Leamos "Perder por nocaut", un cuento de Susana Benavides

¡Hola, lectores! Seguimos difundiendo el talento de nuestros seguidores en la sección colaboradores. Hoy compartimos un relato de la argentina Susana Benavides. Un cuento desgarrador que describe la cruda realidad de un hombre en situación de calle, quien ha caído en desgracia tras haberlo perdido todo. A través de una narración cargada de imágenes vívidas y emotivas, se presentan los abusos y la indiferencia que sufre el protagonista en un mundo que parece ignorar su existencia ¡Disfrutemos! 

"Perder por nocaut", un cuento de Susana Benavides
Imagen tomada de Pinterest: https://pin.it/4nbYXLntu

Perder por nocaut


A escasos metros de la luz blanca casi brillante del cajero del Banco, los árboles sembraban penumbras hacia la calle y hacia la vereda. Las sombras eran un refugio para el cuerpo tapado de cartones y trapos. Un bulto anónimo. Un derrotado.

El infortunado despertó sobrecogido por las risotadas y los gritos. No se movió, intentando adherirse aún más a la pared y a los cartones en el suelo.

Desde la plaza, llegaba la música del festival, nítida y estruendosa.

El hombre atisbó unas siluetas que surgían de las sombras. La cobija que lo tapaba desapareció, descubriéndolo. Él, por instinto, quiso incorporarse. Adivinó la punta de una bota negra acercarse, antes de que estallara el dolor en su cara. En medio de esa explosión en la cabeza, tuvo un instante de lucidez para pensar que la vida lo había vuelto a encontrar. Había descubierto su escondite. Otra vez lo usaba de “sparring”.

Después, todo fue golpes en el cuerpo. Patadas que se hundían en las costillas, en los riñones, en las piernas. Sintió los pisotones. Las risas prepotentes, violentas. Odio azuzado por los quejidos y lamentos.

—¡Mealo! ¡Mealo!

Sintió el olor y el líquido tibio corriendo por la cabeza, impregnándole la ropa.

—¡Llueve, míster mugre! ¡Llueve!

Se encogió. Una patada en la espalda lo sacó de ese refugio fetal. Dio un alarido y estiró el cuerpo dibujando una figura que arrancó más risotadas. Parecía una paloma con las alas abiertas y rotas. Casi en la inconsciencia, oyó la voz que dijo “¡Vamos!”, y los pasos se fugaron en un instante.

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Desde la plaza, tres cuadras más adelante, llegaban los vítores de la multitud. Unos acordes de guitarra sonaron en la noche serena y el público rugió. La música inundó todo de nuevo.

El hombre se arrastró hacia la luz, hacia la luz del Banco. La puerta automática se abrió en una bienvenida equívoca. Él aprovechó aquel descuido y entró.

Temblando, se acurrucó en un rincón. De a ratos, dormitaba.

Entre nieblas, veía los pies que entraban y salían de allí.

El sonido de los cajeros escupiendo dinero. Una rata que contaba, ávida, los billetes y después, entre quejas y amagos, lo largaba a desgano.

El silencio de los clientes, devotos ante el sacerdote todopoderoso. A veces, algún cuchicheo ateo, algún gruñido blasfemo.

Recordó. Él, una vez había sido uno de ellos. Había sido extremadamente ambicioso, hasta el punto de perder todo.

Un par de sandalias doradas titubeó al pasar junto al cuerpo herido.

—¡Qué vergüenza! ¿Dónde está la policía?

Y los pies, indignados, con adornos de brillo, se alejaron.

El hombre cerró los ojos.

Despertó con el sonido de unos tacones. Creyó reconocerlo, lo guardaba en la memoria. La puerta automática se cerró otra vez. El hombre buscó con la mirada. Los tacos altos y finos estaban ante un cajero.

No podía quitar los ojos de aquellos zapatos. Cuando iban de salida, resonando contra los cerámicos claros, el hombre estiró la mano con la ilusión de asirlos. Un sollozo persiguió los pasos indiferentes, que se perdieron hacia la calle, de esa mujer que no era la suya.

Apoyó la cara contra el piso frío, sintió que la capa sucia de su piel crujía. Espió por aquella grieta al pasado: Una mujer, la que había sido suya, lo miraba sin amor. Le daba la espalda y se marchaba. El sonido frío de los tacones resonaba. Se alejaba.

Se quejó, un lamento bajo y largo. Le dolía el cuerpo y aquel recuerdo, le punzaba el corazón. Otra vez, se durmió.

Unas manos lo sacudieron. Despertó.

—¡Arriba! ¡Vamos!

Un agente de la policía lo observaba con gesto antipático.

El hombre se sentó. La herida en la cabeza aún manaba hilos de sangre que se adherían a los cabellos.

—Llamaré a emergencias —dijo el agente. Y ordenó a los curiosos —: Atrás, ¡atrás!

El infortunado, herido y confuso, miró alrededor.

—Sólo me equivoqué —comenzó—. Sólo me equivoqué una vez.

Los curiosos dando media vuelta comenzaron a alejarse. A nadie le interesaba por qué había sucumbido. Un niño, aferrado a la mano del padre, lo señaló con el índice y sostuvo el pequeño dedo apuntándolo.

El hombre volvió a sentir el ruido de la grieta sobre la piel. Espió, ávidamente, aquel recuerdo: el pequeño Tomás. Su hijo. El niño que jamás volvió a ver. Tomás dando sus primeros pasos. Pasos de pato. El índice estirado apuntando todo. El dedo que tocaba todo y a todos, derramando pinchazos. Besos de índice.

Y ahora este otro dedo apuntándolo. ¿Acusándolo?

El recuerdo del pequeño Tomás alejándose de la mano de la mujer, la que había sido suya, le estalló en el corazón.

Allí había comenzado a perder todo, desde ese momento había comenzado la caída. En bancarrota y con el corazón maltrecho.

Sintió el latido en la espalda, donde había sido el golpe de la bota. El dolor traspasó al pecho. Cerró los ojos y todo fue oscuridad.

El agente volvió. Otra vez, lo sacudió. La mirada antipática. El infortunado no respondió.

—Atrás, atrás —ordenó el agente, poniéndose de pie.

Una mujer gritó y apuró los pasos, la puerta automática le ofreció la salida.

Uno de los cajeros contaba dinero y a regañadientes, se lo ofrecía al devoto que aguardaba ante la pantalla.

El aullido urgente de una sirena se acercaba al Banco. La puerta automática continuaba monótona, casi aburrida, atendiendo a los clientes. La música del festival aún llegaba hasta allí, nítida y estruendosa.

Autora: Susana Benavides

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Mar de fondo

𝑆𝑜𝑦 𝐵𝑟𝑦𝑎𝑛 𝑉𝑖𝑙𝑙𝑎𝑐𝑟𝑒𝑧 (Lima, 1990) creador del Blog de Mar de fondo. Estudié Comunicaciones, Sociología y estoy escribiendo un libro. Soy un amante de los cuentos, cartas, diarios y novelas. Convencido de que "𝑈𝑛 𝑑𝑖́𝑎 𝑙𝑒𝑖́𝑑𝑜 𝑛𝑜 𝑒𝑠 𝑢𝑛 𝑑𝑖́𝑎 𝑝𝑒𝑟𝑑𝑖𝑑𝑜"

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