¡Qué tal, lectores! Hoy comparto con ustedes un texto breve de dos autores que me han regalado horas muy felices y entretenidas con sus cuentos. El cuento es por excelencia el relato del futuro de una masa lectora que se resiste a olvidar los libros. Esta carta de Julio Cortázar a su amigo Francisco Porrúa es de noviembre de 1964 y se refiere con gratitud a otro titán de las letras argentinas, Jorge Luis Borges ¡Leamos!
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LA ADMIRACIÓN ENTRE CORTÁZAR Y BORGES
Ya había mencionado con anterioridad en otro post que Jorge Luis Borges y Julio Cortázar se conocieron personalmente en 1960, cuando el joven escritor regresó a Argentina después de vivir varios años en Europa.
En aquellos años Borges era ya un escritor consagrado y lo atendió de muy buena manera, ya que ambos compartían el amor por la literatura y la escritura. Ambos tenían estilos muy diferentes, porque Borges era conocido por ser conciso y erudito; mientras que Cortázar se caracterizaba por su prosa poética y su experimentación narrativa de lo fantástico.
Se conocieron también en las letras pues Borges le publicó material literario a Cortázar sin antes conocerlo y esto jamás él lo olvidaría.
Estos dos grandes se admiraban bastante mutuamente y se influenciaron notablemente en su escritura. Borges, por ejemplo, elogió el cuento "Casa tomada" de Cortázar, y Cortázar se inspiró en la obra de Borges para escribir algunos de sus cuentos más conocidos, como "Continuidad de los parques".
Ahora sí, te dejó con esta breve pero íntima manifestación del escritor de Rayuela...
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LA CONMOVEDORA CARTA DE JULIO CORTÁZAR A JORGE LUIS BORGES
Che, espero humildemente que no sea un acto fallido, pero en la nómina me comí a Borges. Oh, no creo que sea un acto fallido, porque no te podés imaginar cómo se me llena el corazón de azúcar y de agua florida y de campanitas, cuando, al cruzar el hall de la Unesco con Aurora para ir a tomarnos un café a la hora en que está terminantemente prohibido y por lo tanto es muchísimo más sabroso, lo vimos a Borges con María Elena Vázquez, muy sentaditos en un sillón, probablemente esperando a Caillois.
Cuando me di cuenta, cuando reaccioné, ya nos estábamos abrazando con un afecto que me dejó sin habla. Mirá, fue algo maravilloso. Borges me apretó fuerte, ahí nomás me dijo: “Ah, Cortázar, a lo mejor, ¿no?, usted se acuerda, ¿no?, que yo le publiqué cosas suyas en aquella revista, ¿no? ¿Cómo se llamaba la revista, che, cómo se llamaba?”. Yo casi no podía hablar, porque el grado de idiotez a que llego en momentos así es casi sobrenatural, pero me emocionó tanto que se acordara con un orgullo de chico de esa labor de pionero que había hecho conmigo. Entonces le recordé a mi vez todo lo que eso había significado para mí, sobre todo porque él me había publicado sin conocerme personalmente, lo que le daba muchísimo más valor a la cosa. Y entonces Borges dijo: “Ah, sí, claro… Y usted a lo mejor se acuerda, ¿no?, que mi hermana Norah le hizo unos dibujos muy preciosos, ¿no?”.
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En fin, che, yo estaba hecho un pañuelo. Después lo escuchamos a Borges en su conferencia sobre literatura fantástica, dicha en un francés excelente, y a los días vino a la Unesco y les rajó una charla sobre Shakespeare que los dejó a todos mirando estrellas verdes. La chica Vázquez me arrancó la lectura de dos cuentos para una emisión de Radio Municipal, y se fueron a España. Por supuesto, los periodistas se ingeniaron como siempre para hacerle decir a Borges cuatro pavadas sobre política, pero qué poco importa, o en todo caso, qué poco me importa.
Carta a Francisco Porrúa.
París, 30 noviembre 1964
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