Leamos "La tumba", cuento de H.P. Lovecraft

¡Hola, lectores! El cuento de hoy es una escalofriante narraci贸n en primera persona del maestro estadounidense H. P. Lovecraft. Uno de los cuentos de terror m谩s conocidos de este autor nacido en 1890 ¡Disfruta tu lectura!  y no olvides que todos los lunes tenemos "La lectura del d铆a en VIVO" en Mar de fondo...

"La tumba", cuento de H.P. Lovecraft
Imagen tomada de Pinterest:  




LA TUMBA


Al abordar las circunstancias que han provocado mi reclusi贸n en este asilo para enfermos mentales, soy consciente de que mi actual situaci贸n provocar谩 las l贸gicas reservas acerca de la autenticidad de mi relato. Es una desgracia que el com煤n de la humanidad sea demasiado estrecha de miras para sopesar con calma e inteligencia ciertos fen贸menos aislados que subyacen m谩s all谩 de su experiencia com煤n, y que son vistos y sentidos tan s贸lo por algunas personas ps铆quicamente sensibles. Los hombres de m谩s amplio intelecto saben que no existe una verdadera distinci贸n entre lo real y lo irreal; que todas las cosas aparecen tal como son tan s贸lo en virtud de los fr谩giles sentidos f铆sicos y mentales mediante los que las percibimos; pero el prosaico materialismo de la mayor铆a tacha de locuras a los destellos de clarividencia que traspasan el vulgar velo del empirismo chabacano.

Mi nombre es Jervas Dudley, y desde mi m谩s tierna infancia he sido un so帽ador y un visionario. Lo bastante adinerado como para no necesitar trabajar, y temperamentalmente negado para los estudios formales y el trato social de mis iguales, viv铆 siempre en esferas alejadas del mundo real; pasando mi juventud y adolescencia entre libros antiguos y poco conocidos, as铆 como deambulando por los campos y arboledas en la vecindad del hogar de mis antepasados. No creo que lo le铆do en tales libros, o lo visto en esos campos y arboledas, fuera lo mismo que otros chicos pudieran leer o ver all铆; pero de tales cosas debo hablar poco, ya que explayarme sobre ellas no har铆a sino confirmar esas infamias despiadadas acerca de mi inteligencia que a veces oigo susurrar a los esquivos enfermeros que me rodean. Ser谩 mejor para m铆 que me ci帽a a los sucesos sin entrar a analizar las causas.

Ya he dicho que viv铆a apartado del mundo real, aunque no que viviera solo. Eso no es para seres humanos, ya que quien se aparta de la compa帽铆a de los vivos inevitablemente frecuenta la compa帽铆a de cosas que no tienen, o al menos no demasiada, vida. Cerca de mi casa existe una curiosa hondonada boscosa en cuyas profundidades umbr铆as pasaba la mayor parte del tiempo; leyendo, pensando y so帽ando. En sus musgosas laderas tuvieron lugar mis primeros pasos infantiles, y en torno a sus robles grotescamente nudosos se entretejieron mis primeras fantas铆as de adolescencia. Termin茅 por conocer bien a las dr铆adas tutelares de tales 谩rboles, y a menudo he atisbado sus salvajes danzas a los fieros rayos de la luna menguante… pero no debo hablar ahora de eso. Debo ce帽irme a la tumba abandonada de los Hydes, una vieja y rancia familia cuyo 煤ltimo descendiente directo hab铆a sido introducido en su negro seno d茅cadas antes de mi nacimiento.

$ads={2}


Esta cripta de la que hablo es de viejo granito, carcomido y descolorido por brumas y humedades de generaciones. Excavado en la ladera, tan s贸lo la entrada de la estructura resulta visible. La puerta, un bloque pesado e imponente de piedra, cuelga sobre oxidados goznes de hierro, y se encuentra entornada de forma extra帽a y siniestra, mediante pesadas cadenas y candados, siguiendo una r煤stica costumbre de hace medio siglo. La residencia del linaje cuyos v谩stagos yacen aqu铆 en urnas, antiguamente coronaba la cuesta donde se halla la tumba, pero hace mucho que se derrumb贸 v铆ctima de las llamas provocadas por la desastrosa ca铆da de un rayo. Los m谩s viejos del lugar a veces hablan con voces apagadas e inquietas acerca de la tormenta de medianoche que destruy贸 esa melanc贸lica mansi贸n; mencionando lo que ellos llaman «c贸lera divina» en una forma tal que en a帽os posteriores aumentar铆a la siempre fuerte fascinaci贸n que sent铆a por ese sepulcro devorado por las malezas. Tan s贸lo un hombre hab铆a perecido por el fuego. Cuando el 煤ltimo de los Hydes fue sepultado en este lugar de sombras y quietud, aquella triste urna de cenizas hab铆a llegado de una tierra distante, ya que la familia se hab铆a marchado tras el incendio de la mansi贸n. Ya no queda nadie para depositar flores en el portal de granito, y pocos se aventuran entre las deprimentes sombras que parecen demorarse en forma extra帽a alrededor de sus piedras gastadas por el agua.


Nunca olvidar茅 la tarde en que me encontr茅 por primera vez con esa casa de muerte casi oculta. Era mediado el verano, cuando la alquimia de la naturaleza transmuta el paisaje silvestre en una v铆vida y casi homog茅nea masa de verdor; cuando los sentidos se ven intoxicados por oleadas de h煤medo verdor y el aroma sutilmente indefinible de la tierra y la vegetaci贸n. En tales parajes la mente pierde la perspectiva; tiempo y espacio se hacen vanos e irreales, y los sucesos de un pasado perdido laten insistentemente sobre la conciencia cautivada. Estuve vagabundeando todo el d铆a a trav茅s de las m铆sticas arboledas; pensando en cosas de las que no hace falta hablar y conversando con seres que no debo mencionar. A la edad de diez a帽os, yo hab铆a visto y o铆do multitud de maravillas ocultas para el vulgo; y era curiosamente viejo en ciertos aspectos. Cuando, tras abrirme paso entre dos exuberantes zarzales, me top茅 bruscamente con la entrada de la cripta, yo no sab铆a lo que hab铆a descubierto. Los oscuros bloques de granito, la puerta tan curiosamente entreabierta, y los relieves funerarios sobre el arco, no despertaron en m铆 asociaciones tristes o terribles. Sobre tumbas y sepulcros ya era mucho lo que sab铆a e imaginaba, aunque por mi peculiar car谩cter me hab铆a apartado de todo contacto con camposantos y cementerios. La extra帽a casa de piedra en la ladera representaba para m铆 una fuente de inter茅s y especulaciones; y su interior fr铆o y h煤medo, dentro del que vanamente trataba de ojear a trav茅s de la abertura tan incitantemente dispuesta, no ten铆a para m铆 connotaciones de muerte o decadencia. Pero de ese instante de curiosidad naci贸 el loco e irracional deseo que me ha conducido a este infierno de reclusi贸n. Azuzado por una voz que deb铆a proceder del espantoso coraz贸n de la espesura, resolv铆 penetrar aquellas tinieblas que me reclamaban, a pesar de las cadenas que imped铆an mi acceso. En la menguante luz del d铆a, alternativamente sacud铆 los herrumbrosos impedimentos, dispuesto a franquear la puerta de piedra, e intent茅 escurrir mi magro cuerpo a trav茅s del espacio ya abierto; pero nada de todo esto result贸. Tras la curiosidad del principio, ahora me encontraba fren茅tico; y cuando en el crep煤sculo que avanzaba volv铆 a casa, hab铆a jurado al centenar de dioses del bosque que, a cualquier precio, alg煤n d铆a me abrir铆a paso hasta las oscuras y heladas profundidades que parec铆an reclamarme. El m茅dico de barba gris que acude cada d铆a a mi cuarto dijo una vez a un visitante que tal decisi贸n representaba el comienzo de una penosa monoman铆a; pero esperar茅 el juicio final de los lectores cuando 茅stos hayan sabido todo.

Consum铆 los meses posteriores al descubrimiento en in煤tiles tentativas de forzar el complejo candado de la cripta entreabierta, as铆 como en discretas indagaciones acerca de la naturaleza e historia de esa estructura. Con el o铆do tradicionalmente receptivo de los ni帽os, aprend铆 mucho, aun cuando mi habitual reserva me llev贸 a no comunicar a nadie ni esos datos ni la decisi贸n tomada. Quiz谩s debiera mencionar que no me sorprend铆 ni me aterr茅 al conocer la naturaleza de la cripta. Mis originales ideas acerca de la vida y de la muerte me hab铆an llevado a asociar, de alguna vaga forma, la fr铆a arcilla y el cuerpo animado; y sent铆 que esa grande y siniestra familia de la mansi贸n incendiada estaba en alg煤n modo presente en el p茅treo recinto que yo trataba de explorar. Las habladur铆as sobre ritos salvajes e id贸latras org铆as ocurridas antiguamente en el viejo lugar despertaban en m铆 un nuevo y poderoso inter茅s por la tumba, ante cuyas puertas pod铆a sentarme durante horas y m谩s horas cada d铆a. En cierta ocasi贸n lanc茅 una vela por la rendija de la entrada; pero no pude ver nada sino un tramo de h煤medos pelda帽os que descend铆a. El olor del lugar me repel铆a al tiempo que me fascinaba. Sent铆a haberlo aspirado ya antes, en un remoto pasado anterior a todo recuerdo; previo incluso a mi estancia en el cuerpo que ahora habito.

El a帽o siguiente al descubrimiento de la tumba encontr茅 una traducci贸n carcomida por los gusanos de las Vidas de Plutarco en el 谩tico atestado de libros de mi hogar. Leyendo la vida de Teseo, qued茅 sumamente impresionado por aquel pasaje que habla sobre la gran roca bajo la que el h茅roe infantil habr铆a de encontrar las se帽ales de su destino, tras hacerse lo suficientemente adulto como para alzar su enorme peso. Esa leyenda consigui贸 aplacar mi acuciante impaciencia por penetrar la cripta, ya que me hizo percibir que a煤n no hab铆a llegado el tiempo. M谩s tarde, me dije, alcanzar铆a fuerza e ingenio bastantes como para franquear con facilidad la puerta pesadamente encadenada; pero hasta ese momento deb铆a conformarme con lo que parec铆an los designios del Destino.

En consecuencia, la atenci贸n dedicada al h煤medo portal se torn贸 menos persistente, y dediqu茅 mucho de mi tiempo a otras meditaciones sobre asuntos igualmente extra帽os. A veces me levantaba sigilosamente durante la noche, saliendo a pasear por aquellos camposantos y cementerios de los que mis padres me hab铆an mantenido alejado. Qu茅 hac铆a all铆 no sabr铆a decir, ya que no estoy seguro de la realidad de algunos hechos; pero s茅 que al d铆a siguiente de alguno de tales paseos sol铆a asombrarme con la posesi贸n de un conocimiento sobre temas casi olvidados durante muchas generaciones. Fue durante una noche as铆 que estremec铆 a la comunidad con una extra帽a hip贸tesis acerca del enterramiento del rico y famoso hacendado Brewster, una celebridad local sepultada en 1711 y cuya l谩pida de pirraza, ostentando el grabado de una calavera y dos tibias cruzadas, iba convirti茅ndose lentamente en polvo. En un instante de infantil imaginaci贸n jur茅 no s贸lo que el enterrador, Goodman Simpson, hab铆a hurtado sus zapatos con hebilla de plata, medias de seda y calzones de raso al muerto antes del entierro; sino que el mismo hacendado, a煤n vivo, se hab铆a girado por dos veces en su ata煤d cubierto de tierra el d铆a despu茅s de ser sepultado.

Pero la idea de penetrar la tumba nunca abandon贸 mis pensamientos; vi茅ndose de hecho estimulada por el inesperado descubrimiento geneal贸gico de que mis propios antepasados maternos manten铆an un ligero parentesco con la familia de los Hydes, considerada extinta. El 煤ltimo de mi rama paterna, yo era asimismo el 煤ltimo de ese linaje m谩s viejo y misterioso. Comenc茅 a considerar esa tumba como m铆a, y a esperar con ansiedad el futuro, esperando el momento en que pudiera traspasar la puerta de piedra y descender en la oscuridad aquellos viscosos pelda帽os de piedra. Adquir铆 el h谩bito de escuchar con gran atenci贸n junto al portal entornado, eligiendo para esa curiosa vigilia mis horas preferidas, en la quietud de la medianoche. Al alcanzar la edad adulta, hab铆a abierto un peque帽o claro en la espesura, ante la fachada cubierta de moho de la ladera, permitiendo a la vegetaci贸n adyacente circundar y cubrir aquel espacio, a semejanza de un selv谩tico enramado. Tal enramado era mi templo, la puerta aherrojada del santuario, y aqu铆 yac铆a tendido en el musgoso suelo, sumido en extra帽os pensamientos y enro帽ando sue帽os extra帽os.

La noche de la primera revelaci贸n hac铆a bochorno. Deb铆 quedarme dormido a causa del cansancio, ya que tuve la clara sensaci贸n de despertar al o铆r las voces. Dudo de mencionar sus tonos y acentos; de su cualidad no quiero ni hablar; pero puedo decir que hab铆a extraordinarias diferencias en su vocabulario, pronunciaci贸n y en la construcci贸n de frases. Cada matiz del dialecto de Nueva Inglaterra, desde las groseras s铆labas de los colonos puritanos a la ret贸rica precisa de cincuenta a帽os atr谩s, parec铆an hallarse representadas en aquel sombr铆o coloquio, aunque s贸lo m谩s tarde ca铆 en la cuenta. En ese instante, de hecho, mi atenci贸n estaba distra铆da con otro fen贸meno; un suceso tan fugaz que no podr铆a jurar que haya sucedido realmente. Apenas cre铆 estar despierto, cuando una luz se apag贸 apresuradamente dentro del hondo sepulcro. No creo haber quedado pasmado o sumido en el p谩nico, aunque soy consciente de haber sufrido un cambio grande y permanente durante esa noche. Al volver a casa me dirig铆 sin vacilar a un podrido arc贸n del 谩tico, en cuyo interior encontr茅 la llave que al d铆a siguiente abrir铆a f谩cilmente la barrera contra la que tanto tiempo hab铆a luchado en vano.

Fue al suave resplandor del final de la tarde cuando por vez primera acced铆 a la cripta de la ladera abandonada. Un hechizo me envolv铆a, y mi coraz贸n lat铆a con un alborozo que apenas puedo describir. Mientras cerraba a mis espaldas la puerta y descend铆a los pringosos escalones a la luz de mi solitaria vela, cre铆 reconocer el camino y, aunque la vela chisporroteaba debido al sofocante ambiente del lugar, me sent铆a singularmente a gusto con aquel aire viciado, como de osario. Mirando alrededor, columbr茅 multitud de losas de m谩rmol sobre las que reposaban ata煤des, o restos de ata煤des. Algunos estaban sellados e intactos, pero otros casi se hab铆an deshecho, dejando las manijas de plata y placas ca铆das entre algunos curiosos montones de polvo blancuzco. En una de las placas le铆 el nombre de sir Geoffrey Hyde, que hab铆a llegado de Sussex en 1640 y muerto aqu铆 unos a帽os despu茅s. En un llamativo nicho hab铆a un ata煤d bastante bien conservado y vac铆o que me hizo sonre铆r a la par que estremecer. Un extra帽o impulso me llev贸 a encaramarme a la amplia losa, apagar la vela y yacer dentro de la caja desocupada.

Con la luz gris del alba sal铆 dando tumbos de la cripta y asegur茅 la cadena de la puerta a mi espalda. Ya no era un joven, aun cuando tan s贸lo veinti煤n inviernos hab铆an pasado por mi envoltura corporal. Los aldeanos m谩s madrugadores que alcanzaron a presenciar mi vuelta a casa me contemplaron at贸nitos, asombrados de los signos de juerga tormentosa visibles en alguien cuya vida era tenida por sobria y solitaria. No me mostr茅 ante mis padres hasta despu茅s de un largo y reparador sue帽o.

En adelante frecuent茅 cada noche la tumba; viendo, escuchando y realizando actos que jam谩s debo revelar. Mi forma de hablar, siempre susceptible de las influencias m谩s inmediatas, fue lo primero en sucumbir al cambio, y la s煤bita aparici贸n de arca铆smos en mi habla fue pronto advertida. M谩s tarde, mi conducta se ti帽贸 de extra帽o valor y temeridad, hasta el punto de que inconscientemente comenc茅 a adoptar la actitud de un hombre de mundo, a pesar de mi reclusi贸n de por vida. Mi anteriormente silenciosa lengua se torn贸 voluble, con la gracia f谩cil de un Chesterfield o el cinismo ateo de un Rochester. Mostraba una curiosa erudici贸n, completamente alejada de los saberes fant谩sticos y monacales de los que me hab铆a empapado en mi juventud, y cubr铆a las hojas de guarda de mis libros con f谩ciles e improvisados epigramas que ten铆an influencias de Gay, Prior y los m谩s vivos de los burlones y poetas augustos. Una ma帽ana, durante el desayuno, me puse al borde del desastre al declamar con acentos netamente ebrios una efusi贸n de alegr铆a bacanal del siglo dieciocho; un soplo de alegr铆a georgiana nunca consignada en libros, que rezaba m谩s o menos as铆:

Acudid ac谩, mozos, con vuestras jarras de cerveza,
Y bebed por el presente antes de que se esfume;
Apilad en vuestro plato una monta帽a de carne,
Pues el comer y el beber nos brinda alivio:
As铆 que colmad vuestros vasos,
Ya que la vida pronto pasar谩;
¡Cuando est茅is muertos no brindar茅is a la salud
del rey o de vuestra chica!
Anacreonte ten铆a la nariz roja, seg煤n cuentan:
¿Pero qu茅 es una nariz colorada a cambio de estar alegre y vivaz?
¡Dios me valga! Mejor rojo como estoy aqu铆,
que blanco como un lirio… ¡y muerto medio a帽o!
As铆 que Betty, mi dama,
Ven y dame un beso;
¡En el infierno no hay hija de ventero que se te pueda comparar!
El joven Harry se mantiene todo lo tieso que puede,
Pronto perder谩 la peluca y caer谩 bajo la mesa;
Pero colmad vuestras copas y hacerlas circular…
¡Mejor bajo la mesa que bajo tierra!
As铆 que re铆d y gozad Bebed sin cesar:
¡Bajo seis pies de tierra no os ser谩 tan f谩cil el disfrutar!
¡El diablo me confunda! Apenas puedo andar,
¡Maldito sea si puedo tenerme en pie o hablar!
Aqu铆, posadero, manda a Betty por una silla;
¡Me ir茅 a casa en un rato, ya que mi mujer no est谩!
As铆 que echadme una mano;
No me tengo en pie,
¡Pero contento estoy mientras me mantenga sobre la tierra!



Por esa 茅poca comenc茅 a albergar mi actual miedo al fuego y las tormentas. Antes indiferente a tales cosas, sent铆a ahora un inexplicable horror ante ellas; y era capaz de recogerme al rinc贸n m谩s profundo de la casa cuando los cielos amenazaban con aparato el茅ctrico. Uno de mis refugios favoritos durante el d铆a era el ruinoso s贸tano de la mansi贸n quemada, y con la imaginaci贸n podr铆a pintar la estructura tal y como hab铆a sido antiguamente. En cierta ocasi贸n asust茅 a un aldeano conduci茅ndolo en secreto a un sombr铆o subs贸tano cuya existencia me parec铆a conocer a pesar del hecho de que hab铆a permanecido desconocido y olvidado durante muchas generaciones.

Al final ocurri贸 lo que tanto hab铆a temido. Mis padres, alarmados por la alteraci贸n de ademanes y apariencia de su 煤nico hijo, comenzaron a ejercer sobre mis movimientos un discreto espionaje que amenazaba con conducirme al desastre. No hab铆a comentado a nadie mis visitas a la tumba, habiendo guardado mi secreto prop贸sito con religioso celo desde la infancia; pero ahora me ve铆a obligado a guardar precauciones cuando deambulaba por los laberintos de la hondonada boscosa, ya que deb铆a despistar a un posible perseguidor. Guardaba la llave de la cripta colgando de un cordel alrededor de mi cuello, cuya existencia tan s贸lo era conocida por m铆. Nunca saqu茅 del sepulcro ninguna de las cosas que encontr茅 entre sus muros.

Una ma帽ana, mientras sal铆a de la h煤meda tumba y cerraba las cadenas del portal con mano no demasiado firme, advert铆 en un matorral adyacente el rostro de un observador. Sin duda, el fin estaba cerca; ya que mi enramado hab铆a sido descubierto y el objeto de mis salidas nocturnas desvelado. El hombre no se me acerc贸, por lo que me apresur茅 a volver a casa en un esfuerzo por espiar lo que pudiera informar a mi preocupado padre. ¿Iban mis estancias m谩s all谩 de la puerta encadenada a ser reveladas al mundo? Imaginen mi regocijado asombro cuando escuch茅 al esp铆a contar a mi padre con un precavido susurro que yo hab铆a pasado la noche en el enramado exterior a la tumba; ¡con mis ojos somnolientos clavados en la hendidura que entreabr铆a la puerta aherrojada! ¿Mediante qu茅 milagro se hab铆a visto enga帽ado el observador? Ahora estaba convencido de que un agente sobrenatural me proteg铆a. Envalentonado por tal circunstancia celestial, volv铆 a visitar abiertamente la cripta, seguro de que nadie podr铆a presenciar mi entrada. Durante una semana degust茅 al completo los placeres de ese osario com煤n que no debo describir, cuando aquello sucedi贸, y me arrancaron de all铆 para traerme a este maldito lugar de pesar y monoton铆a.

No deb铆 salir esa noche, ya que el estigma del trueno acechaba en las nubes, y una infernal fosforescencia brotaba del f茅tido pantano ubicado al fondo de la hondonada. La llamada de los muertos, tambi茅n, era distinta. En vez de la tumba de la ladera, proced铆a del calcinado s贸tano en lo alto, cuyo demonio tutelar me hac铆a se帽as con dedos invisibles. Cuando sal铆 de una arboleda intermedia al llano que hay ante las ruinas, contempl茅 a la brumosa luz lunar, algo que siempre hab铆a esperado vagamente. La mansi贸n, desaparecida un siglo antes, alzaba una vez m谩s sus majestuosas formas ante la mirada extasiada; cada ventana resplandec铆a con el fulgor de multitud de velas. Por el largo sendero acud铆an los carruajes de la aristocracia de Boston, al tiempo que una muchedumbre de petimetres empolvados iba llegando a pie desde las mansiones vecinas. Con tal gent铆o me mezcl茅, a sabiendas de que mi sitio estaba entre los anfitriones, no entre los invitados. En el sal贸n sonaba la m煤sica, risas, y el vino estaba en cada mano. Reconoc铆 algunas caras, aunque las hubiera distinguido mucho mejor de haber estado secas, o consumidas por la muerte y la descomposici贸n. Entre una multitud salvaje y audaz yo era el m谩s extravagante y disipado. Alegres blasfemias brotaban a torrentes de mis labios, y mis bruscos chascarrillos no respetaban la ley de Dios, el Hombre o la Naturaleza. S煤bitamente, un retumbar de trueno, haci茅ndose o铆r a煤n sobre el estr茅pito de aquella juerga tumultuosa, rasg贸 el mismo tejado e impuso un soplo de miedo en aquella porcina compa帽铆a. Rojas llamaradas y tremendas r谩fagas de calor envolvieron la casa, y los concelebrantes, aterrorizados por el descenso de una calamidad que parec铆a trascender los designios de una naturaleza ciega, huyeron vociferando en la noche. Tan s贸lo qued茅 yo, atado a mi asiento por un terror mortal jam谩s sentido hasta entonces. Y en ese instante un segundo horror tom贸 posesi贸n de mi alma. Quemado vivo hasta ser reducido a cenizas, mi cuerpo disperso a los cuatro vientos, ¡jam谩s podr铆a yacer en la tumba de los Hydes! ¿Acaso no ten铆a derecho a descansar durante el resto de la eternidad entre los descendientes de sir Geoffrey Hyde? ¡S铆! ¡Reclamar铆a mi herencia de muerte aun cuando mi esp铆ritu hubiera de buscar durante eras otra morada carnal que la situase en aquella losa vac铆a del nicho de la cripta. ¡Jervas Hyde nunca arrostrar铆a el triste destino de Palinuro!

TE RECOMIENDO, LECTOR: 10 cuentos de terror de Lovecraft, Poe, Balzac y Maupassant

Mientras el espejismo de la casa ardiente se desvanec铆a, me encontr茅 gritando y debati茅ndome como un loco entre los brazos de dos hombres, uno de los cuales era el esp铆a que me hab铆a seguido hasta la tumba. La lluvia ca铆a a raudales, y sobre el horizonte sur hab铆a fogonazos de los rel谩mpagos que acababan de pasar sobre nuestras cabezas. Mi padre, con el rostro surcado de pesar, no hac铆a gesto mientras yo le ped铆a a voces que me dejara reposar en la tumba, advirtiendo con frecuencia a mis captores que me trataran con toda la delicadeza posible. Un c铆rculo oscurecido en el suelo del arruinado s贸tano indicaba un violento golpe de los cielos, y en esa parte un grupo de aldeanos curiosos con linternas indagaban en una peque帽a caja de antigua factura que la ca铆da del rayo hab铆a aflorado a la luz. Cesando en mis in煤tiles y ahora sin objeto forcejeos, observ茅 a los espectadores mientras examinaban el hallazgo, y se me permiti贸 participar de su descubrimiento. La caja, cuyos cerrojos hab铆an sido rotos por el golpe que la hab铆a desenterrado, conten铆a multitud de documentos y objetos de valor; pero yo tan s贸lo ten铆a ojos para una cosa. Era la miniatura en porcelana de un joven con una elegante peluca de rizos, ostentando las iniciales «J. H.». El rostro era tal y como yo me ve铆a, de suerte que bien pudiera haber estado contempl谩ndome en un espejo.

Al d铆a siguiente me trajeron a este cuarto con barrotes en la ventana, pero me he mantenido al tanto de ciertas cosas merced a un sirviente no muy espabilado, y ya de edad, por quien sent铆 gran cari帽o durante la infancia, y qui茅n, al igual que yo, ama los cementerios. Lo que me he atrevido a contar de mis experiencias dentro de la cripta tan s贸lo me ha brindado sonrisas conmiserativas. Mi padre, que me visita a menudo, dice que no he traspasado el portal encadenado, y jura que el herrumbroso cerrojo, cuando 茅l lo examin贸, no daba muestras de haber sido tocado en cincuenta a帽os. Incluso afirma que todo el pueblo conoc铆a mis viajes a la tumba, y que con frecuencia me observaban durmiendo en el enramado exterior a la espantosa fachada, los ojos entreabiertos y fijos en el resquicio que conduce al interior. Contra tales afirmaciones carezco de pruebas, ya que mi llave se perdi贸 durante la lucha en esa noche de horror. Las extra帽as cosas del pasado que aprend铆 durante aquellos encuentros nocturnos con los muertos son atribuidos al fruto de mi codicioso e incesante hojear de los viejos vol煤menes de la biblioteca familiar. De no haber sido por mi viejo criado Hiram, a estas alturas yo mismo estar铆a bastante convencido de mi propia locura.

Pero Hiram, fiel hasta el final, ha tenido fe en m铆 y ha provocado lo que me lleva a publicar al menos parte de esta historia. Hace una semana forz贸 el cerrojo que aseguraba la puerta de la tumba perpetuamente entornada y descendi贸 con una linterna a las sombr铆as profundidades. En una losa, en el interior de un nicho, descubri贸 un ata煤d viejo, pero vac铆o, en cuya deslustrada placa reza esta simple palabra: «Jervas.» En ese ata煤d y en esa cripta me ha prometido que ser茅 sepultado.

FIN

 AVISO LEGAL Los cuentos, poemas, fragmentos de novelas, ensayos  y todo contenido literario que aparece en Mardefondo podr铆an estar protegidos por los derechos de autor (copyright). Si por alguna raz贸n los propietarios no est谩n conformes con el uso de ellos, por favor escribirnos y nos encargaremos de borrarlos inmediatamente. 
Mar de fondo

饾惖饾憻饾懄饾憥饾憶 饾憠饾憱饾憴饾憴饾憥饾憪饾憻饾憭饾懅 (Lima, 1990) Director del Blog de Mar de fondo. Estudi茅 Comunicaciones, Sociolog铆a y soy autor del libro "Las vidas que tom茅 prestadas". Amante de los cuentos, cartas, diarios y novelas. Convencido de que "饾憟饾憶 饾憫饾憱́饾憥 饾憴饾憭饾憱́饾憫饾憸 饾憶饾憸 饾憭饾憼 饾憿饾憶 饾憫饾憱́饾憥 饾憹饾憭饾憻饾憫饾憱饾憫饾憸."

Publicar un comentario

Art铆culo Anterior Art铆culo Siguiente