Así inicia "En agosto nos vemos", novela inédita de Gabriel Garcia Márquez

¡Qué tal, lectores! Hemos llegado al tercer mes del año y se vienen los libros más esperados de marzo. Entre ellos está el libro "inédito" de Gabriel García Márquez, una obra que inició como un cuento allá en 2004, pero que podo a poco el Nobel colombiano fue alargando y transformando en novela. Por eso, a pocos días de su lanzamiento, traigo para ti un fragmento del primer capítulo ¡Leamos!

"En agosto nos vemos", novela inédita de Gabriel Garcia Márqiez
Imagen tomada de Pinterest: https://pin.it/7CQ3QqlcN Rayma. 


Cumpleaños de Gabriel García Márquez


Se escogió el 6 de marzo de 2024 para el lanzamiento del libro póstumo de Gabriel García Márquez, por ser la fecha de su cumpleaños (cumpliría 97 años). Recordemos que el año también coincide también a una década de la partida del renombrado escritor. 

Los amantes de la lectura y los fanáticos de 'Gabo', disfrutarán enormemente este hecho literario histórico, al cual nos sumamos desde Mar de fondo, compartiendo también las primeras páginas del nuevo libro editado por Random House.

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Recuerda que en este artículo escribí más detalles sobre la producción de esta obra. Por ejemplo, el manuscrito de este texto estuvo dormido por muchos años entre los papeles depositados en el Harry Ransom Centre, en la Universidad de Texas y que por fin tras conversaciones con la familia del recordado escritor se pudo llegar a un acuerdo para la edición y difusión. 

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ASÍ EMPIEZA "EN AGOSTO NOS VEMOS", LIBRO PÓSTUMO DE GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ



Volvió a la isla el viernes 16 de agosto en el transbordador de las tres de la tarde. Llevaba pantalones vaqueros, camisa de cuadros escoceses, zapatos sencillos de tacón bajo y sin medias, una sombrilla de raso, su bolso de mano y como único equipaje un maletín de playa. En la fila de taxis del muelle fue directa a un modelo viejo carcomido por el salitre. El chofer la recibió con un saludo de amigo y la llevó dando tumbos a través del pueblo indigente, con casas de bahareque, techos de palma amarga y calles de arena ardiente frente a un mar en llamas. Tuvo que hacer cabriolas para sortear los cerdos impávidos y a los niños desnudos que lo burlaban con pases de torero. Al final del pueblo se enfiló por una avenida de palmeras reales donde estaban las playas y los hoteles de turismo, entre el mar abierto y una laguna interior poblada de garzas azules. Por fin se detuvo en el hotel más viejo y desmerecido.

El conserje la esperaba con la ficha de inscripción lista para firmar y las llaves de la única habitación del segundo piso que daba a la laguna. Subió las escaleras con cuatro zancadas y entró en el cuarto pobre con un olor de insecticida reciente y casi ocupado por completo con la enorme cama matrimonial. Sacó del maletín un neceser de cabritilla y un libro intonso que puso en la mesa de noche con una página marcada por el cortapapeles de marfil. Sacó una camisola de dormir de seda rosada y la puso debajo de la almohada. Sacó también una pañoleta de seda con estampados de pájaros ecuatoriales, una camisa blanca de manga corta y unos zapatos de tenis muy usados, y los llevó al baño.


Antes de arreglarse se quitó el anillo de casada y el reloj de hombre que usaba en el brazo derecho, los puso en la repisa del tocador y se hizo abluciones rápidas en la cara para lavarse el polvo del viaje y espantar el sueño de la siesta. Cuando acabó de secarse sopesó en el espejo sus senos redondos y altivos a pesar de sus dos partos. Se estiró las mejillas hacia atrás con los cantos de las manos para acordarse de cómo había sido joven. Pasó por alto las arrugas del cuello, que ya no tenían remedio, y se revisó los dientes perfectos y recién cepillados después del almuerzo en el transbordador. Se frotó con el pomo de desodorante las axilas bien afeitadas y se puso la camisa de algodón fresco con las iniciales AMB bordadas en el bolsillo. Se cepilló el cabello indio, largo hasta los hombros, y se amarró la cola de caballo con la pañoleta de pájaros. Para terminar, se suavizó los labios con lápiz labial de vaselina simple, se humedeció los índices en la lengua para alisarse las cejas encontradas, se dio un toque de Maderas de Oriente detrás de cada oreja, y se enfrentó por fin al espejo con su rostro de madre otoñal. La piel sin un rastro de cosméticos tenía el color y la textura de la melaza, y los ojos de topacio eran hermosos con sus oscuros párpados portugueses. Se trituró a fondo, se juzgó sin piedad, y se encontró casi tan bien como se sentía. Sólo cuando se puso el anillo y el reloj se dio cuenta de su retraso: faltaban seis para las cuatro, pero se concedió un minuto de nostalgia para contemplar las garzas que planeaban inmóviles en el sopor ardiente de la laguna.

Gabriel García Márquez
El escritor colombiano murió el 17 de abril de 2014 en Ciudad de México. 


El taxi la esperaba bajo los platanales del portal. Arrancó sin esperar órdenes por la avenida de palmeras hasta un claro de los hoteles donde estaba el mercado popular al aire libre, y se detuvo en un puesto de flores. Una negra grande que dormitaba en una silla de playa despertó sobresaltada por la bocina, reconoció a la mujer en el asiento posterior del automóvil, y le dio entre risas y chácharas el ramo de gladiolos que había encargado para ella. Unas cuadras más adelante el taxi torció por un sendero apenas transitable que subía por una cornisa de piedras afiladas. A través del aire cristalizado por el calor se veía el Caribe abierto, los yates de placer alineados en la dársena del turismo, el transbordador de las cuatro que regresaba a la ciudad. En la cumbre de la colina estaba el cementerio más pobre. Empujó sin esfuerzo el portón oxidado y entró con el ramo de flores en el sendero de túmulos ahogados por la maleza. En el centro había una ceiba de grandes ramas que la orientó para identificar la tumba de su madre. Las piedras afiladas hacían daño aun a través de las suelas de caucho recalentado, y el sol áspero se filtraba por el raso de la sombrilla. Una iguana surgió de los matorrales, se detuvo en seco frente a ella, la miró un instante y escapó en estampida.

Se puso un guante de jardín que llevaba en el bolso, y había tenido que limpiar tres lápidas cuando reconoció la de mármol amarillento con el nombre de la madre y la fecha de su muerte, ocho años antes.

Había repetido aquel viaje cada 16 de agosto a la misma hora, con el mismo taxi y la misma florista, bajo el sol de fuego del mismo cementerio indigente, para poner un ramo de gladiolos frescos en la tumba de su madre. A partir de ese momento no tenía nada que hacer hasta las nueve de la mañana del día siguiente, cuando salía el primer transbordador de regreso.

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Se llamaba Ana Magdalena Bach, había cumplido cuarenta y seis años de nacida y veintisiete de un matrimonio bien avenido con un hombre que amaba y que la amaba, y con el cual se casó sin terminar la carrera de Artes y Letras, todavía virgen y sin noviazgos anteriores. Su madre había sido una célebre maestra de primaria montessoriana que, a pesar de sus méritos, no quiso ser nada más hasta su último aliento. Ana Magdalena heredó de ella el esplendor de los ojos dorados, la virtud de las pocas palabras y la inteligencia para manejar el temple de su carácter. Era una familia de músicos. Su padre había sido maestro de piano y director del Conservatorio Provincial durante cuarenta años. Su marido, también hijo de músicos y director de orquesta, sustituyó a su maestro. Tenían un hijo ejemplar que era el primer chelo de la Orquesta Sinfónica Nacional a los veintidós años, y había sido aplaudido por Mstislav Leopóldovich Rostropóvich en una sesión privada. En cambio, la hija de dieciocho años tenía una facilidad casi genial para aprender de oído cualquier instrumento, pero sólo le gustaba como pretexto para no dormir en casa. Estaba de amores alegres con un excelente trompetista de jazz, pero quería profesar en la orden de las Carmelitas Descalzas contra el parecer de sus padres.

La voluntad de ser enterrada en la isla la había expresado su madre tres días antes de morir...


Si te gustó el inicio de esta gran obra, puedes acceder totalmente a ella aquí. En BUSCALIBRE.COM llevan los libros hasta la puerta de tu casa. ¡Nos leemos en otro artículo! 

Fuente: Penguinlibros.com
Mar de fondo

𝑆𝑜𝑦 𝐵𝑟𝑦𝑎𝑛 𝑉𝑖𝑙𝑙𝑎𝑐𝑟𝑒𝑧 (Lima, 1990) creador del Blog de Mar de fondo. Estudié Comunicaciones, Sociología y estoy escribiendo un libro. Soy un amante de los cuentos, cartas, diarios y novelas. Convencido de que "𝑈𝑛 𝑑𝑖́𝑎 𝑙𝑒𝑖́𝑑𝑜 𝑛𝑜 𝑒𝑠 𝑢𝑛 𝑑𝑖́𝑎 𝑝𝑒𝑟𝑑𝑖𝑑𝑜"

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