El día que Arthur Conan Doyle quiso matar a Sherlock Holmes
El escritor que renegó de su propia creación
Como sabemos, lectores, para muchos lectores del siglo XIX, Sherlock Holmes no era solo un personaje: era un genio, un héroe, casi un superhombre. Pero para Arthur Conan Doyle, su creador, Holmes era una carga que no lo dejaba escribir lo que realmente quería.
En 1893, harto de la fama del detective y del encasillamiento editorial, Doyle tomó una decisión drástica: asesinar a su personaje más famoso. Así nació “El problema final”, un relato publicado en The Strand Magazine, donde Holmes muere aparentemente en un enfrentamiento mortal con el profesor Moriarty en las cataratas de Reichenbach, en Suiza.
“Holmes me aparta de cosas mejores”, escribió el autor en una carta a su madre.
¿Qué pasó cuando mató a Sherlock Holmes?
La reacción fue inmediata y furiosa. Miles de lectores enviaron cartas de protesta, algunos se dieron de baja de la revista, y mujeres vestían luto simbólico en las calles de Londres. Doyle se convirtió en el enemigo número uno de su propio público.
Durante casi una década, Holmes desapareció de escena. Pero el poder del mercado fue más fuerte: en 1901, Doyle publicó “El sabueso de los Baskerville”, una aventura ambientada antes de la muerte de Holmes, y luego, en 1903, lo resucitó oficialmente con “La aventura de la casa vacía”.
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¿Quién era realmente Arthur Conan Doyle?
Más allá de Holmes, Doyle fue médico, historiador, novelista y creyente en el espiritismo. Te cuento que se graduó en medicina en Edimburgo y escribió sus primeros relatos entre pacientes (que casi no tenía). De hecho, el personaje de Holmes se inspiró en su maestro Joseph Bell, un médico que deducía diagnósticos con solo observar a sus pacientes.
Algunas de sus obras más destacadas:
- El mundo perdido (1912): una novela de ciencia ficción con dinosaurios y exploradores, precursora de Jurassic Park.
- Varios relatos históricos y bélicos, como los dedicados a las Guerras Bóer.
- Ensayos espiritistas como The Coming of the Fairies, donde defendió la autenticidad de unas fotos de hadas tomadas por niñas.
Un escritor entre la ciencia y lo paranormal
Y si esto no fuera suficiente, Arthur Conan Doyle fue una figura profundamente contradictoria. Por un lado, era un médico formado en la rigurosidad científica de la Universidad de Edimburgo, con una mente analítica que le permitió crear al detective más lógico y racional de la literatura: Sherlock Holmes. Por otro, fue un ferviente creyente en lo sobrenatural, al punto que dedicó los últimos años de su vida a defender el espiritismo y lo paranormal con total seriedad.
Mientras Holmes resolvía crímenes usando la observación, la deducción y el método científico, su autor promovía la idea de que era posible comunicarse con los muertos a través de médiums. En más de una ocasión, los lectores se sorprendían de que el creador del detective más racional creyera en hadas, fantasmas y sesiones espiritistas.
De hecho, Conan Doyle se convirtió en uno de los mayores defensores de las hadas de Cottingley, unas famosas fotografías tomadas por dos niñas en 1917, en las que supuestamente aparecían pequeños seres alados. A pesar de que luego se comprobó que eran un engaño, él mantuvo hasta el final su convicción de que eran auténticas.
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También tuvo intensas discusiones públicas con su amigo el mago Harry Houdini, quien se dedicaba a desenmascarar fraudes espiritistas. Doyle, sin embargo, estaba convencido de que Houdini tenía poderes sobrenaturales y no quería admitirlo.
Esta tensión constante entre su formación científica y su fe en lo oculto hizo de Conan Doyle un personaje fascinante y lleno de contrastes. Quizá por eso, aunque quiso dejar atrás a Holmes, nunca pudo escapar del todo de su sombra lógica y escéptica.
El precio de crear un genio
Esto me hace pensar, lectores, que Arthur Conan Doyle nos dejó una paradoja brillante: el hombre que creó a Sherlock Holmes no quería vivir bajo su sombra. Intentó liberarse del personaje que lo inmortalizó, pero terminó atrapado en el mismo juego de deducciones y expectativas que su detective habría resuelto en un par de pistas.
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El objetivo de este post es también reflexionar que los grandes escritores luchan con sus propias criaturas. La literatura no siempre es un acto de inspiración divina, a veces es una pelea interna entre lo que queremos escribir y lo que el mundo espera de nosotros. Y sin embargo, de esa tensión surgen las obras que perduran.
Por eso, a veces los personajes no solo viven en los libros, también viven en quienes los leen, los discuten y los defienden.
Fuente: Biografía oficial de Arthur Conan Doyle.