Si los tiburones fueran hombres: análisis del cuento de Bertolt Brecht
¡Hola, lectores! ¿Qué pasaría si los poderosos no fueran humanos, sino tiburones? En el célebre texto “Si los tiburones fueran hombres”, Bertolt Brecht construye una sátira brillante sobre cómo operan el poder, la obediencia y la manipulación dentro de cualquier estructura social. ¡Leamos!
A través de una metáfora marina tan sencilla como devastadora, el autor revela cómo los dominadores moldean la educación, la moral, la religión y hasta el arte para mantener sometidos a quienes se encuentran en la base del sistema.
En este artículo encontrarás un análisis claro y accesible de este relato, su mensaje y su vigencia. Más abajo podrás leer el cuento completo, tal como lo escribió Brecht, para que puedas interpretarlo a tu manera.
¿De qué trata “Si los tiburones fueran hombres”?
El cuento plantea una premisa simple: imaginar cómo sería el mundo si los tiburones adoptaran conductas humanas. La respuesta es una crítica directa a los sistemas de poder que moldean la vida de los más débiles bajo discursos de protección, bienestar o progreso.
Brecht muestra que, si los tiburones fueran hombres, crearían estructuras enteras para mantener bajo control a los pececitos: cajas “protectores”, escuelas donde se enseña a obedecer, religiones donde se promete una vida mejor dentro del estómago de los tiburones, y un arte encargado de embellecer la sumisión. La metáfora es transparente: el dominador crea las condiciones para perpetuar su dominio.
Los temas centrales del cuento
1. La manipulación del poder
Los tiburones no solo cuidan a los pececitos para comerlos luego; además construyen todo un sistema educativo y moral que legitima esa relación. Para Brecht, el poder se sostiene tanto con la fuerza como con las ideas.
2. La obediencia como virtud
El cuento desmonta la idea de obediencia como un valor moral. A los pececitos se les enseña que obedecer es la única forma de tener un futuro, incluso cuando ese futuro es su propia destrucción.
3. La desigualdad y las jerarquías
Si los tiburones fueran hombres, los pececitos ya no serían iguales: algunos tendrían privilegios y se encargarían de vigilar al resto. Brecht muestra cómo las élites intermedias ayudan a sostener el sistema.
4. El arte y la religión como herramientas de control
El arte exaltaría la belleza de las fauces tiburonas; la religión prometería la vida verdadera dentro del estómago del tiburón. Brecht cuestiona cómo los relatos oficiales maquillan la opresión.
“Si los tiburones fueran hombres”
Si los tiburones fueran hombres, harían construir en el mar cajas enormes para los peces pequeños, con toda clase de alimentos en su interior, tanto plantas como materias animales. Se preocuparían de que las cajas tuvieran siempre agua fresca y adoptarían todo tipo de medidas sanitarias. Si, por ejemplo, un pececito se lastimase una aleta, en seguida se la vendarían de modo que no se les muriera prematuramente. Para que los pececitos no se pusieran tristes, de vez en cuando organizarían grandes fiestas acuáticas, pues los pececitos alegres tienen mejor sabor que los tristes.
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Si los tiburones fueran hombres, habría escuelas en el interior de las enormes cajas construidas para los pececitos. En esas escuelas se enseñaría a los pececitos a entrar en las fauces de los tiburones. Necesitarían tener nociones de geografía para mejor localizar a los grandes tiburones, que andan por ahí holgazaneando. Lo principal sería, naturalmente, la formación moral de los pececitos. Se les enseñaría que no hay nada más grande ni más hermoso para un pececito que sacrificarse con alegría; también se les enseñaría a tener fe en los tiburones, y a creerles cuando les dijesen que ellos ya se ocupan de forjarles un hermoso porvenir. Se les daría a entender que ese porvenir que se les auguraba solo estaría asegurado si aprendían a obedecer. Los pececitos deberían guardarse bien de las bajas pasiones, materialistas, egoístas o marxistas. Si algún pececito mostrase semejantes tendencias, sus compañeros deberían comunicarlo inmediatamente a los tiburones.
Si los tiburones fueran hombres, se harían la guerra entre sí para conquistar cajas y pececitos extranjeros. Además, cada tiburón obligaría a sus propios pececitos a combatir en esas guerras. Cada tiburón enseñaría a sus pececitos que entre ellos y los pececitos de otros tiburones existe una enorme diferencia. Proclamarían que, si bien todos los pececillos son mudos -como todo el mundo sabe-, lo cierto es que callan en idiomas muy distintos y por eso jamás logran entenderse. A cada pececito que, en la guerra, matara a unos cuantos pececitos enemigos -de esos que callan en otro idioma-, se le concedería una medalla de algas marinas y se le otorgaría además el título de héroe.
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Si los tiburones fueran hombres, tendrían su arte. Habría hermosos cuadros en los que se representarían los dientes de los tiburones en colores maravillosos, y sus fauces como puros jardines de recreo en los que da gusto retozar. Los teatros del fondo del mar mostrarían a heroicos pececitos entrando entusiasmados en las fauces de los tiburones, y la música sería tan bella que, a sus sones precedidos por la orquesta, los pececitos se precipitarían en tropel dentro de esas fauces, arrullados por los pensamientos más deliciosos, como en un ensueño.
Si los tiburones fueran hombres, habría una religión. Esa religión enseñaría que la verdadera vida comienza para los pececitos en el estómago de los tiburones.
Si los tiburones fueran hombres, los pececitos dejarían de ser todos iguales como lo son ahora. Algunos ocuparían ciertos cargos, lo que los colocaría por encima de los demás. A aquellos pececitos que fueran un poco más grandes se les permitiría incluso tragarse a los más pequeños. Los tiburones verían esta práctica con agrado, pues les proporcionaría mayores bocados. Los pececillos más gordos, que serían los que ocupasen ciertos puestos, se encargarían de mantener el orden entre los más pequeños, y se harían maestros u oficiales, ingenieros especializados en la construcción de cajas, etc.
FIN
¿Por qué este cuento sigue siendo tan vigente?
La genialidad de Brecht radica en usar un relato aparentemente infantil para revelar mecanismos reales de dominación. El cuento sigue vigente porque los sistemas de poder —políticos, económicos, religiosos o culturales— siguen utilizando discursos de protección y progreso para justificar prácticas que benefician solo a unos pocos.
En tiempos de crisis, migraciones, guerras o desigualdad, este cuento es un recordatorio contundente: la libertad no siempre se pierde por la fuerza, sino por las narrativas que nos enseñan a aceptarla.
Este cuento breve basta para recordarnos que el poder siempre encuentra formas creativas de justificarse. Brecht, con su ironía habitual, nos invita a mirar el mundo con sospecha y a preguntarnos: ¿quiénes son los tiburones de nuestra época? ¿Y qué historias nos cuentan para mantenernos tranquilos dentro de la caja?
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