Este es uno de los cuentos que mรกs me ha cautivado de Abraham Valdelomar, cuya prosa te sumerge en el personaje. Me gusta mucho el narrador niรฑo de Valdelomar y siento esa conexiรณn casi como con el narrador niรฑo que ofrece Ribeyro, disfrutemos en este miรฉrcoles santo el cuentazo del 'Conde de Lemos'.
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Publicado por primera vez en el diario "La Opiniรณn" el 1 de octubre de 1914.
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LOS OJOS DE JUDAS
El puerto de Pisco aparece en mis recuerdos como una mansรญsima aldea, cuya belleza serena y extraรฑa acrecentaba el mar. Tenรญa tres plazas. Una, la principal, enarenada, con una suerte de pequeรฑo malecรณn, barandado de madera, frente al cual se detenรญa el carro que hacรญa viajes "al pueblo"; otra, la desolada plazoleta donde estaba mi casa, que tenรญa por el lado de oriente una valla de toรฑuces; y la tercera, al sur de la poblaciรณn, en la que habรญa de realizarse esta tragedia de mis primeros aรฑos.
En el puerto yo lo amaba todo y todo lo recuerdo porque allรญ todo era bello y memorable. Tenรญa nueve aรฑos, empezaba el camino sinuoso de la vida, y estas primeras visiones de las cosas, que no se borran nunca, marcaron de manera tan dulcemente dolorosa y fantรกstica el recuerdo de mis primeros aรฑos que as fรญormรณse el fondo de mi vida triste. A la orilla del mar se piensa siempre; el continuo ir y venir de olas; la perenne visiรณn del horizonte; los barcos que cruzan el mar a lo lejos sin que nadie sepa su origen o rumbo; las neblinas matinales durante las cuales los buques perdidos pitean clamorosamente, como buscรกndose unos a otros en la bruma, cual รกnimas desconsoladas en un mundo de sombras; las "paracas", aquellos vientos que arrojan ala orilla a los frรกgiles botes y levantan columnas de polvo monstruosas y livianas; el ruido cotidiano del mar, de tan extraรฑos tonos, cambiantes como las horas; y a veces, en la apacible serenidad marina, el surgir de rugidores animales extraรฑos, tritones pujantes, hinchados, de pequeรฑos ojos y viscosa color, cuyos cuerpos chasquean las aguas al cubrirlos desordenadamente.
En las tardes, a la caรญda del sol, el viaje de los pรกjaros marinos que vuelven del norte, en largos cordones, en mรบltiples lรญneas, escribiendo en el cielo no sรฉ quรฉ extraรฑas palabras. Ejรฉrcitos inmensos de viajeros de ignotas regiones, de inciertos parajes que van hacia el sur agitando rรญtmicamente sus alas negras, hasta esfumarse, azules, en el oro crepuscular. En la noche, en la profunda oscuridad misteriosa, en el arrullo solemne de las aguas, vanas luces que surgen y se pierden a lo lejos como vidas estรฉriles... En mi casa, mi dormitorio tenรญa una ventana que daba hacia el jardรญn cuya รบnica vid desmedrada y raquรญtica, de hojas carcomidas por el salitre, serpenteaba agarrรกndose en los barrotes oxidados. Al despertar abrรญa yo los ojos y contemplaba, tras el jardรญn, el mar. Por allรญ cruzaban los vapores con su plomiza cabellera de humo que se diluรญa en el cielo azul. Otros llegaban al puerto, creciendo poco a poco, rodeados de gaviotas que flotaban a su lado como copos de espuma y, ya fondeados, los rodeaban pequeรฑos botecillos รกgiles. Eran entonces los barcos como cadรกveres de insectos, acosados por hormigas hambrientas.
Levantรกbame despuรฉs del beso de mi madre, apuraba el cafรฉ humeante en la taza familiar, tomaba mi cartilla e รญbame a la escuela por la ribera. Ya en el puerto, todo era luz y movimiento.La pesada locomotora, crepitante, recorrรญa el muelle. Chirriaban como desperezรกndose los rieles enmohecidos, alistaban los pescadores sus botes, los fleteros empujaban sus carros en los cuales los fardos de algodรณn hacรญan pirรกmide, sonaba la alegre campana del "cochecito"; cruzaban en sus asnos pacientes y lanudos, sobre los hatos de alfalfa, verde y florecida en azul, las mozas del pueblo; llevaban otras en cestos de caรฑa brava la pesca de la vรญspera, y los empleados, con sus gorritas blancas de viseras negras, entraban al resguardo, a la capitanรญa, a la aduana y a la estaciรณn del ferrocarril. Volvรญa yo antes del mediodรญa de la escuela por la orilla cogiendo conchas, huesos de aves marinas, piedras de rara color, plumas de gaviotas y yuyos que eran cintas multicolores y transparentes como vidrios ahumados, que arrojaba el mar.
II
Mi padre que era empleado en la Aduana tenรญa un hermoso tipo moreno. Faz tranquila, brillante mirada, bigote prรณdigo. Los dรญas de llegada de algรบn vapor vestรญase de blanco y en la falรบarรกpida, brillante y liviana, en cuya popa agitada por el viento ondeaba la bandera, iba mar afuera a recibirlo. Mi madre era dulcemente triste. Acostumbraba llevarnos todas las tardes a mi hermanita y a mรญ a la orilla a ver morir el sol. Desde allรญ se veรญa el muelle, largo con sus aspas monรณtonas, sobre las que se elevaban las efes de sus columnas, que en los cuadernos, en la escuela, nosotros pintรกbamos asรญ:
Pues de los ganchitos de las efes pendรญan los faroles por las noches. Mi padre volvรญa por el muelle, al atardecer, nos buscaba desde lejos, hacรญamos seรฑales con los paรฑuelos y รฉl perdรญase un momento tras de las oficinas al llegar a tierra para reaparecer a nuestro lado. Juntos veรญamos entonces "la procesiรณn de las luces"cuando el sol se habรญa puesto y el mar sonaba ya con el canto nocturno muy distinto del canto del dรญa. Despuรฉs de la procesiรณn regresรกbamos a casa y durante la comida papรก nos contaba todo lo que habรญa hecho en la tarde.
Aquel dรญa, como de costumbre, habรญamos ido a ver la caรญda del sol y a esperar a papรก. Mientras mi madre sobre la orilla contemplaba silenciosa el horizonte, nosotros jugรกbamos a su lado, con los zapatos enarenados, fabricando fortalezas de arena y piedras, que destruรญan las olas al desmayarse junto a sus muros, dejando entre ellos su blanquรญsima espuma. Lentamente caรญa la tarde. De pronto mamรก descubriรณ un punto en el lejano lรญmite del mar.
–¿Ven ustedes? -nos dijo preocupada- ¿no parece un barco?
–Sรญ, mamรก, respondรญ. Parece un barco...
–¿Vendrรก papรก? -interrogรณ mi hermana.
–รl no comerรก hoy con nosotros, seguramente, agregรณ mi madre. Tendrรก que recibir ese barco. Vendrรก de noche. El mar estรก muy bravo. Y suspirรณ entristecida...
El sol se ahogรณ en sangre en el horizonte. El barco se divisรณ perfectamente recortado en el fondo ocre. Sobre el puerto cayรณ la noche. En silencio emprendimos la vuelta a casa, mientras encendรญan el faro del muelle y desfilaba "la procesiรณn de las luces".
Asรญ decรญamos a un carro lleno de faroles que salรญa de la capitanรญa y era conducido sobre el muelle por un marinero, quien a cada cincuenta metros se detenรญa, colocando sobre cada poste un farol hasta llegar al extremo del muelle extendido y lineal; mas, como esta operaciรณn hacรญase entrada la noche, sรณlo se veรญan avanzando sobre el mar, las luces, sin que el hombre ni el carro ni el muelle se viesen, lo que daba a ese fanal un aspecto extraรฑo y quimรฉrico en la profunda oscuridad de esas horas.
Parecรญa aquel carro un buque fantasma que flotara sobre las aguas muertas. A cada cincuenta metros se detenรญa, y una luz suspendida por invisible mano iba a colgarse en lo alto de un poste, invisible tambiรฉn. Asรญ, a medida que el carro avanzaba, las luces iban quedando inmรณviles en el espacio como estrellas sangrientas; y el fanal iba disminuyendo su brillor y dejando sus luces a lo largo del muelle, como una familia cuyos miembros fueran muriendo sucesivamente de una misma enfermedad. Por fin la รบltima luz se quedaba oscilando al viento, muy lejos, sobreel mar que rugรญa en las profundas tinieblas de la noche.
Cuando se colgรณ el รบltimo farol, nosotros, cogidos de la mano de mi madre, abandonamos la playa tornando al hogar. La criada nos puso los delantales blancos. La comida fue en silencio.Mamรก no tomรณ nada. Y en el mutismo de esa noche triste, yo veรญa que mamรก no quitaba la vista del lugar que debรญa ocupar mi padre, que estaba intacto con su servilleta doblada en el aro, su cubierto reluciente y su invertida copa. Todo inmรณvil. Sรณlo se oรญa el chocar de los cubiertos con los platos o los pasos apagados dela sirviente, o el rumor que producรญa el viento al doblar los รกrboles del jardรญn. Mamรก sรณlo dijo dos veces con su voz dulce y triste:
–Niรฑo, no se toma asรญ la cuchara...
–Niรฑa, no se come tan de prisa...
III
Papรก debiรณ volver muy tarde, porque cuando yo despertรฉ en mi cama, sobresaltado al oรญr una exclamaciรณn, sonaron frรญas, lejanas, las dos de la madrugada. Yo no oรญ en detalle la conversaciรณn, de mis padres; pero no puedo olvidar algunas frases que se me han quedado grabadas profundamente.
–¡Quiรฉn lo hubiera creรญdo!
-decรญa papรก-. Tรบ conoces a Luisa, sabes cuรกn honorable y correcto es su marido...
–¡No es posible, no es posible!
-respondiรณ mi madre, con voz medrosa.
–Ojalรก no lo fuese. Lo cierto es que Fernando estรก preso; el juez cogiรณ al niรฑo y amenazรณ a Luisa con detenerlo si ella no decรญa la verdad, y ya ves, la pobre mujer lo ha declarado todo.Dijo que Fernando habรญa venido a Pisco con el exclusivo objeto de perseguir a Kerr, pues habรญa jurado matarlo por una vieja cuestiรณn de honor...
–¿Y ella ha delatado a su marido? ¡Quรฉ horrible traiciรณn, quรฉ horrible!
–¿Y quรฉ cuestiรณn ha sido esa?...
–No ha querido decirlo. Pero, admรญrate. Esto ha ocurrido a las cuatro de la tarde; Kerr ha muerto a las cinco a consecuencia dela herida, y cuando trasladaban su cadรกver se promoviรณ en la calle un gran tumulto, oรญmos gritos y exclamaciones terribles, fuimos hacia allรญ y hemos visto a Luisa gritar, mesarse los cabellos y, como loca, llamar a su hijo. ¡Se lo habรญan robado!
–¿Le han robado a su hijo?Sentรญ los sollozos de mi madre. Asustado me cubrรญ la cabeza con la sรกbana y me puse a rezar, inconsciente y temeroso, por todos esos desdichados a quienes no conocรญa.
– Dios te salve Marรญa, llena eres de gracia, el Seรฑor es contigo, Bendita eres...
Al dรญa siguiente, de maรฑana, trajeron una carta con un margen de luto muy grande y papรก saliรณ a la calle vestido de negro.
IV
Recuerdo que al salir de la poblaciรณn, pasรฉ por la plazuela que estรก al fin del barrio "del Castillo" y empecรฉ a alejarme en la curva de la costa hacia San Andrรฉs, entretenido en coger caracoles, plumas y yerbas marinas. Anduve largo rato y pronto me encontrรฉ en la mitad del camino. Al norte, el puerto ya lejano de Pisco aparecรญa envuelto en un vapor vibrante, veรญanse las casas muy pequeรฑas, y los pinos, casi borrados por la distancia, elevรกbanse apenas. Los barcos del puerto tenรญan un aspecto de abandono, cual si estuvieran varados por el viento del Sur. ElMuelle parecรญa entrar apenas en el mar. Recorrรญ con la mirada la curva de la costa que terminaba en San Andrรฉs. Ante la soledad del paisaje, sentรญ cierto temor que me detuvo. El mar sonaba apenas. El sol era tibio y acariciador. Una ave marina apareciรณ a lo lejos, la vi venir muy alto, muy alto, bajo el cielo, sola y serena como una alma; volaba sin agitar las alas, deslizรกndose suavemente, arriba, arriba. La seguรญ con la mirada, alzando la cabeza, y el cielo me pareciรณ abovedado, azul e inmenso, como si fuera mรกs grande y mรกs hondo y mis ojos lo miraran mรกs profundamente.
El ave se acercaba, volvรญ la cara y vi la campiรฑa tierra adentro, pobre, alargรกndose en una faja angosta, detrรกs de la cual comenzaba el desierto vasto, amarillo, monรณtono, como otro mar de pena y desolaciรณn. Una rรกfaga ardiente vino de รฉl hacia el mar.
En medio de esa hora me sentรญ solo, aislado, y tuve la idea de haberme perdido en una de esas playas desconocidas y remotas, blancas y solitarias donde van las aves a morir. Entonces sentรญ el divino prodigio del silencio; poco a poco se fue callando el rumor de las olas, yo estaba inmรณvil en la curva de la playa y al apagarse el รบltimo ruido del mar, el ave se perdiรณ a lo lejos. Nada acusaba ya a la Humanidad ni a la vida. Todo era mudo y muerto.Sรณlo quedaba un zumbido en mi cerebro que fue extinguiรฉndose, hasta que sentรญ el silencio, claro, instantรกneo, preciso. Pero sรณlo fue un segundo. Un extraรฑo sopor me invadiรณ luego, me acostรฉ en la arena, llevรฉ mi vista hacia el sur, vi una silueta de mujer que aparecรญa a lo lejos, y mansamente, dulcemente, como una sonrisa, se fue borrando todo, todo, y me quedรฉ dormido.
V
Despertรฉ con la idea de la mujer que habรญa visto al dormirme, pero en vano la buscaron mis ojos, no estaba por ninguna parte.Seguramente habรญa dormido mucho, y durante mi sueรฑo, la desconocida, que tenรญa un vestido blanco, habรญa podido recorrer toda la playa. Observรฉ, sin embargo, los pasos que venรญan por la orilla. Menudos rastros de mujer que el mar habรญa borrado en algunos sitios, circundaban el lugar donde yo me habรญa dormido y seguรญan hacia el puerto.
Pensativo y medroso no quise avanzar a San Andrรฉs. El sol iba a ponerse ya, y restregรกndome los ojos, siguiendo los rastros dela desconocida, emprendรญ la vuelta por la orilla. En algunos puntos el mar habรญa borrado las huellas, buscรกbalas yo, adivinรกndolas casi, y por fin las veรญa aparecer sobre la arena hรบmeda. Recogรญ una conchita rara, la echรฉ en mi bolsillo y mi mano tropezรณ con un extraรฑo objeto. ¿Quรฉ era? Una medalla dela Purรญsima, de plata, pendiendo de una cadena delgada, larga y frรญa. Examinรฉ mucho el objeto y me convencรญ de que alguien lo habรญa puesto en mi bolsillo. Tuve una sospecha, la mujer; quise arrojarle, pero me detuve.
Guardรฉ la medalla y cavilando en el hallazgo, lleguรฉ a casa cuando el sol se ponรญa. Mi curiosidad hizo que callara y ocultara el objeto; y al dรญa siguiente, martes de Semana Santa, a la misma hora, volvรญ. El mar durante la noche habรญa borrado las huellas donde me acostara la vรญspera, pero aproximadamente elegรญ un sitio y me recostรฉ. No tardรณ en aparecer la silueta blanca. Sentรญ un violento golpe en el corazรณn y un indecible temor. Y sin embargo tenรญa una gran simpatรญa por la desconocida que vestida de blanco se acercaba.El miedo me vencรญa, querรญa correr y luchaba por quedarme. La mujer se acercaba cada vez mรกs. Me mirรณ desde lejos, quise irme aรบn; pero ya era tarde.
El miedo y luego la apacible mirada de aquella mujer me lo impedรญan. Acercรณse la seรฑora. Yo, de pie, quitรกndome la gorra le dije:
–Buenas tardes, seรฑora...
–¿Me conoces?...
–Mamรก me ha dicho que se debe saludar a las personas mayores... La seรฑora me acariciรณ sonriendo tristemente y me preguntรณ:
–¿Te gusta mucho el mar?
–Sรญ, seรฑora. Vengo todas las tardes.
–¿Y te quedas dormido?...
–¿Usted vino ayer seรฑora?...
–No; pero cuando los niรฑos se quedan dormidos a la orilla del mar, y son buenos, viene un รกngel y les regala una medalla. ¿A ti te ha regalado el รกngel?...
Yo sonreรญ incrรฉdulo; la dama lo comprendiรณ, y conversando, perdido el temor hacia la seรฑora vestida de blanco, cogido de su mano, emprendรญ la vuelta a la poblaciรณn.
Al llegar a la plazuela del Castillo, vimos unos hombres que levantaban una especie de torre de caรฑas.
–¿Quรฉ hacen esos hombres?
-me preguntรณ la seรฑora.
–Papรก nos ha dicho que estรกn preparando el castillo para quemar a Judas el sรกbado de gloria.
–¿A Judas? ¿Quiรฉn te ha dicho eso? Y abriรณ desmesuradamente los ojos.
–Papรก dice que Judas tiene que venir el sรกbado por la noche y que todos los hombres del pueblo, los marineros, los trabajadores del muelle, los cargadores de la Estaciรณn, van a quemarlo, porqueJudas es muy malo... Papรก nos traerรก para que lo veamos...
–¿Y tรบ sabes por quรฉ lo queman?...
–Sรญ, seรฑora. Mamรก dice que lo queman porque traicionรณ alSeรฑor...
–¿Y no te da pena que lo quemen?...
–No, seรฑora. Que lo quemen. Por รฉl los judรญos mataron a nuestro Seรฑor Jesucristo. Si รฉl no lo hubiese vendido, ¿cรณmo habrรญan sabido quiรฉn era los judรญos?...
La seรฑora no contestรณ. Seguimos en silencio hasta la poblaciรณn. Los hombres se quedaron trabajando y al despedirsela seรฑora blanca me dio un beso y me preguntรณ:
–Dime, ¿tรบ no perdonarรญas a Judas?...
–No, seรฑora blanca; no lo perdonarรญa.
La dama se marchรณ por la orilla oscura y yo tomรฉ el camino de mi casa. Despuรฉs de la comida me acostรฉ.
VI
Estuve varios dรญas sin volver a la playa, pero el sรกbado de gloria en que debรญan quemar a Judas, salรญ a la playa para dar un paseo y ver en la plaza el cuerpo del criminal, pues segรบn papรก, ya estaba allรญ esperando su castigo el traidor, rodeado de marineros, cargadores, hombres del pueblo y pescadores de SanAndrรฉs. Salรญ a las cuatro de la tarde y me fui caminando por la orilla. Lleguรฉ al sitio donde Judas, en medio del pueblo, se elevaba, pero le tenรญan cubierto con una tela y sรณlo se le veรญa la cabeza. Tenรญa dos ojos enormes, abiertos, iracundos, pero sin pupilas y la inexpresiva mirada se tendรญa sobre la inmensidad del mar. Seguรญ caminando y al llegar a la mitad de la curva, distinguรญa la seรฑora blanca que venรญa del lado de San Andrรฉs. Pronto llegรณ hasta mรญ. Estaba pรกlida y me pareciรณ enferma. Sobre su vestido blanco y bajo el sombrero alรณn, su rostro tenรญa una palidez de marfil. ¡Era tan blanca! Sus facciones afiladas parecรญan no tener sangre; su mirada era hรบmeda, amorosa y penetrante. Hablamos largo rato.
–¿Has visto a Judas?
–Lo he visto, seรฑora blanca...
–¿Te da miedo?...
–Es horrible... A mรญ me da mucho miedo...
–¿Y ya le has perdonado?...
–No, seรฑora, yo no lo perdono. Dios se resentirรญa conmigo si le perdonase... ¿Usted viene esta noche a verlo quemar?...
–Sรญ.
–¿A quรฉ hora?...
–Un poco tarde. ¿Tรบ me reconocerรญas de noche?... ¿No te olvidarรญas de mi cara? Fรญjate bien
-y me mirรณ extraรฑamente
-Fรญjate bien en mi cara... Yo vendrรฉ un poco tarde... Dime, ¿le has visto tรบ los ojos a Judas?... –Sรญ, seรฑora. Son inmensos, blancos, muy blancos...
–¿Dรณnde miran?...
–Al mar...
–¿Estรกs seguro? ¿Miran al mar? ¿Te has fijado bien?...
–Sรญ, seรฑora blanca, miran al mar...
Sobre la arena donde nos habรญamos sentado, la seรฑora mirรณ largamente el ocรฉano. Un momento permaneciรณ silenciosa y luego ocultรณ su cara entre las manos. Aรบn me pareciรณ mรกs pรกlida.
–Vamos
-me dijo.
Yo la seguรญ. Caminamos en silencio a travรฉs de la playa, pero al acercarnos a la plazuela donde estaba el cuerpo de Judas, la seรฑora se detuvo y mirando al suelo, me dijo:
–Fรญjate bien en รฉl... Me vas a contar adรณnde mira. Fรญjate bien...Fรญjate bien.Y al pasar ante el cuerpo, ella volviรณ la cara hacia el mar, parano ver la cara de Judas. Parecรญa temblar su mano, que me tenรญa cogido por el brazo, y al alejarnos me decรญa:
–Fรญjate adรณnde mira, de quรฉ color son sus ojos, fรญjate, fรญjate...Pasamos. Yo tenรญa miedo. Sentรญ temblar fuertemente a la seรฑora, que me preguntรณ nuevamente:
–¿Dรณnde miran los ojos? –Al mar, seรฑora blanca... Bien lejos, bien lejos...
Ya era tarde. La noche empezรณ a caer y las luces de los barcos se anunciaron dรฉbilmente en la bahรญa. Al llegar a la altura de mi casa, la seรฑora me dio un beso en la frente, un beso muy largo, y me dijo:
–¡Adiรณs!
La noche tenรญa un color brumoso, pero no tan negro como otras veces. Avancรฉ hasta mi casa pensativo, y encontrรฉ a mi madre llorando, porque debรญa salir un barco a esa hora y papรก debรญa ir a despacharlo. Nos sentamos a la mesa. Allรญ se oรญa rugir el mar, poderoso y amenazador. Madre no tomรณ nada y me atrevรญa preguntarle:
–Mamรก, ¿no vamos a ver quemar a Judas?...
–Si papรก vuelve pronto. Ahora vamos a rezar...
Nos levantamos de la mesa. Atravesarnos el patiecillo. Mi hermana se habรญa dormido y la criada la llevaba en brazos. La luna se dibujaba opacamente en el cielo. Llegamos al dormitorio de mi madre y ante el altar, donde habรญa una virgen del Carmen muy linda, nos arrodillamos. Iniciamos el rezo. Mamรก decรญa en su oraciรณn:
–Por los caminantes, navegantes, cautivos cristianos y encarcelados...
Sentimos, inusitadamente, ruidos, carreras, voces y lamentaciones. Las gentes corrรญan gritando y de pronto oรญmos un sonido estridente, caracterรญstico, como el pitear de un buque perdido. Una voz gritรณ cerca de la puerta:
–¡Un naufragio!
Salimos despavoridos, en carrera loca, hacia la calle. El pueblo corrรญa hacia la ribera. Mamรก empezรณ a llorar. En ese momento apareciรณ mi padre y nos dijo:
–Un naufragio. Hace una hora que he despachado el buque.
Seguramente ha encallado...
El buque llamaba con un silbido doloroso, como si se quejara de un agudo dolor, implorante, solemne, frรญo. La luna seguรญa opacada.
Salimos todos a la playa y pudimos ver que el barco hacรญa girar un reflector y que del muelle salรญan unos botes en su ayuda.
El pueblo se preparaba. Estaba reunido alrededor de la orilla, alistaba febrilmente sus embarcaciones, algunos habรญan sacado linternas y farolillos y auscultaban el aire. Una voz ronca recorrรญa la playa como una ola, pasaba de boca en boca y estallaba:
–¡Un naufragio!
Era el eterno enemigo de la gente del mar, de los pescadores, que se lanzaban en los frรกgiles botes, de las mujeres que los esperaban temerosas, a la caรญda de la tarde; el eterno enemigo de todos los que viven a la orilla... El terrible enemigo contra el que luchan todas las creencias y supersticiones de los pueblos costaneros; que surge de repente, que a veces es el molino desconocido y siniestro que lleva a los pescadores hacia un vรณrtice extraรฑo y no los deja volver mรกs a la costa; otras veces el peligro surge en forma de viento que aleja de la costa las embarcaciones para perderlas en la inmensidad azul y verde del mar. Y siempre que aparece este espรญritu desconocido ysorpresivo las gentes sencillas vibran y oran al apรณstol pescador, su patrรณn y guรญa, porque seguramente alguna vida ha sido sacrificada.
Aรบn oรญmos el rumor de las gentes del mar. Cuando empezรณ a retirarse, se apagaron los reflectores y el piteo cesรณ. Nadie comprendรญa por quรฉ el barco se alejaba; pero cuando รฉste se perdรญa hacia el sur, todo el pueblo, pensativo, silencioso e inmenso, regresรณ por las calles y se encaminรณ a la plaza en la queJudas iba a ser sacrificado. Mamรก no quiso ir, pero papรก y yo fuimos a verle.
Caminamos todo el barrio del Castillo y al terminarlo y entrar a la plazoleta, la fiesta se anunciรณ con una viva luz sangrienta. A los pies de Judas ardรญa una enorme y roja llamarada que hacรญa nubes de humo y que iluminaba por dentro el deforme cuerpo del condenado, a quien yo querรญa ver de frente.
Pero al verlo tuve miedo. Miedo de sus grandes ojos que se iluminaban de un tono casi rosado. Busquรฉ entre los que nos rodeaban a la seรฑora blanca, pero no la vi. La plaza estaba llena, el pueblo la ocupaba toda y de pronto, de la casa que estaba a la espalda de Judas y que daba frente al mar, salieron varios hombres con hachones encendidos y avanzaron entre la multitud hacia Judas.
–¡Ya lo van a quemar! -gritรณ el pueblo. Los hombres llegaron.Los hachones besaron los pies del traidor y una llama inmensa apareciรณ violentamente. Acercaron un barril de alquitrรกn y la llamarada aumentรณ.
Entonces fue el prodigio. Al encenderse el cuerpo de Judas, los ojos con el reflejo de la luz tornรกronse rojos, con un rojo iracundo y amenazador; y como si toda aquella gente semi- perdida en la oscuridad y en las llamas, hubiera pensado en los ojos del ajusticiado, siguiรณ la mirada sangrienta de รฉste que fue a detenerse en el mar. Un punto negro habรญa al final de la mirada que casi todo el pueblo seรฑalรณ. Un golpe de luz de la luna iluminรณ el punto lejano y el pueblo, que aquella noche estaba como poseรญdo de una extraรฑa preocupaciรณn, gritรณ abandonando la plaza y lanzรกndose a la orilla:
–¡Un ahogado, un ahogado!...
Se produjo un tumulto horrible. Un clamor general que tenรญa algo de plegaria y de oraciรณn, de maldiciรณn pavorosa y de tragedia, se elevรณ hacia el mar, en esa noche sangrienta.
–¡Un ahogado!
El punto era traรญdo mansamente por las olas hacia la playa. Al grito unรกnime siguiรณ un silencio absoluto en el que podรญa percibirse el nudo manso del mar. Cada uno de los allรญ presentes esperaba la llegada del desconocido cadรกver, con un presentimiento doloroso y silente. La luna empezรณ a clarear.Debรญa ser muy tarde y por fin se distinguiรณ un cadรกver ya muy cerca de la orilla, que parecรญa tener encima una blanca sรกbana. La luna tuvo una coloraciรณn violeta y alumbrรณ aรบn el cadรกver que poco a poco iba acercรกndose.
–¡Un marinero!, gritaron algunos.
–¡Un niรฑo!, dijeron otros. –¡Una mujer!, exclamaron todos. Algunos se lanzaron al mar y sacaron el cadรกver a la orilla. El pueblo se agrupรณ al derredor. Le clavaban las luces de las linternas, se peleaban por verle, pero como allรญ en la orilla no hubiese luz bastante, lo cargaron y lo llevaron hacia los pies de Judas que aรบn ardรญa en el centro de la plaza. Todo el pueblo volvรญa a ella y con รฉl yo -cogido siempre de la mano de papรก-. Llegaron, colocaron en tierra el cadรกver y ardiรณ el รบltimo resto del cuerpo de Judas quedando sรณlo la cabeza, cuyos dos ojos ya no miraban a ningรบn lugar sino a todos. Yo tenรญa una extraรฑa curiosidad por ver el cadรกver. Mi padre seguramente no deseaba otra cosa, hizo abrir sitio y como las gentes de mar lo conocรญan y respetaban, le hicieron pasar y llegarnos hasta รฉl.
Vi un grupo de hombres todos mojados, con la cabeza inclinada teniendo en la mano sus sombreros, silenciosos, rodeando el cadรกver, vestido de blanco, que estaba en el suelo. Vilas telas destrozadas y el cuerpo casi desnudo de una mujer. Fue una horrible visiรณn que no olvido nunca. La cabeza echada haciaatrรกs, cubierto el rostro con el cabello desgreรฑado. Un hombre de esos se inclinรณ, descubriรณ la cara y entonces tuve la mรกs horrible sensaciรณn de mi vida. Di un grito extraรฑo, inconsciente, y me abracรฉ a las piernas de mi padre.
–¡Papรก, papรก, si es la seรฑora blanca! ¡La seรฑora blanca, papรก!...
Creรญ que el cadรกver me miraba, que me reconocรญa; que Judas ponรญa sus ojos sobre รฉl y di un segundo grito mรกs fuerte y terrible que el primero.
–¡Sรญ; perdono a Judas,seรฑora blanca, sรญ, lo perdono!...
Padre me cogiรณ como loco, me apretรณ contra su pecho, y yo,con los ojos muy abiertos, vi mientras que mi padre me llevaba,rojos y sangrientos, acusadores, siniestros y terribles, los ojos de Judas que miraban por รบltima vez, mientras el pueblo sedesgranaba silencioso y unos cuantos hombres se inclinabansobre el cadรกver blanco.
Ocultรกbase la luna...