Sangre romana en el apartamento - Mar de fondo

El relato de una semana...

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Imagen tomada de Pinterest: https://pin.it/1Uh0735


Solo he conocido de cerca a dos italianos en mi vida, pero desde hace más de 10 años esa ha sido la segunda cultura que me ha cautivado en muchos sentidos. Por eso cuando llegué a Roma, al pisar suelo italiano, sentí cumplir uno de los sueños o caprichos de mi vida más anhelados. Se sentía bien. 

Estaba prendado de esta ciudad añeja, milenaria y misteriosa. Llegar no había sido sencillo, porque andábamos entre perdidos y maravillados. Desde el aeropuerto hasta la ciudad de Roma como en cualquier parte del mundo la gente va y viene ante los turistas que buscan direcciones como siguiendo el movimiento de un zancudo. Así salí de la estación del metro San Giovanni y junto a Mila estuvimos buscando la dirección de un buen amigo que nos alojaría en su departamento compartido, amigo que jamás había visto en persona, pero con quien habíamos hacho buenas migas gracias a las clases de italiano. 

La Av. Appia Nuova parecía un barrio bastante comercial una especie de Av. La colmena, y como dicen: "preguntando se llega a Roma", fue entonces que solo así pudimos encontrar aquel edificio con puerta de metal, gris y de vidrios espejosos, bien pesada. Allí pagué el primer precio cultural de tocar la puerta en el piso equivocado. En Europa occidental no se cuentan los pisos desde el "primero", sino desde el "cero"; de manera que el segundo se convierte en primero y el tercero en segundo y así sucesivamente. 

Como al tocar la puerta esta se abrió mostrando a una mujer italiana que dijo casi con displicencia que no conocía a ningún Renzo, no había otro remedio que esperar en el piso "zero". Tal vez mi amigo estaba aún estudiando y solo debía atender a que termine la jornada o tratar de conseguir una conexión que me permita escribirle. 

El asunto es que él nunca había salido de su departamento, nos estaba esperando y yo era el gilipollas que no había previsto el problema cultural y celular. En la entrada del edificio se colaba el sol de un otoño que parecía más verano, pero al subir las escalera de mármol el ambiente se tornaba sombrío, como retando al astro. Era definitivamente un set de una serie de Eurovisión si saben a lo que me refiero...con esos edificios del siglo XX. 

Fui bien recibido por mi amigo y su enorme corazón, pudimos conocer y aprovechar el tiempo al máximo de lo que hubiera costado hacerlo por cuenta propia. "Siempre es bueno conocer a alguien que conoce más", decía un tío. Pero este relato no es sobre conocer Roma, habría mucho material por rebanar de esa visita. Pero como siempre me pasan cosas extrañas en los lugares a donde voy, no pensé terminar parado frente a un italiano que yacía en el piso del departamento, con los pies apoyados en la pared y con la sangre escurriendo de su mano; balanceando la cabeza como negándole la bienvenida a la muerte. Estaba en una escena de Agatha Christie, era un personaje, un insumo de las escena del crimen.

El segundo día por la mañana, tuve que dejar el departamento por media hora mientras iba a entregar unas medicinas a una monja franciscana que vivía entre Lima y Roma. Salí raudo hacia la estación San Giovanni, advirtiendo de que el vecino de la habitación de al lado se encontraba en casa y despierto ya para la hora del desayuno. Mi amigo me había advertido que de todos sus roomate, éste era el más difícil de tratar, pero que no debíamos preocuparnos; sin embargo, de todos modos, una sensación de imprudencia se asentó en mi cerebro; la frase de "estén como en su casa", no terminaba de cuadrarme. 

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Después de hablar con la monja casi media hora. Subí de dos en dos las escaleras del metro y camine de regreso, el sol pegaba fuertísimo, anticipando una jornada de calor salvaje. Llevaba conmigo la llave del departamento que me había confiado mi amigo.

Lo que sucedido después fue una escena perturbadora. Al girar la llave y empujar la puerta encuentro a Mila tratando de hablar con el italiano entre señas y palabras sin sentido, porque este yacía en el suelo con la mano ensangrentada. ¡Qué ha pasado!, dije; "me ha tocado la puerta con la mano así".  

El chico yacía en el piso de ese departamento cubierto por sombras y franjas de sol, tenía las piernas arriba, por lo que asumí que era una técnica para evitar desvanecerse... con una mano en la frente y la otra alzada, me pedia "aiuto" (ayuda), para parar la sangre. Pensé que alguien lo había atacado o había sufrido alguna hemorragia. 

Grande fue mi sorpresa porque al cruzar con él algunas palabras me enteré que se había rebanado el dedo haciéndose el sanguche del desayuno ¡Accidente doméstico! pensé, pero parecía de repercusiones alarmantes. El joven italiano no se alzó del piso así que tuve que hacer del enfermero y tratar de pararle la sangre, echarle alcohol y ponerle gasas. Menuda tarea. El pobre muchacho tenía rostro entre compungido y avergonzado por su torpeza.  

La escena tragicómica es algo que no he podido borrar de mi mente. Hasta ahora cierro los ojos y me veo sentado en el piso con el italiano con patas para arriba y Mila con las manos en pecho como una Dolorosa.  Después de un rato, el joven se repuso y se fue andando a su cuarto, bastante agradecido. 

Horas más tarde al volver al departamento después de la jornada turística, cualquier sensación hostilidad que pudiese haber provocado nuestra presencia desapareció de donde siempre estuvo (en mi mente). El tránsito se hizo más libre y no es que nunca lo fue, pero los pesos mentales son los más difíciles de soltar.

A los días tuvimos que dejar la ciudad para irnos a Milán, no sin antes desvivirnos en agradecimientos a mi amigo. Dejé Roma y al italiano del dedo ensangrentado una noche de octubre, para terminar a las tres de la madrugada en una estación de buses de Bologna, pero esa es otra historia. 


NOTA: Los relatos expuestos en el Blog, son netamente vivencias y pensamientos de su autor. (Bryan Villacrez).  


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Mar de fondo

𝑆𝑜𝑦 𝐵𝑟𝑦𝑎𝑛 𝑉𝑖𝑙𝑙𝑎𝑐𝑟𝑒𝑧 (Lima, 1990) creador del Blog de Mar de fondo. Estudié Comunicaciones, Sociología y estoy escribiendo un libro. Soy un amante de los cuentos, cartas, diarios y novelas. Convencido de que "𝑈𝑛 𝑑𝑖́𝑎 𝑙𝑒𝑖́𝑑𝑜 𝑛𝑜 𝑒𝑠 𝑢𝑛 𝑑𝑖́𝑎 𝑝𝑒𝑟𝑑𝑖𝑑𝑜"

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