¡Qué tal, lector y lectora! Hablar del relato breve es hablar de genios como Franz Kafka que sin duda han dado un aporte colosal a este género, por eso, forma parte del canon cuentístico de la historia; siendo de esta manera importantes los sucesos más trascendentes en la vida de este autor. Como nos enseñaron, Kafka murió joven a causa de una tuberculosis fulminante, sin embargo su legado continúa en pie y más vigente que nunca.
El genio de Kafka
El maestro del cuento nos ha regalado historias como La metamorfosis, El proceso o relatos como Un artista del hambre, El destino, El puente, El silencio de las sirenas, entre otros. La calidad de Kafka es indiscutible, pero como todo artista sufrió mucho ya que la enfermedad acabo con su vida en muy poco tiempo.
Algunas de sus más fuertes memorias están registradas en sus diarios personales (en este post puedes conocer una selección de los mejores fragmentos); sin embargo hay otro registro importante, que son sus cartas a personas cercanas como su padre, su hermana y la que nos interesa hoy: Milena Jesenska. Hace poco recibí el esperado libro "Cartas a Milena" y hoy comparto contigo una misiva reveladora.
Cartas a Milena Jesenska
Kakfa conoció a la periodista Milena Jesenska en abril de 1920, mientras se encontraba en Praga. Esto fue mientras bebía un café con unos amigos en común y durante la conversación Milena le propuso traducir al checo dos de sus relatos. Ese fue el vínculo inicial que propició una profunda relación entre ambos. Milena Jesenska era una mujer sumamente culta y vivaz, habitaba en la Viena postimperial, mientras que Kafka vivía en Praga.
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Sus encuentros lamentablemente eran esporádicos, muy pocos, para ese torrente de emociones que despertaban en ambos; es por eso que las cartas ayudaron a superar la separación y se convirtieron en registro de una pasión viva mientras duró, un amor apasionado y desesperado desde 1920 a 1922.
Franz dedicó las últimas semanas de su vida a la lectura y la correspondencia. Una vez que abandonó el hospital se instaló en la casa de campo de su hermana. En abril de 1924 tuvo que regresar al sanatorio y el 3 de junio murió en brazos de su amada Dora. Fue enterrado el 11 de junio en la parte judía del Nuevo Cementerio de Praga Zizkov
LA CARTA DE KAFKA A MILENA
Así que el pulmón. Todo el día me estuvo dando vueltas en la cabeza, no podía pensar en otra cosa.
No es que la enfermedad me haya alarmado más de la cuenta. Creo -sus comentarios parecen sugerirlo-que sólo la ha afectado en forma benigna; así lo espero.
Pero hasta la verdadera afección pulmonar (media Europa Occidental tiene los pulmones en condiciones más o menos deficientes), que conozco desde hace tres años, me ha traído más bien que mal. Lo mio comenzó hace unos tres años en plena noche, con un vómito de sangre. Me levanté, estimulado, como siempre que nos ocurre algo nuevo (en lugar de permanecer tendido como me indicaron más tarde los médicos), y por supuesto también un poco alarmado, me dirigí a la ventana, me asomé, me encaminé al lavabo, anduve por la habitación, me senté en la cama... Sangre y más sangre. Sin embargo, no me sentía desdichado; porque, poco a poco, por una razón muy precisa, supe que dormiría por primera vez después de tres, casi cuatro años de insomnio, siempre que la hemorragia se detuviera. Y se detuvo (además, desde entonces no se ha vuelto a presentar) y dormí el resto de la noche.
Si bien es cierto que por la mañana llegó la criada (por ese entonces yo tenía un departamento en el Schön-born-Palais), una muchacha buena, casi abnegada, pero extremadamente realista, vio la sangre y dijo: "Pane doktore, s Vámi to dlouho nepotrvá". I Pero yo me sentía mejor que nunca, fui a la oficina y sólo por la tarde visité al médico. El resto de la historia carece de importancia. Lo que quise decir es que no fue su enfermedad lo que me alarmó (sobre todo porque a cada paso me interrumpo para escarbar en mi memoria, reconozco una frescura casi campesina detrás de su aspecto tan delicado y afirmo: no, no está enferma; ha sido una advertencia, pero no una afección pulmonar); no fue eso, pues, lo que me alarmó, sino la idea de lo que debe de haber precedido a este trastorno. Para comenzar dejo de lado otras cosas que dice en su carta como: mi un centavo... té y manzanas.., diariamente de 2-8.
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Son cosas que no puedo entender; es evidente que sólo se las puede explicar de viva voz. Prescindiré, pues, de eso (sólo en la carta, por cierto, porque olvidarlo no podré) y pensaré sólo en la explicación que encontré en aquel entonces para mi caso y que puede ser apropiada para muchos casos. Ocurrió que el cerebro no pudo soportar más las preocupaciones y dolores que le habían sido impuestos. Y entonces dijo: "Me doy por vencido; pero si alguien sigue interesado en mantener la unidad, que me alivie y recoja parte de mi carga; así tiraremos un poco más". Y entonces se presentó el pulmón. Sin duda tenía poco que perder. Estas tratati-vas entre cerebro y pulmón, que se cumplieron sin mi conocimiento, pueden haber sido terribles.
¿Y qué hará usted ahora? Es probable que sea una insignificancia si se la atiende un poco. Y todo el que la quiera comprenderá que usted necesita un poco de atención; frente a eso, todo pasa a segundo plano. De modo que en su caso también sería una bendición ¿no?
Ya le he dicho... No, no quiero hablar en broma. Por otra parte, no estoy alegre ni lo volveré a estar hasta que usted me escriba comunicándome que inicia una vida diferente y más saludable. Desde que leí su última carta no le pregunto por qué no abandona Viena por un tiempo. Ahora lo entiendo; pero cerca de Viena hay lugares muy bellos en los cuales puede pasar una temporada y donde tendrá oportunidad de ser atendida.
Hoy no trataré otro tema sino éste; no hay nada más importante para decir. Lo demás queda para mañana; incluso las gracias por el cuaderno, que me conmueve y me avergüenza, que me entristece y me alegra. No, hay algo más para hoy: si usted distrae un solo minuto de su sueño para dedicarlo a la tarea de traducción será como si me estuviera maldiciendo. Porque si algún día se me somete a juicio, no habrá largas investiga-ciones, bastará con afirmar: él la privó del sueño. Eso bastará para que me condenen, y con razón. De modo que estoy luchando por mí cuando le ruego que no vuelva a hacer algo así.
Suyo, Franz K
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