Leamos "La tormenta", cuento de Vladimir Nabokov

Vladimir Nabokov es uno de los narradores m谩s importantes del siglo XX y nos dej贸 una selecta colecci贸n de cuentos.

"La tormenta", cuento de Vladimir Nabokov
Imagen tomada de Pinterest: https://pin.it/271utYejz

¡Hola, lectores! Este es el segundo cuento que publico del ruso Nabokov, es una breve y excelente historia que nos ubica en una noche de tormenta en Alemania. 

El viento, el trueno y la lluvia cumplen un rol importante para el narrados ¡Disfrutemos esta genial lectora! 

LA TORMENTA


En la esquina de una calle cualquiera de Berl铆n oeste, bajo el dosel de un tilo en plena floraci贸n, me vi envuelto en una ardiente fragancia. Masas de niebla ascend铆an en el cielo nocturno y, cuando el 煤ltimo hueco de estrellas fue absorbido en ellas, el viento, ese fantasma ciego, cubri茅ndose el rostro con las mangas, barri贸 la calle desierta. En la oscuridad mate, sobre los postigos de hierro de una barber铆a, su escudo colgante —una bac铆a de plata— empez贸 a oscilar como un p茅ndulo.

Llegu茅 a casa y me encontr茅 con que el viento me estaba esperando en la habitaci贸n: golpeaba el marco de la ventana… pero en cuanto cerr茅 la puerta tras de m铆, escenific贸 un reflujo inmediato. Bajo mi ventana hab铆a un patio profundo donde, durante el d铆a, las camisas, crucificadas en tendederos radiantes por el sol, brillaban a trav茅s de los macizos de lilas. De aquel patio surg铆an de vez en cuando voces de todo tipo: el ladrido melanc贸lico de los traperos o de los que compraban botellas vac铆as; a veces, el lamento de un viol铆n lisiado y, en una ocasi贸n, una rubia obesa se coloc贸 en el centro del patio y rompi贸 a cantar una canci贸n tan hermosa que las muchachas se asomaron a todas las ventanas, doblando sus cuellos desnudos. Luego, cuando hubo acabado, se produjo un momento de una quietud extraordinaria, solo se oy贸 a mi patrona, una viuda desali帽ada, que empez贸 a gemir y a sonarse la nariz en el pasillo.

Ahora, en aquel patio iba creciendo una penumbra sofocante; luego, el ciego viento, que se hab铆a deslizado impotente hasta la profundidad del patio, retom贸 sus fuerzas, comenz贸 a alzarse hacia las alturas y, repentinamente, ocup贸 todo el lugar, sin dejar de subir, en las aberturas 谩mbar de la pared negra de enfrente, empezaron a aparecer como flechas las siluetas de brazos y de cabezas despeinadas que trataban de alcanzar las ventanas abiertas que el viento disparaba, para cerrar ruidosamente sus postigos y sujetarlos firmemente. Las luces se apagaron. Justo despu茅s, la avalancha de un ruido sordo, el ruido del trueno distante, se puso en movimiento, e inici贸 su marcha avasalladora a trav茅s del cielo de oscuro violeta. Y, de nuevo, todo se qued贸 parado y en silencio como se hab铆a quedado cuando la mujer acab贸 su canci贸n, las manos apretadas contra sus amplios senos.

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En este silencio me qued茅 dormido, exhausto por la felicidad de mi d铆a, una felicidad que no puedo describir por escrito, y mi sue帽o estuvo lleno de ti.

Me despert茅 porque la noche hab铆a comenzado a romperse en pedazos. Un resplandor p谩lido y salvaje volaba por el cielo como un r谩pido reflejo de radios colosales. El cielo se rasgaba en un estr茅pito tras otro. La lluvia ca铆a en un flujo espacioso y sonoro.

Yo estaba embriagado por aquellos temblores azulados, por el fr铆o vol谩til y agudo. Me encaram茅 al alf茅izar mojado de la ventana y respir茅 el aire sobrenatural, que hizo vibrar mi coraz贸n como un cristal.

M谩s cerca todav铆a, de forma m谩s grandiosa a煤n, el carro del profeta rodaba con estr茅pito a trav茅s de las nubes. La luz de la locura, de las visiones penetrantes, iluminaba el mundo nocturno, las pendientes met谩licas de los tejados, los vol谩tiles macizos de lilas. El dios del trueno, un gigante de pelo blanco con una barba furiosa, al viento sobre su espalda, vestido con los pliegues flameantes de un ropaje deslumbrante, se ergu铆a, sacando pecho en su carro de fuego, frenando con brazos tensos a sus enormes corceles, negros como la pez y con crines como un rel谩mpago violeta. Hab铆an conseguido escapar al control de su amo, dispersaban chispas de espuma crujiente, el carro estaba a punto de volcar, y el arrebolado profeta tiraba en vano de las riendas. Ten铆a el rostro descompuesto por el viento y por el esfuerzo; el remolino, haciendo volar los pliegues de su t煤nica, dej贸 al descubierto una poderosa rodilla; los corceles mov铆an sus crines llameantes y galopaban m谩s y m谩s violentamente en un vertiginoso descenso por las nubes. Luego, con cascos de trueno, se lanzaron a trav茅s de un tejado brillante; el carro daba bandazos, El铆as se tambale贸, y los corceles, enloquecidos al contacto con el metal mortal, volvieron a saltar hacia el cielo. El profeta sali贸 despedido. Una rueda se solt贸. Desde mi ventana vi c贸mo su enorme aro de fuego ca铆a sobre un tejado, c贸mo vacilaba al borde del mismo hasta caer finalmente en la oscuridad, mientras que los corceles, tirando del carro volcado, ya alcanzaban al galope las nubes m谩s altas; el retumbar ces贸, y el resplandor tormentoso se desvaneci贸 en abismos l铆vidos.

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El dios del trueno, que hab铆a ca铆do en un tejado, se levant贸 pesadamente. Se resbalaba con aquellas sandalias; rompi贸 la ventana de un dormitorio con el pie, gru帽贸, y con un movimiento de su brazo se agarr贸 a una chimenea para sostenerse. Lentamente gir贸 su rostro enfurecido mientras sus ojos buscaban algo —probablemente la rueda que se hab铆a desprendido volando de su eje dorado. Luego mir贸 hacia arriba, con los dedos enganchados en su rizada barba, movi贸 la cabeza enfadado —茅sta no era probablemente la primera vez que esto le suced铆a— y, cojeando ligeramente, empez贸 a descender con cautela.

Todo excitado consegu铆 arrancarme de la ventana, corr铆 a ponerme la bata y baj茅 a toda prisa la empinada escalera hasta el patio. La tormenta hab铆a pasado pero todav铆a permanec铆a en el aire una r谩faga de lluvia. Hacia el este una palidez exquisita iba invadiendo el cielo.

El patio, que desde arriba parec铆a rebosar de densa oscuridad, no albergaba, en realidad, m谩s que una delicada niebla que ya se estaba fundiendo. En el macizo de c茅sped central, oscurecido por la humedad, hab铆a un anciano magro, encorvado, vestido con una bata empapada, que no hac铆a m谩s que murmurar entre dientes y mirar en torno suyo. Al verme, cerr贸 los ojos enfadado y me dijo: “¿Eres t煤, Eliseo?”.

Yo le salud茅. El profeta chasque贸 la lengua sin dejar de rascarse la calva.

—He perdido una rueda. B煤scamela, ¿quieres?

La lluvia ya hab铆a cesado por completo. Unas nubes enormes del color de las llamas se hab铆an agrupado encima de los tejados. Los macizos, la valla, la brillante caseta del perro, flotaban en el aire azulado y so帽oliento que nos rodeaba. Buscamos durante mucho tiempo en distintos rincones. El anciano no dejaba de gru帽ir, subi茅ndose los faldones de su pesada t煤nica, salpic谩ndose al pasar por los charcos con sus sandalias, y una gota brillante le colgaba de su gran nariz huesuda. Al hacer a un lado un peque帽o macizo de lilas, vi, en un mont贸n de basura, entre cristales rotos una rueda de perfil estrecho que deb铆a haber pertenecido al coche de un ni帽o peque帽o. El anciano expres贸 un gran alivio tras de m铆. Presuroso, casi bruscamente, me hizo a un lado y me arrebat贸 el herrumbroso aro. Con un gui帽o alegre dijo: “As铆 es que rod贸 hasta aqu铆”.

Y entonces se me qued贸 mirando, sus cejas blancas se unieron en un gesto de descontento, y como si se hubiera acordado de algo, dijo con voz impresionante: “Vu茅lvete de espaldas, Eliseo”.

Obedec铆, incluso cerr茅 los ojos al hacerlo. Me qued茅 as铆 durante unos minutos m谩s o menos, pero luego ya no pude controlar mi curiosidad.

El patio estaba vac铆o, a excepci贸n del viejo perro desgre帽ado con su hocico canoso que hab铆a sacado la cabeza de su caseta y miraba hacia arriba, como una persona, con ojos asustados. Yo tambi茅n alc茅 la vista. El铆as se hab铆a abierto camino hasta el tejado, con el aro de hierro brillando en su espalda. Sobre las chimeneas negras se perfilaba una nube de aurora como si fuera una monta帽a de tonos naranja, y m谩s all谩, una segunda y una tercera. El perro, acallado, y yo observamos juntos c贸mo el profeta que hab铆a alcanzado la cresta del tejado, se alzaba sin precipitaci贸n y con toda su calma a la nube y c贸mo continuaba subiendo pisando pesadamente por masas de suave fuego…

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Los rayos de sol alcanzaron su rueda y se convirti贸 al momento en algo grande y dorado, y tambi茅n El铆as parec铆a ahora como si estuviera vestido de llamas, que se mezclaban con la nube del para铆so sobre la que segu铆a caminando siempre m谩s arriba hasta desaparecer en la garganta gloriosa del cielo.

Y el perro decr茅pito esper贸 a ese preciso momento para romper su silencio con el ladrido ronco de la ma帽ana. Peque帽as olas cruzaban la superficie brillante de uno de los charcos dejados por la lluvia. La ligera brisa agitaba los geranios de los balcones. Dos o tres ventanas se despertaron. Corr铆 sin quitarme mis zapatillas empapadas ni mi vieja bata hasta la calle para tomar el primer tranv铆a que pasara, y levant谩ndome los faldones de la bata, sin parar de re铆rme de m铆 mismo mientras corr铆a, me imagin茅 que, dentro de unos momentos, estar铆a en tu casa y te empezar铆a a contar el accidente a茅reo de aquella noche y la historia del profeta enfadado que cay贸 en el patio de mi casa.

FIN


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Mar de fondo

饾惖饾憻饾懄饾憥饾憶 饾憠饾憱饾憴饾憴饾憥饾憪饾憻饾憭饾懅 (Lima, 1990) Director del Blog de Mar de fondo. Estudi茅 Comunicaciones, Sociolog铆a y soy autor del libro "Las vidas que tom茅 prestadas". Amante de los cuentos, cartas, diarios y novelas. Convencido de que "饾憟饾憶 饾憫饾憱́饾憥 饾憴饾憭饾憱́饾憫饾憸 饾憶饾憸 饾憭饾憼 饾憿饾憶 饾憫饾憱́饾憥 饾憹饾憭饾憻饾憫饾憱饾憫饾憸."

1 Comentarios

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