La carta de Vladimir Nabokov a quienes lo tildaron de inmoral por "Lolita"

¡Hola, lectores! Comenzamos una nueva jornada literaria y en esta oportunidad les voy a compartir un texto valioso que encontré al final de "Lolita". Terminé el libro de Vladimir Nabokov y me ha dejado el sabor de una buena obra que recomiendo sin pensarlo dos veces. Pero también hablaré de la controversia que desató la publicación de este libro "vetado" en su momento ¡Leamos de qué se trata!

carta de Vladimir Nabokov a quienes lo tildaron de inmoral por "Lolita"
Imagen tomada de Pinterest. Porta de libro "Lolita".


La novela "Lolita" se publicó en 1955 y su autor el ruso estadounidense Vladimir Nabokov sufrió el veto y escándalo al ser tildado de inmoral, pues básicamente la obra aborda la obsesión de un adulto por una pequeña de 12 años a primera vista. Esto generó (como verás en el texto que te compartiré) que Nabokov tuviera problemas para encontrar un editor ya que el tema era demasiado polémico.

Con el tiempo se convirtió en una de las obras más controvertidas y discutidas de la literatura del siglo XX.

De qué trata Lolita


Para ponerte en contexto, querido lector, Lolita está narrada por el personaje ficticio Humbert Humbert, quien es un profesor de literatura de origen europeo, quién está obsesionado por una niña de 12 años llamada Dolores Haze y comienza a imaginar y provocar situaciones que satisfagan a su pervertida mente. La novela tiene partes muy sugerentes aunque bien cuidadas (como dice Nabokov) que el lector juzgará si son de escándalo o no.

El punto es que Humbert relata la historia desde la cárcel, a modo de expiación de sus pecados y confesión de sus actos. Todo empieza cuando llega a Ramsdale, una pequeña ciudad ficticia en la que Humbert Humbert se muda y alquila una habitación en la casa de Charlotte Haze, la madre de Lolita. Ésta se enamora del apuesto profesor francés y al morir (tienen que leer la novela), Humbert queda como tutor de la niña con quien mantiene una relación abusiva y manipuladora.

La crítica a Nobokov por Lolita


Algunos temas que podemos encontrar en esta novela son la obsesión y el amor prohibido, lo que nos hace cuestionar la moralidad y la legalidad del comportamiento de Humbert. También, como dije al inicio, hay una fuerte carga de manipulación para que el perturbado hombre someta a Dolores a sus oscuros deseos, lo que expone abuso de poder y explotación. Nabokov invita a los lectores a reflexionar sobre la naturaleza del bien y el mal, y sobre cómo se perciben y se juzgan.

$ads={2}


La controversia de esta historia se debe a su tema central: el abuso sexual. A pesar de ello la obra fue aclamada como obra maestra de la literatura por su ingenio y explotación de temas profundos y universales. Sin duda dejó una marca indeleble en la cultura popular, pues incluso fue llevada al cine en tres oportunidades: Lolita (1962), Lolita (1997) y Lolita (2003).

Por eso, lectores, a toda esta controversia Nabokov respondió de la siguiente manera:

ACERCA DE UN LIBRO TITULADO LOLITA


Vladimir Nabokov 
12 de noviembre de 1956

Terminé de copiar a mano la novela en la primavera de 1954, e inmediatamente empecé a buscarle editor.

Al principio, por consejo de un viejo amigo muy cauteloso, fui lo bastante dócil para estipular que el libro apareciera en forma anónima. No creo que me arrepienta nunca de haberme decidido, poco después, cuando comprendí hasta qué punto los tapujos podían perjudicar a mi causa, a firmar Lolita. Los cuatro editores norteamericanos, W, X, Y y Z, a quienes ofrecí el original y que lo pusieron en manos de sus consejeros editoriales, se escandalizaron a causa de Lolita hasta un punto que ni siquiera mi viejo y cauteloso amigo F. P. hubiera podido imaginar.

Aunque es cierto que en la antigua Europa, y hasta muy avanzado el siglo XVIII (en Francia hay ejemplos obvios), la salacidad deliberada no era incompatible con la comedia, ni con la sátira vigorosa, ni con el numen de un poeta de nota que se dejara llevar por un ramalazo de traviesa inspiración, no es menos cierto que en la época actual el término «pornografía» sugiere mediocridad, lucro y ciertas normas estrictas de narración. La obscenidad debe ir acompañada de la trivialidad, porque cualquier índole de placer estético ha de reemplazarse por entero por la simple estimulación sexual que exige el término tradicional, a fin de ejercer una acción directa sobre el paciente. El pornógrafo tiene que seguir esas viejas normas rígidas para que su paciente sienta la misma seguridad de satisfacción que, por ejemplo, los aficionados a los relatos policiacos -relatos en que, sí no se anda uno con cuidado, el verdadero asesino puede ser, con gran disgusto del aficionado, la originalidad artística (por ejemplo: ¿quién desearía un relato policiaco sin un solo diálogo?) -. Así, en las novelas pornográficas, la acción debe limitarse a la copulación de clichés. Estilo, estructura, imágenes, nunca han de distraer al lector de su tibia lujuria. La novela debe consistir en una alternancia de escenas sexuales. Los pasajes intermedios se reducirán a suturas de sentido, puentes lógicos del diseño más simple, breves exposiciones y explicaciones que el lector, probablemente, omitirá, pero cuya existencia debe reconocer para no sentirse defraudado (una mentalidad que emana de la rutina de los cuentos de hadas «verdaderos» de la niñez).

Además, las escenas sexuales del libro han de ir in crescendo, con nuevas variantes, nuevas combinaciones, nuevos sexos y un continuo incremento en el número de participantes (en una obra teatral de Sade incluso llaman al jardinero); por lo tanto, el final del libro debe estar más repleto de lascivia que los capítulos iniciales.

Algunas técnicas al comienzo de Lolita (el diario de Humbert, por ejemplo) hicieron pensar a mis primeros lectores que sería un libro obsceno. Esperaban esa sucesión de escenas eróticas cada vez más fuertes; cuando éstas se detuvieron, también se detuvieron los lectores, aburridos, y abandonaron el libro.

Sospecho que éste es uno de los motivos por los cuales en ninguna de las cuatro empresas editoras leyeron el original. No me importó que lo consideraran o no pornográfico. Su negativa a comprar el libro no se basaba en mi tratamiento del rema, sino en el tema mismo, pues hay, por lo menos, tres temas absolutamente prohibidos para casi todos los editores norteamericanos. Los otros dos son: un casamiento entre negro y blanca, o viceversa, armonioso y feliz, que fructifique en montones de hijos y nietos, y el ateo total que lleva una vida feliz y útil y muere mientras duerme a los ciento seis años.

Algunas reacciones fueron muy divertidas. Un consejero de una de las editoriales sugirió que su empresa podía considerar la publicación si convertía a Lolita en un chiquillo de doce años al que seducía Humbert, un granjero, en un pajar, en un ambiente agreste y árido, todo ello expuesto con frases breves, fuertes, «realistas» («Se comporta como un loco. Todos nos comportamos como locos, supongo. Dios se comporta como un loco, supongo», etcétera). Aunque parece que todo el mundo debería saber que detesto los símbolos y las alegorías (cosa que, en parte, se debe a mi vieja enemistad con el vuduismo freudiano y, en parte, a mi odio hacia las generalizaciones fraguadas por sociólogos y mitólogos literarios), un consejero -por lo demás inteligente- que hojeó la primera parte describió a Lolita como «el Viejo Mundo que pervierte al Nuevo», mientras que otro vio en ella a «la joven América pervirtiendo a la vieja Europa». El editor X, cuyos consejeros se aburrieron tanto con Humbert que nunca pasaron de la página 174, tuvo el candor de escribirme que la segunda parte era demasiado larga. El editor Y, por su lado, lamentó que no hubiera personas buenas en el libro. El editor Z dijo que, si publicaba Lolita, nos meterían a los dos en la cárcel.

En un país libre no debe esperarse que ningún escritor se inquiete por el límite exacto entre lo sensual y lo voluptuoso.

NO TE PIERDAS: "Cumbres Borrascosas" y las novelas más prohibidas que se leían a escondidas


Eso es ridículo. No puedo menos que admirar, pero no tengo ningún deseo de emularla, la exactitud del juicio de quienes hacen posar a las bellas y jóvenes hembras de mamífero para las fotografías que publican en las revistas de tal modo que la línea de su escote sea lo bastante baja para provocar un gruñido de admiración por parte de los lectores, y lo bastante alta para que los responsables del servicio de correos no frunzan el ceño.!

Presumo que existirán lectores que encontrarán excitante la exhibición de palabras rimbombantes que ofrecen esas novelas enormes y desesperadamente triviales escritas a máquina por los pulgares de densas mediocridades y consideradas «fuertes» o «duras» por la grey de los críticos. Hay gentes sencillas que declararán sin sentido a Lolita porque no les enseña nada. No soy lector ni autor de novelas didácticas, y, a pesar de lo que diga John Ray, Lolita carece de pretensiones moralizantes. Para mí, una obra de ficción sólo existe en la medida en que me proporciona lo que llamaré, lisa y llanamente, placer estético, es decir, la sensación de que es algo, en algún lugar, relacionado con otros estados de ánimo en que el arte (curiosidad, ternura, bon-dad, éxtasis) es la norma. Todo lo demás es hojarasca temática o lo que algunos llaman la Literatura de Ideas, que a menudo no es más que hojarasca temática solidificada en inmensos bloques de yeso cuidadosamente transmitidos de época en época, hasta que al fin aparece alguien con un martillo y le hace una buena raja a Balzac, a Gorki, a Mann.

Otro reparo, hecho a Lolita por algunos lectores, es el de ser antinorteamericana. Esto me duele considerablemente más que la idiota acusación de inmoralidad. Consideraciones de profundidad y perspectiva (el césped de un jardín en una urbanización residencial suburbana, una pradera montañesa) me llevaron a fraguar cierto número de ambientes norteamericanos. Necesitaba un medio estimulante. Nada es más estimulante que la vulgaridad filistea. Pero, con respecto a esta vulgari-dad, no hay diferencia entre las maneras paleárticas y las neárticas. Cualquier proletario de Chicago puede ser tan burgués (en el sentido flaubertiano) como un duque. 

Escogí los moteles norteamericanos, en lugar de los hoteles suizos o las posadas inglesas, sólo porque trato de ser un escritor norteamericano y aspiro a los mismos derechos de que gozan otros escritores norteamericanos. Por otro lado, mi personaje, Humbert, es un extranjero anarquista, y hay muchas cosas, además de las nínfulas, con respecto a las cuales no estoy de acuerdo con él. Y todos mis lectores rusos saben que mis viejos mundos -el ruso, el inglés, el germano, el francés- son tan fantásticos y personales como el nuevo.

Para que estas declaraciones no se tomen como una ventilación de quejas o agravios, me apresuraré a agregar que, además de las almas de cántaro que leyeron el original de Lolita, o su edición de la Olympia Press, con un espíritu de «¿Por qué tuvo que escribir esto?», o «¿Por qué tengo que leer historias acerca de maníacos?», hubo algunas personas sensatas, sensibles y de sólidos principios que entendieron mucho mejor mi libro que cuanto pueda explicar aquí acerca de su mecanismo.

Todo escritor serio, me atrevo a decir, tiene conciencia de que este o aquel de los libros que ha publicado constituye para él una presencia constante y alentadora. Su luz piloto arde sin cesar en algún punto del sótano, y un simple toque en el termostato privado se traduce inmediatamente en una tranquila explosión de ternura familiar. Esa presencia, ese fulgor del libro en un alejamiento siempre accesible, es un sentimiento altamente sociable, y cuanto más se ha conformado el libro a su contorno y color previstos, tanto mayor es la suavidad con que refulge. Pero, aun así, hay algunos puntos, digresiones e imágenes favoritas que evocamos con más viveza y de los cuales disfrutamos con más ternura que del resto del libro. No he releído Lolita desde que corregí sus pruebas en la primavera de 1955, pero lo reconozco como una presencia deleitosa ahora que se extiende serenamente sobre la casa como un día de verano que, más allá de la bruma, sabemos resplandeciente. Y, cuando pienso en Lolita, siempre parezco escoger, para mi especial deleite, imágenes como la del señor Taxistovich, o la de la lista de alumnas de Ramsdale, o la de Charlotte diciendo «Sumergible», o la de Lolita avanzando a cámara lenta hacia los regalos de Humbert, o la de las fotografías que decoraban la estilizada buhardilla de Gaston Godin, o la del barbero de Kasbeam (que me costó un mes de trabajo), o la de Lolita jugando al tenis, o la del hospital de Elphinstone, o la de la pálida, embarazada, amada, irrecuperable Dolly Schiller muriéndose en Gray Star (la ciudad capital del libro), o la de los sonidos procedentes de la ciudad situada en el fondo del valle, que ascendían hasta la carretera de montaña en que me hallaba (en la cual atrapé la primera hembra conocida de la mariposa Lycaeides sublivens Nabokov). Esos son los nervios de la novela. Esos son los puntos secretos, las coordenadas subliminales mediante las cuales se urdió el libro, aunque comprendo muy bien que leerán distraídamente esas escenas o las pasarán por alto quienes empiecen la lectura de este libro pensando que se trata de algo en la línea de Fanny Hill, o recuerdos de una mujer del partido, o Los amores de Milord Grosvit. Es muy cierto que mi novela contiene varias alusiones a las necesidades fisiológicas de un pervertido. Pero, después de todo, no somos niños, ni delincuentes juveniles analfabetos, ni alumnos de escuelas públicas inglesas que, tras una noche de juegos homosexuales, deben soportar la paradoja de leer a los clásicos en versiones expurgadas.

Es pueril estudiar una obra de ficción sólo para informarse acerca de un país, o una clase social, o el autor. Y, sin embargo, uno de mis amigos más íntimos, después de leer Lolita, se mostró sinceramente preocupado (!) de que yo viviera «entre gentes tan deprimentes», cuando la única incomodidad que he experimentado de veras ha sido la de vivir en mi taller, entre miembros descartados y torsos incompletos.

Después que Olympia Press publicó mi libro en París, un crítico norteamericano sugirió que Lolita era el relato de mis aventuras amorosas con la novela romántica. Sustituir «novela romántica» por «lengua inglesa» habría sido más correcto. Pero siento que mi voz se alza hasta un punto demasiado estridente.

Ninguno de mis amigos norteamericanos ha leído mis libros en ruso, y, por consiguiente, cualquier apreciación de los escritos...

Esta fue la respuesta de Nabokov que podemos encontrar en la Edición de Anagrama. El lector puede encontrar interesante o no esta novela. Pero si duda su lectura es una experiencia que hará formarnos una idea sobre la controversia expuesta hoy. 

TE RECOMIENDO, LECTOR: Leamos "Una belleza rusa", cuento de Vladimir Nabokov


Por otro lado, recomiendo Lolita porque en ella el narrador emplea un lenguaje rico y sofisticado, caracterizado por su prosa poética y su erudición. Hay una especie de humor bastante refinado y Nabokov a través de Humbert, utiliza una serie de técnicas literarias para atrapar al lector y desafiar sus percepciones morales y emocionales. 

¡Cuéntame, lector! ¿Haz leído Lolita? ¿Te gustaría leerla en Mar de fondo? Nos leemos en otro post...

Fuente: Lolita (Vladimir Nabokov)


 AVISO LEGAL Los cuentos, poemas, fragmentos de novelas, ensayos  y todo contenido literario que aparece en Mardefondo podrían estar protegidos por los derechos de autor (copyright). Si por alguna razón los propietarios no están conformes con el uso de ellos, por favor escribirnos y nos encargaremos de borrarlos inmediatamente. 



Mar de fondo

𝑆𝑜𝑦 𝐵𝑟𝑦𝑎𝑛 𝑉𝑖𝑙𝑙𝑎𝑐𝑟𝑒𝑧 (Lima, 1990) creador del Blog de Mar de fondo. Estudié Comunicaciones, Sociología y estoy escribiendo un libro. Soy un amante de los cuentos, cartas, diarios y novelas. Convencido de que "𝑈𝑛 𝑑𝑖́𝑎 𝑙𝑒𝑖́𝑑𝑜 𝑛𝑜 𝑒𝑠 𝑢𝑛 𝑑𝑖́𝑎 𝑝𝑒𝑟𝑑𝑖𝑑𝑜"

Publicar un comentario

Artículo Anterior Artículo Siguiente