Leamos: "El profesor suplente", Julio Ram贸n Ribeyro

Empecemos la semana junto al 'flaco' Ribeyro, leyendo uno de sus cuentos m谩s conmovedores, donde nos retrata la vida de un profesor a quien el temor y la frustraci贸n hacen tomar una decisi贸n inesperada. 

el profesor suplente
"El profesor suplente" (1964) 

EL PROFESOR SUPLENTE

Hacia el atardecer, cuando Mat铆as y su mujer sorb铆an un triste t茅 y se quejaban de la miseria de la clase media, de la necesidad de tener que andar siempre con la camisa limpia, del precio de los transportes, de los aumentos de la ley, en fin, de lo que hablan a la hora del crep煤sculo los matrimonios pobres, se escucharon en la puerta unos golpes estrepitosos y cuando la abrieron irrumpi贸 el doctor Valencia, bast贸n en mano, sofocado por el cuello duro.

-¡Mi querido Mat铆as! ¡Vengo a darte una gran noticia! De ahora en adelante ser谩s profesor. No me digas que no… ¡espera! Como tengo que ausentarme unos meses del pa铆s, he decidido dejarte mis clases de historia en el colegio. No se trata de un gran puesto y los emolumentos no son grandiosos pero es una magn铆fica ocasi贸n para iniciarte en la ense帽anza. Con el tiempo podr谩s conseguir otras horas de clase, se te abrir谩n las puertas de otros colegios, qui茅n sabe si podr谩s llegar a la Universidad… eso depende de ti. Yo siempre te he tenido una gran confianza. Es injusto que un hombre de tu calidad, un hombre ilustrado, que ha cursado estudios superiores, tenga que ganarse la vida como cobrador… No se帽or, eso no est谩 bien, soy el primero en reconocerlo. Tu puesto est谩 en el magisterio… No lo pienses dos veces. En el acto llamo al director para decirle que ya he encontrado un reemplazo. No hay tiempo que perder, un taxi me espera en la puerta… ¡Y abr谩zame, Mat铆as, dime que soy tu amigo!

TE PUEDE INTERESAR: Leamos "Demetrio" de Julio Ram贸n Ribeyro

Antes de que Mat铆as tuviera tiempo de emitir su opini贸n, el doctor Valencia hab铆a llamado al colegio, hab铆a hablado con el director, hab铆a abrazado por cuarta vez a su amigo y hab铆a partido como un celaje, sin quitarse siquiera el sombrero.

Durante unos minutos, Mat铆as qued贸 pensativo, acariciando esa bella calva que hac铆a las delicias de los ni帽os y el terror de las amas de casa. Con un gesto en茅rgico, impidi贸 que su mujer intercala un comentario y, silenciosamente, se acerc贸 al aparador, se sirvi贸 del oporto reservado a las visitas y lo palade贸 sin prisa, luego de haberlo observado contra luz de la farola.

-Todo esto no me sorprende -dijo al fin-. Un hombre de mi calidad no pod铆a quedar sepultado en el olvido.

Despu茅s de la cena se encerr贸 en el comedor, se hizo llevar una cafetera, desempolv贸 sus viejos textos de estudio y orden贸 a su mujer que nadie lo interrumpiera, ni siquiera Baltazar y Luciano, sus colegas del trabajo, con quienes acostumbraba reunirse por las noches para jugar a las cartas y hacer chistes procaces contra sus patrones de la oficina.

A las diez de la ma帽ana, Mat铆as abandonaba su departamento, la lecci贸n inaugural bien aprendida, rechazando con un poco de impaciencia la solicitud de su mujer, quien lo segu铆a por el corredor de la quinta, quit谩ndole las 煤ltimas pelusillas de su terno de ceremonia.

-No te olvides de poner la tarjeta en la puerta -recomend贸 Mat铆as antes de partir-. Que se lea bien: Mat铆as Palomino, profesor de historia.

En el camino se entretuvo repasando mentalmente los p谩rrafos de su lecci贸n. Durante la noche anterior no hab铆a podido evitar un temblorcito de gozo cuando, para designar a Luis XVI, hab铆a descubierto el ep铆teto de Hidra. El ep铆teto pertenec铆a al siglo XIX y hab铆a ca铆do un poco en desuso pero Mat铆as, por su porte y sus lecturas, segu铆a perteneciendo al siglo XIX y su inteligencia, por donde se la mirara, era una inteligencia en desuso. Desde hac铆a doce a帽os, cuando por dos veces consecutivas fue aplazado en el examen de bachillerato, no hab铆a vuelto a hojear un solo libro de estudios ni a someterse una sola cogitaci贸n al apetito un poco l谩nguido de su esp铆ritu. 脡l siempre achac贸 sus fracasos acad茅micos a la malevolencia del jurado y a esa especie de amnesia repentina que lo asaltaba sin remisi贸n cada vez que ten铆a que poner en evidencia sus conocimientos. Pero si no hab铆a podido optar al t铆tulo de abogado, hab铆a elegido la prosa y el corbat铆n del notario: si no por ciencia, al menos por apariencia, quedaba siempre dentro de los l铆mites de la profesi贸n.

Cuando lleg贸 ante la fachada del colegio, se sobrepar贸 en seco y qued贸 un poco perplejo. El gran reloj del frontis le indic贸 que llevaba un adelanto de diez minutos. Ser demasiado puntual le pareci贸 poco elegante y resolvi贸 que bien val铆a la pena caminar hasta la esquina. Al cruzar delante de la verja escolar, divis贸 un portero de semblante hosco, que vigilaba la calzada, las manos cruzadas a la espalda.

En la esquina del parque se detuvo, sac贸 un pa帽uelo y se enjug贸 la frente. Hac铆a un poco de calor. Un pino y una palmera, confundiendo sus sombras, le recordaron un verso, cuyo autor trat贸 en vano de identificar. Se dispon铆a a regresar -el reloj del Municipio acababa de dar las once- cuando detr谩s de la vidriera de una tienda de discos distingui贸 a un hombre p谩lido que lo espiaba. Con sorpresa constat贸 que ese hombre no era otra cosa que su propio reflejo. Observ谩ndose con disimulo, hizo un gui帽o, como para disipar esa expresi贸n un poco l贸brega que la mala noche de estudio y de caf茅 hab铆a grabado en sus facciones. Pero la expresi贸n, lejos de desaparecer, despleg贸 nuevos signos y Mat铆as comprob贸 que su calva convalec铆a tristemente entre los mechones de las sienes y que su bigote ca铆a sobre sus labios con un gesto de absoluto vencimiento.

Un poco mortificado por la observaci贸n, se retir贸 con 铆mpetu de la vidriera. Una sofocaci贸n de ma帽ana estival hizo que aflojara su corbat铆n de raso. Pero cuando lleg贸 ante la fachada del colegio, sin que en apariencia nada lo provocara, una duda tremenda le asalt贸: en ese momento no pod铆a precisar si la Hidra era un animal marino, un monstruo mitol贸gico o una invenci贸n de ese doctor Valencia, quien empleaba figuras semejantes para demoler sus enemigos del Parlamento. Confundido, abri贸 su malet铆n para revisar sus apuntes, cuando se percat贸 que el portero no le quitaba el ojo de encima. Esta mirada, viniendo de un hombre uniformado, despert贸 en su conciencia de peque帽o contribuyente tenebrosas asociaciones y, sin poder evitarlo, prosigui贸 su marcha hasta la esquina opuesta.

All铆 se detuvo resollando. Ya el problema de Hidra no le interesaba: esta duda hab铆a arrastrado otras much铆simo m谩s urgentes. Ahora en su cabeza todo se confund铆a. Hac铆a de Colbert un ministro ingl茅s, la joroba de Marat la colocaba sobre los hombros de Robespierre y por un artificio de su imaginaci贸n, los finos alejandrinos de Chenier iban a parar a los labios del verdugo Sans贸n. Aterrado por tal deslizamiento de ideas, gir贸 los ojos locamente en busca de una pulper铆a. Una sed impostergable lo abrasaba.

Durante un cuarto de hora recorri贸 in煤tilmente las calles adyacentes. En ese barrio residencial s贸lo se encontraban salones de peinado. Luego de infinitas vueltas se dio de bruces con la tienda de discos y su imagen volvi贸 a surgir del fondo de la vidriera. Esta vez Mat铆as lo examin贸: alrededor de los ojos hab铆an aparecido dos anillos negros que describ铆an sutilmente un c铆rculo que no pod铆a ser otro que el c铆rculo del terror.

Desconcertado, se volvi贸 y qued贸 contemplando el panorama del parque. El coraz贸n le cabeceaba como un p谩jaro enjaulado. A pesar de que las agujas del reloj continuaban girando, Mat铆as se mantuvo r铆gido, testarudamente ocupado en cosas insignificantes, como en contar las ramas de un 谩rbol, y luego en descifrar las letras de un aviso comercial perdido en el follaje.

Un campanazo parroquial lo hizo volver en s铆. Mat铆as se dio cuenta de que a煤n estaba en la hora. Echando mano a todas sus virtudes, incluso a aquellas virtudes equ铆vocas como la terquedad, logr贸 componer algo que podr铆a ser una convicci贸n y, ofuscado por tanto tiempo perdido, se lanz贸 al colegio. Con el movimiento aument贸 el coraje. Al divisar la verja asumi贸 el aire profundo y atareado de un hombre de negocios. Se dispon铆a a cruzarla cuando, al levantar la vista, distingui贸 al lado del portero a un c贸nclave de hombres canosos y ensotanados que lo espiaban, inquietos. Esta inesperada composici贸n -que le record贸 a los jurados de su infancia- fue suficiente para desatar una profusi贸n de reflejos de defensa y, virando con rapidez, se escap贸 hacia la avenida.

DESCARGA: Libro PDF "Prosas Ap谩tridas" Julio Ram贸n Ribeyro 

A los veinte pasos se dio cuenta de que alguien lo segu铆a. Una voz sonaba a sus espaldas. Era el portero.

-Por favor -dec铆a- ¿No es usted el se帽or Palomino, el nuevo profesor de historia? Los hermanos lo est谩n esperando. Mat铆as se volvi贸, rojo de ira.

-¡Yo soy cobrador! -contest贸 brutalmente, como si hubiera sido v铆ctima de alguna vergonzosa confusi贸n.

El portero le pidi贸 excusas y se retir贸. Mat铆as prosigui贸 su camino, lleg贸 a la avenida, torci贸 al parque, anduvo sin rumbo entre la gente que iba de compras, se resbal贸 en un sardinel, estuvo a punto de derribar a un ciego y cay贸 finalmente en una banca, abochornado, entorpecido, como si tuviera un queso por cerebro.

Cuando los ni帽os que sal铆an del colegio comenzaron a retozar a su alrededor, despert贸 de su letargo. Confundido a煤n, bajo la impresi贸n de haber sido objeto de una humillante estafa, se incorpor贸 y tom贸 el camino de su casa. Inconscientemente eligi贸 una ruta llena de meandros. Se distra铆a. La realidad se le escapaba por todas las fisuras de su imaginaci贸n. Pensaba que alg煤n d铆a ser铆a millonario por un golpe de azar. Solamente cuando lleg贸 a la quinta y vio que su mujer lo esperaba en la puerta del departamento, con el delantal amarrado a su cintura, tom贸 conciencia de su enorme frustraci贸n. No obstante se repuso, tent贸 una sonrisa y se aprest贸 a recibir a su mujer, que ya corr铆a por el pasillo con los brazos abiertos.

-¿Qu茅 tal te ha ido? ¿Dictaste tu clase? ¿Qu茅 han dicho los alumnos?

-¡Magn铆fico!… ¡Todo ha sido magn铆fico! -Balbuce贸 Mat铆as-. ¡Me aplaudieron! -pero al sentir los brazos de su mujer que lo enlazaban del cuello y al ver en sus ojos, por primera vez, una llama de invencible orgullo, inclin贸 con violencia la cabeza y se ech贸 desconsoladamente a llorar.

FIN

Mar de fondo

饾惖饾憻饾懄饾憥饾憶 饾憠饾憱饾憴饾憴饾憥饾憪饾憻饾憭饾懅 (Lima, 1990) Director del Blog de Mar de fondo. Estudi茅 Comunicaciones, Sociolog铆a y soy autor del libro "Las vidas que tom茅 prestadas". Amante de los cuentos, cartas, diarios y novelas. Convencido de que "饾憟饾憶 饾憫饾憱́饾憥 饾憴饾憭饾憱́饾憫饾憸 饾憶饾憸 饾憭饾憼 饾憿饾憶 饾憫饾憱́饾憥 饾憹饾憭饾憻饾憫饾憱饾憫饾憸."

Publicar un comentario

Art铆culo Anterior Art铆culo Siguiente