Leamos "El linchamiento", cuento de John Steinbeck

¡Buen d铆a, lectores! Hoy damos la bienvenida al escritor estadounidense nacido en California en 1902. John Steinbeck, se abre paso para convertirse en uno de los narradores m谩s le铆dos del 2024. ¡Disfruta tu lectura! Recuerda que puedes unirte aqu铆 al WhatsApp de Mar de fondo para m谩s contenido literario. 


"El linchamiento", cuento de John Steinbeck
Imagen tomada de Pinterest: https://pin.it/25tuydsSE

EL LINCHAMIENTO


El arrebato pasional, el confuso movimiento y el vocer铆o de la multitud fueron extingui茅ndose poco a poco, y el silencio se hizo due帽o de nuevo del peque帽o parque municipal. Grupos de personas quedaban a煤n cerca de los 谩rboles, como figuras fantasmales a la luz azulada de una casa pr贸xima. Todos parec铆an cansados, y se mov铆an sigilosos, casi de puntillas; uno a uno, los grupos se dispersaban, perdi茅ndose en las sombras. El c茅sped del parque aparec铆a pisoteado y roto por mil sitios, como un tapiz hecho jirones.

Mike sab铆a que todo hab铆a terminado. Tambi茅n 茅l estaba cansado. Tan cansado como si llevara varias noches sin dormir, y le parec铆a vivir en sue帽os, caminar como un son谩mbulo. Ech谩ndose la gorra sobre los ojos se apart贸 de all铆, pero antes contempl贸 el parque por 煤ltima vez.

En uno de los grupos alguien hab铆a improvisado una antorcha con un peri贸dico. Mike pudo ver c贸mo se enroscaban las llamas en los pies desnudos de aquel cuerpo gris谩ceo que se balanceaba colgado del 谩rbol. Siempre le sorprend铆a comprobar el tono gris, casi azulado, de los cad谩veres de los negros. La antorcha de papel iluminaba los rostros de los que estaban cerca, callados e inm贸viles, como estatuas.

Mike se enfad贸 sin saber por qu茅 con el hombre que pretend铆a prender fuego al cad谩ver. Se volvi贸 a uno que estaba junto a 茅l en la obscuridad y dijo:

—Eso no sirve de nada.

El otro se alej贸 sin contestar.

El peri贸dico en llamas se apag贸, dejando a obscuras el parque. Inmediatamente se encendi贸 otra luminaria bajo los pies del ahorcado. Mike se aproxim贸 a uno de los curiosos.

—Eso no sirve de nada —insisti贸—. Ya est谩 muerto. Por m谩s que se empe帽en no pueden hacerle m谩s da帽o.

El hombre emiti贸 un gru帽ido sin apartar la mirada del papel ardiendo.

—Buen trabajo —dijo—. El pa铆s se ahorra dinero y as铆 no se entromete ning煤n abogado del demonio.

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—Es lo que yo he dicho siempre —asinti贸 Mike—. No hacen falta abogados. Pero no tiene ning煤n objeto pretender quemarlo.

El desconocido continu贸 mirando las llamas, como fascinado.

—Tampoco se hace da帽o a nadie con eso.

Mike mir贸 atentamente la escena. Sus sentidos estaban embotados. Se daba cuenta de que no pod铆a pensar con claridad. Y 茅l quer铆a absorber todos los detalles de aquel momento hist贸rico, para poder relatarlos m谩s tarde. Su cerebro le dec铆a que estaba presenciando algo muy importante, pero sus ojos no quer铆an reconocerlo. Le dec铆an que se trataba de algo vulgar, ordinario. Media hora antes, cuando hab铆a estado gritando entre la multitud y esforz谩ndose por tirar 茅l tambi茅n de la cuerda, se hab铆a sentido fuerte, poderoso y en plena posesi贸n de todas sus facultades. Pero ahora todo le parec铆a muerto, casi irreal, y los restos de la muchedumbre no eran m谩s que figuras de cera o mu帽ecos de madera pintada iluminados por un papel que ard铆a. Haciendo un esfuerzo, Mike se volvi贸 en redondo y sali贸 del parque.

Inmediatamente se sinti贸 muy solo. Comenz贸 a caminar r谩pidamente con la esperanza de que alguien se le uniera. Pero la calle estaba solitaria, tan irreal como el parque en sombra. Los rieles paralelos del tranv铆a se perd铆an de vista a lo lejos, recogiendo las luces de la calle, y los escaparates oscuros reflejaban en sus cristales todos los destellos nocturnos de la ciudad.

Mike sinti贸 un dolor punzante en el pecho; le dol铆an los m煤sculos. Luego record贸 que hab铆a estado en primera fila cuando se produjo el asalto a la c谩rcel. Cuarenta hombres hab铆an lanzado a Mike contra la puerta, como si fuera un ariete. Entonces no lo hab铆a notado, pero ahora, a solas, el dolor llamaba a sus sentidos. Dos manzanas m谩s adelante descubri贸 un letrero luminoso que anunciaba cerveza. Mike apresur贸 el paso. Confiaba encontrar all铆 gente con quien hablar aunque solo fuera por quebrar el silencio, el terrible silencio que lo inundaba todo. Tambi茅n esperaba que las personas que all铆 hubiera no fuesen testigos presenciales del linchamiento.

Pero en el bar no se encontraba m谩s que el due帽o, un hombre diminuto de bigotes lacios y expresi贸n ratonil y asustada.

Salud贸 con un gesto a Mike al verlo entrar.

—Parece que viene cansado, amigo.

Mike lo mir贸 con asombro.

—No cre铆a que se me notara. Efectivamente, vengo muy cansado.

—Puedo servirle un trago de whisky para remediarlo.

Mike vacil贸.

—No… prefiero cerveza. Tengo sed. ¿Ha estado usted all铆?

El tabernero asinti贸 en silencio.

—Hasta el final, cuando todo hubo acabado. Entonces supuse que mucha gente tendr铆a sed y me vine corriendo a abrir el local. Pero usted es el primero. Tal vez me equivoqu茅.

—Ya vendr谩n m谩s tarde —dijo Mike—. A煤n queda mucha gente en el parque. Algunos est谩n intentando quemarlo con peri贸dicos. Eso no sirve de nada.

—De nada —confirm贸 el tabernero, retorci茅ndose el bigote.

Mike se llev贸 la cerveza a los labios.

—Esto es una bendici贸n —dijo—. Estaba sediento.

El due帽o del bar se inclin贸 confidencialmente hacia Mike, con los ojos iluminados.

—¿Estuvo usted all铆 todo el tiempo… cuando fueron a la c谩rcel y todo?

Mike volvi贸 a beber. Luego mir贸 el vaso lleno de peque帽as burbujas que ascend铆an a la superficie.

—Todo —contest贸—. Fui uno de los primeros en llegar a la c谩rcel, y ayud茅 a ponerle la cuerda al cuello. Hay veces en que los ciudadanos tienen que hacer justicia por s铆 mismos, antes que un maldito abogado intervenga y lo eche todo a perder.

La cabeza del tabernero se movi贸 varias veces en gesto afirmativo.

—Tiene much铆sima raz贸n —dijo—. Los abogados son capaces de todo. Supongo que el negro era culpable.

—¡Pues claro que s铆! Incluso se dice que ya hab铆a confesado.

La cabeza, de rat贸n volvi贸 a inclinarse sobre el mostrador.

—¿Sabe usted c贸mo empez贸? Cuando llegu茅 ya hab铆a pasado lo mejor, y entonces tuve que volverme corriendo para abrir el bar por si a alguien le apetec铆a una cerveza.

Mike apur贸 el vaso y lo empuj贸 para que volvieran a llen谩rselo.

—Pues ver谩: todo el mundo sab铆a lo que iba a pasar. Yo estaba en un bar enfrente mismo de la c谩rcel. Llevaba all铆 toda la tarde. Entonces entr贸 uno y dijo: «¿Qu茅 esperamos?» De manera que salimos todos a la calle, e inmediatamente se nos unieron muchos. No par谩bamos de gritar, hasta que sali贸 el sheriff y nos hizo un discurso, pero nosotros le obligamos a callarse. Luego uno que llevaba un rifle del veintid贸s empez贸 a disparar contra las luces de la calle, y entonces fue cuando asaltamos las puertas de la c谩rcel y las echamos abajo. El sheriff no hizo nada para impedirlo. No le conven铆a disparar contra un mont贸n de ciudadanos honrados por defender a un cochino negro.

—Y con las elecciones en puertas, adem谩s —dijo el tabernero.

—Eso s铆, no hac铆a m谩s que gritar: «¡No os equivoqu茅is de preso, por amor de Dios! Es el que ocupa la celda n煤mero cuatro.»

—Casi daba pena —continu贸 explicando Mike—. Los otros detenidos estaban muertos de miedo. Pod铆amos verlos a trav茅s de los barrotes, y en mi vida he visto caras como aqu茅llas.

El due帽o del bar, muy emocionado, se sirvi贸 un vasito de whisky.

—Lo comprendo perfectamente. No tengo m谩s que imaginar que yo estuviera en la c谩rcel cumpliendo una condena de treinta d铆as y entrara un pelot贸n de linchamiento. Me morir铆a del susto.

—Es lo mismo que digo yo. Daba pena. Pues bien, llegamos a la celda del negro. Estaba en pie, muy quieto, con los ojos cerrados como si estuviera borracho. Uno le dio un pu帽etazo y otro lo derrib贸 con un palo. Su cabeza reson贸 en el suelo de cemento. —Mike se inclin贸 sobre el mostrador y golpe贸 la cubierta de cinc con el 铆ndice—. Desde luego, no es m谩s que una suposici贸n, pero yo creo que eso lo mat贸. Porque yo ayud茅 a quitarle la ropa y no movi贸 un m煤sculo, y cuando lo ahorcamos no se not贸 ni una sola sacudida. En absoluto. Estoy seguro de que ya estaba muerto.

—Bueno; a fin de cuentas viene a ser lo mismo.

—De ninguna manera. Las cosas deben hacerse bien. Lo ten铆a bien merecido y lo justo era que pasara por lo peor antes de morir. —Mike rebusc贸 en un bolsillo de sus pantalones y sac贸 un fragmento de sarga azul.

—脡ste es un pedazo de los pantalones que llevaba puestos.

El tabernero se acerc贸 a examinar la tela. Luego mir贸 a Mike con gran inter茅s.

—Le doy un d贸lar por 茅l.

—¡Oh, no; de ninguna manera!

—Est谩 bien; le doy dos d贸lares por la mitad.

Mike lo mir贸 con desconfianza.

—¿Para qu茅 lo quiere?

—¡Vamos; deme su vaso! Le invito a una cerveza. Lo pondr茅 en la pared con un cartelito debajo. As铆 todos mis clientes podr谩n echarle un vistazo.

Mike cort贸 el pedazo de tela con un cortaplumas y acept贸 dos d贸lares de plata que le entregaba el tabernero.

—Conozco a un rotulista —dijo el hombrecillo—. Viene a diario. 脡l me har谩 un cartelito apropiado. —Luego su expresi贸n se hizo preocupada—. ¿Cree usted que el sheriff practicar谩 algunas detenciones?

—De ninguna manera. ¿Para qu茅 va a crearse complicaciones? Entre los asaltantes hab铆a muchos votos posibles. Cuando se hayan ido todos llegar谩 el sheriff, cortar谩 la cuerda y se llevar谩 el cad谩ver como si nada hubiese ocurrido.

El tabernero mir贸 hacia la puerta.

—Me parece que me equivoqu茅 al suponer que la gente querr铆a beber algo. Ya es demasiado tarde.

—Me parece que me voy a casa. Estoy cansado.

—Si va hacia el sur, cerrar茅 en un momento y le acompa帽ar茅. Vivo en la calle Ocho Sur.

—¡Vaya! Eso queda a dos manzanas solamente de mi casa. Yo vivo en la Seis Sur. Tiene usted que pasar por delante de mi puerta. Es curioso que no lo haya visto nunca.

El tabernero limpi贸 el vaso de Mike y se quit贸 el delantal. Se puso la chaqueta y el sombrero, se dirigi贸 a la puerta y apag贸 el letrero luminoso y las luces del local. Durante unos segundos los dos hombres permanecieron en la acera antes de echar a andar. La ciudad estaba silenciosa. Del parque no sal铆a ning煤n ruido. Un polic铆a se paseaba al otro extremo de la calle, dirigiendo la luz de su linterna a los escaparates apagados.

—¿Lo ve? —dijo Mike—. Exactamente igual que si nada hubiera ocurrido.

—Supongo que los que hayan querido echar un trago se habr谩n ido a cualquier parte.

—Es lo que le dije antes —contest贸 Mike.

Recorrieron la calle y luego se dirigieron al sur, alej谩ndose del distrito comercial.

—Me llamo Welch— dijo el tabernero—. Solo llevo dos a帽os en esta ciudad.

Mike volv铆a a sentirse solo.

—Es curioso… —empez贸 a decir. Luego a帽adi贸—: Yo nac铆 aqu铆 mismo, en la casa en que todav铆a vivo. Tengo mujer pero no tengo hijos. Los dos somos de aqu铆. Todo el mundo nos conoce.

Siguieron caminando. Los almacenes iban quedando atr谩s y a ambos lados de la calle iban apareciendo casitas con jard铆n. Los 谩rboles proyectaban largas sombras sobre las aceras. Dos perros callejeros pasaron en silencio, olfate谩ndose mutuamente.

Welch dijo en voz baja:

—Me gustar铆a saber qu茅 clase de persona era… me refiero al negro.

Mike contest贸, saliendo de sus profundas reflexiones:

—Todos los peri贸dicos dec铆an que era un bandido. Yo lo le铆. No puedo decirle m谩s.

—Tambi茅n yo los le铆. Pero me gustar铆a saber algo m谩s de 茅l. He conocido algunos negros muy simp谩ticos.

Mike volvi贸 la cabeza y habl贸 casi con enfado.

—Yo tambi茅n he conocido negros estupendos. Incluso he trabajado con algunos negros tan decentes como cualquier blanco. Pero los bandidos son otra cosa.

Su vehemencia redujo a Welch al silencio durante unos minutos. Por fin os贸 decir:

—¿No puedo hacerse una idea de qu茅 clase de hombre se trataba?

—No… all铆 estaba muy quieto, con la boca apretada y las manos colgando. Entonces fue cuando uno le dio un porrazo. Estoy seguro de que ya estaba muerto cuando lo sacamos.

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Welch caminaba junto a las cercas.

—Hay jardines muy bonitos en este barrio. Debe hacer falta mucho dinero para tenerlos bien cuidados. —Se aproxim贸 a Mike, roz谩ndole el hombro—. Nunca hab铆a presenciado un linchamiento. ¿C贸mo se siente uno… despu茅s?

Mike se apart贸 ligeramente.

—No se siente nada. —Inclin贸 la cabeza y aceler贸 el paso.

El peque帽o tabernero tuvo que iniciar un trotecillo para no que darse atr谩s. Cada vez estaban m谩s espaciadas las luces de la calle. Luego Mike a帽adi贸:

–Uno se siente cansado y mareado… pero satisfecho tambi茅n. Como cuando se ha realizado un buen trabajo… y se tiene sue帽o. —Aminor贸 la marcha—. Mire, hay luz en la cocina. Ah铆 vivo yo. Mi mujer estar谩 esper谩ndome.

Se detuvo frente a la casita.

Welch se detuvo tambi茅n, atus谩ndose nerviosamente el bigote.

—Venga a mi establecimiento cuando le apetezca una cerveza o un whisky. Est谩 abierto hasta medianoche. Los amigos son siempre bien recibidos.

Luego se alej贸 como un rat贸n asustado.

Mike le grit贸:

—Buenas noches.

Dio la vuelta a la casa y entr贸 por la puerta de atr谩s. Su mujer estaba sentada punto al fog贸n, calent谩ndose. Volvi贸 sus ojos llenos de reproche hacia Mike, al verlo entrar.

—Has estado con una mujer —dijo con voz 谩spera—. ¿Con cu谩l?

Mike se ech贸 a re铆r.

—Te crees muy lista, ¿verdad? ¿Por qu茅 supones que he estado con una mujer?

Ella contest贸 con enfado:

—¿Crees que no se te nota en la cara?

—Est谩 bien —contest贸 Mike—. Si eres tan lista y lo sabes todo, no hace falta que te diga nada. Ya lo sabr谩s ma帽ana por el peri贸dico.

Vio que la duda asomaba a sus ojos desconfiados.

—¿Se trata del negro? —pregunt贸—. ¿Lo han cogido? Todo el mundo dec铆a que iban a hacerlo.

—Aver铆gualo t煤 misma si eres tan lista. Yo no pienso decirte nada.

Atraves贸 la cocina y pas贸 al cuarto de ba帽o. Se acerc贸 al espejo. Quit谩ndose la gorra se mir贸 atentamente el rostro.

—Desde luego tiene raz贸n —murmur贸—. Es lo que me parece haber estado haciendo.


FIN
1936

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Mar de fondo

饾惖饾憻饾懄饾憥饾憶 饾憠饾憱饾憴饾憴饾憥饾憪饾憻饾憭饾懅 (Lima, 1990) Director del Blog de Mar de fondo. Estudi茅 Comunicaciones, Sociolog铆a y soy autor del libro "Las vidas que tom茅 prestadas". Amante de los cuentos, cartas, diarios y novelas. Convencido de que "饾憟饾憶 饾憫饾憱́饾憥 饾憴饾憭饾憱́饾憫饾憸 饾憶饾憸 饾憭饾憼 饾憿饾憶 饾憫饾憱́饾憥 饾憹饾憭饾憻饾憫饾憱饾憫饾憸."

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