¡Qué tal, amigos de Mar Fondo! Nos acercamos al fin de semana, días en los que muchos dan rienda suelta a sus vicios furtivos, esos que, de lunes a viernes, pasan desapercibidos. Así, el juego o la bebida en exceso pueden jugarnos una mala pasada. Esta es la triste historia de un genio sin igual, quien escribió un libro en solo 26 días, encontró el amor al mismo tiempo, pero tuvo un trágico desenlace: Fiódor Dostoyevski. La historia va así:
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Conocemos a Dostoyevski, pues hemos leído muchos de sus cuentos y sabemos, por cultura general, de sus grandes obras, como: Los hermanos Karamazov o Crimen y castigo, Nadie discute la calidad y el genio del escritor ruso; sencillamente, era una máquina andante de creatividad y buena prosa, un prodigio excelso.
Sin embargo, como todo en la vida, tenía un talón de Aquiles. Su existencia estuvo marcada por tragedias personales, al punto de perder a su esposa. Esto lo sumergió en una profunda depresión, que canalizó en el juego y la bebida. Así es: Fiódor Dostoyevski era un ludópata incurable, y la historia que leerás a continuación está tomada de un fragmento del libro de Santiago Posteguillo, La noche en que Frankenstein leyó el Quijote.
Al borde de la ruina
Lo asombroso de esta historia no radica en la velocidad con la que Dostoyevski escribió un libro. Posteguillo nos cuenta que, sumada a su rapidez para imaginar y plasmar historias, existía una presión externa que lo puso al borde de la locura.
En noviembre de 1866, Fiódor Dostoyevski deambulaba por las calles de San Petersburgo. Había enviudado hacía poco y, con ello, recaído en su antiguo vicio: el juego, que una vez más se apoderaba de su vida, convirtiéndolo en un ludópata compulsivo. Hubo períodos en su vida en que logró controlar aquel terrible hábito, pero la depresión por la muerte de su esposa lo volvió débil. Las deudas eran brutales y sus acreedores llamaban a su puerta a diario.
Al mismo tiempo, su mundo literario tampoco marchaba viento en popa. Recordemos que por entonces continuaba publicando capítulos de Crimen y castigo en la revista El Mensajero Ruso, pero, ahogado por las deudas, decidió optar por una solución arriesgada. Buscó al editor Stellovski, quien lo recibió con una sonrisa enorme, sospechosa y lúdica, que escondía una razón detrás.
El gran reto
La sonrisa de Stellovski no era gratis. Una vez que Dostoyevski firmó el contrato en donde se comprometía a entregar una novela en solo 26 días por la suma de 3 mil rublos (todo para pagar sus deudas) comenzaba a correr el tiempo para pensar y producir una obra. De lo contrario, el maquiavélico plan de Stellovski era quedarse con todas las obras del escritor ruso ¿cómo así?
Si no podía cumplir el plazo pactado: primero una multa, que se añadiría a sus deudas; y si, pasados unos días más, no tenía aquella nueva novela, Dostoievski perdería todos los derechos sobre sus obras anteriores, es decir, los derechos sobre Pobres gentes (1846), El doble (1846), Noches blancas (1848), Niétochka Nezuá-nova (1849), Stepanchikovo y sus habitantes (1849), Humi-lados y ofendidos (1861), Un episodio vergonzoso (1862), Recuerdos de la casa de los muertos (1862) y Memorias del subsuelo (1864).
Dostoyevski contra el tiempo
Stellovski esperaba tranquilo que Dostoyevski no pudiera entregar la novela en el plazo. Era una empresa terrible, asfixiante. Sin embargo, este estaba dispuesto a demostrar lo contrario y se enfrascó en una de las carreras literarias más memorables. Llegó a casa y se dispuso a escribir la famosa novela El jugador, mientras debía continuar enviando capítulos de Crimen y castigo. Todo apuntaba a un fracaso.
Pero Dostoyevski no se detuvo. Intentó organizarse: por las mañanas escribía los últimos capítulos de Crimen y castigo, y por las tardes, El jugador. Tenía la historia en mente; era una máquina de hacer libros, un monstruo de la narrativa.
Aun así, no avanzaba como esperaba. Pensaba más rápido de lo que podía escribir. ¿Entonces, qué hizo?
El jugador era una obra sobre un ludópata, como él. En su momento, le pareció una justa penitencia escribir sobre su debilidad, pero ahora no se trataba del contenido: la cuestión era entregar los textos en pocos días, y no podía. Pidió ayuda a amigos (no dinero) y, entonces, un día apareció tras su puerta una joven. Posteguillo reconstruye el diálogo así:
-Soy Anna Grigorievna Snitkina - dijo la muchacha mirando algo nerviosa al entorno destartalado, lleno de libros y polvo que rodeaba al escritor-, la taquígrafa-completó la joven, aún sin atreverse a entrar en aquella casa; y como fuera que Dostoyevski no decía nada, la muchacha preguntó: Usted quería una taquígrafa, ¿verdad?
-Sí, perfecto, eso es --respondió Dostoyevski, y se hizo a un lado para invitar a la muchacha a adentrarse en su mundo.
Anna dudó. «Ten cuidado - le habían dicho-=, es un genio pero está maldito.» Pero la mirada que Anna
encontró en aquel hombre era la de alguien desamparado, no maldito. Eso le pareció entonces. Anna Grigorievna dio unos pasos adelante y la puerta se cerró.
La pareja, enfrascada en la misión de terminar El jugador, apenas salía de casa. Dostoyevski dictaba con agilidad mental envidiable las páginas de su nuevo libro, sin parar de hablar. Esto impresionaba a la joven Anna Grigorievna, cuyos ojos brillaban de admiración.
Una vez terminado el plazo
El día de la entrega llegó. Dostoyevski se presentó ante el malévolo Stellovski, quien, al sospechar que su plan había fracasado, se escabulló con excusas y no le dio la cara en toda la mañana. Ni corto ni perezoso, Dostoyevski fue a la comisaría, donde dejó su manifestación junto con la obra terminada. Había cumplido el plazo, por lo que el contrato estaba intacto.
Al volver a casa, reflexionado de todo lo que había pasado en esos días, con toda la vorágine de emociones, le pidió a la joven Anna que se casara con él. Anna aceptó de inmediato y con el dinero que tuvo que pagar Stellovski, pudo salir de sus deudas y viajar con su esposa por Europa.
¿Un final feliz?
Hasta aquí, parecería una historia de superación con final feliz. Pero el vicio regresó. La pareja se encontraba en Baden-Baden cuando Dostoyevski decidió volver al casino. "solo un momento, solo un momento dijo el talentoso escritor". Lamentablemente ese rato de ocio se convirtió en horas, días, un hábito. Cegado por una intuición apostó como si no existiese mañana.
En el fondo Dostoyevski sabía que hacía mal, por eso intentó disculparse y justificare con su esposa con esta emotiva carta (tomada del libro de Posteguillo):
[...] perdía la tranquilidad, destrozaba mis nervios y comenzaba a arriesgar, me enojaba, apostaba todo ya sin ningún cálculo y perdía (porque quien juega sin calcular, al azar, es un demente). Ángel mío, te repito que no te reprocho nada, que te amo aún más por extrañarme de esa manera. Pero escucha, querida, por ejemplo, lo que me pasó ayer: después de haberte enviado la carta en donde te pedía que me mandaras dinero, fui a la sala de juegos; me quedaban en el bolsillo únicamente veinte florines (para algún imprevisto) y arriesgué diez. Hice esfuerzos sobrehumanos para permanecer tranquilo y poder calcular durante una hora completa y todo terminó en que gané [..] trescientos florines. Estaba tan feliz que sentí unas ganas irreprimibles de ponerle fin hoy mismo a todo esto: quise ganar aunque fuera dos veces más de lo ganado e irme de aquí y, entonces, sin detenerme siquiera a pensarlo, sin descansar un segundo, me lancé hacia la ruleta y comencé a apostar mi oro, y todo, todo lo perdí, hasta el último kópek.
Ante estos episodios de ludopatía, la relación entre el escritor y la joven Anna comenzaba a debilitarse. Ella lo abandonaba en momentos de desesperación, y él le suplicaba en sus cartas: "No te recrimino, me maldigo". Luego, ella volvía.
Es curioso pensar que su adicción al juego nos haya dado a uno de los más grandes escritores de la humanidad, con un talento brutal y colosal para la creatividad. ¿Pero a qué precio? Lamentablemente, la vida de Dostoyevski estuvo marcada por la tragedia, el amor, el vicio y la literatura, elementos clave que le permitieron regalarnos una serie de obras inmortales.
Cosas de escritores.
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Muchas gracias, muchas. Más no puedo comentar. Gracias
ResponderEliminarAquí has dejado un comentario. Gracias
EliminarExcelente anécdota. Muchas gracias por compartir
ResponderEliminarGracias por seguir el Blog
EliminarLo feo artístico. Lo feo, la ludopatía, que degrada al hombre; lo artístico, el genio creador que da vida al hombre. Compatibilizar lo feo y lo artístico es de genios.
ResponderEliminarY los problemas de la vida...
EliminarMuy interesante este artículo. Dostoyevski se debatió con su Legión de Almas entre el sufrimiento y su Fe. Lo realizó con una intensidad muy poco común entre los creadores literarios y artísticos.
ResponderEliminarSu vida, marcada por la tragedia fue su don y maldición.
EliminarMuy bueno
ResponderEliminarMe gusto la historia, gracias por publicar.
ResponderEliminarDe nada, sígueme para más historias. Saludos
EliminarMuy bueno, gracias!
ResponderEliminarDe nada, saludos y gracias por seguir el Blog.
EliminarMe he emocionado con el texto este escritor es lo más leído por mi muchasgraciad
ResponderEliminarPor nada, gracias por seguir mi blog.
EliminarMe encanto el artículo! Es un cuento atrapante. Recepto esa sensación de pena y admiración por este genial escritor. GRACIAS Mar de Fondo
ResponderEliminarGracias por tu comentario. Seguiré compartiendo más contenido de este tipo. Saludos
EliminarAl menos supo capitalizar su dolor.
ResponderEliminarEs una pistola Dostoyevsky
ResponderEliminarDotoyezky, es el final.
ResponderEliminarMuy interesante y se siente el relato como si estuviera en un teatro, gracias por compartir
ResponderEliminarGracias y gracias también por compartir y comentar el Blog
EliminarGracias por la reseña de esta parte de la vida del gran Dostoievski: se sacudía -a través del vicio- (muy humano) después de largas horas de imaginar, recordar, ordenar ideas, escribir....
ResponderEliminarGracias muy interesante.
ResponderEliminarGracias por compartir esta belleza de escritura, que preciosidad, saludos cordiales
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