 |
| El silencio del rรญo en La ahogada de Agatha Christie |
La ahogada, cuento completo de Agatha Christie
Agatha Christie, la indiscutible reina del misterio, nos ofrece en La ahogada uno de esos relatos breves donde la aparente sencillez de un crimen esconde una compleja red de pasiones humanas, prejuicios sociales y falsas certezas. Ambientado en el tranquilo pueblo de St. Mary Mead, este cuento vuelve a demostrar por quรฉ la autora britรกnica dominaba como nadie el arte del engaรฑo narrativo.
En esta historia, un supuesto suicidio pronto despierta sospechas. Una joven aparece ahogada en el rรญo, y todo parece seรฑalar a un culpable evidente. Sin embargo, la intuiciรณn aguda de Miss Marple, una anciana observadora y experta conocedora de la naturaleza humana, abre una grieta en la versiรณn oficial de los hechos.
La ahogada no solo es un relato policial: es tambiรฉn una reflexiรณn sobre los juicios apresurados, la moral de los pueblos pequeรฑos y los peligros de subestimar a quienes parecen inofensivos. Como tantos buenos cuentos de Agatha Christie.
La ahogada
El sรกbado por la maรฑana, cuando bajaba a desayunar a la agradable hora de las diez y cuarto, casi tropezรณ con su anfitriona, la seรฑora Bantry, en la puerta del comedor. Salรญa de la habitaciรณn evidentemente presa de una gran excitaciรณn y contrariedad.
El coronel Bantry estaba sentado a la mesa con el rostro mรกs enrojecido que de costumbre.
-Buenos dรญas, Clithering -dijo-. Hermoso dรญa, siรฉntese.
Don Henry obedeciรณ y, al ocupar su sitio ante un plato de riรฑones con tocineta, su anfitriรณn continuรณ:
-Dolly estรก algo preocupada esta maรฑana.
-Sรญ… eso me ha parecido -dijo don Henry.
Y se preguntรณ a quรฉ serรญa debido. Su anfitriona era una mujer de carรกcter apacible, poco dada a los cambios de humor y a la excitaciรณn. Que don Henry supiera, lo รบnico que le preocupaba de verdad era su jardรญn.
-Sรญ -continuรณ el coronel Bantry-. La han trastornado las noticias que nos han llegado esta maรฑana. Una chica del pueblo, la hija de Emmott, el dueรฑo del
Blue Boar.
-Oh, sรญ, claro.
-Sรญ -dijo el coronel pensativo-. Una chica bonita que se metiรณ en un lรญo. La historia de siempre. He estado discutiendo con Dolly sobre el asunto. Soy un tonto. Las mujeres carecen de sentido comรบn. Dolly se ha puesto a defender a esa chica. Ya sabe cรณmo son las mujeres, dicen que los hombres somos unos brutos, etc., etc. Pero no es tan sencillo como esto, por lo menos hoy en dรญa. Las chicas saben lo que hacen y el individuo que seduce a una joven no tiene que ser necesariamente un villano. El cincuenta por ciento de las veces no lo es. A mรญ me cae bastante bien el joven
Sanford, un joven simplรณn, mรกs bien que un donjuรกn.
-¿Es ese tal Sanford el que ha comprometido a la chica?
-Eso parece. Claro que yo no sรฉ nada concreto -replicรณ el coronel-. Sรณlo son habladurรญas y chismorreos. ¡Ya sabe usted cรณmo es este pueblo! Como le digo, yo no sรฉ nada. Y no soy como Dolly, que saca sus conclusiones y empieza a lanzar acusaciones a diestra y siniestra. Maldita sea, hay que tener cuidado con lo que se dice. Ya sabe, la encuesta judicial y lo demรกs…
-¿Encuesta?
El coronel Bantry lo mirรณ.
-Sรญ. ¿No se lo he dicho? La chica se ha ahogado. Por eso se ha armado todo ese alboroto.
-Quรฉ asunto mรกs desagradable -dijo don Henry.
-Por supuesto, me repugna tan sรณlo pensarlo, pobrecilla. Su padre es un hombre duro en todos los aspectos e imagino que ella no se vio capaz de hacer frente a lo ocurrido.
Hizo una pausa.
-Eso es lo que ha trastornado tanto a Dolly.
-¿Dรณnde se ahogรณ?
-En el rรญo. Debajo del molino la corriente es bastante fuerte. Hay un camino y un puente que lo cruza. Creen que se arrojรณ desde allรญ. Bueno, bueno, es mejor no pensarlo.
Y el coronel Bantry abriรณ el periรณdico, dispuesto a distraer sus pensamientos de esos penosos asuntos y absorberse en las nuevas iniquidades del gobierno.
Don Henry no se interesรณ especialmente por aquella tragedia local. Despuรฉs del desayuno, se instalรณ cรณmodamente en una tumbona sobre la hierba, se echรณ el sombrero sobre los ojos y se dispuso a contemplar la vida desde su cรณmodo asiento.
Eran las doce y media cuando una doncella se le acercรณ por el cรฉsped.
-Seรฑor, ha llegado la seรฑorita Marple y desea verlo.
-¿La seรฑorita Marple?
Don Henry se incorporรณ y se colocรณ bien el sombrero. Recordaba perfectamente a la seรฑorita Marple: sus modos anticuados, sus maneras amables y su asombrosa perspicacia, asรญ como una docena de casos hipotรฉticos y sin resolver para los que aquella “tรญpica solterona de pueblo” habรญa encontrado la soluciรณn exacta. Don Henry sentรญa un profundo respeto por la seรฑorita Marple y se preguntรณ para quรฉ habrรญa ido a verle.
La seรฑorita Marple estaba sentada en el salรณn, tan erguida como siempre, y a su lado se veรญa un cesto de la compra de fabricaciรณn extranjera. Sus mejillas estaban muy sonrosadas y parecรญa sumamente excitada.
-Don Henry, celebro mucho verlo. Quรฉ suerte he tenido al encontrarlo. Acabo de saber que estaba pasando aquรญ unos dรญas. Espero que me perdonarรก…
-Es un placer verla -dijo don Henry estrechรกndole la mano-. Lamento que la seรฑora Bantry haya salido de compras.
-Sรญ -contestรณ la seรฑorita Marple-. Al pasar la vi hablando con Footit, el carnicero. Henry Footit fue atropellado ayer cuando iba con su perro, uno de esos terrier pendencieros que al parecer tienen todos los carniceros.
-Sรญ -respondiรณ don Henry sin saber a quรฉ venรญa aquello.
-Celebro haber venido ahora que no estรก ella -continuรณ la seรฑorita Marple-, porque a quien deseaba ver era a usted, a causa de ese desgraciado asunto.
-¿Henry Footit? -preguntรณ don Henry extraรฑado.
La seรฑorita Marple le dirigiรณ una mirada de reproche.
-No, no. Me refiero a
Rose Emmott, por supuesto. ¿Lo sabe usted ya?
Don Henry asintiรณ.
-Bantry me lo ha contado. Es muy triste.
Estaba intrigado. No podรญa imaginar por quรฉ querรญa verlo la seรฑorita Marple para hablarle de Rose Emmott.
La seรฑorita Marple volviรณ a tomar asiento y don Henry se sentรณ a su vez. Cuando la anciana hablรณ de nuevo, su voz sonรณ grave.
-Debe usted recordar, don Henry, que en un par de ocasiones hemos jugado a una especie de pasatiempo muy agradable: proponer misterios y buscar una soluciรณn. Usted tuvo la amabilidad de decir que yo no lo hacรญa del todo mal.
-Nos venciรณ usted a todos -contestรณ don Henry con entusiasmo-. Demostrรณ un ingenio extraordinario para llegar a la verdad. Y recuerdo que siempre encontraba un caso similar ocurrido en el pueblo, que era el que le proporcionaba la clave.
Don Henry sonriรณ al decir esto, pero la seรฑorita Marple permanecรญa muy seria.
-Si me he decidido a acudir a usted ha sido justamente por aquellas amables palabras suyas. Sรฉ que si le hablo a usted… bueno, al menos no se reirรก.
El excomisionado comprendiรณ de pronto que estaba realmente apurada.
-Ciertamente, no me reirรฉ -le dijo con toda amabilidad.
-Don Henry, esa chica, Rose Emmott, no se suicidรณ, fue asesinada. Y yo sรฉ quiรฉn la ha matado.
El asombro dejรณ sin habla a don Henry durante unos segundos. La voz de la seรฑorita Marple habรญa sonado perfectamente tranquila y sosegada, como si acabara de decir la cosa mรกs normal del mundo.
-รsa es una declaraciรณn muy seria, seรฑorita Marple -dijo don Henry cuando se hubo recuperado.
Ella asintiรณ varias veces.
-Lo sรฉ, lo sรฉ. Por eso he venido a verle.
-Pero mi querida seรฑora, yo no soy la persona adecuada. Ahora soy un ciudadano mรกs. Si usted estรก segura de lo que afirma debe acudir a la policรญa.
-No lo creo -replicรณ de inmediato la seรฑorita Marple.
-¿Por quรฉ no?
-Porque no tengo lo que ustedes llaman pruebas.
-¿Quiere decir que sรณlo es una opiniรณn suya?
-Puede llamarse asรญ, pero en realidad no es eso. Lo sรฉ, estoy en posiciรณn de saberlo. Pero si le doy mis razones al
inspector Drewitt, se echarรก a reรญr y no podrรฉ reprochรกrselo. Es muy difรญcil comprender lo que pudiรฉramos llamar un “conocimiento especializado”.
-¿Como cuรกl? -le sugiriรณ don Henry.
La seรฑorita Marple sonriรณ ligeramente.
-Si le dijera que lo sรฉ porque un hombre llamado Peasegood [Buenguisante] dejรณ nabos en vez de zanahorias cuando vino con su carro a venderle verduras a mi sobrina harรก varios aรฑos…
Se detuvo con ademรกn elocuente.
-Un nombre muy adecuado para su profesiรณn -murmurรณ don Henry-. Quiere decir que juzga el caso sencillamente por los hechos ocurridos en un caso similar…
-Conozco la naturaleza humana -respondiรณ la seรฑorita Marple-. Es imposible no conocerla despuรฉs de vivir tantos aรฑos en un pueblo. El caso es, ¿me cree usted o no?
Lo mirรณ de hito en hito mientras se acentuaba el rubor de sus mejillas.
Don Henry era un hombre de gran experiencia y tomaba sus decisiones con gran rapidez, sin andarse por las ramas. Por fantรกstica que pareciese la declaraciรณn de la seรฑorita Marple, se dio cuenta en seguida de que la habรญa aceptado.
-Le creo, seรฑorita Marple, pero no comprendo quรฉ quiere que haga yo en este asunto ni por quรฉ ha venido a verme.
-Le he estado dando vueltas y vueltas al asunto -explicรณ la anciana-. Y, como le digo, serรญa inรบtil acudir a la policรญa sin hechos concretos. Y no los tengo. Lo que querรญa pedirle es que se interese por este asunto, cosa que estoy segura halagarรก al inspector Drewitt. Y si la cosa prosperara, al
coronel Melchett, el jefe de policรญa. Estoy segura de que serรญa como cera en sus manos.
Lo mirรณ suplicante.
-¿Y quรฉ datos va a darme usted para empezar a trabajar?
-He pensado escribir un nombre, el del culpable, en un pedazo de papel y dรกrselo a usted. Luego, si durante el transcurso de la investigaciรณn usted decide que esa persona no tiene nada que ver, pues me habrรฉ equivocado.
Hizo una breve pausa y agregรณ con un ligero estremecimiento:
-Serรญa terrible que ahorcaran a una persona inocente.
-¿Quรฉ diablos? -exclamรณ don Henry sobresaltado.
Ella volviรณ su rostro preocupado hacia don Henry.
-Puedo equivocarme, aunque no lo creo. El inspector Drewitt es un hombre inteligente, pero algunas veces una inteligencia mediocre puede resultar peligrosa y no lleva a uno muy lejos.
Don Henry la contemplรณ con curiosidad. La seรฑorita Marple abriรณ un pequeรฑo bolso del que extrajo una libretita y, arrancando una de las hojas, escribiรณ unas palabras con todo cuidado.
Despuรฉs de doblar la hoja en dos, se la entregรณ a don Henry.
รste la abriรณ y leyรณ el nombre, que nada le decรญa, mas enarcรณ las cejas mirando a la seรฑorita Marple mientras se guardaba el papel en el bolsillo.
-Bien, bien -dijo-. Es un asunto extraordinario. Nunca habรญa intervenido en nada semejante, pero voy a confiar en la buena opiniรณn que usted me merece, se lo aseguro, seรฑorita Marple.
Don Henry se hallaba en la salita con el coronel Melchett, jefe de policรญa del condado, asรญ como con el inspector Drewitt. El jefe de policรญa era un hombre de modales marciales y agresivos. El inspector Drewitt era corpulento y ancho de espaldas, y un hombre muy sensato.
-Tengo la sensaciรณn de que me estoy entrometiendo en su trabajo -decรญa don Henry con su cortรฉs sonrisa-. Y en realidad no sabrรญa decirles por quรฉ lo hago -lo cual era rigurosamente cierto.
-Mi querido amigo, estamos encantados. Es un gran cumplido.
-Un honor, don Henry -dijo el inspector.
El coronel Melchett pensaba: “El pobre estรก aburridรญsimo en casa de los Bantry. El viejo criticando todo el santo dรญa al gobierno, y ella hablando sin parar de sus bulbos”.
El inspector decรญa para sus adentros: “Es una lรกstima que no persigamos a un delincuente verdaderamente hรกbil. He oรญdo decir que es uno de los mejores cerebros de Inglaterra. Quรฉ lรกstima, realmente una lรกstima, que se trate de un caso tan sencillo”.
El jefe de policรญa dijo en voz alta:
-Me temo que se trata de un caso muy sรณrdido y claro. Primero se pensรณ que la chica se habรญa suicidado. Estaba esperando un niรฑo. Sin embargo, nuestro mรฉdico, el doctor Haydock, que es muy cuidadoso, observรณ que la vรญctima presentaba unos cardenales en la parte superior de cada brazo, ocasionados presumiblemente por una persona que la sujetรณ para arrojarla al rรญo.
-¿Se hubiera necesitado mucha fuerza?
-Creo que no. Seguramente no hubo lucha, si la cogieron desprevenida. Es un puente de madera, muy resbaladizo. Tirarla debiรณ de ser lo mรกs sencillo del mundo, en un lado no hay barandilla.
-¿Saben con seguridad que la tragedia ocurriรณ allรญ?
-Sรญ, lo dijo un niรฑo de doce aรฑos,
Jimmy Brown. Estaba en los bosques del otro lado del rรญo y oyรณ un grito y un chapuzรณn. Habรญa oscurecido ya y era difรญcil distinguir nada. No tardรณ en ver algo blanco que flotaba en el agua y corriรณ en busca de ayuda. Lograron sacarla, pero era demasiado tarde para reanimarla.
Don Henry asintiรณ.
-¿El niรฑo no vio a nadie en el puente?
-No, pero como le digo era de noche y por allรญ siempre suele haber algo de niebla. Voy a preguntarle si vio a alguna persona por allรญ antes o despuรฉs de ocurrir la tragedia. Naturalmente, รฉl imagino que la joven se habรญa suicidado. Todos lo pensamos al principio.
-Sin embargo, tenemos la nota -dijo el inspector Drewitt volviรฉndose a don Henry.
-Una nota que encontramos en el bolsillo de la vรญctima. Estaba escrita con un lรกpiz de dibujo y, aunque estaba empapada de agua, con algรบn esfuerzo pudimos leerla.
-¿Y quรฉ decรญa?
-Era del joven Sandford. “De acuerdo -decรญa-. Me reunirรฉ contigo en el puente a las ocho y media. R. S.” Bueno, fue muy cerca de esa hora, pocos minutos despuรฉs de las ocho y media, cuando Jimmy Brown oyรณ el grito y el chapuzรณn.
-No sรฉ si conocerรก usted a Sandford -continuรณ el coronel Melchett-. Lleva aquรญ cosa de un mes. Es uno de esos jรณvenes arquitectos que construyen casas extravagantes. Estรก edificando una para
Allington. Dios sabe lo que resultarรก, supongo que alguna fantochada moderna de รฉsas, mesas de cristal y sillas de acero y lona. Bueno, eso no significa nada, por supuesto, pero demuestra la clase de individuo que es Sandford: un bolchevique, un tipo sin moral.
-La seducciรณn es un crimen muy antiguo -dijo don Henry con calma-, aunque desde luego no tanto como el homicidio.
El coronel Melchett lo mirรณ extraรฑado.
-¡Oh, sรญ! Desde luego, desde luego.
-Bien, don Henry -intervino Drewitt-, ahรญ lo tiene: es un asunto feo, pero claro como el agua. Este joven, Sandford, seduce a la chica y se dispone a regresar a Londres. Allรญ tiene novia, una seรฑorita bien con la que estรก prometido. Naturalmente, si ella se entera de eso, puede dar por terminadas sus relaciones. Se encuentra con Rose en el puente. Es una noche oscura, no hay nadie por allรญ, la coge por los hombros y la arroja al agua. Un sinvergรผenza que tendrรก su merecido. รsa es mi opiniรณn.
Don Henry permaneciรณ en silencio un par de minutos. Casi podรญa palpar los prejuicios subyacentes. No era probable que un arquitecto moderno fuese muy popular en un pueblo tan conservador como St. Mary Mead.
-Supongo que no existirรก la menor duda de que ese hombre, Sandford, era el padre de la criatura… -preguntรณ.
-Lo era, desde luego -replicรณ Drewitt-. Rose Emmott se lo dijo a su padre, pensaba que se casarรญa con ella. ¡Casarse con ella! ¡Quรฉ ingenua!
“¡Pobre de mรญ! -pensรณ don Henry-. Me parece estar viviendo un melodrama Victoriano. La joven confiada, el villano de Londres, el padre iracundo. Sรณlo falta el fiel amor pueblerino. Sรญ, creo que ya es hora de que pregunte por รฉl”.
Y en voz alta aรฑadiรณ:
-¿Esa joven no tenรญa algรบn pretendiente en el pueblo?
-¿Se refiere a
Joe Ellis? -dijo el inspector-. Joe es un buen muchacho, trabaja como carpintero. ¡Ah! Si ella se hubiera fijado en รฉl…
El coronel Melchett asintiรณ aprobador.
-Uno tiene que limitarse a los de su propia clase -sentenciรณ.
-¿Cรณmo se tomรณ Joe Ellis todo el asunto? -quiso saber don Henry.
-Nadie lo sabe -contestรณ el inspector-. Joe es un muchacho muy tranquilo y reservado. Cualquier cosa que hiciera Rose le parecรญa bien. Lo tenรญa completamente dominado. Se limitaba a esperar que algรบn dรญa volviera a รฉl. Sรญ, creo que รฉsa era su manera de afrontar la situaciรณn.
-Me gustarรญa verlo -dijo don Henry.
-¡Oh! Nosotros vamos a interrogarlo -explicรณ el coronel Melchett-. No vamos a dejar ningรบn cabo suelto. Habรญa pensado ver primero a Emmott, luego a Sandford y despuรฉs podemos ir a hablar con Ellis. ¿Le parece bien, Clithering?
Don Henry respondiรณ que le parecรญa estupendo.
Encontraron a Tom Emmott en la taberna el Blue Boar. Era un hombre corpulento, de mediana edad, mirada inquieta y mandรญbula poderosa.
-Celebro verles, caballeros. Buenos dรญas, coronel. Pasen aquรญ y podremos hablar en privado. ¿Puedo ofrecerles alguna cosa? ¿No? Como quieran. Han venido por el asunto de mi pobre hija. ¡Ah! Rose era una buena chica. Siempre lo fue, hasta que ese cerdo… (perdรณnenme, pero eso es lo que es), hasta que ese cerdo vino aquรญ. รl le prometiรณ que se casarรญan, eso hizo. Pero yo harรฉ que lo pague muy caro. La arrojรณ al rรญo. El cerdo asesino. Nos ha traรญdo la desgracia a todos. ¡Mi pobre hija!
-¿Su hija le dijo claramente que Sandford era el responsable de su estado? -preguntรณ Melchett crispado.
-Sรญ, en esta misma habitaciรณn.
-¿Y quรฉ le dijo usted? -quiso saber don Henry.
-¿Decirle? -el hombre pareciรณ desconcertado.
-Sรญ, usted, por ejemplo, no la amenazarรญa con echarla de su casa o algo asรญ.
-Me disgustรฉ mucho, eso es natural. Supongo que estarรก de acuerdo en que eso era algo natural. Pero, desde luego, no la echรฉ de casa. Yo no harรญa semejante cosa -dijo con virtuosa indignaciรณn-. No. ¿Para quรฉ estรก la ley?, le dije. ¿Para quรฉ estรก la ley? Ya lo obligarรกn a cumplir con su deber. Y si no lo hace, por mi vida que lo pagarรก.
Y dejรณ caer su puรฑo con fuerza sobre la mesa.
-¿Cuรกndo vio a su hija por รบltima vez? -preguntรณ Melchett.
-Ayer… a la hora del tรฉ.
-¿Cรณmo se comportaba?
-Pues como siempre. No notรฉ nada. Si yo hubiera sabido…
-Pero no lo sabรญa -replicรณ el inspector en tono seco.
Y dicho esto se despidieron.
“Emmott no es un sujeto que resulte precisamente agradable”, pensรณ don Henry para sus adentros.
-Es un poco violento -contestรณ Melchett-. Si hubiera tenido oportunidad ya hubiese matado a Sandford, de eso estoy seguro.
La prรณxima visita fue para el arquitecto. Rex Sandford era muy distinto a la imagen que don Henry se habรญa formado de รฉl. Alto, muy rubio, delgado, de ojos azules y soรฑadores, y cabellos descuidados y demasiado largos. Su habla resultaba un tanto afeminada.
El coronel Melchett se presentรณ a sรญ mismo y a sus acompaรฑantes y, pasando directamente al objeto de su visita, invitรณ al arquitecto a que aclarara cuรกles habรญan sido sus actividades durante la noche anterior.
-Debe comprender -le dijo a modo de advertencia- que no tengo autoridad para obligarlo a declarar y que todo lo que diga puede ser utilizado en su contra. Quiero dejar esto bien claro.
-Yo, no… no comprendo -dijo Sandford.
-¿Comprende que Rose Emmott muriรณ ahogada ayer noche?
-Sรญ, lo sรฉ. ¡Oh! Es demasiado… demasiado terrible. Apenas si he podido dormir en toda la noche, y he sido incapaz de trabajar nada hoy. Me siento responsable, terriblemente responsable.
Se pasรณ las manos por los cabellos, enmaraรฑรกndolos todavรญa mรกs.
-Nunca tuve intenciรณn de hacerle daรฑo -dijo en tono plaรฑidero-. Nunca lo pensรฉ siquiera. Nunca pensรฉ que se lo tomara de esa manera.
Y sentรกndose junto a la mesa escondiรณ el rostro entre las manos.
-¿Debo entender, seรฑor Sandford, que se niega a declarar dรณnde estaba ayer noche a las ocho y media?
-No, no, claro que no. Habรญa salido. Salรญ a pasear.
-¿Fue a reunirse con la seรฑorita Emmott?
-No, me fui solo. A travรฉs de los bosques. Muy lejos.
-Entonces, ¿cรณmo explica usted esta nota, que fue encontrada en el bolsillo de la difunta?
El inspector Drewitt la leyรณ en voz alta sin demostrar emociรณn alguna.
-Ahora -concluyรณ-, ¿niega haberla escrito?
-No… no. Tiene razรณn, la escribรญ yo. Rose me pidiรณ que fuera a verla. Insistiรณ, yo no sabรญa quรฉ hacer, por eso le escribรญ esa nota.
-Ah, asรญ estรก mejor -le dijo Drewitt.
-¡Pero no fui! -Sandford elevรณ la voz-. ¡No fui! Pensรฉ que era mejor no ir. Maรฑana pensaba regresar a la ciudad. Tenรญa intenciรณn de escribirle desde Londres y hacer algรบn arreglo.
-¿Se da usted cuenta, seรฑor, de que la chica iba a tener un niรฑo y que habรญa dicho que usted era el padre?
Sandford lanzรณ un gemido, pero nada respondiรณ.
-¿Era eso cierto, seรฑor?
Sandford escondiรณ todavรญa mรกs el rostro entre las manos.
-Supongo que sรญ -dijo con voz ahogada.
-¡Ah! -El inspector Drewitt no pudo disimular su satisfacciรณn-. Ahora hรกblenos de ese paseo suyo. ¿Lo vio alguien anoche?
-No lo sรฉ, pero no lo creo. Que yo recuerde, no me encontrรฉ a nadie.
-Es una lรกstima.
-¿Quรฉ quiere usted decir? -Sandford abriรณ mucho los ojos-. ¿Quรฉ importa si fui a pasear o no? ¿Quรฉ tiene que ver eso con que Rose se suicidase?
-¡Ah! -exclamรณ el inspector-. Pero es que no se suicidรณ, la arrojaron al agua deliberadamente, seรฑor Sandford.
-Que ella… -tardรณ un par de minutos en sobreponerse al horror que le produjo la noticia-. ¡Dios mรญo! Entonces…
Se desplomรณ en una silla.
El coronel Melchett hizo ademรกn de marcharse.
-Debe comprender, seรฑor Sandford -le dijo-, que no le conviene abandonar esta casa.
Los tres hombres salieron juntos, y el inspector y el coronel Melchett intercambiaron una mirada.
-Creo que es suficiente, seรฑor -dijo el inspector.
-Sรญ, vaya a buscar una orden de arresto y detรฉngalo.
-Discรบlpenme -exclamรณ don Henry-. He olvidado mis guantes.
Y volviรณ a entrar en la casa rรกpidamente. Sandford seguรญa sentado donde lo habรญan dejado, con la mirada perdida en el vacรญo.
-He vuelto -le anunciรณ don Henry- para decirle que yo, personalmente, harรฉ cuanto pueda por ayudarle. No me estรก permitido revelar el motivo de mi interรฉs por usted, pero debo pedirle que me refiera lo mรกs brevemente posible todo lo que pasรณ entre usted y esa chica, Rose.
-Era muy bonita -contestรณ Sandford-, muy bonita y muy provocativa. Y… y me asediaba continuamente. Le juro que es cierto. No me dejaba ni un minuto. Y aquรญ yo me encontraba muy solo, no le caรญa simpรกtico a nadie y, como le digo, ella era terriblemente bonita y parecรญa saber lo que hacรญa y… -su voz se apagรณ-. Y luego ocurriรณ esto. Querรญa que me casara con ella y yo ya estoy comprometido con una chica de Londres. Si llegara a enterarse de esto… y se enterarรก, por supuesto, todo habrรก terminado. No lo comprenderรก. ¿Cรณmo podrรญa comprenderlo? Soy un depravado, desde luego. Como le digo, no sabรญa quรฉ hacer y evitaba en la medida de lo posible a Rose. Pensรฉ que si regresaba a la capital y veรญa a mi abogado, podrรญa arreglarlo pasรกndole algรบn dinero. ¡Cielos, quรฉ idiota! Y todo estรก tan claro, todo me acusa, pero se han equivocado. Ella tuvo que suicidarse.
-¿Le amenazรณ alguna vez con quitarse la vida?
Sandford negรณ con la cabeza.
-Nunca, y tampoco hubiera dicho que fuese capaz de hacerlo.
-¿Quรฉ sabe de un hombre llamado Joe Ellis?
-¿El carpintero? El tรญpico hombre de pueblo. Muy callado, pero estaba loco por Rose.
-¿Es posible que estuviera celoso? -insinuรณ don Henry.
-Supongo que estaba un poco celoso, pero pertenece al tipo bovino, es de los que sufren en silencio.
-Bueno -dijo don Henry-, debo marcharme.
Y se reuniรณ con los otros.
-¿Sabe, Melchett? Creo que deberรญamos ir a ver a ese otro individuo, Ellis, antes de tomar ninguna determinaciรณn. Serรญa una lรกstima que, despuรฉs de realizar la detenciรณn, resultase ser un error. Al fin y al cabo, los celos siempre fueron un buen mรณvil para cometer un crimen. Y ademรกs bastante corriente.
-Es cierto -replicรณ el inspector-, pero Joe Ellis no es de esa clase. Es incapaz de hacer daรฑo a una mosca. Nadie lo ha visto nunca fuera de sรญ. No obstante, estoy de acuerdo con usted en que serรก mejor preguntarle dรณnde estuvo ayer noche. Ahora debe de estar en su casa. Se hospeda en casa de la seรฑora Bartlett, una persona muy decente, que era viuda y se ganaba la vida lavando ropa.
La casa adonde se dirigieron era inmaculadamente pulcra. Les abriรณ la puerta una mujer robusta de mediana edad, rostro afable y ojos azules.
-Buenos dรญas, seรฑora Bartlett -dijo el inspector-. ¿Estรก Joe Ellis?
-Ha regresado harรก unos diez minutos -respondiรณ la seรฑora Bartlett-. Pasen, por favor.
Y secรกndose las manos en el delantal, los condujo hasta una salita llena de pรกjaros disecados, perros de porcelana, un sofรก y varios muebles inรบtiles.
Se apresurรณ a disponer asiento para todos y, apartando una rinconera para que hubiera mรกs espacio, saliรณ de la habitaciรณn gritando:
-Joe, hay tres caballeros que quieren verte.
Y una voz le contestรณ desde la cocina:
-Irรฉ en cuanto termine de lavarme.
La seรฑora Bartlett sonriรณ.
-Vamos, seรฑora Bartlett -dijo el coronel Melchett-. Siรฉntese.
A la seรฑora Bartlett le sorprendiรณ la idea.
-Oh, no seรฑor. Ni pensarlo.
-¿Es buen huรฉsped Joe Ellis? -le preguntรณ Melchett en tono intrascendente.
-No podrรญa ser mejor, seรฑor. Es un joven muy formal. Nunca bebe ni una gota de vino y se toma muy en serio su trabajo. Siempre se muestra amable y me ayuda cuando hay cosas que reparar en la casa. Fue รฉl quien me puso esos estantes y me ha hecho un nuevo aparador para la cocina. Siempre arregla esas cosillas que hace falta arreglar en las casas. Joe lo hace como cosa natural y ni siquiera quiere que le dรฉ las gracias. ¡Ah! No hay muchos jรณvenes como Joe, seรฑor.
-Alguna muchacha serรก muy afortunada algรบn dรญa -dijo Melchett-. Estaba bastante enamorado de esa pobre chica, Rose Emmott, ¿no es cierto?
La seรฑora Bartlett suspirรณ.
-Me ponรญa de mal humor. รl besaba la tierra que pisaba y a ella sin importarle un comino los sentimientos de Joe.
-¿Dรณnde pasa las tardes, seรฑora Bartlett?
-Generalmente aquรญ, seรฑor. Algunas veces trabaja en alguna pieza difรญcil y, ademรกs, estรก estudiando contabilidad por correspondencia.
-¡Ah!, ¿de veras? ¿Estuvo aquรญ ayer noche?
-Sรญ, seรฑor.
-¿Estรก segura, seรฑora Bartlett? -preguntรณ don Henry secamente.
Se volviรณ hacia รฉl para contestar:
-Completamente segura, seรฑor.
-¿Por casualidad no saldrรญa entre las ocho y las ocho y media?
-Oh, no -la seรฑora Bartlett se echรณ a reรญr-. Estuvo en la cocina casi toda la noche, montando el aparador, y yo lo ayudรฉ.
Don Henry mirรณ su rostro sonriente y por primera vez sintiรณ la sombra de una duda.
Un momento despuรฉs entraba en la habitaciรณn el propio Ellis. Era un joven alto, de anchas espaldas y muy atractivo, de estilo rรบstico. Sus ojos azules eran tรญmidos y su sonrisa amable. Un gigante joven y agradable.
Melchett iniciรณ la conversaciรณn, y la seรฑora Bartlett se marchรณ a la cocina.
-Estamos investigando la muerte de Rose Emmott. Usted la conocรญa, Ellis.
-Sรญ -vacilรณ y luego dijo en voz baja-: Esperaba casarme con ella, pobrecilla.
-¿Conocรญa su estado?
-Sรญ. -un relรกmpago de ira brillรณ en sus ojos-. รl la dejรณ tirada, pero fue lo mejor. No hubiera sido feliz casรกndose con รฉl y confiaba en que cuando eso ocurriera acudirรญa a mรญ. Yo hubiera cuidado de ella.
-A pesar de…
-No fue culpa suya. รl la hizo caer con mil promesas. ¡Oh! Ella me lo contรณ. No tenรญa que haberse suicidado. Ese tipo no lo valรญa.
-Ellis, ¿dรณnde estaba usted ayer noche, alrededor de las ocho y media?
Tal vez fuese producto de la imaginaciรณn de don Henry, pero le pareciรณ detectar una cierta turbaciรณn en su rรกpida, casi demasiado rรกpida, respuesta.
-Estuve aquรญ, montando el aparador de la seรฑora Bartlett. Pregรบnteselo a ella.
“Ha contestado con demasiado presteza -pensรณ don Henry-. Y รฉl es un hombre lento. Eso demuestra que tenรญa preparada de antemano la respuesta”.
Pero se dijo a sรญ mismo que estaba dejรกndose llevar por la imaginaciรณn. Sรญ, demasiadas cosas imaginaba, hasta le habรญa parecido ver un destello de aprensiรณn en aquellos ojos azules.
Tras unas cuantas preguntas mรกs, se marcharon. Don Henry buscรณ un pretexto para entrar en la cocina, donde encontrรณ a la seรฑora Bartlett ocupada en encender el fuego. Al verlo le sonriรณ con simpatรญa. En la pared habรญa un nuevo armario, todavรญa sin terminar, y algunas herramientas y pedazos de madera.
-¿En eso estuvo trabajando Ellis anoche? -preguntรณ don Henry.
-Sรญ, seรฑor. Estรก muy bien, ¿no le parece? Joe es muy buen carpintero.
Ni el menor recelo en su mirada. Pero Ellis… ¿Lo habrรญa imaginado? No, habรญa algo.
“Debo pescarlo”, pensรณ don Henry.
Y al volverse para marcharse, tropezรณ con un cochecito de niรฑo.
-Espero que no habrรฉ despertado al niรฑo -dijo.
La seรฑora Bartlett lanzรณ una carcajada.
-Oh, no, seรฑor. Yo no tengo niรฑos, es una pena. En ese cochecito llevo la ropa que he lavado cuando voy a entregarla.
-¡Oh! Ya comprendo…
Hizo una pausa y luego dijo, dejรกndose llevar por un impulso.
-Seรฑora Bartlett, usted conocรญa a Rose Emmott. Dรญgame lo que pensaba realmente de ella.
-Pues creo que era una caprichosa, pero estรก muerta y no me gusta hablar mal de los muertos.
-Pero yo tengo una razรณn, una razรณn poderosa para preguntรกrselo -su voz era persuasiva.
Ella pareciรณ reflexionar, mientras lo observaba con suma atenciรณn. Finalmente se decidiรณ.
-Era una mala persona, seรฑor -dijo con calma-. No me atreverรญa a decirlo delante de Joe. Ella lo dominaba. Esa clase de mujeres saben hacerlo, es una pena, pero ya sabe lo que ocurre, seรฑor.
Sรญ, don Henry lo sabรญa. Los Joe Ellis de este mundo son particularmente vulnerables, confรญan ciegamente. Pero precisamente por eso, el choque de descubrir la verdad es siempre mรกs fuerte.
Abandonรณ aquella casa confundido y perplejo. Se hallaba ante un muro infranqueable. Joe Ellis habรญa estado trabajando allรญ durante toda la noche anterior, bajo la vigilancia de la seรฑora Bartlett. ¿Cรณmo era posible soslayar ese obstรกculo? No habรญa nada que oponer a eso, como no fuera la sospechosa presteza con que Joe Ellis habรญa contestado, un claro indicio de que podรญa haber preparado aquella historia de antemano.
-Bueno -dijo Melchett-, esto parece dejar el asunto bastante claro, ¿no les parece?
-Sรญ, seรฑor -convino el inspector-. Sandford es nuestro hombre. No tiene nada en que apoyar su defensa. Todo estรก claro como el dรญa. En mi opiniรณn, puesto que la chica y su padre estaban dispuestos a… a hacerle prรกcticamente vรญctima de un chantaje, y รฉl no tenรญa dinero ni querรญa que el asunto llegara a oรญdos de su novia, se desesperรณ y actuรณ de acuerdo con su desesperaciรณn. ¿Quรฉ opina usted de esto, seรฑor? -agregรณ dirigiรฉndose a don Henry con deferencia.
-Eso parece -admitiรณ don Henry-. Y, sin embargo, no puedo imaginarme a Sandford cometiendo ninguna acciรณn violenta.
Pero sabรญa que su objeciรณn apenas tendrรญa validez.
El animal mรกs manso, al verse acorralado, es capaz de las acciones mรกs sorprendentes.
-Me gustarรญa ver a ese niรฑo -dijo de pronto-. El que oyรณ el grito.
Jimmy Brown resultรณ ser un niรฑo vivaracho, bastante menudo para su edad y de rostro delgado e inteligente. Estaba deseando ser interrogado y le decepcionรณ bastante ver que ya sabรญan lo que habรญa oรญdo en la fatรญdica noche.
-Tengo entendido que estabas al otro lado del puente -le dijo don Henry-, al otro lado del rรญo. ¿Viste a alguien por ese lado mientras te acercabas al puente?
-Alguien andaba por el bosque. Creo que era el seรฑor Sandford, el arquitecto que estรก construyendo esa casa tan rara.
Los tres hombres intercambiaron una mirada de inteligencia.
-¿Eso fue unos diez minutos antes de que oyeras el grito?
El muchacho asintiรณ.
-¿Viste a alguien mรกs en la orilla del rรญo, del lado del pueblo?
-Un hombre venรญa por el camino por ese lado. Iba despacio, silbando. Tal vez fuese Joe Ellis.
-Tรบ no pudiste ver quiรฉn era -le dijo el inspector en tono seco-. Era de noche y habรญa niebla.
-Lo digo por lo que silbaba -contestรณ el chico-. Joe Ellis siempre silba la misma tonadilla, “Quiero ser feliz”, es la รบnica que sabe.
Hablรณ con el desprecio que un vanguardista sentirรญa por alguien a quien considerara anticuado.
-Cualquiera pudo silbar eso -replicรณ Melchett-. ¿Iba en direcciรณn al puente?
-No, al revรฉs, hacia el pueblo.
-No creo que debamos preocuparnos por ese desconocido -dijo Melchett-. Tรบ oรญste el grito y un chapuzรณn y, pocos minutos despuรฉs, al ver un cuerpo que flotaba aguas abajo, corriste en busca de ayuda, regresaste al puente, lo cruzaste y te fuiste directamente al pueblo. ¿No viste a nadie por allรญ cerca a quien pedir ayuda?
-Creo que habรญa dos hombres con una carretilla en la orilla del rรญo, pero estaban bastante lejos y no podรญa distinguir si iban o venรญan, y como la casa del seรฑor Giles estaba mรกs cerca, corrรญ hacia allรญ.
-Hiciste muy bien, muchacho -le dijo Melchett-. Actuaste con gran entereza. Tรบ eres niรฑo escucha, ¿verdad?
-Sรญ, seรฑor.
-Muy bien.
Ddon Henry permanecรญa en silencio, reflexionando. Extrajo un pedazo de papel de su bolsillo y, tras mirarlo, meneรณ la cabeza. Parecรญa imposible y sin embargo…
Se decidiรณ a visitar a la seรฑorita Marple sin dilaciรณn.
Lo recibiรณ en un saloncito de estilo antiguo, ligeramente recargado.
-He venido a darle cuenta de nuestros progresos -dijo don Henry-. Me temo que desde su punto de vista las cosas no marchan del todo bien. Van a detener a Sandford. Y debo confesar que, a juzgar por los indicios, con toda justicia.
-Entonces, ¿no ha encontrado nada, digamos, que justifique mi teorรญa? -parecรญa perpleja, ansiosa-. Quizรกs estuviera equivocada, completamente equivocada. Usted tiene tanta experiencia que, de no ser asรญ, lo habrรญa averiguado.
-En primer lugar -dijo don Henry-, apenas puedo creerlo. Y por otra parte, nos estrellamos contra una coartada infranqueable. Joe Ellis estuvo montando los estantes de un armario de la cocina toda la noche y la seรฑora Bartlett estaba con รฉl.
La seรฑorita Marple se inclinรณ hacia delante presa de una gran agitaciรณn.
-Pero eso no es posible -exclamรณ con firmeza-. Era viernes.
-¿Viernes?
-Sรญ, fue la noche del viernes. Y los viernes por la noche ella va a entregar la ropa que ha lavado durante la semana.
Don Henry se reclinรณ en su asiento. Recordaba la historia de Jimmy Brown sobre el hombre que silbaba y… sรญ, encajaba.
Se puso en pie, estrechando enรฉrgicamente la mano de la seรฑorita Marple.
-Creo que ya sรฉ quรฉ debo hacer -le dijo-. O por lo menos lo intentarรฉ.
Cinco minutos despuรฉs estaba en casa de la seรฑora Bartlett, frente a Joe Ellis, en la salita de los perros de porcelana.
-Usted nos mintiรณ, Ellis, con respecto a la noche pasada -le dijo crispado-. Entre las ocho y las ocho y media usted no estuvo en la cocina montando el armario. Lo vieron paseando por la orilla del rรญo en direcciรณn al pueblo pocos minutos antes de que Rose Emmott fuese asesinada.
El hombre se quedรณ atรณnito.
-No fue asesinada, no fue asesinada. Yo no tengo nada que ver. Ella se arrojรณ al rรญo. Estaba desesperada. Yo no hubiera podido hacerle el menor daรฑo, no hubiera podido.
-Entonces, ¿por quรฉ nos mintiรณ diciรฉndonos que estuvo aquรญ? -preguntรณ don Henry con astucia.
El joven alzรณ los ojos y luego los bajรณ con gesto nervioso.
-Estaba asustado. La seรฑora Bartlett me vio por allรญ y, cuando supo lo que habรญa ocurrido, pensรณ que las cosas podรญan ponerse feas para mรญ. Quedamos en que yo dirรญa que habรญa estado trabajando aquรญ y ella se avino a respaldarme. Es una persona muy buena. Siempre fue muy buena conmigo.
Sin aรฑadir palabra don Henry abandonรณ la estancia para dirigirse a la cocina. La seรฑora Bartlett estaba lavando los platos.
-Seรฑora Bartlett -le dijo-, lo sรฉ todo. Creo que serรก mejor que confรญese, es decir, a menos que quiera que ahorquen a Joe Ellis por algo que no ha hecho. No, ya veo que no lo desea. Le dirรฉ lo que ocurriรณ. Usted saliรณ a entregar la ropa y se encontrรณ con Rose Emmott. Pensรณ que dejaba para siempre a Joe para marcharse con el forastero. Ella estaba en un apuro y Joe dispuesto a acudir en su ayuda, a casarse con ella si era preciso, y Rose lo tendrรญa para siempre. Joe lleva cuatro aรฑos viviendo en su casa y se ha enamorado de รฉl, lo quiere para usted sola. Odiaba a esa muchacha, no podรญa soportar la idea de que otra le arrebatara a su hombre. Usted es una mujer fuerte, seรฑora Bartlett. Cogiรณ a la chica por los hombros y la arrojรณ a la corriente. Pocos minutos despuรฉs encontrรณ a Joe Ellis. Jimmy los vio juntos a lo lejos, pero con la oscuridad y la niebla imaginรณ que el cochecito era una carretilla del que tiraban dos hombres. Y usted convenciรณ a Joe de que podรญa resultar sospechoso y le propuso establecer una coartada para รฉl, que en realidad lo era para usted. Ahora dรญgame sinceramente, ¿tengo o no razรณn?
Contuvo el aliento. Lo arriesgaba todo en aquella jugada.
Ella permaneciรณ ante รฉl unos momentos secรกndose las manos en el delantal mientras lentamente iba tomando una determinaciรณn.
-Ocurriรณ todo como usted dice -dijo al fin con su voz reposada, tanto que don Henry sintiรณ de pronto lo peligrosa que podรญa ser-. No sรฉ lo que me pasรณ por la cabeza. Una desvergonzada, eso es lo que era. No pude soportarlo, no me quitarรญa a Joe. No he tenido una vida muy feliz, seรฑor. Mi esposo era un pobre invรกlido malhumorado. Lo cuidรฉ siempre fielmente. Y luego vino Joe a hospedarse en mi casa. No soy muy vieja, seรฑor, a pesar de mis cabellos grises. Sรณlo tengo cuarenta aรฑos y Joe es uno entre un millรณn. Hubiera hecho cualquier cosa por รฉl, lo que fuera. Era como un niรฑo pequeรฑo, tan simpรกtico y tan crรฉdulo. Era mรญo, seรฑor, y yo cuidaba de รฉl, lo protegรญa. Y esto… esto… -tragรณ saliva para contener su emociรณn. Incluso en aquellos momentos era una mujer fuerte. Se irguiรณ mirando a don Henry con una extraรฑa determinaciรณn-. Estoy dispuesta a acompaรฑarlo, seรฑor. No pensรฉ que nadie lo descubriera. No sรฉ cรณmo lo ha sabido usted, no lo sรฉ, se lo aseguro.
Don Henry negรณ con la cabeza.
-No fui yo quien lo averiguรณ -dijo pensando en el pedazo de papel que seguรญa en su bolsillo con unas palabras escritas con letra muy clara y pasada de moda:
Seรฑora Bartlett, en cuya casa se hospeda Joe Ellis en el nรบmero 2 de
Mill Cottages.
Una vez mรกs, la seรฑorita Marple habรญa acertado.
FIN
AVISO LEGAL: Los cuentos, poemas, fragmentos de novelas, ensayos y todo contenido literario que aparece en Mardefondo podrรญan estar protegidos por los derechos de autor (copyright). Si por alguna razรณn los propietarios no estรกn conformes con el uso de ellos, por favor escribirnos y nos encargaremos de borrarlos inmediatamente.