¡Buenos días, lectores y lectoras de Mar de fondo! Estoy celebrando los 20 mil seguidores en el Blog y en esta oportunidad lo hago compartiendo a uno de los pensadores y escritores más comentados y queridos de este espacio, se trata del maestro Marco Aurelio Denegri; quien con su basto conocimiento de diversas disciplinas te dejará más que satisfecho con este par de artículos educativos, interesantes y productivos ¡Vemos de qué se trata!
Fotografía: Víctor Idrogo. GEC. |
Estos artículos pertenecen al libro de MAD "Poliantea", una recopilación de artículos del pensador y filólogo peruano, quien partió hace ya algunos años (27 de julio de 2018), dejando un vacío en la cultura peruana y la televisión local.
El estilo de Marco Aurelio Denegri, gusta por ser claro, directo y educativo respecto a temas que aparentemente son del común, pero que sin embargo encierran un significado histórico-literario que va más allá de lo funcional. En este artículo también puedes leerlo reflexionando acerca de la tristeza. Es sin duda uno de los autores peruanos más atractivos entre el siglo XX y XXI que debemos conocer.
MAD escribe para todos y esa es una cualidad que pocos escritores e intelectuales poseen. Denegri baja al llano y nos explica con sustentados ejemplos el tema que refiere. Hoy leerás sobre qué significa llevar una máscara en la vida, como parte de la representación artificial y lo que su significado en la historia encierra; por otro lado, también encontramos un texto libre de tabúes sobre la erección masculina y el sentido de la reproducción del ser humano y por qué más allá de éste, el hombre ha creado el placer.
Sin más preámbulo, te dejo con estos dos breves pero interesantes textos de MAD. Recuerda que puedes leer muchos más en el libro "Poliantea", cuyo fragmento LEGAL también está en este Blog. ¡Disfruta tu. lectura!
CAPACIDAD ERECTIVA Y FILOGENIA
Un televidente me pregunta, refiriéndose a las capacidades constitutivas de la potencia sexual masculina, la erectiva, la durativa y la repetitiva; el televidente me pregunta si la capacidad durativa y la repetitiva fueron también previstas por la Naturaleza y si además son observables en otros animales.
Lo único que previó la Naturaleza o la Filogenia o el Creador (y sea esto dicho en obsequio de los creyentes) fue la capacidad erectiva y para las otras dejó la posibilidad de que cada uno las desarrolle, si puede, y esto se ha llevado al extremo en las técnicas orientales, en las que todo el goce consiste en durar sin eyacular.
Nuestra especie sólo tiene, en materia de sexo, el software de la reproducción. Entonces bastaba con dotar al macho de la especie humana con la sola capacidad erectiva, que le permitiría penetrar a la hembra y fecundarla. Como se comprenderá, para ese trámite no era necesario el erotismo.
El erotismo no es producto de la Naturaleza, sino de la Artificialeza. Es una hechura cultural, porque el sexo erótico no está al servicio de la reproducción, sino del placer. El ejercicio erótico es el goce per se, el placer por el placer mismo, la lujuria, como dicen los teólogos y canonistas, para quienes la lujuria es un pecado, y el pecado de lujuria, según ellos, consiste en el apetito desordenado de los deleites carnales. Por eso el Catecismo de la Iglesia Católica considera que la masturbación es una ofensa a la castidad, porque es el placer por el placer mismo, lo cual es completamente inadmisible para la Iglesia Católica.
El erotismo es hechura cultural, es producto facticio, vale decir, no-natural; el erotismo es un artefacto, porque se hace con arte, esto es, con disposición, habilidad y conocimiento. (Recuérdese que artefacto viene del latín arte factus, que significa hecho con arte.) Las capacidades durativa y repetitiva se relacionan estrechamente con el erotismo, pero las culturas las valoran diferentemente. Por ejemplo, en la cultura de Bahía Oriental, en la Melanesia, lo ideal es que la ocurrencia orgásmicoeyaculatoria se produzca cuanto antes. Davenport, que ha estudiado el punto, dice que los de Bahía Oriental tratan de darla en menos de medio minuto, y muchos lo consiguen y por supuesto son los más satisfechos y normales.
En Bahía Oriental no se valora la capacidad durativa. Lo que se valora es la rapidez. En muchas culturas, la eyaculación precoz es un problema, pero no en Bahía Oriental, donde la pauta es darla cuanto antes, en 30 segundos. Lo anormal sería demorarse y darla en 60 segundos. Eso sería lo anormal. En la Polinesia, lo que se valora es darla el mayor número de veces, o sea que la capacidad que se valora es la repetitiva. Ahora bien: entre los animales no hay propiamente erotismo, pero sí eroticadas. Hay casos singulares, como por ejemplo el del pato, que sexualmente, como decía Gourmont, no sólo hace de todo, sino que todo lo que hace le parece bien. Luego tenemos el caso del cuervo, que es capaz de orgasmear 14 veces seguidas, y cada vez con mayor intensidad y contento. Los sapos y las ranas se excitan tanto al copular, que la cópula de estos animales dura semanas.
Gregorio Marañón decía que esto se debe a que los sapos y las ranas no tienen otra cosa mejor que hacer. Si los anuros pudieran hablar, entonces le dirían al doctor Marañón que para ellos copular tres o cuatro semanas seguidas es lo mejor que pueden hacer, una ocupación de lo más entretenida y gratificante y tan absolutamente irrenunciable, que Spallanzani se veía en apuros para que el macho de estos batracios sin cola interrumpa su apareamiento con la hembra: “lo mutilaba, lo hería, lo quemaba, llegaba a decapitarlo, y el macho, impertérrito, sin soltar su presa…” (Jean Rostand, et alii, Costumbres Amorosas de los Animales, 112.) Pero el caso más sorprendente es el de la polilla Ephestia, que en un alarde de duración se queda copulando toda su vida.
LA MÁSCARA O LA VIDA COMO REPRESENTACIÓN
La máscara es una figura que representa un rostro humano, o no-humano, o un rostro completamente imaginario, con que una persona puede cubrirse la cara para no ser reconocida, o para asumir el aspecto de otra, o practicar ciertas actividades escénicas o rituales.
Como la máscara es para el cubrimiento facial, le son afines las ideas de disfraz, tapujo, embozo, ocultación y encubrimiento.
Enmascarar es cubrir el rostro con máscara, y, figuradamente, encubrir, disfrazar.
Desenmascarar es quitar la máscara, y, figuradamente, revelar la verdad de algo, o dar a conocer tal como es moralmente alguien, descubriendo los propósitos, intenciones y sentimientos que procura ocultar. En tal sentido, máscara se toma en mala parte y equivale a falsedad o falsificación y es así mismo sinónimo de mentira, engaño, impostura y farsa.
El asunto es importante y serio porque nuestro término persona lo tomamos, tal cual, del latín persona, y en latín máscara se dice persona; de ahí que etimológicamente la persona sea una máscara y la personalidad un enmascaramiento y la vida una mascarada, lo cual puede entenderse, lato sensu, como representación teatral o como teatralización (por eso se concibe al mundo como un gran teatro y se habla del Gran Teatro del Mundo); y stricto sensu la vida se concibe como farsa y los actores como farsantes, lo cual encantaba a Pío Baroja, que solía decir que en este mundo sólo había farsas y farsantes. Y la farsantería era tan mortificante para Mark Twain, tan intolerable, que un buen día manifestó resueltamente lo siguiente: «Vivimos en una época en que a uno le gustaría ahorcar a toda la humanidad y poner término a la farsa.» (Cf. Manuel Pumarega, Frases Célebres de Hombres Célebres, 9.)
Personalidad es el conjunto de cualidades constitutivas del sujeto inteligente llamado persona. Nuestra personalidad es lo que nos distingue de otras personas. Lo interesante y curioso es que lo que nos distingue del resto es una máscara. Lo colegible fácilmente de lo antedicho es que nuestra personalidad nos enmascara.
Somos, pues, por nuestra personalidad, actores de la comedia humana, o por mejor decir, de la tragicomedia humana, o simples partiquinos de ella, según Santiago Ramón y Cajal.
Suele creerse que si prescindiéramos de la actoría, si nos desteatralizáramos, entonces, al quitarnos la máscara, nos persentaríamos como lo que realmente somos.
En ciertos casos sería encomiable la mostración, pero no en la mayoría de ellos. En algunos, sí, porque comprobaríamos en el mostrante la tenencia de cualidades y valores que la actoría no permitía revelar, pero la prescindencia de la actoría sería fatal en muchísimos casos, por residir todo lo estimable de los prescindentes justamente en su actoría; sin ella se les vería como lo que son: seres humanos de patente ordinariez. Suponerlos con un penetral o dentrura de gran riqueza y profundidad sería erróneo. La profundidad anímica y espiritual de la mayor parte de las personas es la de un charco. Imaginársela oceánica es muy disparatado.
Función protectora de la máscara
La máscara no sólo sirve para la actoría y la farsantería; también nos protege. Protegió a los primeros actores que la usaron contra la malquerencia, animadversión, enemistad u ojeriza de los espectadores. Se temía mucho que éstos ojearan o aojaran a los actores.
Temíase considerablemente el mal de ojo, o aojo, o fascinación, esto es, el influjo maléfico que una persona puede ejercer sobre otra mirándola fijamente con aviesa intención.
La creencia en el mal de ojo es antiquísima y universal. Hoy la máscara, esto es, nuestra personalidad, nos sigue protegiendo, habida cuenta de que «el infierno son los otros», según la conocida expresión sartreana, justa y precisa.
De acuerdo con Jean-Paul Sartre, el infierno es la mirada ajena, la mirada que me descubre y revela y que me penetra; una mirada invasiva que me incomoda, disgusta y ofende; la mirada del entrometimiento, intrusa e inmiscuidiza, y no sólo es infernal, sino infiernizante.
La tragicomedia humana, el teatro y el público
Hablando de una manera general, la neurosis es un desorden conductual caracterizado fundamentalmente por la inestabilidad emocional y la tendencia a establecer vínculos conflictivos con los demás. De ahí que la relación con un neurótico origine siempre una sobrefacturación y naturalmente los que están dispuestos a pagarla son también neuróticos o poco les falta.
Ahora bien: en esta vida de máscaras y representaciones necesitamos de un teatro y de un público. Neuróticos y no-neuróticos tenemos vocación escénica, o mejor aún, escenificante, sólo que los neuróticos la sienten más vivamente. Un neurótico sin público se frustra, se anula.
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Gustavo Gutiérrez, en su ensayo “La concepción religiosa de Vallejo”, refiere la siguiente historia:
Un niño estaba trepando a un árbol y de pronto se cayó. No fue leve el golpe y el caído, muy maltrecho, regresó como pudo a su casa, cojeando. La madre, al verlo así, le dijo:
“– ¿Qué te ha pasado?
“– Me caí del árbol.
“– ¿Te golpeaste mucho?
“– Sí.
“– ¿Lloraste?
“– No.
“– ¿Y por qué no lloraste?
“– Porque no había nadie.”
Claro, sin público no valía la pena llorar. Para que el llanto sea espectáculo es necesario que haya circunstantes. Mientras que el neurótico tenga un local –su casa–, y un público –su familia–, es muy difícil y acaso imposible que se desneurotice.
Lo último que admite un neurótico es quedarse sin público y sin local. Dará mil y una razones o sinrazones para no mudarse, no querrá irse y de hecho no se irá. Le es imposible renunciar a la golosina del show.
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