¡Buenos días lectores del mundo! En este día gris en Lima, pues el otoño está haciendo de las suyas mientras se va; me puse a revisar el libro de Vargas Llosa "Cartas a un joven novelista", una recopilación de textos y sugerencias para quiénes buscan adentrarse en el mundo de la literatura y convertirse en escritores algún día. Estoy seguro que entre ustedes (como yo) hay también un aspirante a escritor y por eso hoy comparto contigo este impactante fragmento que puedes tomar en cuenta ¡Veamos de qué se trata!
Imagen tomada de Pinterest: Ilustración by Patryk Hardziej |
¿Reglas para escribir?
Personalmente considero que nadie puede decirnos cómo escribir, pero siempre será bueno atender los consejos de expertos en la materia como Jorge Luis Borges, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez y Juan Rulfo, entre decenas de buenos escritores que han compartido con el mundo de qué manera alcanzan la inspiración para escribir sus relatos.
Cada uno de ellos posee un estilo, una forma, que vamos identificando al momento de leerlos y creo personalmente que la suma de todos estos debería ayudarnos a forjar el nuestro, en la cancha, en la lectura y el ejercicio de escribir.
Esto no quiere decir que lo que leerás a continuación sea obsoleto, se trata de un magnífico consejo del Nobel de literatura 2010, Mario Vargas Llosa. Nada menos.
El libro "Cartas a un joven novelista"
Sobre este libro te cuento que vio la luz en 2011 y el mismo Vargas Llosa menciona que "no es un manual para aprender a escribir, algo que los verdaderos escritores aprenden por sí mismos. Es un ensayo sobre la manera como nacen y se escriben las novelas, según mi experiencia [...] Se trata, pues, de un libro muy personal y, en cierto modo, de una discreta autobiografía".
En este libro Vargas Llosa se dirige a quienes tienen la ilusión de llegar a ser escritores.
El fragmento que comparto es del Capítulo IV y se titula el El estilo, parte muy importante en la concepción de una novela. Así mismo, Vargas Llosa redacta (como en todos los capítulos), con un estilo ameno y hasta paternal en forma de carta; pues suele iniciar con un "Querido amigo:". Leamos con atención:
Querido amigo:
El estilo es ingrediente esencial, aunque no el único, de la forma novelesca. Las novelas están hechas de palabras, de modo que la manera como un novelista elige y organiza el lenguaje es un factor decisivo para que sus historias tengan o carezcan de poder de persuasión. Ahora bien, el lenguaje novelesco no puede ser disociado de aquello que la novela relata, el tema que se encarna en palabras, porque la única manera de saber si el novelista tiene éxito o fracasa en su empresa narrativa es averiguando si, gracias a su escritura, la ficción vive, se emancipa de su creador y de la realidad real y se impone al lector como una realidad soberana.
Es, pues, en función de lo que cuenta que una escritura es eficiente o ineficiente, creativa o letal. Quizás debamos comenzar, para ir ciñendo los rasgos del estilo, por eliminar la idea de corrección. No importa nada que un estilo sea correcto o incorrecto; importa que sea eficaz, adecuado a su cometido, que es insuflar una ilusión de vida
-de verdad- a las historias que cuenta. Hay novelistas que escribieron correctísimamente, de acuerdo a los cánones gramaticales y estilísticos imperantes en su época, como Cervantes, Stendhal, Dickens, García Márquez, y otros, no menos grandes, que violentaron aquellos cánones, cometiendo toda clase de atropellos gramaticales y cuyo estilo está lleno de incorrecciones desde el punto de vista aca-démico, lo que no les impidió ser buenos o incluso excelentes novelistas, como Balzac, Joyce, Pío Baroja, Céline, Cortázar y Lezama Lima. Azorín, que era un extraordinario prosista y pese a ello un aburridísimo novelista, escribió en su colección de textos sobre Madrid: «Escribe prosa el literato, prosa correcta, prosa castiza, y no vale nada esa prosa sin las alcamonías de la gracia, la intención feliz, la ironía, el desdén o el sarcasmo». * Es una observación exacta: por sí misma, la corrección estilística no presupone nada sobre el acierto o desacierto con que se escribe una ficción.
¿De qué depende, pues, la eficacia de la escritura novelesca? De dos atributos: su coherencia interna y su carácter de necesidad. La historia que cuenta una novela puede ser incoherente, pero el lenguaje que la plasma debe ser coherente para que aquella incoherencia finja exitosamente ser genuina y vivir. Un ejemplo de esto es el monólogo de Molly Bloom, al final del Ulises (Ulysses) de Joyce, torrente caótico de recuerdos, sensaciones, re-flexiones, emociones, cuya hechicera fuerza se debe a la prosa de apariencia deshilvanada y quebrada que lo enuncia y que conserva, por debajo de su exterior desmañado y anárquico, una rigurosa coherencia, una conformación estructural que obedece a un modelo o sistema original de normas y principios del que la escritura del monólogo nunca se aparta. ¿Es una exacta descripción de una conciencia en movimiento? No. Es una invención literaria tan poderosamente convincente que nos parece reproducir el deambular de la conciencia de Molly cuando, en verdad, lo está inventando.
Julio Cortazar se jactaba en sus últimos años de escribir «cada vez más mal». Quería decir que, para expresar lo que anhelaba en sus cuentos y novelas, se sentía obligado a buscar formas de expresión cada vez menos sometidas a la forma canónica, a desafiar el genio de lengua y tratar de imponerle ritmos, pautas, vocabularios, distorsiones, de modo que su prosa pudiera representar con más verosimilitud aquellos personajes o sucesos de su inven-ción. En realidad, escribiendo así de mal, Cortázar escribía muy bien. Tenía una prosa clara y fluida, que fingía maravillosamente la oralidad, incorporando y asimilando con gran desenvoltura los dichos, amaneramientos y figuras de la palabra hablada, argentinismos desde luego, pero también galicismos, y asimismo inventando palabras y expresiones con tanto ingenio y buen oído que ellas no desentonaban en el contexto de sus frases, más bien las enriquecían con esas «alcamonías» (especias) que reclamaba Azorín para el buen novelista.
La verosimilitud de una historia (su poder de persuasión) no depende exclusivamente de la coherencia del estilo con que está referida no menos importante es el rol que desempeña la técnica narrativa, pero, sin ella, o no existe o se reduce al mínimo.
Un estilo puede ser desagradable y, sin embargo, gracias a su coherencia, eficaz. Es el caso de un Louis-Ferdinand Céline, por ejemplo. No sé si a usted, pero, a mí, sus frases cortitas y tartamudas, plagadas de puntos suspensivos, encrespadas de vociferaciones y expresiones en jerga, me crispan los nervios. Y, sin embargo, no tengo la menor duda de que Viaje al final de la noche (Voyage au bout de la nuit), y también, aunque no de manera tan inequívoca, Muerte a crédito (Mort à crédit), son novelas dotadas de un poder de persuasión arrollador, cuyo vómito de sordidez y extravagancia nos hipnotiza, desbaratando las prevenciones estéticas o éticas que podamos conscientemente oponerle.
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[...]
Cosa parecida le ocurre a otro gran prosista de nuestra lengua, Gabriel García Márquez. A diferencia del de Borges, su estilo no es sobrio sino abundante, y nada intelectualizado, más bien sensorial y sensual, de estirpe clásica por su casticismo y corrección, pero no envarado ni arcaizante, más bien abierto a la asimilación de dichos y expresiones populares y a neologismos y extranjerismos, de rica musicalidad y limpieza conceptual, exento de complicaciones o retruécanos intelectuales. Calor, sabor, música, todas las texturas de la percepción y los apetitos del cuerpo se expresan en él con naturalidad, sin remilgos, y con la misma libertad respira en él la fantasía, proyectándose sin trabas hacia lo extraordinario. Leyendo Cien años de soledad o El amor en los tiempos del cólera nos abruma la certidumbre de que sólo contadas con esas palabras, ese talante y ese ritmo, esas historias resultan creíbles, verosímiles, fascinantes, conmovedoras; que, separadas de ellas, en cambio, no hubieran podido hechizarnos como lo hacen, porque esas historias son las palabras que las cuentan.
Querido lector del blog este fragmento es la mitad de la Carta de Mario Vargas Llosa a un joven novelista, pero considero que tiene lo esencial para comprender lo que Mario quiere decir. Si te interesa conocer un poco más de la segunda parte, te leo en los comentarios y...sobre todo te recomiendo comprar el libro. Hay una edición DEBOLSILLO muy práctica y aun precio asequible ¡Hasta la próxima!
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La que sigue, la espero.
ResponderEliminarGracias, por comentar. Vuelve pronto!
EliminarEste libro Cartas a un joven novelista no es del 2011, es de mucho antes.
ResponderEliminarMe encantó releer ese fragmento que siempre inspira.
Es del libro que tengo, si tienes la fecha exacta házmelo saber :) !
EliminarBuenísimo. Gracias por compartirlo.
ResponderEliminarDe nada, gracias por venir.
Eliminargenial, espero 2 parte
ResponderEliminarGracias, saludos :D
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