Leamos la crítica de Ribeyro a "Los ríos profundos" de Arguedas

¡Buen día, lectores y lectoras! Siempre apasionados por la obra arguediana, reconocemos que el escritor peruano es uno de los representantes más acérrimos del indigenismo, y la novela "Los ríos profundos" también es un registro histórico, literario y cultura de nuestro país. Por eso hoy comparto la reseña del mencionado libro en la pluma de Julio Ramón Ribeyro, quien en 1959 escrito el texto que leerás a continuación y que hoy forma parte del libro "La caza sutil". 

la crítica de Ribeyro a "Los ríos profundos" de Arguedas
Imagen: Composición MF. 


¿Cómo conoció Julio Ramón Ribeyro a José María Arguedas? 



Ribeyro conoció a Arguedas personalmente en la casa del poeta Javier Sologuren.

Cuando Arguedas publicó precisamente esta novela (Los ríos profundos), Ribeyro lo elogió con el comentario que leerás a continuación.  "Arguedas lo apreció y me envió una carta muy calurosa y agradecida. Era muy formal en ese sentido", declaró Julio Ramón en una entrevista allá en 1993. 


CRÍTICA A LOS RÍOS PROFUNDOS


Quienes habíamos leído relatos tan admirables como «Agua», «Los escoleros», Yawar fiesta, esperábamos con impaciencia la aparición de Los ríos profundos, la novela de Arguedas hace tanto tiempo anunciada. La esperábamos, además, con cierta zozobra, casi con el temor de sufrir una decepción. Para un escritor, en efecto, el tránsito del cuento a la novela es una operación delicada, llena de riesgos, por cuanto lo que en apariencia solo consiste en modificar la extensión del relato implica, en el fondo, un cambio sustancial de su estructura. La lectura de esta novela, sin embargo, nos ha regocijado. En muchos pasajes hemos tenido la impresión de encontrarnos frente a una obra maestra; en otros, esta impresión ha decaído. Pero en general consideramos que esta obra es una de las más valiosas creaciones de la novelística peruana contemporánea.

Lo que admiramos en Arguedas, principalmente, es el amor con que escribe, con que describe. Cada objeto de la naturaleza, sea una piedra, un río, una planta, es para él un motivo de deslumbramiento. Estos objetos que para nosotros, hombres de la ciudad, mecanizados y sometidos a un paisaje de manufactura, no son más que desorden o azar, tienen para Arguedas infinidad de matices, de secretos, de significaciones y de nombres. Flaubert exclamaba en sus momentos de abatimiento: «Cuánto sería necesario saber para escribir hermosamente!». Arguedas escribe bien es una de las razones- porque conoce aquello de lo cual habla. El repertorio de objetos que conserva su memoria es, literariamente, un repertorio de palabras. Nosotros no habríamos podido emplear jamás la bella palabra «pisonaje» porque desconocíamos la existencia de esta flor.

Por otra parte, en Arguedas nos entusiasma la concepción animista que tiene de la naturaleza. Esta concepción que le viene por ancestro y por educación es típica de la literatura quechua, y es un elemento precioso que Arguedas ha trasladado a la literatura en español y con el cual la ha enriquecido. Para Arguedas el cerro de su pueblo, la corriente de Pachachaca, los grillos silbadores, su trompo de espino de naranjo son potestades benéficas o adversas con las cuales se encuentra en diálogo constante. Conviene insistir en este detalle porque en la obra de Arguedas como en las narraciones orientales, la literatura oral primitiva y la mitología de Occidente la naturaleza es despojada de su tedioso carácter ornamental y pasa a desempeñar el papel de un personaje.

El tema de Los ríos profundos viene a ser una refundición de los temas esbozados por Arguedas en sus narraciones precedentes.

Encontramos al niño indígena en pugna con un medio hostil que figura en Agua, al escolar de «Orovilca» definiéndose frente a sus compañeros de internado, al pequeño enamorado de «Warma Kuyay» e, incidentalmente, al músico popular y vagabundo de Diamantes y pedernales. Advertimos, sin embargo, la introducción de otros asuntos dentro de su dinámica narrativa, como el «motín de las chicheras» que da a la novela su dimensión social- y el relato de la peste, tan usados por otros autores, pero que en el presente caso posee un dramatismo logrado con maestría.




Además, el hecho de que la novela esté escrita en primera persona

-como la mayoría de los relatos de Arguedas- hace que este libro guarde una significativa vinculación con los anteriores y nos permite inducir que el autor continúa aún explotando la misma veta de experiencias.

La novela de Arguedas tiene, por añadidura, la cualidad que Sartre exigía a las novelas de nuestro tiempo: la de ser de un «testimonio» de un estado de cosas. A través de Los ríos profundos recibimos, a la par que las emociones estéticas, útiles referencias sobre las costumbres de la comunidad andina y la psicología de nuestra población indígena. Así, descubrimos o confirmamos, aparte del animismo ya mencionado, la función que desempeña el clero en la vida social y política de los pequeños pueblos, la coexistencia entre los indios de prácticas paganas y ritos católicos, la expresividad y la poesía de la lengua quechua, el papel de vehículo de la emoción popular y colectiva que juega la canción y, sobre todo, el estado de miseria y servilismo en que viven los colonos en las provincias del sur. A pesar de que la acción parece situarse en la década de 1930, esta novela podría ser una guía para el curioso de la sociología serrana en el Perú de nuestros días.

La actitud de Arguedas frente a los acontecimientos narrados no es una actitud polémica ni protestante. Esto es explicable por cuanto lo que lo ha movido a escribir no es tanto la indignación como la nostalgia. Arguedas deplora muchas de sus vivencias infantiles, pero, en general, las ama porque ellas han sido decisivas para la formación de su sensibilidad. Además, como la novela está escrita desde la perspectiva de un niño, todos los pronunciamientos de carácter ideológico quedan eliminados y el relato se carga, por el contrario, de un tono particularmente emotivo. No se trata, pues, de la «novela social» que podría esperarse de un hombre que quiere entrañablemente a su pueblo y que conoce mejor que nadie la dura realidad que afronta. Pero es fácil advertir, a través del relato, cuál es la posición del autor frente al problema indígena. Su reacción frente al «viejo» que deja pudrirse la fruta en sus depósitos, su intervención en el motín de las chicheras, su desprecio por los «huairuros» y los militares, la piedad que le despierta la «opa» y su solidaridad con los «colonos» son indicios claros de su actitud humana frente a la deplorable situación del indio peruano.

Entre los propósitos de Arguedas no figura el de llegar a ser un gran prosista. En repetidas ocasiones sacrifica la belleza a la expresividad. No obstante, su estilo da la impresión de ser un estilo elaborado y que lucha precisamente por no dejar vestigios de esta elaboración. Sus mejores momentos son aquellos en los cuales nos presenta su tableau, es decir, cuando la acción se detiene sea para intercalar una reminiscencia o para describir un escenario. En esos momentos, liberado temporalmente de la pericia por narrar, su estilo encuentra el reposo y el espacio suficiente para emprender un deslumbrante vuelo poético. Con su diálogo, en cambio, sucede lo contrario: su diálogo es particularmente acertado cuando acompaña a la acción o surge de ella. Sus diálogos estáticos, por el contrario, revelan cierta tendencia a la estilización de las réplicas, en especial, cuando los interlocutores son niños. En sus parlamentos, finalmente, advertimos el recurso ya utilizado en sus obras de transmitirnos el habla indígena mediante la alteración de la sintaxis y no mediante las modificaciones morfológicas.

Tampoco nos parece que Arguedas se preocupe mucho por la estructura de la novela. Nos da la impresión de que se encuentra un poco embarazado por el torrente de los acontecimientos narrados.

Es decir, nos gustaría ver organizarse a estos de acuerdo con un esquema más riguroso. La novela nos parece, por momentos, una sucesión de estampas. Su materia argumental es un poco difusa: no sabemos si la preocupación central de Arguedas ha sido narrar las peripecias de un niño serrano y vagabundo, el motín de las chicheras o el ambiente de un internado en la ciudad de Abancay.

Algunos personajes, trazados con destreza, como el «viejo» o el padre, desaparecen de la acción cuando todo invitaba a suponer que jugarían un papel más importante. Esa falta de unidad es, en suma, el escollo más grave con el que se afronta la novela autobiográfica: refleja casi necesariamente la incoherencia de la vida.

Ernesto, el personaje central, nos ha seducido en muchos aspectos. El desenlace deja entrever la posibilidad de que aún le queda una larga vida por delante. Nos gustaría verlo reaparecer en una novela igualmente bella que Los ríos profundos, pero de la cual se suprima una veintena de páginas.

26 de abril de 1959


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Mar de fondo

𝑆𝑜𝑦 𝐵𝑟𝑦𝑎𝑛 𝑉𝑖𝑙𝑙𝑎𝑐𝑟𝑒𝑧 (Lima, 1990) creador del Blog de Mar de fondo. Estudié Comunicaciones, Sociología y estoy escribiendo un libro. Soy un amante de los cuentos, cartas, diarios y novelas. Convencido de que "𝑈𝑛 𝑑𝑖́𝑎 𝑙𝑒𝑖́𝑑𝑜 𝑛𝑜 𝑒𝑠 𝑢𝑛 𝑑𝑖́𝑎 𝑝𝑒𝑟𝑑𝑖𝑑𝑜"

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