Leamos "Duplicados", cuento de James Joyce

¡Qu茅 tal, lectores! Hoy recordamos a uno de los novelistas m谩s famosos del siglo pasado y cuya obra Ulises (que puedes conseguir aqu铆), sigue ubic谩ndose entre los libros m谩s le铆dos del planeta. Me refiero a James Joyce, quien hoy nos deleita con este breve e interesante cuento ¡Disfruta tu lectura! 

"Duplicados", cuento de James Joyce
Imagen tomada de Pinterest: https://pin.it/2H6PTBHqa


DUPLICADOS

El timbre son贸 rabioso. Cuando la se帽orita Parker se acerc贸 al tubo, una voz con un penetrante acento de Irlanda del Norte grit贸 furiosa:

-¡A Farrington que venga ac谩!

La se帽orita Parker regres贸 a su m谩quina, dici茅ndole a un hombre que escrib铆a en un escritorio:

-El se帽or Alleyne, que suba a verlo.

El hombre musit贸 un ¡Maldita sea! y ech贸 atr谩s su silla para levantarse. Cuando lo hizo se vio que era alto y fornido. Ten铆a una cara colgante, de color vino tinto, con cejas y bigotes rubios: sus ojos, ligeramente botados, ten铆an los blancos sucios. Levant贸 la tapa del mostrador y, pasando por entre los clientes, sali贸 de la oficina con paso pesado.

Subi贸 lerdo las escaleras hasta el segundo piso, donde hab铆a una puerta con un letrero que dec铆a Se帽or Alleyne. Aqu铆 se detuvo, bufando de hast铆o, rabioso, y toc贸. Una voz chill贸:

-¡Pase!

El hombre entr贸 en la oficina del se帽or Alleyne. Simult谩neamente, el se帽or Alleyne, un hombrecito que usaba gafas de aro de oro sobre una cara ra铆da, levant贸 su cara sobre una pila de documentos. La cara era tan rosada y lampi帽a que parec铆a un gran huevo puesto sobre los papeles. El se帽or Alleyne no perdi贸 un momento:

-¿Farrington? ¿Qu茅 significa esto? ¿Por qu茅 tengo que quejarme de usted siempre? ¿Puedo preguntarle por qu茅 no ha hecho usted copia del contrato entre Bodley y Kirwan? Le dije bien claro que ten铆a que estar listo para las cuatro.

-Pero el se帽or Shelly, se帽or, dijo, dijo…

-El se帽or Shelly, se帽or, dijo… Haga el favor de prestar atenci贸n a lo que digo yo y no a lo que el se帽or Shelly, se帽or, dice. Siempre tiene usted una excusa para sacarle el cuerpo al trabajo. D茅jeme decirle que si el contrato no est谩 listo esta tarde voy a poner el asunto en manos del se帽or Crosbie… ¿Me oye usted?

-S铆, se帽or.

-¿Me oye usted ahora?… ¡Ah, otro asuntito! M谩s val铆a que me dirigiera a la pared y no a usted. Entienda de una vez por todas que usted tiene media hora para almorzar y no hora y media. Me gustar铆a saber cu谩ntos platos pide usted… ¿Me est谩 atendiendo?

-S铆, se帽or.

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El se帽or Alleyne hundi贸 su cabeza de nuevo en la pila de papeles. El hombre mir贸 fijo al pulido cr谩neo que dirig铆a los negocios de Crosbie & Alleyne, calibrando su fragilidad. Un espasmo de rabia apret贸 su garganta por unos segundos y despu茅s pas贸, dej谩ndole una aguda sensaci贸n de sed. El hombre reconoci贸 aquella sensaci贸n y consider贸 que deb铆a coger una buena esa noche. Hab铆a pasado la mitad del mes y, si terminaba esas copias a tiempo, quiz谩 el se帽or Alleyne le dar铆a un vale para el cajero. Se qued贸 mirando fijo a la cabeza sobre la pila de papeles. De pronto, el se帽or Alleyne comenz贸 a revolver entre los papeles buscando algo. Luego, como si no hubiera estado consciente de la presencia de aquel hombre hasta entonces, dispar贸 su cabeza hacia arriba otra vez y dijo:

-¿Qu茅, se va a quedar parado ah铆 el d铆a entero? ¡Palabra, Farrington, que toma usted las cosas con calma!

-Estaba esperando a ver si…

-Muy bien, no tiene usted que esperar a ver si. ¡Baje a hacer su trabajo!

El hombre camin贸 pesadamente hacia la puerta y, al salir de la pieza, oy贸 c贸mo el se帽or Alleyne le gritaba que si el contrato no estaba copiado antes de la noche el se帽or Crosbie tomar铆a el asunto entre manos.

Regres贸 a su bur贸 en la oficina de los bajos y cont贸 las hojas que le faltaban por copiar. Cogi贸 la pluma y la hundi贸 en la tinta, pero sigui贸 mirando est煤pidamente las 煤ltimas palabras que hab铆a escrito: En ning煤n caso deber谩 el susodicho Bernard Bodley buscar… Ca铆a el crep煤sculo: en unos minutos encender铆an el gas y entonces s铆 podr铆a escribir bien. Sinti贸 que deb铆a saciar la sed de su garganta. Se levant贸 del escritorio y, levantando la tapa del mostrador como la vez anterior, sali贸 de la oficina. Al salir, el oficinista jefe lo mir贸, interrogativo.

-Est谩 bien, se帽or Shelly -dijo el hombre, se帽alando con un dedo para indicar el objetivo de su salida.

El oficinista jefe mir贸 a la sombrerera y vi茅ndola completa no hizo ning煤n comentario. Tan pronto como estuvo en el rellano el hombre sac贸 una gorra de pastor del bolsillo, se la puso y baj贸 corriendo las desvencijadas escaleras. De la puerta de la calle camin贸 furtivo por el interior del pasadizo hasta la esquina y de golpe se escurri贸 en un portal. Estaba ahora en el oscuro y c贸modo establecimiento de O’Neill y, llenando el ventanillo que daba al bar con su cara congestionada, del color del vino tinto o de la carne magra, llam贸:

-Atiende, Pat, y s茅 bueno: s铆rvenos un buen t.c.

El dependiente le trajo un vaso de cerveza negra. Se lo bebi贸 de un trago y pidi贸 una semilla de carvi. Puso su penique sobre el mostrador y, dejando que el dependiente lo buscara a tientas en la oscuridad, dej贸 el establecimiento tan furtivo como entr贸.

La oscuridad, acompa帽ada de una niebla espesa, invad铆a el crep煤sculo de febrero y las l谩mparas de la Calle Eustace ya estaban encendidas. El hombre se peg贸 a los edificios hasta que lleg贸 a la puerta de la oficina y se pregunt贸 si acabar铆a las copias a tiempo. En la escalera un pegajoso perfume dio la bienvenida a su nariz: evidentemente la se帽orita Delacour hab铆a venido mientras 茅l estaba en O’Neill’s. Arrebuj贸 la gorra en un bolsillo y volvi贸 a entrar en la oficina con aire abstra铆do.

-El se帽or Alleyne estaba preguntando por usted -dijo el oficinista jefe con severidad-. ¿D贸nde estaba metido?

El hombre mir贸 de reojo a dos clientes de pie ante el mostrador para indicar que su presencia le imped铆a responder. Como los dos clientes eran hombres el oficinista jefe se permiti贸 una carcajada.

-Yo conozco el juego -le dijo-. Cinco veces al d铆a es un poco demasiado… Bueno, m谩s vale que se agilice y saque una copia de la correspondencia del caso Delacour para el se帽or Alleyne.

La forma en que le hablaron en presencia del p煤blico, la carrera escalera arriba y la cerveza que hab铆a tomado con tanto apuro hab铆an confundido al hombre y al sentarse en su escritorio para hacer lo requerido se dio cuenta de lo in煤til que era la tarea de terminar de copiar el contrato antes de las cinco y media. La noche, oscura y h煤meda, ya estaba aqu铆 y 茅l deseaba pasarla en dos bares, bebiendo con sus amigos, entre el fulgor del gas y el tintineo de vasos. Sac贸 la correspondencia de Delacour y sali贸 de la oficina. Esperaba que el se帽or Alleyne no se diera cuenta de que faltaban dos cartas.

El camino hasta el despacho del se帽or Alleyne estaba colmado de aquel perfume penetrante y h煤medo. La se帽orita Delacour era una mujer de mediana edad con aspecto de jud铆a. Ven铆a a menudo a la oficina y se quedaba mucho rato cada vez que ven铆a. Estaba sentada ahora junto al escritorio en su aire embalsamado, alisando con la mano el mango de su sombrilla y asintiendo con la enorme pluma negra de su sombrero. El se帽or Alleyne hab铆a girado la silla para darle el frente, el pie derecho montado sobre la rodilla izquierda. El hombre dej贸 la correspondencia sobre el escritorio, inclin谩ndose respetuosamente, pero ni el se帽or Alleyne ni la se帽orita Delacour prestaron atenci贸n a su saludo. El se帽or Alleyne golpe贸 la correspondencia con un dedo y luego lo sacudi贸 hacia como si dijera: Est谩 bien: puede usted marcharse.

El hombre regres贸 a la oficina de abajo y de nuevo se sent贸 en su escritorio. Mir贸, resuelto, a la frase incompleta: En ning煤n caso deber谩 el susodicho Bernard Bodley buscar… y pens贸 que era extra帽o que las tres 煤ltimas palabras empezaran con la misma letra. El oficinista jefe comenz贸 a apurar a la se帽orita Parker, dici茅ndole que nunca tendr铆a las cartas mecanografiadas a tiempo para el correo. El hombre atendi贸 al tecleteo de la m谩quina por unos minutos y luego se puso a trabajar para acabar la copia. Pero no ten铆a clara la cabeza y su imaginaci贸n se extravi贸 en el resplandor y el bullicio de la cantina. Era una noche para ponche caliente. Sigui贸 luchando con su copia, pero cuando dieron las cinco en el reloj todav铆a le quedaban catorce p谩ginas por hacer. ¡Maldici贸n! No acabar铆a a tiempo. Necesitaba blasfemar en voz alta, descargar el pu帽o con violencia en alguna parte. Estaba tan furioso que escribi贸 Bernard Bernard en vez de Bernard Bodley y tuvo que empezar una p谩gina limpia de nuevo.

Se sent铆a con fuerza suficiente para demoler la oficina 茅l solo. El cuerpo le ped铆a hacer algo, salir a regodearse en la violencia. Las indignidades de la vida lo enfurec铆an… ¿Le pedir铆a al cajero un adelanto a t铆tulo personal? No, el cajero no servir铆a de nada, mierda: no le dar铆a el adelanto… Sab铆a d贸nde encontrar a los amigos: Leonard y O’Halloran y Chisme Flynn. El bar贸metro de su naturaleza emotiva indicaba altas presiones violentas.

Estaba tan abstra铆do que tuvieron que llamarlo dos veces antes de responder. El se帽or Alleyne y la se帽orita Delacour estaban delante del mostrador y todos los empleados se hab铆an vuelto, a la expectativa. El hombre se levant贸 de su escritorio. El se帽or Alleyne comenz贸 a insultarlo, diciendo que faltaban dos cartas. El hombre respondi贸 que no sab铆a nada de ellas, que 茅l hab铆a hecho una copia fidedigna. Siguieron dos insultos: tan agrios y violentos que el hombre apenas pod铆a contener su pu帽o para que no cayera sobre la cabeza del pigmeo que ten铆a delante.

-No s茅 nada de esas otras dos cartas -dijo, est煤pidamente.

–No-s茅-nada. Claro que no sabe usted nada -dijo el se帽or Alleyne-. D铆game -a帽adi贸, buscando con la vista la aprobaci贸n de la dama que ten铆a al dado-, ¿me toma usted por idiota o qu茅? ¿Cree usted que yo soy un completo idiota?

Los ojos del hombre iban de la cara de la mujer a la cabecita de huevo y viceversa; y, casi antes de que se diera cuenta de ello, su lengua tuvo un momento feliz:

-No creo, se帽or -le dijo-, que sea justo que me haga usted a m铆 esa pregunta.

Se hizo una pausa hasta en la misma respiraci贸n de dos empleados. Todos estaban sorprendidos (el autor de da salida no menos que sus vecinos) y la se帽orita Delacour, que era una mujer robusta y afable, empez贸 a re铆rse. El se帽or Alleyne se puso rojo como una langosta y su boca se torci贸 con la vehemencia de un enano. Sacudi贸 el pu帽o en la cara del hombre hasta que pareci贸 vibrar como la palanca de alguna maquinaria el茅ctrica.

-¡So impertinente! ¡So rufi谩n! ¡Le voy a dar una lecci贸n! ¡Va a saber lo que es bueno! ¡Se excusa usted por su impertinencia o queda despedido al instante! ¡O se larga usted, ¿me oye?, o me pide usted perd贸n!

Se qued贸 esperando en el portal frente a la oficina para ver si el cajero sal铆a solo. Pasaron todos los empleados y, finalmente, sali贸 el cajero con el oficinista jefe. Era in煤til hablarle cuando estaba con el jefe. El hombre se sab铆a en una posici贸n desventajosa. Se hab铆a visto obligado a dar una abyecta disculpa al se帽or Alleyne por su impertinencia, pero sab铆a la clase de avispero que ser铆a para 茅l la oficina en el futuro. Pod铆a recordar c贸mo el se帽or Alleyne le hab铆a hecho la vida imposible al peque帽o Peake para colocar en su lugar a un sobrino. Se sent铆a feroz, sediento y vengativo: molesto con todos y consigo mismo. El se帽or Alleyne no le dar铆a un minuto de descanso; su vida ser铆a un infierno. Hab铆a quedado en rid铆culo. ¿Por qu茅 no se tragaba la lengua? Pero nunca congeniaron, 茅l y el se帽or Alleyne, desde el d铆a en que el se帽or Alleyne lo oy贸 burl谩ndose de su acento de Irlanda del Norte para hacerles gracia a Higgins y a la se帽orita Parker: ah铆 empez贸 todo. Podr铆a haberle pedido prestado a Higgins, pero nunca ten铆a nada. Un hombre con dos casas que mantener, c贸mo iba, claro, a tener…

Sinti贸 que su corpach贸n dolido echaba de menos la comodidad de la cantina. La niebla le calaba los huesos y se pregunt贸 si podr铆a darle un toque a Pat en O’Neill’s. Pero no podr铆a tumbarle m谩s que un chel铆n -y de qu茅 sirve un chel铆n. Y, sin embargo, ten铆a que conseguir dinero como fuera: hab铆a gastado su 煤ltimo penique en la negra y dentro de un momento ser铆a demasiado tarde para conseguir dinero en otro sitio. De pronto, mientras se palpaba la cadena del reloj, pens贸 en la casa de pr茅stamos de Terry Kelly, en la Calle Fleet. ¡Trato hecho! ¿C贸mo no se le ocurri贸 antes?

Con paso r谩pido atraves贸 el estrecho callej贸n de Temple Bar, diciendo por lo bajo que pod铆an irse todos a la mierda, que 茅l iba a pasarla bien esa noche. El dependiente de Terry Kelly dijo ¡Una corona! Pero el acreedor insisti贸 en seis chelines; y como suena le dieron seis chelines. Sali贸 alegre de la casa de empe帽o, formando un cilindro con las monedas en su mano. En la Calle Westmoreland las aceras estaban llenas de hombres y mujeres j贸venes volviendo del trabajo y de chiquillos andrajosos corriendo de aqu铆 para all谩 gritando los nombres de los diarios vespertinos. El hombre atraves贸 la multitud presenciando el espect谩culo por lo general con satisfacci贸n llena de orgullo, y echando miradas castigadoras a las oficinistas. Ten铆a la cabeza atiborrada de estruendo de tranv铆as, de timbres y de frote de troles, y su nariz ya olfateaba las coruscantes emanaciones del ponche. Mientras avanzaba repasaba los t茅rminos en que relatar铆a el incidente a los amigos:

-As铆 que lo mir茅 en fr铆o, t煤 sabes, y le clav茅 los ojos a ella. Luego lo mir茅 a 茅l de nuevo, con calma, t煤 sabes. No creo que sea justo que usted me pregunte a m铆 eso, d铆jele.

Chisme Flynn estaba sentado en su rinc贸n de siempre en Davy Byrne’s y, cuando oy贸 el cuento, convid贸 a Farrington a una media, dici茅ndole que era la cosa m谩s grande que oy贸 jam谩s. Farrington lo convid贸 a su vez. Al rato vinieron O’Halloran y Paddy Leonard. Hizo de nuevo el cuento.

O’Halloran pag贸 una ronda de maltas calientes y cont贸 la historia de la contesta que dio al oficinista jefe cuando trabajaba en la Callan’s de la Calle Fownes’s; pero, como su respuesta ten铆a el estilo que tienen en las 茅glogas los pastores liberales, tuvo que admitir que no era tan ingeniosa como la contestaci贸n de Farrington. En esto Farrington les dijo a los amigos que la pulieran, que 茅l convidaba.

¡Y qui茅n vino cuando hac铆a su cat谩logo de venenos sino Higgins! Claro que se arrim贸 al grupo. Los amigos le pidieron que hiciera su versi贸n del cuento y 茅l la hizo con mucha vivacidad, ya que la visi贸n de cinco whiskys calientes es muy estimulante. El grupo rugi贸 de risa cuando mostr贸 c贸mo el se帽or Alleyne sacud铆a el pu帽o en la cara de Farrington. Luego, imit贸 a Farrington, diciendo, Y all铆 estaba mi tierra, tan tranquilo, mientras Farrington miraba a la compa帽铆a con ojos pesados y sucios, sonriendo y a veces chup谩ndose las gotas de licor que se le escurr铆an por los bigotes.

Cuando termin贸 la ronda se hizo una pausa. O’Halloran ten铆a algo, pero ninguno de los otros dos parec铆a tener dinero; por lo que el grupo tuvo que dejar el establecimiento a pesar suyo. En la esquina de la Calle Duke, Higgins y Chisme Flynn doblaron a la izquierda, mientras que los otros tres dieron la vuelta rumbo a la ciudad. Lloviznaba sobre las calles fr铆as y, cuando llegaron a las Oficinas de Lastre, Farrington sugiri贸 la Scotch House. El bar estaba colmado de gente y del esc谩ndalo de bocas y de vasos. Los tres hombres se abrieron paso por entre los quejumbrosos cerilleros a la entrada y formaron su grupito en una esquina del mostrador. Empezaron a cambiar cuentos. Leonard les present贸 a un tipo joven llamado Weathers, que era acr贸bata y artista itinerante del T铆voli. Farrington invit贸 a todo el mundo. Weathers dijo que tomar铆a una media de whisky del pa铆s y Apollinaris. Farrington, que ten铆a noci贸n de las cosas, les pregunt贸 a los amigos si iban a tomar tambi茅n Apollinaris; pero los amigos le dijeron a Tim que hiciera el de ellos caliente. La conversaci贸n gir贸 en tomo al teatro. O’Halloran pag贸 una ronda y luego Farrington pag贸 otra, con Weathers protestando de que la hospitalidad era demasiado irlandesa. Prometi贸 que los llevar铆a tras bastidores para presentarles algunas artistas agradables. O’Halloran dijo que 茅l y Leonard ir铆an pero no Farrington, ya que era casado; y los pesados ojos sucios de Farrington miraron socarrones a sus amigos, en prueba de que sab铆a que era chacota. Weathers hizo que todos bebieran una tinturita por cuenta suya y prometi贸 que los ver铆a algo m谩s tarde en Mulligan’s de la Calle Poolbeg.

Cuando la Scotch House cerr贸 se dieron una vuelta por Mulligan’s. Fueron al sal贸n de atr谩s y O’Halloran orden贸 grogs para todos. Empezaban a sentirse entonados. Farrington acababa de convidar a otra ronda cuando regres贸 Weathers. Para gran alivio de Farrington esta vez pidi贸 un vaso de negra. Los fondos escaseaban, pero les quedaba todav铆a para ir tirando. Al rato entraron dos mujeres j贸venes con grandes sombreros y un joven de traje a cuadros y se sentaron en una mesa vecina. Weathers los salud贸 y le dijo a su grupo que acababan de salir del T铆voli. Los ojos de Farrington se extraviaban a menudo en direcci贸n a una de las mujeres. Hab铆a una nota escandalosa en su atuendo. Una inmensa bufanda de muselina azul pavoreal daba vueltas al sombrero para anudarse en un gran lazo por debajo de la barbilla; y llevaba guantes color amarillo chill贸n, que le llegaban al codo. Farrington miraba, admirado, el rollizo brazo que ella mov铆a a menudo y con mucha gracia; y cuando, m谩s tarde, ella le devolvi贸 la mirada, admir贸 a煤n m谩s sus grandes ojos pardos. Todav铆a m谩s lo fascin贸 la expresi贸n oblicua que ten铆an. Ella lo mir贸 de reojo una o dos veces y cuando el grupo se marchaba, roz贸 su silla y dijo Oh, perd贸n con acento de Londres. La vio salir del sal贸n en espera de que ella mirara para atr谩s, pero se qued贸 esperando. Maldijo su escasez de dinero y todas las rondas que hab铆a tenido que pagar, particularmente los whiskys y las Apollinaris que tuvo que pagarle a Weathers. Si hab铆a algo que detestaba era un gorrista. Estaba tan bravo que perdi贸 el rastro de la conversaci贸n de sus amigos.

Cuando Paddy Leonard le llam贸 la atenci贸n se enter贸 de que estaban hablando de pruebas de fortaleza f铆sica. Weathers exhib铆a sus m煤sculos al grupo y se jactaba tanto que los otros dos llamaron a Farrington para que defendiera el honor patrio. Farrington accedi贸 a subirse una manga y mostr贸 sus b铆ceps a los circunstantes. Se examinaron y comprobaron ambos brazos y finalmente se acord贸 que lo que hab铆a que hacer era pulsar. Limpiaron la mesa y los dos hombres apoyaron sus codos en ella, enlazando las manos. Cuando Paddy Leonard dijo ¡Ahora!, cada cual trat贸 de derribar el brazo del otro. Farrington se ve铆a muy serio y decidido.

Empez贸 la prueba. Despu茅s de unos treinta segundos, Weathers baj贸 el brazo de su contrario poco a poco hasta tocar la mesa. La cara color de vino tinto de Farrington se puso m谩s tinta de humillaci贸n y de rabia al haber sido derrotado por aquel mocoso.

-No se debe echar nunca el peso del cuerpo sobre el brazo -dijo-. Hay que jugar limpio.

-¿Qui茅n no jug贸 limpio? -dijo el otro.

-Vamos, de nuevo. Dos de tres.

La prueba comenz贸 de nuevo. Las venas de la frente se le botaron a Farrington y la palidez de la piel de Weathers se volvi贸 tez de peon铆a. Sus manos y brazos temblaban por el esfuerzo. Despu茅s de un largo pulseo Weathers volvi贸 a bajar la mano de su rival, lentamente, hasta tocar la mesa. Hubo un murmullo de aplauso de parte de los espectadores. El dependiente, que estaba de pie detr谩s de la mesa, movi贸 en asentimiento su roja cabeza hacia el vencedor y dijo en tono confianzudo:

-¡Vaya! ¡M谩s vale ma帽a!

-¿Y qu茅 carajo sabes t煤 de esto? -dijo Farrington furioso, cogi茅ndola con el hombre-. ¿Qu茅 tienes t煤 que meter tu jeta en esto?

-¡Quietos, quietos! -dijo O’Halloran, observando la violenta expresi贸n de Farrington-. A ponerse con lo suyo, caballeros. Un sorbito y nos vamos.

TE RECOMIENDO, LECTOR: La carta "subida de tono" de James Joyce a su esposa Nora


Un hombre con cara de pocos amigos esperaba en la esquina del puente de O’Connell el tranv铆a que lo llevar铆a a su casa. Estaba lleno de rabia contenida y de resentimiento. Se sent铆a humillado y con ganas de desquitarse; no estaba siquiera borracho; y no ten铆a m谩s que dos peniques en el bolsillo. Maldijo a todos y a todo. Estaba liquidado en la oficina, hab铆a empe帽ado el reloj y gastado todo el dinero; y ni siquiera se hab铆a emborrachado. Empez贸 a sentir sed de nuevo y dese贸 regresar a la caldeada cantina. Hab铆a perdido su reputaci贸n de fuerte, derrotado dos veces por un mozalbete. Se le llen贸 el coraz贸n de rabia, y cuando pens贸 en la mujer del sombrer贸n que se roz贸 con 茅l y le pidi贸 ¡Perd贸n!, su furia casi lo ahog贸.

El tranv铆a lo dej贸 en Shelbourne Road y enderez贸 su corpach贸n por la sombra del muro de las barracas. Odiaba regresar a casa. Cuando entr贸 por el fondo se encontr贸 con la cocina vac铆a y el fog贸n de la cocina casi apagado. Grit贸 por el hueco de la escalera:

-¡Ada! ¡Ada!

Su esposa era una mujercita de cara afilada que maltrataba a su esposo si estaba sobrio y era maltratada por 茅ste si estaba borracho. Ten铆an cinco hijos. Un ni帽o baj贸 corriendo las escaleras.

-¿Qui茅n es 茅se? -dijo el hombre, tratando de ver en la oscuridad.

-Yo, pap谩.

-¿Qui茅n es yo? ¿Charlie?

-No, pap谩, Tom.

-¿D贸nde se meti贸 tu madre?

-Fue a la iglesia.

-Vaya… ¿Me dej贸 comida?

-S铆, pap谩, yo…

-Enciende la luz. ¿Qu茅 es esto de dejar la casa a oscuras? ¿Ya est谩n los otros ni帽os en la cama?

El hombre se sent贸 pesadamente a la mesa mientras el ni帽o encend铆a la l谩mpara. Empez贸 a imitar la voz blanca de su hijo, dici茅ndose a media: A la iglesia. ¡A la iglesia, por favor! Cuando se encendi贸 la l谩mpara, dio un pu帽etazo en la mesa y grit贸:

-¿Y mi comida?

-Yo te la voy… a hacer, pap谩 -dijo el ni帽o.

El hombre salt贸 furioso, apuntando para el fog贸n.

-¿En esa candela? ¡Dejaste apagar la candela! ¡Te voy a ense帽ar por lo m谩s sagrado a no hacerlo de nuevo!

Dio un paso hacia la puerta y sac贸 un bast贸n de detr谩s de ella.

-¡Te voy a ense帽ar a dejar que se apague la candela! -dijo, subi茅ndose las mangas para dejar libre el brazo.

El ni帽o grit贸 Ay, pap谩 y le dio vueltas a la mesa, corriendo y gimoteando. Pero el hombre le cay贸 detr谩s y lo agarr贸 por la ropa. El ni帽o mir贸 a todas partes desesperado pero, al ver que no hab铆a escape, se hinc贸 de rodillas.

-¡Vamos a ver si vas a dejar apagar la candela otra vez! -dijo el hombre, golpe谩ndolo salvajemente con el bast贸n-. ¡Vaya, coge, maldito!

El ni帽o solt贸 un alarido de dolor cuando el palo le cort贸 el muslo. Junt贸 las manos en el aire y su voz tembl贸 de terror.

-¡Ay, pap谩! -gritaba-. ¡No me pegues, papa铆to! Que voy a rezar un padrenuestro por ti … Voy a rezar un avemar铆a por ti, papacito, si no me pegas… Voy a rezar un padrenuestro…




FIN
1914

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Mar de fondo

饾惖饾憻饾懄饾憥饾憶 饾憠饾憱饾憴饾憴饾憥饾憪饾憻饾憭饾懅 (Lima, 1990) Director del Blog de Mar de fondo. Estudi茅 Comunicaciones, Sociolog铆a y soy autor del libro "Las vidas que tom茅 prestadas". Amante de los cuentos, cartas, diarios y novelas. Convencido de que "饾憟饾憶 饾憫饾憱́饾憥 饾憴饾憭饾憱́饾憫饾憸 饾憶饾憸 饾憭饾憼 饾憿饾憶 饾憫饾憱́饾憥 饾憹饾憭饾憻饾憫饾憱饾憫饾憸."

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