¡Hola, lectores de Mar de fondo! El cuento de hoy llega con el sello de Edgar Allan Poe, y se trata de uno de los primeros cuentos de misterio y terror escritos por el autor. As铆 que prep谩rate porque est谩s por sumergirte en un relato fascinante al igual que el personaje de esta historia ¡Disfruta tu lectura!
EL MANUSCRITO HALLADO EN UNA BOTELLA
Sobre mi pa铆s y mi familia tengo poco que decir. Un trato injusto y el paso de los a帽os me han alejado de uno y malquistado con la otra. Mi patrimonio me permiti贸 recibir una educaci贸n poco com煤n y una inclinaci贸n contemplativa permiti贸 que convirtiera en met贸dicos los conocimientos diligentemente adquiridos en tempranos estudios. Pero por sobre todas las cosas me proporcionaba gran placer el estudio de los moralistas alemanes; no por una desatinada admiraci贸n a su elocuente locura, sino por la facilidad con que mis r铆gidos h谩bitos mentales me permit铆an detectar sus falsedades. A menudo se me ha reprochado la aridez de mi talento; la falta de imaginaci贸n se me ha imputado como un crimen; y el escepticismo de mis opiniones me ha hecho notorio en todo momento. En realidad, temo que una fuerte inclinaci贸n por la filosof铆a f铆sica haya te帽ido mi mente con un error muy com煤n en esta 茅poca: hablo de la costumbre de referir sucesos, aun los menos susceptibles de dicha referencia, a los principios de esa disciplina. En definitiva, no creo que nadie haya menos propenso que yo a alejarse de los severos l铆mites de la verdad, dej谩ndose llevar por el ignes fatui de la superstici贸n. Me ha parecido conveniente sentar esta premisa, para que la historia incre铆ble que debo narrar no sea considerada el desvar铆o de una imaginaci贸n desbocada, sino la experiencia aut茅ntica de una mente para quien los ensue帽os de la fantas铆a han sido letra muerta y nulidad.
Despu茅s de muchos a帽os de viajar por el extranjero, en el a帽o 18… me embarqu茅 en el puerto de Batavia, en la pr贸spera y populosa isla de Java, en un crucero por el archipi茅lago de las islas Sonda. Iba en calidad de pasajero, s贸lo inducido por una especie de nerviosa inquietud que me acosaba como un esp铆ritu mal茅volo.
Nuestro hermoso nav铆o, de unas cuatrocientas toneladas, hab铆a sido construido en Bombay en madera de teca de Malabar con remaches de cobre. Transportaba una carga de algod贸n en rama y aceite, de las islas Laquevidas. Tambi茅n llev谩bamos a bordo fibra de corteza de coco, az煤car morena de las Islas Orientales, manteca clarificada de leche de b煤falo, granos de cacao y algunos cajones de opio. La carga hab铆a sido mal estibada y el barco escoraba.
Zarpamos apenas impulsados por una leve brisa, y durante muchos d铆as permanecimos cerca de la costa oriental de Java, sin otro incidente que quebrara la monoton铆a de nuestro curso que el ocasional encuentro con los peque帽os barquitos de dos m谩stiles del archipi茅lago al que nos dirig铆amos.
Una tarde, apoyado sobre el pasamanos de la borda de popa, vi hacia el noroeste una nube muy singular y aislada. Era notable, no s贸lo por su color, sino por ser la primera que ve铆amos desde nuestra partida de Batavia. La observ茅 con atenci贸n hasta la puesta del sol, cuando de repente se extendi贸 hacia este y oeste, ci帽endo el horizonte con una angosta franja de vapor y adquiriendo la forma de una larga l铆nea de playa. Pronto atrajo mi atenci贸n la coloraci贸n de un tono rojo oscuro de la luna, y la extra帽a apariencia del mar. 脡ste sufr铆a una r谩pida transformaci贸n y el agua parec铆a m谩s transparente que de costumbre. Pese a que alcanzaba a ver claramente el fondo, al echar la sonda comprob茅 que el barco navegaba a quince brazas de profundidad. Entonces el aire se puso intolerablemente caluroso y cargado de exhalaciones en espiral, similares a las que surgen del hierro al rojo. A medida que fue cayendo la noche, desapareci贸 todo vestigio de brisa y resultaba imposible concebir una calma mayor. Sobre la toldilla ard铆a la llama de una vela sin el m谩s imperceptible movimiento, y un largo cabello, sostenido entre dos dedos, colgaba sin que se advirtiera la menor vibraci贸n. Sin embargo, el capit谩n dijo que no percib铆a indicaci贸n alguna de peligro, pero como naveg谩bamos a la deriva en direcci贸n a la costa, orden贸 arriar las velas y echar el ancla. No apost贸 vig铆as y la tripulaci贸n, compuesta en su mayor铆a por malayos, se tendi贸 deliberadamente sobre cubierta. Yo baj茅… sobrecogido por un mal presentimiento. En verdad, todas las apariencias me advert铆an la inminencia de un sim煤n. Transmit铆 mis temores al capit谩n, pero 茅l no prest贸 atenci贸n a mis palabras y se alej贸 sin dignarse a responderme. Sin embargo, mi inquietud me imped铆a dormir y alrededor de medianoche sub铆 a cubierta. Al apoyar el pie sobre el 煤ltimo pelda帽o de la escalera de c谩mara me sobresalt贸 un ruido fuerte e intenso, semejante al producido por el giro veloz de la rueda de un molino, y antes de que pudiera averiguar su significado, percib铆 una vibraci贸n en el centro del barco. Instantes despu茅s se desplom贸 sobre nosotros un furioso mar de espuma que, pasando por sobre el puente, barri贸 la cubierta de proa a popa.
La extrema violencia de la r谩faga fue, en gran medida, la salvaci贸n del barco. Aunque totalmente cubierto por el agua, como sus m谩stiles hab铆an volado por la borda, despu茅s de un minuto se enderez贸 pesadamente, sali贸 a la superficie, y luego de vacilar algunos instantes bajo la presi贸n de la tempestad, se enderez贸 por fin.
Me resultar铆a imposible explicar qu茅 milagro me salv贸 de la destrucci贸n. Aturdido por el choque del agua, al volver en m铆 me encontr茅 estrujado entre el m谩stil de popa y el tim贸n. Me puse de pie con gran dificultad y, al mirar, mareado, a mi alrededor, mi primera impresi贸n fue que nos encontr谩bamos entre arrecifes, tan tremendo e inimaginable era el remolino de olas enormes y llenas de espuma en que est谩bamos sumidos. Instantes despu茅s o铆 la voz de un anciano sueco que hab铆a embarcado poco antes de que el barco zarpara. Lo llam茅 con todas mis fuerzas y al rato se me acerc贸 tambaleante. No tardamos en descubrir que 茅ramos los 煤nicos sobrevivientes. Con excepci贸n de nosotros, las olas acababan de barrer con todo lo que se hallaba en cubierta; el capit谩n y los oficiales deb铆an haber muerto mientras dorm铆an, porque los camarotes estaban totalmente anegados. Sin ayuda era poco lo que pod铆amos hacer por la seguridad del barco y nos paraliz贸 la convicci贸n de que no tardar铆amos en zozobrar. Por cierto que el primer embate del hurac谩n destroz贸 el cable del ancla, porque de no ser as铆 nos habr铆amos hundido instant谩neamente. Naveg谩bamos a una velocidad tremenda, y las olas romp铆an sobre nosotros. El maderamen de popa estaba hecho a帽icos y todo el barco hab铆a sufrido grav铆simas aver铆as; pero comprobamos con j煤bilo que las bombas no estaban atascadas y que el lastre no parec铆a haberse descentrado. La primera r谩faga hab铆a amainado, y la violencia del viento ya no entra帽aba gran peligro; pero la posibilidad de que cesara por completo nos aterrorizaba, convencidos de que, en medio del oleaje siguiente, sin duda, morir铆amos. Pero no parec铆a probable que el justificado temor se convirtiera en una pronta realidad. Durante cinco d铆as y noches completos -en los cuales nuestro 煤nico alimento consisti贸 en una peque帽a cantidad de melaza que trabajosamente logramos procurarnos en el castillo de proa- la carcasa del barco avanz贸 a una velocidad imposible de calcular, impulsada por sucesivas r谩fagas que, sin igualar la violencia del primitivo Sim煤n, eran m谩s aterrorizantes que cualquier otra tempestad vivida por m铆 en el pasado. Con peque帽as variantes, durante los primeros cuatro d铆as nuestro curso fue sudeste, y debimos haber costeado Nueva Holanda. Al quinto d铆a el fr铆o era intenso, pese a que el viento hab铆a girado un punto hacia el norte. El sol nac铆a con una enfermiza coloraci贸n amarillenta y trepaba apenas unos grados sobre el horizonte, sin irradiar una decidida luminosidad. No hab铆a nubes a la vista, y sin embargo el viento arreciaba y soplaba con furia despareja e irregular. Alrededor de mediod铆a -aproximadamente, porque s贸lo pod铆amos adivinar la hora- volvi贸 a llamarnos la atenci贸n la apariencia del sol. No irradiaba lo que con propiedad podr铆amos llamar luz, sino un resplandor opaco y l煤gubre, sin reflejos, como si todos sus rayos estuvieran polarizados. Justo antes de hundirse en el mar turgente su fuego central se apag贸 de modo abrupto, como por obra de un poder inexplicable. Qued贸 s贸lo reducido a un aro plateado y p谩lido que se sumerg铆a de prisa en el mar insondable.
Esperamos en vano la llegada del sexto d铆a -ese d铆a que para m铆 no ha llegado y que para el sueco no lleg贸 nunca. A partir de aquel momento quedamos sumidos en una profunda oscuridad, a tal punto que no hubi茅ramos podido ver un objeto a veinte pasos del barco. La noche eterna continu贸 envolvi茅ndonos, ni siquiera atenuada por la fosforescencia brillante del mar a la que nos hab铆amos acostumbrado en los tr贸picos. Tambi茅n observamos que, aunque la tempestad continuaba rugiendo con interminable violencia, ya no conservaba su apariencia habitual de olas ni de espuma con las que antes nos envolv铆a. A nuestro alrededor todo era espanto, profunda oscuridad y un negro y sofocante desierto de 茅bano. Un terror supersticioso fue creciendo en el esp铆ritu del viejo sueco, y mi propia alma estaba envuelta en un silencioso asombro. Abandonarnos todo intento de atender el barco, por considerarlo in煤til, y nos aseguramos lo mejor posible a la base del palo de mesana, clavando con amargura la mirada en el oc茅ano inmenso. No habr铆a manera de calcular el tiempo ni de prever nuestra posici贸n. Sin embargo ten铆amos plena conciencia de haber avanzado m谩s hacia el sur que cualquier otro navegante anterior y nos asombr贸 no encontrar los habituales impedimentos de hielo. Mientras tanto, cada instante amenazaba con ser el 煤ltimo de nuestras vidas… olas enormes, como monta帽as se precipitaban para abatirnos. El oleaje sobrepasaba todo lo que yo hubiera imaginado, y fue un milagro que no zozobr谩ramos instant谩neamente. Mi acompa帽ante hablaba de la liviandad de nuestro cargamento y me recordaba las excelentes cualidades de nuestro barco; pero yo no pod铆a menos que sentir la absoluta inutilidad de la esperanza misma, y me preparaba melanc贸licamente para una muerte que, en mi opini贸n, nada pod铆a demorar ya m谩s de una hora, porque con cada nudo que el barco recorr铆a el mar negro y tenebroso adquir铆a m谩s violencia. Por momentos jade谩bamos para respirar, elevados a una altura superior a la del albatros… y otras veces nos mareaba la velocidad de nuestro descenso a un infierno acuoso donde el aire se estancaba y ning煤n sonido turbaba el sopor del “kraken”.
Nos encontr谩bamos en el fondo de uno de esos abismos, cuando un repentino grito de mi compa帽ero reson贸 horriblemente en la noche. “¡Mire, mire!” exclam贸, chillando junto a mi o铆do, “¡Dios Todopoderoso! ¡Mire! ¡Mire!”. Mientras hablaba percib铆 el resplandor de una luz mortecina y rojiza que recorr铆a los costados del inmenso abismo en que nos encontr谩bamos, arrojando cierto brillo sobre nuestra cubierta. Al levantar la mirada, contempl茅 un espect谩culo que me hel贸 la sangre. A una altura tremenda, directamente encima de nosotros y al borde mismo del precipicio l铆quido, flotaba un gigantesco nav铆o, de quiz谩s cuatro mil toneladas. Pese a estar en la cresta de una ola que lo sobrepasaba m谩s de cien veces en altura, su tama帽o exced铆a el de cualquier barco de l铆nea o de la compa帽铆a de Islas Orientales. Su enorme casco era de un negro profundo y sucio y no lo adornaban los acostumbrados mascarones de los nav铆os. Una sola hilera de ca帽ones de bronce asomaba por los porta帽olas abiertas, y sus relucientes superficies reflejaban las luces de innumerables linternas de combate que se balanceaban de un lado al otro en las jarcias. Pero lo que m谩s asombro y estupefacci贸n nos provoc贸 fue que en medio de ese mar sobrenatural y de ese hurac谩n ingobernable, navegara con todas las velas desplegadas. Al verlo por primera vez s贸lo distinguimos su proa y poco a poco fue alz谩ndose sobre el sombr铆o y horrible torbellino. Durante un momento de intenso terror se detuvo sobre el vertiginoso pin谩culo, como si contemplara su propia sublimidad, despu茅s se estremeci贸, vacil贸 y… se precipit贸 sobre nosotros.
En ese instante no s茅 qu茅 repentino dominio de m铆 mismo surgi贸 de mi esp铆ritu. A los tropezones, retroced铆 todo lo que pude hacia popa y all铆 esper茅 sin temor la cat谩strofe. Nuestro propio barco hab铆a abandonado por fin la lucha y se hund铆a de proa en el mar. En consecuencia, recibi贸 el impacto de la masa descendente en la parte ya sumergida de su estructura y el resultado inevitable fue que me vi lanzado con violencia irresistible contra los obenques del barco desconocido.
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En el momento en que ca铆, la nave vir贸 y se escor贸, y supuse que la consiguiente confusi贸n hab铆a impedido que la tripulaci贸n reparara en mi presencia. Me dirig铆 sin dificultad y sin ser visto hasta la escotilla principal, que se encontraba parcialmente abierta, y pronto encontr茅 la oportunidad de ocultarme en la bodega. No podr铆a explicar por qu茅 lo hice. Tal vez el principal motivo haya sido la indefinible sensaci贸n de temor que, desde el primer instante, me provocaron los tripulantes de ese nav铆o. No estaba dispuesto a confiarme a personas que a primera vista me produc铆an una vaga extra帽eza, duda y aprensi贸n. Por lo tanto consider茅 conveniente encontrar un escondite en la bodega. Lo logr茅 moviendo una peque帽a porci贸n de la armaz贸n, y as铆 me asegur茅 un refugio conveniente entre las enormes cuadernas del buque.
Apenas hab铆a completado mi trabajo cuando el sonido de pasos en la bodega me oblig贸 a hacer uso de 茅l. Junto a m铆 escondite pas贸 un hombre que avanzaba con pasos d茅biles y andar inseguro. No alcanc茅 a verle el rostro, pero tuve oportunidad de observar su apariencia general. Todo en 茅l denotaba poca firmeza y una avanzada edad. Bajo el peso de los a帽os le temblaban las rodillas, y su cuerpo parec铆a agobiado por una gran carga. Murmuraba en voz baja como hablando consigo mismo, pronunciaba palabras entrecortadas en un idioma que yo no comprend铆a y empez贸 a tantear una pila de instrumentos de aspecto singular y de viejas cartas de navegaci贸n que hab铆a en un rinc贸n. Su actitud era una extra帽a mezcla de la terquedad de la segunda infancia y la solemne dignidad de un Dios. Por fin subi贸 nuevamente a cubierta y no lo volv铆 a ver.
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Un sentimiento que no puedo definir se ha posesionado de mi alma; es una sensaci贸n que no admite an谩lisis, frente a la cual las experiencias de 茅pocas pasadas resultan inadecuadas y cuya clave, me temo, no me ser谩 ofrecida por el futuro. Para una mente como la m铆a, esta 煤ltima consideraci贸n es una tortura. S茅 que nunca, nunca, me dar茅 por satisfecho con respecto a la naturaleza de mis conceptos. Y sin embargo no debe asombrarme que esos conceptos sean indefinidos, puesto que tienen su origen en fuentes totalmente nuevas. Un nuevo sentido… una nueva entidad se incorpora a mi alma.
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Hace ya mucho tiempo que recorr铆 la cubierta de este barco terrible, y creo que los rayos de mi destino se est谩n concentrando en un foco. ¡Qu茅 hombres incomprensibles! Envueltos en meditaciones cuya especie no alcanzo a adivinar, pasan a mi lado sin percibir mi presencia. Ocultarme ser铆a una locura, porque esta gente no quiere ver. Hace pocos minutos pas茅 directamente frente a los ojos del segundo oficial; no hace mucho que me aventur茅 a entrar a la cabina privada del capit谩n, donde tom茅 los elementos con que ahora escribo y he escrito lo anterior. De vez en cuando continuar茅 escribiendo este diario. Es posible que no pueda encontrar la oportunidad de darlo a conocer al mundo, pero tratar茅 de lograrlo. A 煤ltimo momento, introducir茅 el mensaje en una botella y la arrojar茅 al mar.
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Ha ocurrido un incidente que me proporciona nuevos motivos de meditaci贸n. ¿Ocurren estas cosas por fuerza de un azar sin gobierno? Me hab铆a aventurado a cubierta donde estaba tendido, sin llamar la atenci贸n, entre una pila de flechaduras y viejas velas, en el fondo de una balandra. Mientras meditaba en lo singular de mi destino, inadvertidamente tom茅 un pincel mojado en brea y pint茅 los bordes de una vela arrastradera cuidadosamente doblada sobre un barril, a mi lado. La vela ha sido izada y las marcas irreflexivas que hice con el pincel se despliegan formando la palabra descubrimiento.
脷ltimamente he hecho muchas observaciones sobre la estructura del nav铆o. Aunque bien armado, no creo que sea un barco de guerra. Sus jarcias, construcci贸n y equipo en general, contradicen una suposici贸n semejante. Alcanzo a percibir con facilidad lo que el nav铆o no es, pero me temo no poder afirmar lo que es. Ignoro por qu茅, pero al observar su extra帽o modelo y la forma singular de sus m谩stiles, su enorme tama帽o y su excesivo velamen, su proa severamente sencilla y su popa anticuada, de repente cruza por mi mente una sensaci贸n de cosas familiares y con esas sombras imprecisas del recuerdo siempre se mezcla la memoria de viejas cr贸nicas extranjeras y de 茅pocas remotas.
He estado estudiando el maderamen de la nave. Ha sido construida con un material que me resulta desconocido. Las caracter铆sticas peculiares de la madera me dan la impresi贸n de que no es apropiada para el prop贸sito al que se la aplicara. Me refiero a su extrema porosidad, independientemente considerada de los da帽os ocasionados por los gusanos, que son una consecuencia de navegar por estos mares, y de la podredumbre provocada por los a帽os. Tal vez la m铆a parezca una observaci贸n excesivamente ins贸lita, pero esta madera posee todas las caracter铆sticas del roble espa帽ol, en el caso de que el roble espa帽ol fuera dilatado por medios artificiales.
Al leer la frase anterior, viene a mi memoria el apotegma que un viejo lobo de mar holand茅s repet铆a siempre que alguien pon铆a en duda su veracidad. «Tan seguro es, como que hay un mar donde el barco mismo crece en tama帽o, como el cuerpo viviente del marino.”
Hace una hora tuve la osad铆a de mezclarme con un grupo de tripulantes. No me prestaron la menor atenci贸n y, aunque estaba parado en medio de todos ellos, parec铆an absolutamente ignorantes de mi presencia. Lo mismo que el primero que vi en la bodega, todos daban se帽ales de tener una edad avanzada. Les temblaban las rodillas achacosas; la decrepitud les inclinaba los hombros; el viento estremec铆a sus pieles arrugadas; sus voces eran bajas, tr茅mulas y quebradas; en sus ojos brillaba el lagrimeo de la vejez y la tempestad agitaba terriblemente sus cabellos grises. Alrededor de ellos, por toda la cubierta, yac铆an desparramados instrumentos matem谩ticos de la m谩s pintoresca y anticuada construcci贸n.
Hace un tiempo mencion茅 que hab铆a sido izada un ala del trinquete. Desde entonces, desbocado por el viento, el barco ha continuado su aterradora carrera hacia el sur, con todas las velas desplegadas desde la punta de los m谩stiles hasta los botalones inferiores, hundiendo a cada instante sus penoles en el m谩s espantoso infierno de agua que pueda concebir la mente de un hombre. Acabo de abandonar la cubierta, donde me resulta imposible mantenerme en pie, pese a que la tripulaci贸n parece experimentar pocos inconvenientes. Se me antoja un milagro de milagros que nuestra enorme masa no sea definitivamente devorada por el mar. Sin duda estamos condenados a flotar indefinidamente al borde de la eternidad sin precipitamos por fin en el abismo. Remontamos olas mil veces m谩s gigantescas que las que he visto en mi vida, por las que nos deslizamos con la facilidad de una gaviota; y las aguas colosales alzan su cabeza por sobre nosotros como demonios de las profundidades, pero como demonios limitados a la simple amenaza y a quienes les est谩 prohibido destruir. Todo me lleva a atribuir esta continua huida del desastre a la 煤nica causa natural que puede producir ese efecto. Debo suponer que el barco navega dentro de la influencia de una corriente poderosa, o de un impetuoso mar de fondo.
He visto al capit谩n cara a cara, en su propia cabina, pero, tal como esperaba, no me prest贸 la menor atenci贸n. Aunque para un observador casual no haya en su apariencia nada que puede diferenciarlo, en m谩s o en menos, de un hombre com煤n, al asombro con que lo contempl茅 se mezcl贸 un sentimiento de incontenible reverencia y de respeto. Tiene aproximadamente mi estatura, es decir cinco pies y ocho pulgadas. Su cuerpo es s贸lido y bien proporcionado, ni robusto ni particularmente notable en ning煤n sentido. Pero es la singularidad de la expresi贸n que reina en su rostro… es la intensa, la maravillosa, la emocionada evidencia de una vejez tan absoluta, tan extrema, lo que excita en mi esp铆ritu una sensaci贸n… un sentimiento inefable. Su frente, aunque poco arrugada, parece soportar el sello de una mir铆ada de a帽os. Sus cabellos grises son una historia del pasado, y sus ojos, a煤n m谩s grises, son sibilas del futuro. El piso de la cabina estaba cubierto de extra帽os pliegos de papel unidos entre s铆 por broches de hierro y de arruinados instrumentos cient铆ficos y obsoletas cartas de navegaci贸n en desuso. Con la cabeza apoyada en las manos, el capit谩n contemplaba con mirada inquieta un papel que supuse ser铆a una concesi贸n y que, en todo caso, llevaba la firma de un monarca. Murmuraba para s铆, igual que el primer tripulante a quien vi en la bodega, s铆labas obstinadas de un idioma extranjero, y aunque se encontraba muy cerca de m铆, su voz parec铆a llegar a mis o铆dos desde una milla de distancia.
El barco y todo su contenido est谩 impregnado por el esp铆ritu de la Vejez. Los tripulantes se deslizan de aqu铆 para all谩 como fantasmas de siglos ya enterrados; sus miradas reflejan inquietud y ansiedad, y cuando el extra帽o resplandor de las linternas de combate ilumina sus dedos, siento lo que no he sentido nunca, pese a haber comerciado la vida entera en antig眉edades y absorbido las sombras de columnas ca铆das en Baalbek, en Tadmor y en Pers茅polis, hasta que mi propia alma se convirti贸 en una ruina.
Al mirar a mi alrededor, me averg眉enzan mis anteriores aprensiones. Si tembl茅 ante la r谩faga que nos ha perseguido hasta ahora, ¿c贸mo no horrorizarme ante un asalto de viento y mar para definir los cuales las palabras tornado y sim煤n resultan triviales e ineficaces? En la vecindad inmediata del nav铆o reina la negrura de la noche eterna y un caos de agua sin espuma; pero aproximadamente a una legua a cada lado de nosotros alcanzan a verse, oscuramente y a intervalos, imponentes murallas de hielo que se alzan hacia el cielo desolado y que parecen las paredes del universo.
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Como imaginaba, el barco sin duda est谩 en una corriente; si as铆 se puede llamar con propiedad a una marea que aullando y chillando entre las blancas paredes de hielo se precipita hacia el sur con la velocidad con que cae una catarata.
Presumo que es absolutamente imposible concebir el horror de mis sensaciones; sin embargo la curiosidad por penetrar en los misterios de estas regiones horribles predomina sobre mi desesperaci贸n y me reconciliar谩 con las m谩s odiosa apariencia de la muerte. Es evidente que nos precipitamos hacia alg煤n conocimiento apasionante, un secreto imposible de compartir, cuyo descubrimiento lleva en s铆 la destrucci贸n. Tal vez esta corriente nos conduzca hacia el mismo polo sur. Debo confesar que una suposici贸n en apariencia tan extravagante tiene todas las probabilidades a su favor.
La tripulaci贸n recorre la cubierta con pasos inquietos y tr茅mulos; pero en sus semblantes la ansiedad de la esperanza supera a la apat铆a de la desesperaci贸n.
Mientras tanto, seguimos navegando con viento de popa y como llevamos todas las velas desplegadas, por momentos el barco se eleva por sobre el mar. ¡Oh, horror de horrores! De repente el hielo se abre a derecha e izquierda y giramos vertiginosamente en inmensos c铆rculos conc茅ntricos, rodeando una y otra vez los bordes de un gigantesco anfiteatro, el 谩pice de cuyas paredes se pierde en la oscuridad y la distancia. ¡Pero me queda poco tiempo para meditar en mi destino! Los c铆rculos se estrechan con rapidez… nos precipitamos furiosamente en la vor谩gine… y entre el rugir, el aullar y el atronar del oc茅ano y de la tempestad el barco trepida… ¡oh, Dios!… ¡y se hunde …!
FIN
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