Las últimas horas de Abraham Valdelomar narradas "al detalle" por Julio Ramón Ribeyro

Les cuento que estaba buscando en el post ribeyriano de la semana, como siempre haciendo un alto a ese libro de cuentos que tanto procrastino en finalizar. Entonces, volví a pensar en mi idea de que si Abraham Valdelomar no hubiera muerto tan joven (31 años) se hubiera inmortalizado como el mejor cuentista del Perú, pero debido a ese infortunio ese honor recayó sobre el legendario Ribeyro, honor que el mismo reconoce en el texto que vas a leer a continuación, pues reconstruye las últimas horas de Valdelomar con una delicadeza exquisita.

Las últimas horas de Abraham Valdelomar narradas por Julio Ramón Ribeyro
Imagen: Homenaje a Julio Ramón Ribeyro. (USI)


Julio Ramón Ribeyro no conoció presencialmente a Valdelomar, "el Conde de Lemos". murió en 1919 cuando todavía no nacía nuestro querido cuentista; sin embargo, está totalmente comprobado que el escritor de "El caballero Carmelo", fue amigo del padre de Ribeyro. Esta relación hizo que ambos escritores se conociesen desde casa, en las historias y anécdotas que recibiría de su progenitor.


Ya entrados en contexto, veamos de qué va esta historia; o mejor dicho, cómo la pinta Julio Ramón. El texto corresponde al libro "La caza sutil" del mismo autor, que reúne los artículos escritos durante su estancia en Europa.


La historia comienza con una fotografía

Ribeyro empieza este relato describiendo cómo Valdelomar habría vivido sus últimas veinticuatro horas, lo imagina tendido sobre la hierba, con la cabeza recostada en las faltas de Armandina, mientras contempla con una resignación irónica el paisaje que lo rodea: acequias de regadío, sauces polvorientos, cerdos husmeando al pie de una tapia, peones devastando una chacra para colocar tuberías de agua potable en Lima. Julio Ramon se centra en la sensibilidad de la observación de Abraham, pues lo piensa añorando las colinas romanas y los prados ingleses que tanto le gustaban.


Ese día Abraham Valdelomar lucía escarpines, pantalón blanco de seda, chaleco a cuadros y corbata de mariposa. Una corte de damiselas con para sol y dandis en sarita lo circunda; todo esto responde a la fama de mujeriego del escritor pisqueño. Ribeyro, relata:


Debe ser mediodía. Al fondo se distinguen las torres de la catedral y el campanario de Santo Domingo.
Esto no es fantasía, sino la descripción exacta de una vieja foto que conservo en álbumes de familia. Uno de esos paseos campestres por las afueras de Lima, la huerta del Potao, en los que nuestro poeta se complacía, solo por la necesidad de hablar y de brillar. Alguien menciona a un escritor de moda. Valdelomar sonríe:
-Hay escritores que tienen el alma como una carreta de mudanza. Siempre hay algo atado, algo que cae, algo que se rompe... y un negro soez encima de todo.



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Si se examina la foto con más atención, se nota tristeza en sus rasgos. Quizá porque es el último día en Lima: a la mañana siguiente tiene que viajar a Huamanga para asistir al Congreso Regional del Centro, al cual ha sido elegido diputado por Ica, su tierra natal.

O quizá porque está aburrido, gente necia lo rodea, las aguas sucias de esas acequias se llevan lo mejor de sus paradojas. Un coleóptero zumba cerca de su cabeza:
- A la bella y elegante libélula la llaman en el Perú chupajeringa.
Al atardecer lo vemos caminando por el malecón de Chorrillos, siempre acompañado por sus dandis y damiselas. Algunos transeúntes se sobreparan para observarlo y le hacen un signo de saludo.
;Los burgueses! masculla-• Los burgueses son como el bombo de la orquesta: solemnes, sonoros, definitivos y huecos.
Se oculta el sol. Valdelomar se ha apoyado en la baranda del paseo y observa pensativo el poniente:
-Se puede aprender más sobre el arte mirando los crepúsculos de Lima que en las clases de filosofía del doctor Deustua.
En una banca vacía toma asiento. Oscurece. El malecón se va poblando ahora de vecinos que se pasean para bajar la comida.
Valdelomar estalla:
-¡Vamos ya! Estos hombres gordos me ensucian el paisaje.


La última noche en el Palais Concert


Es muy conocida la frase de Valdelomar refieriéndose al antro de espacimiento de la Lima de inicios del siglo XX, lo cierto es que aquella tarde noche no había terminado la jornada. En aquel recinto, se encontraba rodeado ahora de artistas y escritores, mientras una orquesta de "damas vienesas tocaba valses de Strauss2, econstruye Ribeyro, "ha tomado ya algunos pernods".


-¡El Perú es Lima! - exclama-. Lima el jirón de la Unión; el jirón de la Unión, el Palais Concert y el Palais Concert, Abraham Valdelomar!
A ese lugar de moda, en pleno centro de Lima, llegan también ricachones para codearse con los bohemios o tirarse un lance con las vienesas. Valdelomar los mira con sorna:
-En Lima solo hay dos tipos de hombres: los que siembran algodón y los que escriben majaderías.
En uno de los espejos con marco dorado se observa, mientras acaricia su cutis trigueño y su pelo crespo:
-A lo mejor... suspira-, a lo mejor, yo que me tomo por un poeta griego o por un gentleman británico, no soy más que un zambo huachafo.
A medida que transcurre la noche se le nota menos locuaz. César Vallejo, Luis Alberto Sánchez, Abril de Vivero tratan de animarlo.
Pero Abraham no hace más que contemplar sus manos:
-:Estas manos! - repite besando sus dedos enjoyados. ;Estas manos que han escrito tan bellas cosas!
Como sus amigos se burlan, Valdelomar reacciona:
-Un hombre puede tener sortijas en los dedos y tener talento. Hay quienes no tienen ni talento ni sortijas.
En vano hablan de despedirlo en un fumadero de opio del Barrio Chino. Abraham es inflexible: a las seis de la mañana tiene que estar en la estación del ferrocarril. Como todo escritor que ha cedido a la tentación de la política, debe pagar las consecuencias: giras, coloquios, mítines, discursos. Calándose el monóculo hace una venia y se va.


El viaje hacia la muerte


Ribeyro detalla en su artículo que el viaje a Huamanga en aquellos años (1919) duraba seis días. Primero se debía tomar un tren hasta Huancayo subiendo los cinco mil metros de la Cordillera Central. Después de esa travesía el resto es cabalgadura.

Suponemos que el tren lo soportó, pero ¿cómo serían sus cinco días en mula por riscos, páramos y precipicios? Había empezado la estación de las lluvias y en el camino no se encontraba más que tambos donde se dormía sobre una piel de carnero. ¿Qué marcas dejó o qué horizontes abrió en él esta ruda travesía? Poco sabemos de ella. Solo que desde Lima lo acompañaba un mancebo y que en Huancayo se les añadió un arriero. Misterioso mancebo. Uno de sus biógrafos insinúa que Abraham, a pesar de las novias que tuvo y que tenía, no era ajeno a las prácticas pederásticas. El arriero llevaba el equipaje del poeta, es decir, mucha ropa, muchos libros y manuscritos y su caja de «medicamentos». Lo que sí puede asegurarse es que cumplió su itinerario con una precisión implacable. Cada pisada de su mula, cada ínfima circunstancia que retardó o aceleró el viaje lo conducían, sin posibilidad de error, a la cita más importante de su vida.

A Huamanga llegó exhausto y rabiando. Los notables lo llevaron a la mejor pieza del hotel Bolognesi, en la Plaza de Armas. ¡pero qué le importaba eso! El arriero se había retrasado y no disponía en ese momento de ropa limpia ni, sobre todo, de su «cofre con remedios». Esa misma noche se daba un banquete a los congresistas en el cual debía tomar la palabra.


La cena en Huamanga


Como el arriero tardaba en llegar, Abraham ya pensaba en no presentarse a la cena de bienvenidad, decisión que puedo haberle salvado la vida y también hacer generoso un favor a la literatura peruana. Sin embargo, la providencia tenía otro destino para el escritor, pues el arriero llegó y Valdelomar tuvo que vestirse, como a él le gustaba; con una camisa bordada, chaleco de fantasía, corbata plateada, frac y monóculo. Un derroche de elegancia para una cita con la muerte. Escribe Ribeyro que:


No tuvo tiempo ni necesidad de consultar sus papeles. Discursos él sabía pronunciarlos, viriles, patrióticos y movilizadores. En su bolsillo guardó su «preciosa hipodérmica».
En el segundo piso del hotel habían preparado la mesa: mantel blanco y cubiertos de plata prestados por el rico señor Renán del Barco. Pero era inútil buscar caviar, foie gras, salmón ahumado, recuerdos de su estadía europea. Por el contrario, se veían fuentes con chicharrones, anticuchos, cuy chactado y una botella de pisco por comensal.

Valdelomar tomó asiento frente al obispo de Huamanga, que llevaba el nombre luego histórico, por homonimia, de Fidel Castro. Detalla el 'flaco' que a mitad de la cena todos estaban achispados. Todos, salvo Valdelomar, que se sentía cansado, aburrido, triste una vez más.


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¡Tener que prodigarse en ágapes provincianos y vana charlatanería, cuando tenía tanto por escribir! Terminada esa gira, vería en Lima la manera de encontrar tiempo para proseguir su obra suspendida.
Sirvieron el postre. Pronto empezarían los discursos. Era el momento de emprender un «vuelo», si quería sobreponerse a su desaliento. Menos mal que no había olvidado su «ampolleta».

Discretamente abandonó la mesa. El edificio era viejo, mal iluminado, lleno de corredores y vericuetos. En el ala posterior se extravió. Buscando un lugar propicio le pareció distinguir una escalera que llevaba a un patio sombrío. Ensayó con el pie un peldaño, luego otro y cuando quiso apoyarse en el pasamanos solo encontró el vacío y durante unas fracciones de segundo voló, voló literalmente, para estrellarse contra un montículo de piedras, al lado de un pozo que servía de retrete.


La otra versión de su muerte


Acercándose al final de su texto, Ribeyro aclara aquella versión que algunos creen fue difundida por los enemigos del escritor Valdelomar, para humillarlo y despresitigiarlo en su lecho de agonía:


Hay una versión popular de su muerte que escuché de niño: Valdelomar murió ahogado en un pozo de caca. Si esta versión prevalece es por su carácter paradójico (un esteta enterrado en la inmundicia) o simbólico (un poeta en estas tierras no puede desaparecer más que entre los excrementos). Pero lo cierto es que no cayó al silo ni murió asfixiado. No es claro cómo se le encontró. El banquete proseguía, cada vez más eufórico. Una silla vacía en estos casos es tan insignificante como una vida menos en la inmensidad del mundo. Los comensales ignoraban que su anfitrión más preciado agonizaba chillando al borde de un cagadero.

Se le transportó a su dormitorio del hotel. Una junta de médicos (dos, todos los que había en Huamanga) diagnosticó ruptura de la columna vertebral y de varias costillas. Caso sin remedio. No cabía más que administrarle calmantes y los santos óleos. Un notable hizo que lo llevaran a su casa, a una habitación más cómoda. A los dos días, asistido por monseñor Fidel Castro, expiró llamando a gritos a su madre, la única mujer que había contado en su vida:

«Mi padre era callado y mi madre era triste.
Y la alegría nadie me la supo enseñar».
Así quedó truncada, a los 31 años, la vida de una artista que, a no ser por este accidente, por simple deducción, hubiera cambiado la fisonomía de nuestra literatura.


Un legado inmortal


Coincido con Ribeyro cuando cierra su artículo diciendo que para aquel entonces Valdelomar había escrito los cuentos más hermosos del Perú, algunos versos inmortales, novelas bien recibidas por la crítica; así como piezas de teatro, ensayos y crónicas "con una gracia inimitable". Julio Ramón, reconoce el valor de su predecesor literario.

Con él desapareció una probabilidad, un derrotero, un mapa inacabado de nuestro espacio espiritual. Como ha ocurrido en otross casos, su trágico fin está descrito en sus ficciones: en su drama El vuelo y en su relato «El vuelo de los cóndores», los protagonistas mueren por ruptura de la columna vertebral, a raíz de una caída.

Lo embalsamaron en Huamanga. Dieciséis indios llevaron en hombros su féretro hasta Huancayo. Tardaron trece días, cobrando un sol y una ración de coca por jornada. Dieciséis indios analfabetos que nunca lo leyeron.

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Esta es la historia de las últimas horas de Valdelomar, como estamos acostumbrados, Ribeyro es un narrador por excelencia y ha podido elucubrar una historia memorable sobre un escritor a quien él admiraba mucho.  

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Mar de fondo

𝑆𝑜𝑦 𝐵𝑟𝑦𝑎𝑛 𝑉𝑖𝑙𝑙𝑎𝑐𝑟𝑒𝑧 (Lima, 1990) creador del Blog de Mar de fondo. Estudié Comunicaciones, Sociología y estoy escribiendo un libro. Soy un amante de los cuentos, cartas, diarios y novelas. Convencido de que "𝑈𝑛 𝑑𝑖́𝑎 𝑙𝑒𝑖́𝑑𝑜 𝑛𝑜 𝑒𝑠 𝑢𝑛 𝑑𝑖́𝑎 𝑝𝑒𝑟𝑑𝑖𝑑𝑜"

2 Comentarios

  1. todo bien pero la publicidad malogra la magia

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    1. ¡Hola! Entiendo, este es un espacio autosostenible por medio publicidad. No existe otro financiamiento. Las disculpas del caso. Gracias por seguir la página.

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