¡Buenos días, lectores! Umberto Eco se está convirtiendo en uno de mis autores favoritos. Desde hace semanas llevo sumergido en su novela más famosa "El nombre de la rosa". Por eso, hoy quiero compartir contigo un fragmento interesante de la novela, que me dejó impactado; esto a modo de motivación para animarlos a leer el libro ¡Leamos de qué se trata!
Imagen tomada de Pinterest: |
Para ponerlos un poco en contexto. (sin hacer spoiler).
Dos monjes, un exinquisidor y un aprendiz llegan a una Abadía (convento) para resolver el caso de un monje que apareció muerto lanzado desde una torre. En el trámite van sucediendo cosas extrañas y una de ella es la segunda muerte que se relata a continuación...
ASÍ DESCRIBE UMBERTO ECO EL SEGUNDO CRÍMEN EN EL NOMBRE DE LA ROSA
De pronto se alzaron clamores por el lado de la puerta septen-trional. Me pregunté cómo podía ser que los sirvientes, que debían de estar preparándose para iniciar sus tareas, perturbasen de aquel modo el oficio sagrado. En ese momento entraron tres porquerizos y, con el terror en el rostro, se acercaron al Abad para susurrarle algo. Al comienzo éste hizo ademán de calmarlos, como si no desease interrumpir el oficio, pero entraron otros sirvientes y los gritos se hicieron más fuertes: «¡Es un hombre, un hombre muerto", dijo alguien, y otros: «Un monje, ¿no has visto los zapatos?».
Los que estaban orando callaron. El Abad salió a toda prisa, haciéndole una señal al cillerero para que lo siguiese. Guillermo fue tras ellos, pero ya los otros monjes abandonaban sus asientos y se precipitaban fuera de la iglesia.
El cielo estaba claro y la capa de nieve sobre el suelo realzaba la luminosidad de la meseta. Detrás del coro, frente a los chique-ros, donde desde el día anterior se destacaba la presencia del gran recipiente para la sangre de los cerdos, un extraño objeto casi cruciforme asomaba del borde de la tinaja, como dos palos clavados en el suelo, que, cubiertos con trapos, sirviesen para espantar a los pájaros.
Pero eran dos piernas humanas, las piernas de un hombre clavado de cabeza en la vasija llena de sangre.
El Abad ordenó que extrajeran el cadáver del líquido infame (porque, lamentablemente, ninguna persona viva habría podido permanecer en aquella posición obscena). Vacilando, los porquerizos se acercaron al borde y, no sin mancharse, extrajeron la pobre cosa sanguinolenta. Como me habian explicado, si se mezclaba bien en seguida después del sacrificio, y se dejaba al frío, la sangre no se coagulaba, pero la capa que cubría el cadáver empezaba a endurecerse, empapaba la ropa y volvía el rostro irreconocible. Se acercó un sirviente con un cubo de agua y lo arrojó sobre el rostro del miserable despojo. Otro se inclinó con un paño para limpiarle las facciones. Y ante nuestros ojos apareció el rostro blanco de Venancio de Salvemec, el especialista en griego con quien habíamos conversado por la tarde ante los códices de Adelmo.
-Quizás Adelmo se haya suicidado -dijo Guillermo, mirando fijamente aquel rostro-, pero, sin duda, éste no. Y tampoco cabe pensar que haya trepado por casualidad hasta el borde de la tinaja y haya caído dentro por error.
El Abad se le acercó:
-Como veis, fray Guillermo, algo sucede en la abadía, algo que requiere toda vuestra sabiduría. Pero, os lo suplico, jactuad pronto.
-¿Estaba en el coro durante el oficio? -preguntó Guillermo, señalando el cadáver.
-No. Había notado que su asiento estaba vacío.
-¿No faltaba nadie más?
-Me parece que no. No vi nada.
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Guillermo vaciló antes de formular la siguiente pregunta, y luego la susurró, cuidando de que nadie más lo escuchara:
-¿Berengario estaba en su sitio?
El Abad lo miró con inquieta admiración, como dando casi a entender que se asombraba de que mi maestro abrigase una sospecha que durante un momento él mismo había abrigado, pero por razones más comprensibles. Después dijo rápidamente:
-Estaba. Su asiento se encuentra en la primera fila, casi a mi derecha.
-Desde luego -dijo Guillermo, todo esto no significa nada.
No creo que nadie, para entrar al coro, haya pasado por detrás del ábside, de modo que el cadáver pudo haber estado aquí desde hace varias horas, al menos desde que todos se fueron a dormir.
-Es cierto, los primeros sirvientes se levantan al alba, y por eso sólo lo han descubierto ahora.
Guillermo se inclinó sobre el...
FIN DEL FRAGMENTO...
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