El cautivador inicio de "El gallo de oro", la segunda novela de Juan Rulfo

¡Hola, lectores! Seguramente valoramos con mucha nostalgia las obras del maestro Juan Rulfo, donde destacamos sin duda los cuentos de El llano en llamas y la novela Pedro Páramo, pero existe una tercera obra que también merece el reconocimiento y la admiración de las nuevas generaciones: El gallo de oro. Por eso, hoy te traigo un fragmento inicial que nos permitirá conectar con la obra del mexicano ¡Leamos! 

inicio de "El gallo de oro", la segunda novela de Juan Rulfo
Imagen editada en CV Pro. 


¿Qué pasó con EL GALLO DE ORO de Juan Rulfo?

Estamos ante una novela corta del escritor mexicano, su concepción data entre 1956 y 1958, pero recién pudo llegar al público en 1980. La obra narra la historia del apasionado amor entre el gallero Dionisio Pinzón y Bernarda Cutiño, conocida como 'La Caponera', una cantante de ferias itinerantes por todo el país. 

Lo cierto es que solo en 2010 se pudieron corregir los errores de la  primera edición, lo que la mantuvo al margen de las dos obras maestras de Rulfo. Incluso, Rulfo llegó a considerar la obra como un cuento largo. 


¿Qué inspiro a Rulfo en esta obra?

Juan Rulfo había desarrollado un afecto especial por su tío David Pérez Rulfo, incluso solía decir que dejó de escribir porque éste murió, ya que Don Juan era quien le contaba esas geniales historias. 

En el caso de El gallo de oro, el tío paterno de Juan Rulfo, era charro, jinete y gallero. Eso permitió que el escritor desarrollara un amplio conocimiento del mundo de las peleas de gallos que por general se daban en las ferias y palenques, inspirando el personaje de la Caponera. 

Una historia que llegó al cine

La novela o cuento largo de Rulfo, muestra el drama atravesado de los valores de  una sociedad mexicana posrevolucionaria. Esta cinta se filmó en 1954 y la dirección estuvo a cargo de Roberto Gavaldón. Al inicio solo sería una adaptación de la obra de Juan Rulfo, pero al final se optó por tomarla como inspiración. 

Entre los ajustes que se hicieron a la historia destaca el aporte de Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez y Roberto Gavaldón, todos ellos trabajaron el guión de la película, en la que los personajes principales fueron Lucha Villa como "La Caponera" y el legendario Ignacio López Tarso como "Narciso". 

El resultado fue que El gallo de oro se convirtió en una de las mejores películas de su tiempo, pues recrea un contexto social bastante fuerte, como la ambición por el dinero y el marcado machismo. 


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ASÍ EMPIEZA EL GALLO DE ORO


Amanecía.

Por las calles desiertas de San Miguel del Milagro1 , una que otra mujer enrebozada caminaba rumbo a la iglesia, a los llamados de la primera misa. Algunas más barrían las polvorientas calles.

Lejano, tan lejos que no se percibían sus palabras, se oía el clamor de un pregonero. Uno de esos pregoneros de pueblo, que van esquina por esquina gritando la reseña de un animal perdido, de un niño perdido o de alguna muchacha perdida... En el caso de la muchacha la cosa iba más allá, pues además de dar la fecha de su desaparición había que decir quién era el supuesto sujeto que se la había robado, y dónde estaba depositada, y si había reclamación o abandono de parte de los padres. Esto se hacía para enterar al pueblo de lo sucedido y que la vergüenza obligara a los fugados a unirse en matrimonio... En cuanto a los animales, era obligación salir a buscarlos si el reseñar su pérdida no diera resultado, pues de otro modo no se pagaba el trabajo.

Conforme se alejaban las mujeres hacia la iglesia la reseña del pregonero se oía más cercana, hasta que, detenido en una esquina, abocinando la voz entre sus manos, lanzaba sus gritos agudos y filosos:

—Alazán tostado ... De gran alzada ... Cinco años... Orejano ... Señalado en el anca ... Fierro en ese ... Falsa rienda... Se extravió el día de antier en el Potrero Hondo... Propio de don Secundino Colmenero. Veinte pesos de albricias a quien lo encuentre... Sin averiguatas ...

Esta última frase era larga y destemplada. Después iba más allá y volvía a repetir el mismo estribillo, hasta que el pregón se alejaba de nuevo y luego se disolvía en los rincones más apartados del pueblo.

Quien así ejercía este oficio era Dionisio Pinzón, uno de los hombres más pobres de San Miguel del Milagro. Vivía en una casucha desvencijada del barrio del Arrabal, en compañía de su madre, enferma y vieja, más por la miseria que por los años. Y aunque la apariencia de Dionisio Pinzón fuera la de un hombre fuerte, en realidad estaba impedido, pues tenía un brazo engarruñado quién sabe a causas de qué; lo cierto es que aquello lo imposibilitaba para desempeñar algunas tareas, ya fuera en el trabajo de obras o en el cultivo de la tierra, únicas actividades que había en el pueblo. Así que acabó por no servir para nada o al menos para granjearse este juicio. Se dedicó pues al oficio de pregonero, que no necesitaba del recurso de sus brazos y el cual desempeñaba bien, pues tenía voz y voluntad para eso.

Nunca dejaba un rincón de San Miguel del Milagro sin su clamor, ya fuera trabajando por encomienda de alguien, y si no, buscando la vaca motilona del señor cura, que tenía la mala maña de arrendar para el cerro cada vez que veía abierta la puerta del corral del curato, lo que sucedía con demasiada frecuencia. Y aun cuando no faltaba algún desocupado que al oír la reseña se ofreciera para ir en busca de la mentada vaca, había ocasiones en que el mismo Dionisio se obligaba a hacerlo, recibiendo en cambio unas cuantas bendiciones y la promesa de ir a cobrar en el Cielo el pago de su acomedimiento .

Así y todo, con ganancia o sin ella, su voz no se opacaba nunca, y él seguía cumpliendo, porque a decir verdad no le quedaba otra cosa que hacer para no morirse de hambre. Y aunque no siempre llegaba a su casa con las manos vacías, como en esta ocasión en que tuvo el compromiso de reseñar la pérdida del caballo alazán de don Secundino Colmenero, desde temprana hora hasta muy entrada la noche, hasta sentir que su pregón se confundía con el ladrido de los perros en el pueblo dormido; y como quiera que en el transcurso del día no había aparecido el caballo, ni hubo nadie que diera razón de él, don Secundino no le rindió cuentas hasta no ver a su animal sesteando en el corral, ya que no quería echarle dinero bueno al malo; pero para que el pregonero no se desanimara y siguiera gritando su pérdida, le adelantó un decilitro de frijol que Dionisio Pinzón envolvió en su paliacate y llevó a su casa ya mediada la noche, que fue cuando llegó, lleno de hambre y de cansancio. Y como otras veces, su madre se las arregló para prepararle un poco de café y cocerle unos «navegantes», que no eran más que nopales sancochados, pero que al menos servían para engañar el estómago.

Pero no siempre le iba mal. Año con año, para las fiestas de San Miguel, se alquilaba para anunciar los convites de la feria. Y allí lo teníamos, delante de los sonoros retumbos de la tambora y los chillidos de la chirimía, ahuecando sus templados gritos dentro de una bocina de cartón, anunciando las partidas, los coleadores, las tapadas y de paso todas las festividades de la iglesia, día tras día del novenario, no sin dejar de mencionar los espectáculos de las carpas o algún ungüento bueno para todo. Mucho más atrás de la procesión que él encabezaba lo seguía la música de viento, amenizando los ratos de descanso del pregonero con las desafinadas notas del Zopilote Mojado. El desfile terminaba con el paso de las carretas, adornadas de muchachas bajo arcos de carrizo y milpas tiernas.

Entonces era cuando Dionisio Pinzón se olvidaba de su vida llena de privaciones, pues caminaba contento guiando el convite, animando con gritos a los payasos que iban a su lado maromeando y haciendo cabriolas para divertir a la gente.

Uno de esos años, quizá por la abundancia de las cosechas o a milagro no sé de quién, se presentaron las fiestas más bulliciosas y concurridas que había habido en muchas épocas en San Miguel del Milagro. De tal modo se prendió el entusiasmo que dos semanas después seguían rifando las partidas y las peleas de gallos parecían eternizarse, a tal punto que los galleros de la región agotaron sus perchas y aún tuvieron tiempo de encargar otros animales, cuidarlos, entrenarlos y jugarlos. Uno de los que hicieron eso fue Secundino Colmenero, el hombre más rico del pueblo, el cual acabó con su gallera y perdió en las dichosas tapadas, además de su dinero, un rancho lleno de gallinas y veintidós vacas que eran toda su propiedad. Y a pesar de que al final recuperó algo, lo demás se le fue por el caño de las apuestas.

Dionisio Pinzón se las vio bien apurado para cumplir con tanto trabajo. Ya no de pregonero, sino de gritón en el palenque. Consiguió acaparar casi todas las peleas y los últimos días se le oía la voz cansada, mas no por eso dejó de anunciar a grito abierto los mandatos del Sentenciador. 

Y es que las cosas habían ido tomando altura. Llegó la hora en que sólo se enfrentaban plazas fuertes, con asistencia de jugadores famosos venidos desde San Marcos (Aguascalientes), Teocaltiche, Arandas34, Chalchicomula, Zacatecas, todos portando gallos tan finos que daba pena verlos morir. Y venidas de quién sabe dónde hicieron su aparición las cantadoras, tal vez atraídas por el olor del dinero, pues antes ni por asomo se habían acercado a San Miguel del Milagro. Al frente de ellas venía una mujer bonita, bragada, con un rebozo ametalado sobre el pecho y a quien llamaban la Caponera, quizá por el arrastre que tenía con los hombres. La verdad es que, rodeadas por un mariachi, hicieron con su presencia y sus canciones que creciera más el entusiasmo de la plaza de gallos.

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El palenque de San Miguel del Milagro era improvisado y no tenía capacidad para grandes muchedumbres. Se aprovechaba para esto el corral de una ladrillera, levantándose un jacalón techado a medias de zacate39. El anillo estaba hecho con láminas de tejamanil y las bancas que lo rodeaban y donde se acomodaba el público no eran más que tablones apoyados en gruesos adobes. Con todo, ese año se habían complicado un tanto las cosas, pues ni quién se imaginara que se iba a acumular tamaña concurrencia. Y, por si fuera poco, se esperaba de un momento a otro la visita de unos políticos. Para esto, la autoridad ordenó se desalojaran las dos primeras filas, que permanecieron vacías hasta la llegada de aquellos señores y aún después, pues apenas si eran dos, aunque cada uno con su correspondiente compañía de pistoleros. Éstos se acomodaron en p p q la segunda fila a espaldas de su jefe correspondiente, y ellos dos en la primera, frente a frente, separados por el anillo. Y en cuanto dieron principio las peleas se dejó ver que aquel par de entejanados no se llevaban bien. Parecían haber ido allí por alguna vieja rivalidad, pues no sólo lo demostraban en lo personal sino en las mismas peleas. Si uno de ellos tomaba partido por un gallo, el otro dejaba caer su favor en el contrario. Así, hasta que los ánimos se fueron acalorando, ya que ambos querían que sus gallos ganaran. Pronto vino la desavenencia: el perdedor se levantaba y con él todo el grupo de sus acompañantes, y esto era comenzar a lanzarse uno al otro pullas y amenazas que coreaban los pistoleros retando a los pistoleros de enfrente. Aquel espectáculo de los dos grupos al parecer enfurecidos acabó por retener la atención de todo el público, que esperaba sucediera algún alboroto entre aquellos sujetos que no perdían la oportunidad de sacar a relucir lo mucho que tenían de valientes.

No tardaron algunos en abandonar el palenque ante el temor de que fuera a producirse una balacera. Pero no sucedió nada. Al terminar la pelea los dos políticos salieron de la plaza de gallos. Se encontraron en la puerta. Allí ambos se tomaron del brazo y más tarde se les vio bebiendo juntos en un puesto de canelas, en unión de las cantadoras, de sus pistoleros que parecían haber olvidado sus malas intenciones y del presidente municipal del pueblo, como si todos estuvieran celebrando su feliz encuentro.

Pero volviendo a Dionisio Pinzón, fue en esa mentada noche cuando le cambió su suerte. La última pelea de gallos hizo variar su destino. Se jugaba un gallo blanco de Chicontepec contra un gallo dorado de Chihuahua... 


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Mar de fondo

𝑆𝑜𝑦 𝐵𝑟𝑦𝑎𝑛 𝑉𝑖𝑙𝑙𝑎𝑐𝑟𝑒𝑧 (Lima, 1990) creador del Blog de Mar de fondo. Estudié Comunicaciones, Sociología y estoy escribiendo un libro. Soy un amante de los cuentos, cartas, diarios y novelas. Convencido de que "𝑈𝑛 𝑑𝑖́𝑎 𝑙𝑒𝑖́𝑑𝑜 𝑛𝑜 𝑒𝑠 𝑢𝑛 𝑑𝑖́𝑎 𝑝𝑒𝑟𝑑𝑖𝑑𝑜"

1 Comentarios

  1. Muchas gracias Bryan villacrez por tomarse el tiempo y la generosidad de compartir los fabulosos cuentos que publica.

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