy seria en sus cosas (1945), que fue publicado en la revista Pan, de Guadalajara; y más tarde una segunda novela con menos impacto que sus dos obras maestras; "El gallo de oro".
No obstante, Rulfo supo consagrarse como uno de los escritores más memorables de México y de los mejores cuentistas de América Latina. La narrativa del maestro se encuentra atravesada por una temática constante y que es lo que nos interesa en este post: La muerte.
La muerte en la obra de Rulfo se presenta en sus más trágicas formas. El estilo del autor logró crear una atmósfera que sitúa al lector en un aquí y ahora de constante desolación, de problemas, de remordimiento y de culpa. Si leemos a Rulfo encontraremos un detalle ligado a esta situación, el color amarillo terroso, melancólico y sofocante que envuelve a sus personajes.
Se nos presenta, lectores, una atmósfera de desengaño, como la tierra prometida por la Revolución que fracasó en sus promesas; asimismo encontramos un clima de tiranía que se asienta sobre el desgraciado (Pacarina del Sur).
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Los personajes en Juan Rulfo
Pensamos en cada escritor como un universo individual que plasma los detalles de su vida en sus textos, pero que también los inventa. Se sabe que Juan Rulfo, albergó heridas desde pequeño, su padre fue ultimado a balazos en medio de la plaza del pueblo donde nació y esto marcó sin duda la percepción del pequeño ante la existencia.
Tras esa tragedia Rulfo se convirtió en un pequeño solitario, se refugió en los libros que llenaron ese gran vacío. Más adelante esta conexión le permitió vivir entre sus letras despojándose de su dolor en cada una de ellas.
Pedro Páramo
La novela de Rulfo es un libro de fantasmas, de acercamiento a la muerte, de violencia y de amor. El maestro se encargó de crear un universo onírico (a veces confuso) en el que nos cuenta parte de él y también nos ubica en México tras la revolución. No podemos negar que su obra está inspirada en sus tristezas, lo que vivió con su familia y también lo que más tarde pudo fotografiar.
Es precisamente en ese andar que Rulfo recorrió los lugares que inspiraron sus escenarios, esos terrenos baldíos que aparecen en Pedro Páramo y el Llano en llamas.
En Comala la muerte está a la vuelta de la esquina y en los cuentos de Rulfo encontramos a gente matándose a balazos, si no son los revolucionarios, son los guerrilleros o delincuentes callejeros. Así conecta Rulfo el mundo de los vivos con los muertos. Pero él tiene un mensaje para sus lectores; los muertos siempre regresan, te tocan la ventana mientras duermes para despedirse.
Estas historias fueron escritas hace más de 50 años y sin embargo siguen vigentes hasta ahora, y vale la pena recordar lo importantes que son, para no olvidar que los muertos siguen vivos, y que los fantasmas que siempre están detrás de nosotros no son los de los seres que amamos y ya no están, sino los de las cosas que vivimos y como individuos o como país, tal vez nunca dejemos atrás. (Rey Naranjo, 2013).
Antes de cerrar esta reflexión, lectores, quiero compartir con ustedes un fragmento del trabajo de Claudia Sánchez Reche en la Universidad Nacional de La Pampa en Argentina. Donde podemos aterrizar todavía más en los muertos de Comala, desde los personajes de Juan Preciado y Pedro Páramo.
Leamos con atención, es breve.
Fuente: Pacarina del Sur - https://pacarinadelsur.com/nuestra-america/abordajes-y-contiendas/1802-pedro-paramo-semiotica-de-la-muerte-de-un-continente - Prohibida su reproducción sin citar el orige
Los “murientes” de Comala
Empecemos por decir que la novela puede ser dividida en dos partes. La primera corresponde al viaje (¿de iniciación?) de Juan Preciado en busca de su padre, Pedro Páramo, el señor feudal de las tierras de la Media Luna y de toda Comala. En paralelo, la segunda corresponde a la historia y los recuerdos de Pedro Páramo y su amor por Susana San Juan, la única mujer a quien no pudo poseer.
“Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera.” Las primeras líneas nos sitúan, a los lectores, en el presente de Comala. El uso narrativo de la primera persona le da al relato un tono testimonial, por supuesto autobiográfico, que también colabora para que el lector se introduzca de lleno en el argumento: Pedro Páramo les debe algo al narrador y a su madre recientemente muerta. No sabemos qué es, ni por qué, pero conocemos el encargo de la difunta y sus razones, “el olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro…” Por un lado, el olvido y el desamparo irán adquiriendo cada vez más significado a lo largo del relato, pero, para Juan Preciado, su padre desconocido significa una extraña esperanza, una ilusión, alrededor de la que fue “formando un mundo”.
Comala parece ser ese mundo formado. El pueblo que está en bajada alguna vez les dio esperanza a sus pobladores y hacía suspirar a Doloritas, la madre de Juan Preciado. Pero hoy, en el presente de la enunciación, se ha transformado en un caserío que se ve muy triste por culpa de “los tiempos” y al que se accede con la guía de un arriero, el pobre de Abundio. En un cruce de caminos llamado “Los Encuentros” es que se conocen estos dos hermanos, hijos del mismo padre, como muchos más habrá allá abajo, y emprenden el viaje acompañados, pero en un solitario silencio.
Comala está abajo, allí hace un calor sofocante que se va anunciando a medida que los caminantes se acercan, en un itinerario descendente como las catábasis de Orfeo, Odiseo o Eneas. “Un puro calor sin aire”, en palabras del narrador, las brasas de la tierra, el pueblo al que los recién muertos vuelven del infierno por su cobija. Comala es el mismo infierno, es el valle cuya imagen nos recuerda a la plancha que se utiliza para cocinar, el comal, porque allí la gente parece esperar ser devorada.
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Se trata, como ha dicho Dorfman (1970), de “esa pesadilla de los cadáveres, ese remontar el pasado anclados en su propio presente de tumbas, es la manera en que son y serán las acciones para siempre jamás” (pág. 185). El tiempo es el eterno presente, y los personajes son los muertos cuyas carnes se pudren ya, pero que recuerdan sus tiempos de esplendor viviente. En ese punto, es que se entrelazan la vida y la muerte, y es que se comprende la idea filosófica de que la muerte es parte de la vida, como es tan común para las culturas indígenas mexicanas.
Los pobladores ahí son almas en pena, por eso vagan por las calles del pueblo, por los rincones de las casitas abandonadas moviéndose como si aún estuvieran vivos, son las señoras que aparecen y desaparecen como si no existieran. No pueden descansar en paz en sus tumbas, porque han pecado, y salen a recordar, lo que es a seguir sufriendo.
Lamentos, remordimientos, voces que son ni ruidos ni silencio, son murmullos. Juan Preciado lo relata: “(sentí) que si yo escuchaba solamente el silencio, era porque aún no estaba acostumbrado al silencio; tal vez porque mi cabeza venía llena de ruidos y de voces” (Rulfo, 2006, pág. 14). Allí, la voz de la madre se oye más claro, tal como ella lo había vaticinado, sin embargo, Juan todavía no puede escuchar ni siquiera el caballo del difunto Miguel Páramo que viene de regreso.
Pero, a medida que avanza la narración, parece que Juan Preciado va desarrollando esa capacidad de escucha: “Uno oye. Oye rumores; pies que raspan el suelo, que caminan, que van y vienen” (pág. 29). El punto más álgido de la percepción, es aquel momento en que la señora Eduviges, la “casi” madre del narrador, se retira de la habitación que le había preparado al recién llegado, y éste queda solo, escuchando los gritos de un condenado a muerte, Toribio Alderete. Allí aparece otra de las mujeres en escena, Damiana Cisneros, quién también puede ser considerada una madre para el narrador, ya que lo cuidó cuando era pequeño, según relata. “Este pueblo está lleno de ecos. Yo ya no me espanto”, Damiana le advierte que no se asuste cuando oiga los ecos, los más viejos o los más recientes, porque es normal allí. En ese momento, el narrador se da cuenta de que está solo, de que todos aquellos con los que habló desde que comenzó su bajada a Comala están muertos.
Juan Preciado tiembla de miedo en la habitación que comparte con los hermanos incestuosos, y entonces es cuando muere, dice él que por el ahogo, pero Dorotea, con quien está ahora enterrado le hace confesar que fueron los murmullos los que lo mataron. Luego de dos noches sucesivas, desde su llegada al pueblo, se detiene el tiempo de la narración y se establece un presente eterno, que es el de la muerte. El cementerio es el lugar de enunciación, desde allí Juan Preciado relata, y allí mismo se entrecruzan las historias de las tumbas contiguas, como ha dicho Carlos Fuentes (1990). Todas las voces murmuran allí, y especialmente cuando les llega la humedad a los cuerpos, los “murientes” se quejan y recuerdan, construyendo su parte de la historia de Comala.
Espero, lectores, que les haya encantado el post. Como sabes el blog está pasando por momentos difíciles; sin embargo seguimos trabajando para hacer más y mejor contenido para nuestros lectores. Si te gustó el post puedes dejarme un comentario y compartir el contenido ¡Nos leemos pronto!
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Es un placer leerlo.Gracias por compartir.
ResponderEliminarExcelente. Gracias.
EliminarMe encantan las publicaciones que realizan. Éxito!
ResponderEliminarDe acuerdo son excelentes, un placer leerlas
EliminarExcelente, sigue adelante con tu libro. Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarGracias por compartir este post
ResponderEliminarExcelente libro y post! Gracias por compartir. Ayer terminé de leer el libro y aún me siento vagando por las calles de Cómala.
ResponderEliminarMe encantó leerlo!
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