¡Hola, lectores! Gracias por apoyar el contenido de Mar de fondo. Este espacio es gratuito y lo seguir谩 siendo. Por eso, hoy quiero deleitarte con un cuento de estreno del maestro Edgar Allan Poe, quien nos trae la historia de un viaje mar铆timo a Nueva York junto a una extra帽a familia que lleva consigo una misteriosa caja de gran tama帽o. ¡Leamos!
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Imagen tomada de Pinterest: https://pin.it/4XuxzeNbo |
LA CAJA OBLONGA
Hace a帽os, a fin de viajar de Charleston, en la Carolina del Sur, a Nueva York, reserv茅 pasaje a bordo del excelente paquebote Independence, al mando del capit谩n Hardy. Si el tiempo lo permit铆a, zarpar铆amos el 15 de aquel mes (junio); el d铆a anterior, o sea el 14, sub铆 a bordo para disponer algunas cosas en mi camarote.
Descubr铆 as铆 que tendr铆amos a bordo gran n煤mero de pasajeros, incluyendo una cantidad de damas superior a la habitual. Not茅 que en la lista figuraban varios conocidos y, entre otros nombres, me alegr茅 de encontrar el de Mr. Cornelius Wyatt, joven artista que me inspiraba un marcado sentimiento amistoso. Hab铆amos sido condisc铆pulos en la Universidad de C… y sol铆amos andar siempre juntos. Su temperamento era el de todo hombre de talento y consist铆a en una mezcla de misantrop铆a, sensibilidad y entusiasmo. A esas caracter铆sticas un铆a el coraz贸n m谩s ardiente y sincero que jam谩s haya latido en un pecho humano.
Observ茅 que el nombre de mi amigo aparec铆a colocado en las puertas de tres camarotes, y luego de recorrer otra vez la lista de pasajeros, vi que hab铆a sacado pasaje para sus dos hermanas, su esposa y 茅l mismo. Los camarotes eran suficientemente amplios y ten铆an dos literas, una sobre la otra. Excesivamente estrechas, las literas no pod铆an recibir a m谩s de una persona; de todos modos no alcanc茅 a comprender por qu茅, para cuatro pasajeros, se hab铆an reservado tres camarotes. En esa 茅poca me hallaba justamente en uno de esos estados de melancol铆a espiritual que inducen a un hombre a mostrarse anormalmente inquisitivo sobre meras nimiedades; confieso avergonzado, pues, que me entregu茅 a una serie de conjeturas tan enfermizas como absurdas sobre aquel camarote de m谩s. No era asunto de mi incumbencia, claro est谩, pero lo mismo me dediqu茅 pertinazmente a reflexionar sobre la soluci贸n del enigma. Por fin llegu茅 a una conclusi贸n que me asombr贸 no haber columbrado antes: «Se trata de una criada, por supuesto -me dije-. ¡Se precisa ser tonto para no pensar antes en algo tan obvio!»
Mir茅 nuevamente la lista de pasajeros, descubriendo entonces que ninguna criada habr铆a de embarcarse con la familia, aunque por lo visto tal hab铆a sido en principio la intenci贸n, ya que luego de escribir: «y criada», hab铆an tachado las palabras. «Pues entonces se trata de un exceso de equipaje -me dije-, algo que Wyatt no quiere hacer bajar a la cala y prefiere tener a mano… ¡Ah, ya veo: un cuadro! Por eso es que ha andado tratando con Nicolino, el jud铆o italiano.»
La suposici贸n me satisfizo y por el momento dej茅 de lado mi curiosidad.
Conoc铆a muy bien a las dos hermanas de Wyatt, j贸venes tan amables como inteligentes. En cuanto a su esposa, como aqu茅l llevaba poco tiempo de casado, a煤n no hab铆a podido verla. Wyatt hab铆a hablado muchas veces de ella en mi presencia, con su estilo habitual lleno de entusiasmo. La describ铆a como de espl茅ndida belleza, llena de ingenio y cualidades. De ah铆 que me sintiera muy ansioso por conocerla.
El d铆a en que visit茅 el barco (el 14), el capit谩n me inform贸 que tambi茅n Wyatt y los suyos acudir铆an a bordo, por lo cual me qued茅 una hora con la esperanza de ser presentado a la joven esposa. Pero al fin se me inform贸 que «la se帽ora Wyatt se hallaba indispuesta y que no acudir铆a a bordo hasta el d铆a siguiente, a la hora de zarpar».
Lleg贸 el momento, y me encaminaba de mi hotel al embarcadero cuando encontr茅 al capit谩n Hardy, quien me dijo que, «debido a las circunstancias» (frase tan est煤pida como conveniente), el Independence no se har铆a a la mar hasta uno o dos d铆as despu茅s, y que, cuando todo estuviera listo, me mandar铆a avisar para que me embarcara.
Encontr茅 esto bastante extra帽o, ya que soplaba una sostenida brisa del Sur, pero como «las circunstancias» no sal铆an a luz, pese a que indagu茅 todo lo posible al respecto, no tuve m谩s remedio que volverme al hotel y devorar a solas mi impaciencia.
Pas贸 casi una semana sin que llegara el esperado aviso del capit谩n. Lo recib铆 por fin y me embarqu茅 de inmediato. El barco estaba atestado de pasajeros y hab铆a la confusi贸n habitual en el momento de izar velas. El grupo de Wyatt lleg贸 unos diez minutos despu茅s que yo. Estaban all铆 las dos hermanas, la esposa y el artista -este 煤ltimo en uno de sus habituales accesos de melanc贸lica misantrop铆a-. Demasiado conoc铆a su humor, sin embargo, para prestarle especial atenci贸n. Ni siquiera se molest贸 en presentarme a su esposa, quedando este deber de cortes铆a a cargo de su hermana Marian, tan amable como inteligente, quien con breves y presurosas palabras nos present贸 el uno a la otra.
La se帽ora Wyatt se cubr铆a con un espeso velo y, cuando lo levant贸 para contestar a mi saludo, debo reconocer que me qued茅 profundamente asombrado. Pero mucho m谩s me hubiera asombrado de no tener ya el h谩bito de aceptar a beneficio de inventario las entusiastas descripciones de mi amigo, toda vez que se explayaba sobre la hermosura femenina. Cuando la belleza constitu铆a su tema, sab铆a de sobra con qu茅 facilidad se remontaba a las regiones del puro ideal.
La verdad es que no pude dejar de advertir que la se帽ora Wyatt era una mujer decididamente vulgar. Si no fea del todo, me temo que no le andaba muy lejos. Vest铆a, sin embargo, con exquisito gusto, y no dud茅 de que hab铆a cautivado el coraz贸n de mi amigo con las gracias m谩s perdurables del intelecto y del alma. Pronunci贸 muy pocas palabras, e inmediatamente entr贸 en el camarote en compa帽铆a de su esposo.
Mi anterior curiosidad volvi贸 a dominarme. No hab铆a ninguna criada, y de eso no cab铆a duda. Me puse a observar en busca del equipaje extra. Luego de alguna demora, lleg贸 al embarcadero un carro conteniendo una caja oblonga de pino, que al parecer era lo 煤nico que se esperaba. Apenas a bordo la caja, levamos ancla, y poco despu茅s de cruzar felizmente la barra enfrentamos el mar abierto.
He dicho que la caja en cuesti贸n era oblonga. Tendr铆a unos seis pies de largo por dos y medio de ancho. La observ茅 atentamente, y adem谩s me gusta ser preciso. Ahora bien, su forma era peculiar y, tan pronto la hube contemplado en detalle, me felicit茅 por lo acertado de mis conjeturas. Se recordar谩 que, de acuerdo con 茅stas, el equipaje extra de mi amigo el artista deb铆a consistir en cuadros, o por lo menos en un cuadro. No ignoraba que durante varias semanas Wyatt hab铆a mantenido conversaciones con Nicolino, y ahora ve铆a a bordo una caja que, a juzgar por su forma, s贸lo pod铆a servir para guardar una copia de La 煤ltima cena de Leonardo; no ignoraba, adem谩s, que una copia de esa pintura, ejecutada en Florencia por Rubini el joven, hab铆a estado cierto tiempo en posesi贸n de Nicolino. Me pareci贸, pues, que la cuesti贸n quedaba suficientemente resuelta. Me re铆, quiz谩 demasiado, pensando en mi perspicacia. Era la primera vez que, hasta donde pod铆a saberlo, Wyatt me ocultaba alguno de sus secretos art铆sticos; pero no cab铆a duda de que en esta ocasi贸n trataba de hacerme una treta y pasar de contrabando a Nueva York una magn铆fica pintura, confiando en que no me dar铆a cuenta de nada. Resolv铆 tomarme un buen desquite, sin esperar mucho.
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Hab铆a no obstante algo que me fastidiaba. La caja no fue colocada en el camarote sobrante, sino depositada en el de Wyatt, donde ocupaba casi por completo el piso para evidente incomodidad del artista y de su esposa, acrecentada adem谩s porque la brea o la pintura con la cual se hab铆an trazado grandes letras emit铆a un olor muy fuerte, desagradable y, para m铆, especialmente repugnante. Sobre la tapa aparec铆an estas palabras: «Sra. Adelaide Curtis, Albany, Nueva York. Env铆o de Cornelius Wyatt, Esq. Este lado hacia arriba. Tr谩tese con cuidado.»
Estaba yo enterado de que la se帽ora Adelaide Curtis, de Albany, era la suegra del artista, pero consider茅 que 茅ste hab铆a hecho estampar su nombre a fin de mistificarme mejor. Me sent铆a seguro de que la caja y su contenido no seguir铆an viaje a Albany, sino que quedar铆an en el estudio de mi misantr贸pico amigo, en la calle Chambers de Nueva York.
Durante los primeros tres o cuatro d铆as tuvimos un tiempo excelente a pesar del viento de proa -pues hab铆a virado al Norte apenas hubimos perdido de vista la costa-. Por consiguiente, los pasajeros estaban de muy buen humor y dispuestos a la sociabilidad. Tengo que exceptuar, sin embargo, a Wyatt y a sus hermanas, que se mostraban reservados y fr铆os, en forma que no pude menos de considerar descort茅s hacia el resto del pasaje. De la conducta de Wyatt no me preocupaba mucho. Estaba melanc贸lico m谩s all谩 de lo acostumbrado en 茅l; incluso dir茅 que se mostraba l煤gubre, pero no pod铆a extra帽arme dadas sus excentricidades. En cambio me resultaba imposible excusar a sus hermanas. Se encerraban en su camarote la mayor parte del d铆a, neg谩ndose terminantemente, a pesar de mi insistencia, a alternar con nadie a bordo.
La se帽ora Wyatt era, en cambio, mucho m谩s agradable. Vale decir que era parlanchina, y esto tiene mucha importancia en un viaje por mar. Pronto se mostr贸 excesivamente familiar con la mayor铆a de las se帽oras y, para mi profunda estupefacci贸n, mostr贸 una tendencia poco disimulada a coquetear con los hombres. A todos nos divert铆a much铆simo.
Digo «divert铆a», pero apenas si s茅 c贸mo explicarme. La verdad es que muy pronto advert铆 que la gente se re铆a m谩s de ella que por ella. Los caballeros reservaban sus opiniones, pero las damas no tardaron en declararla «una excelente mujer, nada bonita, sin la menor educaci贸n y decididamente vulgar». Lo que asombraba a todos era c贸mo Wyatt hab铆a podido caer en la trampa de semejante matrimonio. Se pensaba, claro est谩, en razones de fortuna, pero yo sab铆a que la soluci贸n no resid铆a en eso, pues Wyatt me hab铆a informado que su esposa no aportaba un solo centavo al matrimonio, ni ten铆a la menor esperanza de heredar. Se hab铆a casado con ella -seg煤n me dijo- por amor y solamente por amor, pues su esposa era m谩s que merecedora de cari帽o.
Pensando en estas frases de mi amigo me sent铆 perplejo m谩s all谩 de toda descripci贸n. ¿Pod铆a ser que estuviera perdiendo la raz贸n? ¿Qu茅 otra cosa pod铆a pensar? 脡l, tan refinado, tan intelectual, tan exquisito, con una percepci贸n fin铆sima de todo lo imperfecto, con tan aguda apreciaci贸n de la belleza. A decir verdad, la dama parec铆a muy enamorada de 茅l -especialmente en su ausencia-, y se pon铆a en rid铆culo al citar repetidamente lo que hab铆a dicho «su adorado esposo, el se帽or Wyatt». La palabra «esposo» parec铆a siempre -para usar una de sus delicadas expresiones- «en la punta de su lengua». Pero entretanto todos advirtieron que 茅l la evitaba de la manera m谩s evidente y que prefer铆a encerrarse solo en su camarote, donde bien pod铆a decirse que viv铆a, dejando plena libertad a su esposa para que se divirtiera a gusto en las reuniones del sal贸n.
De lo que hab铆a visto y o铆do extraje la conclusi贸n de que el artista, movido por alg煤n inexplicable capricho del destino, o presa quiz谩 de un acceso de pasi贸n tan entusiasta como fant谩stico, se hab铆a unido a una persona por completo inferior a 茅l, y que no hab铆a tardado en sucumbir a la consecuencia natural, o sea a la m谩s viva repugnancia. Me apiad茅 de 茅l desde lo m谩s profundo de mi coraz贸n, pero no por ello pude perdonarle el secreto que hab铆a mantenido sobre el embarque de La 煤ltima cena. Continu茅, pues, resuelto a saborear mi venganza.
Un d铆a subi贸 Wyatt al puente y, luego de tomarlo del brazo como era mi antigua costumbre, echamos a andar de un lado a otro. Su melancol铆a (que yo encontraba muy natural dadas las circunstancias) continuaba invariable. Habl贸 poco, con tono malhumorado y haciendo un gran esfuerzo. Aventur茅 una broma y vi que luchaba penosamente por sonre铆r. ¡Pobre diablo! Pensando en su esposa, me maravillaba que fuera incluso capaz de aparentar alegr铆a. Pero, finalmente, me determin茅 a sondearlo a fondo, comenzando una serie de veladas insinuaciones sobre la caja oblonga, a fin de que, poco a poco, se diera cuenta de que yo no era para nada v铆ctima de su peque帽a mistificaci贸n. Con tal prop贸sito, y a fin de descubrir mis bater铆as, dije algo sobre la «curiosa forma de esa caja»; y al pronunciar estas palabras le hice una sonrisa de inteligencia, le gui帽茅 un ojo, todo esto mientras le daba suavemente con el dedo en las costillas.
La manera con que Wyatt recibi贸 tan inocente broma me convenci贸 al punto de que se hab铆a vuelto loco. Primeramente me mir贸 como si le resultara imposible comprender el ingenio de mi observaci贸n; pero, a medida que mis palabras iban abri茅ndose lentamente paso en su cerebro, los ojos parecieron querer sal铆rsele de las 贸rbitas. Su rostro se puso escarlata, luego palideci贸 espantosamente y, como si lo que yo hab铆a insinuado le divirtiera much铆simo, estall贸 en carcajadas que, para mi estupefacci贸n, se prolongaron cada vez con m谩s fuerza durante largos minutos. Finalmente se desplom贸 pesadamente sobre cubierta; mientras me esforzaba por levantarle, tuve la impresi贸n de que hab铆a muerto.
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Ped铆 auxilio y, con mucho trabajo, le hicimos volver en s铆. Apenas reaccion贸 se puso a hablar incoherentemente, hasta que le sangramos y le metimos en cama. A la ma帽ana siguiente se hab铆a recobrado del todo, por lo menos en lo que se refiere a la salud f铆sica. De su mente prefiero no decir nada. Evit茅 encontrarme con 茅l durante el resto del viaje, siguiendo el consejo del capit谩n, quien parec铆a coincidir plenamente conmigo en que Wyatt estaba loco, pero me pidi贸 que no dijese nada a los restantes pasajeros.
Inmediatamente despu茅s de la crisis de mi amigo ocurrieron varias cosas que exaltaron todav铆a m谩s la curiosidad que me pose铆a. Entre otras, se帽alar茅 la siguiente: Me sent铆a nervioso por haber bebido demasiado t茅 verde, y dorm铆a mal, tanto que durante dos noches no pude pegar los ojos. Mi camarote daba al sal贸n principal, o sal贸n comedor, como todos los camarotes ocupados por hombres solos. Las tres cabinas de Wyatt comunicaban con el sal贸n posterior, el cual estaba separado del principal por una liviana puerta corrediza que no se cerraba nunca, ni siquiera de noche. Como segu铆amos navegando con viento en contra, el barco escoraba acentuadamente a sotavento y, cada vez que el lado de estribor se inclinaba en ese sentido, la puerta divisoria se corr铆a y quedaba en esa posici贸n, sin que nadie se molestara en levantarse y cerrarla. Mi camarote hall谩base en una posici贸n tal que, cuando ten铆a abierta la puerta (lo que ocurr铆a siempre, a causa del calor), pod铆a ver con toda claridad el sal贸n posterior, e incluso esa parte adonde daban los camarotes de Wyatt. Pues bien, durante dos noches (no consecutivas), en que me hallaba despierto, vi que, a eso de las once, la se帽ora Wyatt sal铆a cautelosamente del camarote de su esposo y entraba en el camarote sobrante, donde permanec铆a hasta la madrugada, hora en que Wyatt iba a buscarla y la hac铆a entrar nuevamente en su cabina. Resultaba claro, pues, que el matrimonio estaba separado. Ocupaban habitaciones aparte, sin duda a la espera de un divorcio m谩s absoluto; y pens茅 que en eso resid铆a, despu茅s de todo, el misterio del camarote suplementario.
Mucho me interes贸, adem谩s, otra circunstancia. Durante las dos noches de insomnio a que he aludido, e inmediatamente despu茅s que la se帽ora Wyatt hubo entrado en el tercer camarote, atrajeron mi atenci贸n ciertos singulares sonidos ahogados que brotaban del de su esposo. Tras de escuchar un tiempo, logr茅 explicarme perfectamente su significado. Aquellos ruidos los produc铆a el artista al abrir la caja oblonga mediante un escoplo y una maza, esta 煤ltima envuelta en alguna materia algodonosa o de lana que amortiguaba los golpes.
A fuerza de escuchar me pareci贸 que pod铆a distinguir el preciso momento en que Wyatt levantaba la tapa, y tambi茅n cuando la retiraba a fin de depositarla en la litera superior de su cabina. Me di cuenta de esto 煤ltimo a causa de los golpecitos que daba la tapa contra los tabiques de madera del camarote, mientras que Wyatt trataba de depositarla con toda suavidad en la litera, por no haber espacio en el suelo. A eso segu铆a un profundo silencio, sin que volviera a escuchar nada hasta el amanecer, como no fuera, si cabe mencionarlo, un leve sonido semejante a sollozos o suspiros, tan sofocados que resultaban casi inaudibles -a menos que se tratara de un producto de mi imaginaci贸n-. He dicho que aquello hac铆a pensar en sollozos o suspiros, pero muy bien pod铆a tratarse de otra cosa; m谩s bien cab铆a pensar en una ilusi贸n auditiva. Sin duda, de acuerdo con sus h谩bitos, Wyatt se entregaba a uno de sus caprichos, dej谩ndose llevar por un arrebato de entusiasmo art铆stico, y abr铆a la caja oblonga a fin de regalar sus ojos con el tesoro pict贸rico que encerraba. Por supuesto, nada hab铆a en esto que justificara un rumor de sollozos; repito, pues, que deb铆a tratarse de una alucinaci贸n de mi mente, excitada por el t茅 verde del excelente capit谩n Hardy. En las dos noches de que he hablado, poco antes del alba o铆 c贸mo Wyatt volv铆a a colocar la tapa sobre la caja oblonga, introduciendo los clavos en sus agujeros por medio de la maza envuelta en trapos. Hecho esto sal铆a de su camarote completamente vestido e iba en busca de la se帽ora Wyatt, que se hallaba en la otra cabina.
Llev谩bamos siete d铆as en el mar y hab铆amos pasado ya el cabo Hatteras, cuando nos asalt贸 un fort铆simo viento del sudoeste. Como el tiempo se hab铆a mostrado amenazante, no nos tom贸 desprevenidos. Todo a bordo estaba bien aparejado y, cuando el viento se hizo m谩s intenso, nos dejamos llevar con dos rizos de la mesana cangreja y el trinquete.
Con este velamen navegamos sin mayor peligro durante cuarenta y ocho horas, ya que el barco result贸 ser muy marino y no hac铆a agua. Pero, al cumplirse este tiempo, el viento se transform贸 en hurac谩n y la mesana cangreja se hizo pedazos, con lo cual quedamos de tal modo a merced de los elementos que de inmediato nos barrieron varias olas enormes, en r谩pida sucesi贸n. Este accidente nos hizo perder tres hombres, aparte de quedar destrozadas las amuradas de babor y la cocina. Apenas hab铆amos recobrado algo de calma cuando el trinquete vol贸 en jirones, lo que nos oblig贸 a izar una vela de estay, pudiendo as铆 resistir algunas horas, pues el barco capeaba el temporal con mayor estabilidad que antes.
Pero el hurac谩n manten铆a toda su fuerza, sin dar se帽ales de amainar. Pronto se vio que la enjarciadura estaba en mal estado, soportando una excesiva tensi贸n; al tercer d铆a de la tempestad, a las cinco de la tarde, un terrible bandazo a barlovento mand贸 por la borda nuestro palo de mesana. Durante m谩s de una hora luchamos por terminar de desprenderlo del buque, a causa del terrible rolido; antes de lograrlo, el carpintero subi贸 a anunciarnos que hab铆a cuatro pies de agua en la sentina. Para colmo de males descubrimos que las bombas estaban atascadas y que apenas serv铆an.
Todo era ahora confusi贸n y angustia, pero continuamos luchando para aligerar el buque, tirando por la borda la mayor parte del cargamento y cortando los dos m谩stiles que quedaban. Todo esto se llev贸 a cabo, pero las bombas segu铆an inutilizables y la v铆a de agua continuaba inundando la cala.
A la puesta del sol el hurac谩n hab铆a amainado sensiblemente y, como el mar se calmara, abrig谩bamos todav铆a esperanzas de salvarnos en los botes. A las ocho de la noche las nubes se abrieron a barlovento y tuvimos la ventaja de que nos iluminara la luna llena, lo cual devolvi贸 el 谩nimo a nuestros abatidos esp铆ritus.
Despu茅s de una incre铆ble labor pudimos por fin botar al agua la chalupa y embarcamos en ella a la totalidad de la tripulaci贸n y a la mayor parte de los pasajeros. Alej贸se la chalupa y, al cabo de much铆simos sufrimientos, lleg贸 finalmente sana y salva a Ocracoke Inlet, tres d铆as despu茅s del naufragio.
Catorce pasajeros quedamos a bordo con el capit谩n, resueltos a intentar fortuna en el botequ铆n de popa. Lo botamos sin dificultad, aunque s贸lo por milagro no se volc贸 al tocar el agua, y embarcaron en 茅l el capit谩n y su esposa, Wyatt y su familia, un oficial mexicano con su esposa y sus cuatro hijos, y yo con mi criado de color.
Como es natural, no hab铆a all铆 espacio para otra cosa que unos pocos instrumentos imprescindibles, provisiones y las ropas que llev谩bamos puestas. Nadie hab铆a pensado siquiera en salvar otros bienes. ¡Cu谩l no ser铆a nuestra estupefacci贸n cuando, apenas alejados del barco, vimos a Wyatt que se pon铆a de pie en la popa del bote y, fr铆amente, ped铆a al capit谩n Hardy que nos acerc谩ramos otra vez al barco para embarcar su caja oblonga!
-Si茅ntese usted, se帽or Wyatt -replic贸 el capit谩n con alguna severidad-. Terminar谩 por hacer zozobrar el bote si no se est谩 quieto. ¿No ve que la borda est谩 al ras del agua?
-¡La caja! -vocifer贸 Wyatt, siempre de pie-. ¡La caja, le digo! Capit谩n Hardy, no puede usted rehusarme lo que le pido… ¡No, no puede! ¡No pesa casi nada…. apenas una nada! ¡Por la madre que le dio a luz, por el amor del cielo, por lo que m谩s quiera… le imploro que volvamos a buscar la caja!
Durante un momento el capit谩n pareci贸 conmovido por las s煤plicas, pero no tard贸 en recobrar su aire adusto y replic贸:
-Se帽or Wyatt, usted est谩 loco, y no lo escuchar茅. ¡Si茅ntese le digo, o har谩 zozobrar el bote! ¡Vosotros, sujetadlo… pronto… o saltar谩 al agua…! ¡Ah… demasiado tarde!
En efecto, al decir el capit谩n estas palabras, Wyatt se hab铆a arrojado al agua y, como todav铆a est谩bamos al socaire del buque, logr贸, tras un sobrehumano esfuerzo, sujetarse de una cuerda que colgaba a proa. Un instante despu茅s trepaba a cubierta y corr铆a fren茅ticamente hacia la escotilla que llevaba a los camarotes.
Entretanto hab铆amos sido llevados hacia la popa del barco y, sin la protecci贸n de su casco, quedamos inmediatamente a merced del terrible oleaje. Nos esforzamos por acercarnos otra vez, pero nuestro peque帽o bote era como una pluma en el soplo de la tempestad. Nos bast贸 una ojeada para comprender que el destino del infortunado artista estaba sellado.
A medida que aumentaba nuestra distancia del buque casi sumergido, vimos que el loco (ya que s贸lo pod铆amos considerarlo como tal) aparec铆a otra vez en cubierta y, con fuerzas que parec铆an las de un gigante, arrastraba consigo la caja oblonga. Mientras lo contempl谩bamos en el colmo de la estupefacci贸n, vimos que arrollaba r谩pidamente una cuerda a la caja y la pasaba luego varias veces por su cuerpo. Un instante despu茅s ambos ca铆an al mar, desapareciendo instant谩neamente y para siempre.
Por un momento detuvimos el movimiento de los remos, clavados los ojos en el lugar del drama. Por fin reanudamos nuestros esfuerzos, y pas贸 una hora sin que nadie dijera una palabra. Yo me atrev铆, por fin, a insinuar una observaci贸n.
-¿Repar贸 usted, capit谩n, en c贸mo se hundieron de golpe? ¿No es sumamente curioso? Confieso que, por un momento, tuve una d茅bil esperanza de que Wyatt se salvar铆a, al ver que se ataba a la caja y se confiaba as铆 al mar.
-Por supuesto que se hundieron, y con la rapidez de una bala de plomo -repuso el capit谩n-. Sin embargo volver谩n a subir a la superficie… pero no antes de que la sal se disuelva.
-¡La sal! -exclam茅.
-¡Sh…! -dijo el capit谩n, se帽al谩ndome a la esposa y hermanas del muerto-. Ya hablaremos de esas cosas en un momento m谩s oportuno.
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Mucho sufrimos, y escapamos por muy poco de la muerte, pero la fortuna nos favoreci贸 al igual que a nuestros camaradas de la chalupa. M谩s muertos que vivos, despu茅s de cuatro d铆as de horrible angustia, tocamos tierra en la playa opuesta a Roanoke Island. Permanecimos all铆 una semana, pues los raqueros no nos trataron mal, y finalmente hallamos la manera de llegar a Nueva York.
Un mes despu茅s de la p茅rdida del Independence, me encontr茅 casualmente en Broadway con el capit谩n Hardy. Como es natural, nuestra conversaci贸n vers贸 sobre el naufragio y, en especial, sobre el triste destino del pobre Wyatt. En esa ocasi贸n me enter茅 de los detalles siguientes:
El artista hab铆a tomado pasaje para 茅l, su esposa, sus dos hermanas y una criada. Tal como 茅l la hab铆a descrito, su esposa era la m谩s encantadora y cultivada de las mujeres. En la ma帽ana del 14 de junio (d铆a en que visit茅 por primera vez el barco), la se帽ora Wyatt enferm贸 repentinamente y muri贸. El joven esposo estaba enloquecido de dolor, pero las circunstancias le imped铆an aplazar su viaje a Nueva York. Era necesario que llevara a su madre el cuerpo de la esposa adorada, aunque, por otra parte, no ignoraba que un prejuicio universal le impedir铆a hacerlo abiertamente. De cada diez pasajeros, nueve habr铆an abandonado el barco antes de hacerse a la mar en compa帽铆a de un cad谩ver.
En este dilema, el capit谩n Hardy consinti贸 en que el cuerpo, parcialmente embalsamado y colocado entre espesas capas de sal en una caja de dimensiones adecuadas, fuera subido a bordo como si se tratara de una mercanc铆a. Nada se dir铆a sobre el fallecimiento de la dama; mas, como ya era sabido que Wyatt hab铆a tomado pasaje para 茅l y su esposa, fue preciso encontrar a alguien que desempe帽ara el papel de esta 煤ltima durante el viaje. La doncella de la difunta acept贸 ese papel voluntariamente. El camarote sobrante, que en principio hab铆a sido tomado para la criada, fue, naturalmente, conservado. All铆 dorm铆a aqu茅lla, como se supondr谩, todas las noches. De d铆a representaba, en la medida de sus posibilidades, el papel de ama -cuya persona era totalmente desconocida para los pasajeros de a bordo, como se tuvo buen cuidado de verificar previamente.
En cuanto a mi enga帽o, naci贸 de un temperamento demasiado negligente, inquisidor e impulsivo. Pero, desde entonces, es muy raro que duerma bien de noche. De cualquier lado que me vuelva, hay siempre un rostro que me hostiga. Y una risa hist茅rica resonar谩 para siempre en mis o铆dos.
FIN
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