¡Hola, lectores! Julio Cortázar es uno de los autores más queridos del blog y por eso esta jornada recordamos el libro Final del juego (1956), una obra que nos dejó los mejores relatos del escritor argentino. Se trata de la historia de un hombre sumergido en la lectura de una novela y quien a medida que avanza en los capítulos finales, se ve atrapado por la historia de una pareja que planea un crimen con meticulosa precisión ¡Leamos de qué se trata!
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Imagen tomada de Pinterest: https://pin.it/6VsYSw7Cx |
¿De qué trata el relato Continuidad en los parques?
Estuve buscando la mejor sinopsis para un cuento de Cortázar bastante corto. Por eso, lo que puedo decir al respecto, es que se trata de un hombre se sumerge en la lectura de una novela, disfrutando del placer de abstraerse en su trama.
Conforme avanza en los capítulos finales, se ve atrapado por la historia de una pareja que planea un crimen con meticulosa precisión. La tensión va creciendo mientras el amante se desliza sigilosamente hacia una casa, evitando cualquier obstáculo que pudiera delatar su presencia. Al llegar a su objetivo, empuña el puñal y se acerca a su víctima, un hombre que, ajeno a su destino, está sentado en un sillón de terciopelo verde…
El libro Final del juego (1956)
De este libro recuerdo perfectamente el cuento "Casa tomada" uno de los más leídos del blog. También publiqué "Final del juego". Pero lo cierto es que se trata de una colección esencial en la bibliografía de Cortázar porque condensa muchas de sus preocupaciones literarias y formales.
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Los cuentos de esta obra exploran nuevas maneras de contar historias, utilizando perspectivas múltiples, finales abiertos y estructuras innovadoras que desafían la narrativa tradicional.
El libro contiene18 cuentos, muchos de los cuales son representativos del estilo de Cortázar y de sus experimentaciones narrativas. Se pueden identificar varios temas recurrentes en la obra:
Cuentos de Final del juego
• Continuidad de los parques
• No se culpe a nadie
• La noche boca arriba
• Después del almuerzo
• Axolotl
• La puerta condenada
• Las ménades
• Los buenos servicios
• El río
• Los venenos
• Cefalea
• Circe
• Casa tomada
• El ídolo de las Cícladas
• La banda
• Los amigos
• El móvil
• Final del juego
CONTINUIDAD EN LOS PARQUES
Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías, volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanado en su sillón favorito, de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente restañaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.
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Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano, la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.
FIN
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Magnífico
ResponderEliminarGracias por dejar tu comentario. Saludos :)
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