Así describe Maupassant la meticulosidad obsesiva de su "padre" Gustave Flaubert

¡Buen día queridos, lectores y lectoras! Cada lector encuentra su camino y si han podido notarlo el camino de este Blog pasa también por los maestros de la literatura francesa, y es que mi predilección por Ribeyro me ha permitido conocer a los mejores autores del Siglo XIX, maestros del cuento como Guy de Maupassant de quien ya les hablé la otra vez. Sin embargo, es importante que conozcan este magnífico texto que detalla el vínculo que unió a este autor con Gustave Flaubert, y que habla de la obsesión de éste por "la palabra justa" ¡Un fragmento de lujo!

Amistad entre Gustave Flaubert y Guy de Maupassant
Imagen: Google Images. 


La amistad entre Flaubert y Maupassant

A diferencia de muchos que optamos por adoptar "padres literarios" una vez que estos han muerto o a distancia en el placer de leerlos. La relación entre estos dos genios fue muy estrecha, se considera a Gustave Flaubert, padre literario de Guy de Maupassant, pues ambos convivieron en la misma época y la calidad irrefutable del autor de Madame Bovary, marcó la obra del maestro del cuento Maupassant, de quien la otra vez les comenté su lamentable desenlace...

¿Cómo surge esta amistad?

Maupassant tuvo una infancia "normal", su madre era culta y desde pequeño le inculcó es estudio de las lenguas clásicas, ella era íntima amiga de Flaubert desde la infancia. Cuando Maupassant tenía 12 años sus padres se separaron y desde entonces el joven Guy quedo afectado. Esta distancia con su padre hizo que se sintiera por momentos huérfano ante su inminente ausencia.

Así el joven Maupassant viviría más ligado a su madre, Laure Le Poittevin, en ese trámite, siendo ya un muchacho conoce a Gustave Flaubert; corrían los años 1867 y Guy estaba pronto a ir al liceo de Ruan. Desde ese momento Flaubert se convirtió en su protector, Maupassant lo admiraba y este vínculo se fortaleció cuando el maestro francés le abrió la puerta al mundo literario en algunos diarios de la época. Allí conoció a otros escritores y críticos importantes.

De este modo Flaubert llenó el vació paterno de Maupassant, tanto así que entre los contemporáneos corría el rumor de que en realidad lo hacia porque era su padre biológico. Con los años el joven Maupassant viajó a París y comenzó a estudiar Derecho carrera que no era de su agrado. El quiebre en la vida de Guy se dio en 1880 cuando escribe su obra más valorada, "Bola de sebo". El relato altamente realista fue bien recibido por la crítica y catapultó a Maupassant a estrellato literario.

Por eso, en cierto modo, Maupassant le debe mucho a Gustave Flaubert, quien también influyó en su carácter pesimista.

Todo lo que quería decir sobre Gustave Flaubert, libro de Guy de Maupassant

Por eso, cuando Gustave Flaubert murió en 1880, su hijo literario y amigo Guy de Maupassant se dedicó a escribir una serie de ensayos que desde su punto de vista describían la personalidad y la obra de su maestro Flaubert. Todos estos textos escritos entre 1884 y 1890 dieron a luz el libro "Todo lo que quería decir sobre Gustave Flaubert", un magnífico registro que nos permite conocer más acerca de la personalidad del escritor francés y qué mejor que contado por su propio discípulo.


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Ahí va el fragmento de este libro

Mucho se ha dicho acerca de la meticulosidad de Gustave Flaubert para escribir sus obras, de la búsqueda de perfección en cada párrafo, línea, palabra. Pero lo que leerás a continuación es un fragmento del libro que menciono, donde Maupassant hace gala de su pluma para describir a su maestro:


Mil preocupaciones le asaltaban al mismo tiempo, le obsesionaban y nunca le abandonaba esta desesperante idea: “Entre todas las expresiones, todas las formas, todos los giros, sólo hay una expresión, un giro y una forma que expresen lo que yo quiero decir.”

Y con la cara hinchada, el cuello congestionado, la frente enrojecida y los músculos tensos como un atleta en plena competición, luchaba desesperadamente contra la idea y contra la palabra, agarrándolas, acoplándolas a su pesar, manteniéndolas unidas indisolublemente con la fuerza de su voluntad, cercando al pensamiento, subyugándolo poco a poco con agotadores esfuerzos sobrehumanos, y encerrándolo, como a un animal cautivo, dentro de una forma sólida y precisa.

De esta formidable tarea provenía su extremado respeto por la literatura y por la frase. Una vez había construido una frase con tantos esfuerzos y tormentos, no admitía que se pudiese cambiar ni una sola palabra. Cuando leyó a sus amigos el cuento “Un corazón sencillo”, alguien hizo algunas observaciones y críticas sobre un pasaje de diez líneas en el que la mujer ya anciana acaba por confundir a su loro con el Espíritu Santo. La idea parecía demasiado sutil para el espíritu de una campesina. Flaubert escuchó, reflexionó, reconoció que la observación era justa. Y una angustia se apoderó de él: “Tiene razón… -dijo únicamente-, habría que cambiar la frase”. Aquella misma noche se puso manos a la obra. Se pasó toda la noche para modificar diez palabras, emborronó y tachó veinte hojas de papel, y, finalmente, no cambió nada, pues no había podido construir otra frase cuya armonía le resultase satisfactoria.

Al principio del mismo cuento, la última palabra de un párrafo que servía de sujeto al siguiente podía dar lugar a una anfibología. Se le señaló el descuido, lo reconoció, trató de modificar el sentido, no consiguió encontrar la sonoridad que buscaba y, desanimado, exclamó: “Peor para el sentido; ¡el ritmo ante todo!”

Esa cuestión del ritmo de la prosa lo empujaba en ocasiones a discusiones apasionadas: “En el verso -decía- el poeta tiene reglas fijas. Cuenta con la medida, la cesura, la rima y muchas otras prácticas ayudas, toda una ciencia del oficio. En la prosa, hace falta un sentimiento profundo del ritmo, ritmo huidizo, sin reglas, sin certezas, se necesitan cualidades innatas, y también fuerza de razonamiento, un sentido artístico infinitamente más sutil, más agudo, para cambiar, en cualquier instante, el movimiento, el color, el sonido del estilo, según las cosas que se quieran decir. Cuando se sabe manejar esa cosa fluida que es la prosa francesa, cuando se conoce el valor exacto de las palabras, y cuando se sabe modificar ese valor según el lugar que se le dé, cuando se sabe atraer todo el interés de una página hacia una línea, resaltar una idea entre otras cien, únicamente por la elección y la posición de los términos que la expresan; cuando se sabe golpear con una palabra, con una sola palabra, colocada de cierta manera, como se golpearía con un arma; cuando se sabe conmover un alma, colmarla bruscamente de alegría o de miedo, de entusiasmo, de pena o de rabia, sólo con colocar un adjetivo ante los ojos del lector, se es verdaderamente un artista, el mayor de los artistas, un auténtico prosista”.


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Sentía por los grandes escritores franceses una admiración frenética; se sabía de memoria capítulos enteros de los clásicos, y los recitaba con una voz potente, embriagada por la prosa, haciendo sonar las palabras, escandiendo, modulando, cantando la frase. Los epítetos le encantaban: los repetía cien veces, asombrándose siempre de su precisión, y exclamando: “Hay que ser un genio para encontrar adjetivos semejantes”.

Nadie elevó más alto que Gustave Flaubert el respeto y el amor por su arte y el sentimiento de la dignidad literaria. Una única pasión, el amor a las letras, llenó su vida hasta el último día. Las amó violentamente, de una manera absoluta, exclusiva.

Guy de Maupassant
Todo lo que quería decir sobre Gustave Flaubert
Traducción: Manuel Arranz
Editorial: Periférica

Mar de fondo

𝑆𝑜𝑦 𝐵𝑟𝑦𝑎𝑛 𝑉𝑖𝑙𝑙𝑎𝑐𝑟𝑒𝑧 (Lima, 1990) creador del Blog de Mar de fondo. Estudié Comunicaciones, Sociología y estoy escribiendo un libro. Soy un amante de los cuentos, cartas, diarios y novelas. Convencido de que "𝑈𝑛 𝑑𝑖́𝑎 𝑙𝑒𝑖́𝑑𝑜 𝑛𝑜 𝑒𝑠 𝑢𝑛 𝑑𝑖́𝑎 𝑝𝑒𝑟𝑑𝑖𝑑𝑜"

1 Comentarios

  1. Hace muchos años leí, Madame Bovary . Despertó mi admiración por por él.

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