Leamos "Fábula inmoral" y 3 microrrelatos más de Fernando Pessoa

¡Buenos días, lectores! Hoy recordamos al maestro Fernando Pessoa (1888-1835), quien nos deja esta cortas pero interesantes narraciones. Pepitas breves, pero cargadas de su genialidad, ideal para compartir y presentarlas a quien más quieras y si te gustaron házmelo saber en la casilla de comentarios ¡Disfrutemos! 

"Fábula inmoral" y 3 microrrelatos más de Fernando Pessoa
Imagen tomada de Pinterest: Alberto Caeiro, Fernando Pessoa’s imaginary shepherd-poet



FÁBULA INMORAL

—Sí —dijo el rubio—, fue la mejor mujer que conocí.

Me callé, que era lo que convenía. Hay opiniones que son como los regalos que no damos: no pueden darse (como las mujeres guapas).

—¿Era morena? —pregunté al fin, agotados los efectos del silencio, y porque soy sicólogo.

—No, era mi mujer —respondió el hombre tan rubio.

—Gracias —dije yo.

Y continuamos parapetados en el silencio, satisfechos ambos con la vida.

FIN


EL SECRETO DE ROMA


Cuando César llegó con retraso al campo de […] raudos alzaron ante él la cabeza de Pompeyo. César derramó lágrimas y todos se sorprendieron. El que alzó la cabeza, la bajó un poco; estaba atónito y, por si fuera poco, le pesaba por mantenerla alzada con un brazo largo.

—¿Es lo que vale una victoria? —preguntó César.

—Es cierto —respondió el que le seguía, sin saber mucho qué decir.

Y César continuó:

—Fue mi amigo, mi compañero, era romano y soldado…

Y después:

—He llegado tarde…

El compañero esbozó un gesto vacío y César volvió la espalda inclinada de dolor.

—He llegado tarde —repitió—; habría querido matarlo con mis propias manos.

FIN

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INCOMPARECENCIA



Hacía una bonita tarde de abril, domingo.

Pero aún más bonito era el pensamiento de que vería a Raquel. Ella solía pasar por allí diariamente, pero solo los domingos podía verla, pues, en los días de semana, a esa hora estaba en el reparto… Pero iba a verla hoy y solo de pensar en eso me alegraba. Todo hombre que ama sabe que nada hay superior al amor… Pero cuesta esperar y ya había pasado una hora, dos, tres, cuatro… ¡ven que se va a hacer tarde! Era ya una noche de abril que se trataba de convertir en un otro día de abril y sin que apareciera Raquel. Estaba dispuesto a marcharme, pero el amor me rogó que esperara… y esperé.

Hasta que, ¡al fin! Oigo pasos desde el otro lado de la esquina. Me apresuro, corro, tuerzo la esquina y caigo en los brazos… ¡de un lotero!: «Oh, Dios mío, me queda solo el mil quinientos cincuenta y cuatro y mañana es el sorteo».

¡Faltar a la cita! ¡Desilusión! Pero, para hacer algo, acabé comprándole el décimo y continué hacia mi casa.

Al día siguiente, ¡me vino la gran suerte! ¡Ah!, ¡se me presentó la Providencia! Claro, tuvo que ser la Providencia la que, a cambio de aquella incomparecencia de Raquel, me mandó al lotero en su lugar. ¡Ah, Dios es bueno!

Hace poco traté de engañarme, amigos míos. Hay algo superior al amor, y eso es la pasta.

FIN



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INTROMISIÓN



Me asomo, desde una de las ventanas de la oficina abandonada al mediodía, a la calle en la que mi distracción siente movimientos de gente en los ojos, y no los ve, desde la distancia de mi meditación. Los pormenores de la calle sin animación por la que muchos andan se me destacan en un alejamiento mental: los cajones apiñados en el carro, los sacos a la puerta del almacén del otro y, en el escaparate distante de la tienda de ultramarinos de la esquina, el vislumbre de las botellas de ese vino de Oporto que sueño que nadie puede comprar. La gente que pasa por la calle es siempre la misma que ha pasado hace poco, es siempre el aspecto fluctuante de alguien, manchas sin movimiento, voces de incertidumbre, cosas que pasan y no llegan a suceder.

Y, de repente, suena, detrás de mí, en la oficina, la llamada metafísicamente abrupta del mozo. Siento que podría matarlo por haber interrumpido lo que no estaba pensando. Le miro, volviéndome, con un silencio lleno de odio, escucho anticipadamente —con una tensión de homicidio latente— la voz que va a gastar para decirme alguna cosa. Se sonríe desde el fondo de la casa y me da las buenas tardes en voz alta. Le odio como al universo.


FIN

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Mar de fondo

𝑆𝑜𝑦 𝐵𝑟𝑦𝑎𝑛 𝑉𝑖𝑙𝑙𝑎𝑐𝑟𝑒𝑧 (Lima, 1990) creador del Blog de Mar de fondo. Estudié Comunicaciones, Sociología y estoy escribiendo un libro. Soy un amante de los cuentos, cartas, diarios y novelas. Convencido de que "𝑈𝑛 𝑑𝑖́𝑎 𝑙𝑒𝑖́𝑑𝑜 𝑛𝑜 𝑒𝑠 𝑢𝑛 𝑑𝑖́𝑎 𝑝𝑒𝑟𝑑𝑖𝑑𝑜"

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