¡Hola, lectores! Quiero agradecerles por su fidelidad al proyecto Mar de fondo, sus comentarios y buenos deseos. Por eso, siempre me gusta recompensarlos con los mejores textos, así que el artículo de hoy contiene una valiosa reflexión de Umberto Eco en el libro "La memoria Vegetal", una joya póstuma que apareció en 2021 ¡Leamos!
Las obras póstumas de Umberto Eco
Cuando hablamos de Eco siempre nos imaginamos al erudito escritor investigando y plasmando en papel sus ideas más reveladoras. Por eso, fue considerado un visionario y un amante de los libros; su visión de la sociedad y los libros cambió nuestra manera de entenderlos.
El texto que leerás a continuación te ayudará a comprender la relación entre los libros y el mundo tecnológico en la actualidad.
Ya les había hablado también del libro "De la estupidez a la locura", donde aparecen artículos de Umberto Eco sobre temas tan controversiales como el apogeo de las redes sociales. En este artículo que compartí sobre "la sociedad del espectáculo", el autor habla de la necesidad de "ser vistos", que cada vez se arraiga en el imaginario humano.
De modo que, en una época de grandes y continuos desplazamientos, donde todos añoramos el pueblo natal y el sentimiento de arraigo, y el otro es alguien con el que nos comunicamos a distancia por internet, parecerá natural que los seres humanos busquen el reconocimiento por otras vías, y que la plaza del pueblo sea sustituida por la platea casi universal de la televisión o de lo que la haya reemplazado.
La memoria vegetal
Como mencioné este libro apareció en 2021 y entre las principales ideas que lo describen está aquella del "libro como un seguro de vida", es decir, una pequeña muestra de inmortalidad. Dado que el cerebro humano cuenta desde su aparición en este mundo, con una memoria orgánica y otra mineral, que está grabada en piedras y tabletas de arcilla.
El libro nos permite comprender que junto a estas formas mencionadas se ha desarrollado otra más importante, silenciosa, pero revolucionaria; "La memoria vegetal", aquella que desde tiempos remotos fue impresa en papiros y en trapos hasta convertirse en el papel que conocemos hoy. Así, el instrumento de supervivencia del que habla Eco es el libro, objeto de amor y devoción a través de los siglos.
Umberto Eco dedica estos textos inéditos e iluminadores a todos los amantes de los libros como él, futuros bibliófilos y a los que todavía no saben si lo serán. Esto no es novedad teniendo en cuenta que también se tomó el tiempo para dejar estos 40 consejos para futuros escritores.
Recordemos que el amor por los libros que tenía el autor italiano nacido en 1932 en Milán saltó también a la ficción con "El nombre de la rosa", centrando la trama en un personaje celoso por los libros como fue Jorge de Burgos, el siniestro personaje inspirado en Jorge Luis Borges.
Pero volviendo al tema de hoy, este fragmento ayuda a aprender y deslumbrarse ante este invento de la humanidad que nos anima a seguir leyendo siempre. Si quieres leer el libro completo puedes hacer clic a este enlace.
LA MEMORIA VEGETAL
(PUNTO 4)
Se dice que los nuevos medios de información matarán al libro. Se dijo que el libro mataría a los medios de información más antiguos. En el Fedro de Platón se cuenta cómo reaccionó el faraón Thamus cuando el dios Theuth, o Hermes, le presentó su ultimísima invención, la escritura:
Pero, cuando llegaron a lo de las letras, dijo Theuth: «Este conocimiento, oh rey, hará más sabios a los egipcios y más memoriosos, pues se ha inventado como un fármaco de la memoria y de la sabiduría». Pero él le dijo: «¡Oh artificiosísimo Theuth! A unos les es dado crear arte, a otros juzgar qué de daño o provecho aporta para los que pretenden hacer uso de él. Y ahora tú, precisamente, padre que eres de las letras, por apego a ellas, les atribuyes poderes contrarios a los que tienen. Porque es olvido lo que producirán en las almas de quienes las aprendan, al descuidar la memoria, ya que, fiándose de lo escrito, llegarán al recuerdo desde fuera, a través de caracteres ajenos, no desde dentro, desde ellos mismos y por sí mismos».
Ahora ya sabemos que Thamus no tenía razón. La escritura no solo no ha acabado con la memoria, sino que la ha potenciado. Ha nacido una escritura de la memoria y ha nacido la memoria de las escrituras. Nuestra memoria se fortalece al recordar los libros y al hacer que hablen entre ellos. Un libro no es una máquina para bloquear, grabándolos, los pensamientos. Es una máquina para producir interpretaciones y, por tanto, para producir nuevos pensamientos.
Hay otra página, escrita el siglo pasado, pero que recuerda cuáles pueden haber sido los sentimientos de quienes veían nacer el nuevo instrumento, el libro impreso, en la segunda mitad del siglo XV. Victor Hugo en Notre-Dame de Paris, cuenta una escena que se desarrolla entre el diácono Frollo y el médico del rey de Francia.
Y abriendo [Frollo] la ventana de la celda, señaló con el dedo la inmensa iglesia de Nuestra Señora, que perfilando contra el cielo estrellado la negra silueta de sus dos torres, de sus costillas de piedra y de su monstruosa grupa, parecía una enorme esfinge de dos cabezas sentada en medio de la ciudad. El archidiácono contempló silencioso durante unos momentos el gigantesco edificio, y extendiendo con un suspiro su mano derecha en dirección del libro impreso, abierto encima de la mesa, y su mano izquierda hacia Nuestra Señora, y paseando con pena la mirada del libro a la iglesia, dijo:
—¡Ay! Esto matará a aquello.(1)
Después de esta escena, Hugo, con su retórica habitual —la que hizo decir a Gide que Hugo era el mayor escritor francés, por desgracia (hélas)—, dedica algunas páginas al glorioso pasado de la arquitectura sagrada, a ese templo de Salomón en cuyos muros concéntricos los sacerdotes podían leer el verbo traducido para los ojos, recordando cómo durante los primeros seis mil años del mundo, desde la más inmemorial de las pagodas del Indostán hasta la catedral de Colonia, la arquitectura fue la gran escritura del género humano. Ahora, en el momento en que Frollo está hablando, la forma de expresión de la humanidad se está transformando radicalmente y se produce la definitiva muda de piel de esa serpiente que, desde los días de Adán, representa a la inteligencia.
Bajo la forma de imprenta el pensamiento es más imperecedero que nunca; es volátil e indestructible. Se mezcla con el viento. Con la arquitectura se hacía montaña y se apoderaba con gran fuerza de una época y de un lugar; ahora se convierte en bandada de pájaros, se disemina a los cuatro vientos y ocupa al mismo tiempo todos los lugares del espacio y del aire.
La arquitectura, dice Hugo (que tenía ante sus ojos mucha pésima arquitectura de principios del siglo XIX), está destinada al ocaso, se deseca, se atrofia, se desnuda, el cristal sustituye a las vidrieras. Y, en cambio, la imprenta se agranda, compone el edificio más colosal de los siglos modernos; un hormiguero de inteligencias se dedica a erigir una construcción que se amplía en espirales sin fin: «Es la segunda torre de Babel del género humano».
En su orgullo luciferino, Hugo no preveía que esa torre podría derrumbarse un día. Vislumbra perfectamente el papel que la imprenta desempeñará en el mundo moderno, se equivoca al representar un duelo mortal entre esta y la arquitectura. Sin duda, la arquitectura pierde su función enciclopédica que tenía antes, ya no transmite nociones, se convierte en símbolo, función, máquina, pero no por ello se vuelve menos bella y menos fundamental para la cultura humana.
Creo que los que lloran por el declive de la alfabetización ante los nuevos medios visuales y la información electrónica resultarán un día tan patéticos como hoy en gran parte nos parece Hugo. Desde luego, la imprenta perderá algunas funciones que tuvo en el pasado. Ya los periódicos se están convirtiendo en algo distinto de las antiguas gacetas, porque lo que hacían las gacetas, dar información fresca, ahora lo hace con un adelanto de doce horas la televisión. Quizá ya no tengamos que imprimir horarios de ferrocarriles, tan difíciles de consultar, si vamos a poder comprar en los quioscos pequeños aparatos electrónicos que podremos usar una temporada, donde al escribir Milán-Battipaglia veamos de un solo vistazo todas las posibilidades que tenemos de llevar a cabo ese recorrido.
Pero nadie puede usar un ordenador si no tiene una impresora que transforme los datos introducidos o elaborados en páginas escritas. En la pantalla del ordenador podemos leer solo datos breves y durante un tiempo breve. Si es breve, y si tenemos el módem adecuado, podemos incluso recibir y leer una carta de amor, porque no cuenta el medio, sino lo que dice esa carta y el estado de ánimo con que la leemos. Ahora bien, si la carta de amor es larga, tendremos que imprimirla, para poder releérnosla en un rincón secreto.
Hace algunos miles de años que la especie se ha adaptado a la lectura. El ojo lee y todo el cuerpo entra en acción. Leer significa también encontrar una posición correcta, es un acto que atañe al cuello, a la columna vertebral, a los glúteos. Y la forma del libro, estudiada durante siglos y configurada en los formatos ergonómicamente más apropiados, es la forma que debe tener ese objeto para que la mano pueda asirlo y colocarlo a la correcta distancia del ojo. Leer tiene que ver con nuestra fisiología.
Permítanme que acabe con una última página de otro gran libro: es el final del cuarto capítulo del Ulises de Joyce. A alguien la página podrá parecerle vulgar. En ese caso, que consulte a su psicoanalista, porque la página es en cambio sublime.
TE RECOMIENDO, LECTOR: El primer capítulo de "De la estupidez a la locura", el libro póstumo de Umberto Eco
Leopold Bloom, de buena mañana, va al retrete y defeca. Mientras defeca, lee:
Tranquilamente leyó, conteniéndose, la primera columna, y cediendo pero resistiendo, empezó la segunda. A medio camino, rindiendo su última resistencia, permitió a sus tripas liberarse tranquilamente mientras leía; aún leyendo pacientemente, ese ligero estreñimiento de ayer ha desaparecido del todo. Espero que no sea demasiado grande no vuelvan las almorranas. No, exactamente lo conveniente. Así. ¡Ah! Estreñido, una tableta de cáscara sagrada. La vida podría ser así. No le conmovía ni afectaba pero era algo vivo y bien arreglado. Imprimen cualquier cosa ahora. Temporada estúpida. Siguió leyendo sentado en calma sobre su propio olor que subía. Bien arreglado, eso sí. Matcham piensa a menudo en el golpe maestro con que conquistó a la risueña brujita que ahora. Empieza y termina con moralidad. Juntos de la mano. Listo. Volvió a echar una ojeada a lo que había leído, y a la vez que sentía sus aguas fluir silenciosamente, envidió benévolamente al señor Beaufoy que había escrito eso y recibido pago de tres libras, trece con seis.
El ritmo de la lectura sigue el del cuerpo, el ritmo del cuerpo sigue el de la lectura. No se lee solo con el cerebro, se lee con todo nuestro cuerpo, y por eso con un libro lloramos, reímos, y al leer un libro de terror se nos ponen los pelos de punta. Porque, incluso cuando parece hablar solo de ideas, un libro nos habla siempre de otras emociones, y de experiencias de otros cuerpos. Y, cuando no es tan solo un libro pornográfico, cuando habla de cuerpos, sugiere ideas. Y tampoco somos insensibles a las sensaciones que la yema de los dedos perciben al tocarlo y ciertos desafortunados experimentos hechos con encuadernaciones e incluso con hojas de plástico nos dicen hasta qué punto la lectura es también una experiencia táctil.
Si la experiencia del libro aún les cohíbe, empiecen a leer, sin temor, libros en el retrete. Descubrirán que también ustedes tienen un alma...
Fuente: Bucalibre.com.
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Saludos desde Santa Fe, Argentina 🇦🇷
ResponderEliminarMe encanta tu blog. 📝📚
Muchísimas gracias! un abrazo hasta allá :)
EliminarBrian de Palma, que generosa disposition al compartir estos sabios comentarios. Soy una ferviente admiradora de este sitio, y de tu persona. Lamentablemente no todos les gusta El libro
ResponderEliminarComplimenti
gracias por el apelativo! gran Director :D. saludos y mil gracias por visitarme
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